“El interés por el veganismo está aumentando”, señaló un titular The Economist en enero de 2020: “Hoy en día […] una resolución de moda es renunciar a la carne. […] El entusiasmo por el veganismo no se limita a Gran Bretaña. Si las búsquedas en Google sirven de guía, el interés por la dieta basada en plantas ha aumentado en los últimos años en gran parte del mundo rico. Desde 2015, las búsquedas de ‘veganismo’ se han duplicado en Estados Unidos y se han triplicado en Australia, Francia y España. En Suecia, hogar de la activista climática de 17 años Greta Thunberg, las búsquedas se han más que cuadruplicado. Los hábitos alimentarios también están cambiando. La encuestadora Ipsos MORI calcula que el número de veganos en Gran Bretaña se cuadruplicó entre 2014 y 2018, de 150.000 a 600.000, poco más del 1% de la población adulta. En Estados Unidos, aproximadamente el 2% de los adultos se consideran veganos, según YouGov, otro encuestador. Otro 5% se identifica como vegetariano y el 3% como pescatariano”[1].
Pero, ¿por qué dedicar estos fragmentos al “Ser vegano”? porque si ser vegano representara tan sólo un estilo de alimentación, todos sus libros se resumirían en recetarios de cocina. El “Ser vegano” es una actitud política e ideológica: políticamente subversiva ante el sistema de producción capitalista, y profana desde la concepción espiritual, pues rechaza por completo la concepción cristiana del Hombre y su rol en la tierra. Como lo resumen Maristella Svampa y Enrique Viale: “en su definición más simple y extendida, ser ‘vegano’ consiste en alimentarse sin incluir en la dieta ningún producto de origen animal (tampoco sus derivados, a diferencia del vegetarianismo). Pero el veganismo es algo mucho más amplio, es una actitud consecuente hacia todos los animales no humanos, una filosofía de vida que tiene como foco de decisión el sufrimiento que el humano causa a otros animales, el supremacismo moral que supone tratar a otros seres sintientes como objetos”[2]. Como explica el biólogo y periodista ambiental Sergio Federovisky: “A diferencia del vegetarianismo, que reverdeció en la década del sesenta como una respuesta saludable a una forma de vida sedentaria y ‘grasienta’ que acarreaba el boom del consumo de la posguerra, el veganismo apunta en sus considerandos a un modelo ambientalmente diferente de manera explícita. El veganismo, como una etapa ideológicamente superadora del vegetarianismo, manifiesta que la conducta individual es una respuesta a una agresión del sistema al medio natural”[3]. Es decir, el veganismo concibe “que un modelo basado en el no consumo de derivados animales de ningún tipo redundaría no solamente en una mejor salubridad personal y en el fin del maltrato animal, sino que por antonomasia obligaría a desandar el camino del extractivismo agrícola: si no se matan chanchos alimentados con soja, no hay soja transgénica para alimentar esos chanchos ni fumigación derivada de esa sojizacióm, no hay topadoras que liberen superficies de bosque nativo para esas plantaciones, y así sucesivamente. De un modo si se quiere aluvional, resultado de un cambio progresivo de conducta alimenticia de la sociedad, se impondría una modificación estructural de las bases del modelo de producción de alimentos industrializados”[4].
Sin lugar a dudas, los activistas en pro de los “derechos de animales” procuran prescindir de la moral tradicional, en la medida en que en su comprensión de la misma, es ella la barrera que limita que los animales sean tratados del mismo modo que los seres humanos. Esperan así se logre que el imaginario social interprete que humanos y animales deban ser tratados en igualdad de condiciones. Desde luego y paradójicamente, esto en ocasiones varias acarrea a distraer recursos que estarían mejor empleados en el bienestar humano. Pero sin desviarnos del tema central, como nos recuerda el profesor de Filosofía y Bioética, padre Fernando Pacual: “La cultura de Occidente y de otros muchos pueblos ha creído siempre que el hombre era superior a los animales, que ocupaba un lugar central en el Universo. Esta convicción, sin embargo, ha sido contestada en el pasado y es discutida en el presente por algunos autores de lo que podemos denominar ‘movimiento animalista’. Para algunos pensadores, el hombre sería un ser vivo un poco especial, pero sin derecho a privilegios respecto a otros animales superiores. Podríamos recordar a David Hume (pensador del siglo XVIII) para quien tiene poco valor el alma espiritual y mucho las emociones y los sentimientos. A ese nivel, entre hombres y animales existirían solamente diferencias cuantitativas, no de grado. Algo parecido encontramos en Jeremy Bentham (a caballo entre los siglos XVIII y XIX), gran defensor del utilitarismo, para quien el criterio fundamental de la acción es promover el placer (para el mayor número posible de hombres) y disminuir el dolor. Está claro que, si el criterio fundamental es éste, y si no se admite una radical diferencia entre los hombres y los animales, la promoción del placer debería incluir, de algún modo, a seres vivientes que tengan una sensibilidad similar a la humana. Con su teoría evolucionista, Charles Darwin (siglo XIX) tuvo que reconocer que nuestro origen y el de los animales eran idénticos, y que teníamos que renunciar a nuestra pretensión de ser ‘superiores’. La invitación a la humildad sería una consecuencia lógica del darwinismo. Más aún, deberíamos reconocer que la única manera para poder sobrevivir como especie debería ser imitar la naturaleza, que elimina a los débiles y promueve sobre todo a los fuertes. La conexión de ideas como estas y el nazismo es fácilmente intuible, y fue posible a través de lo que se denominó ‘darwinismo social’, un modo de analizar la vida en la sociedad como una lucha que beneficia a los más fuertes y que deja de lado a los débiles. En cierto sentido, el ‘darwinismo social’ ya estaba presente en el mismo Darwin, que se dio cuenta de la necesidad que tenía la especie humana, para garantizar su supervivencia, en promover el nacimiento de los mejores y no el de los más débiles (se trate de individuos o de razas), como se hace en las granjas con los animales. Las ideas del darwinismo y del utilitarismo han vivido de distintas formas en el siglo XX, pero encuentran una síntesis muy particular en Peter Singer, un decidido defensor de la ‘liberación animal’ desde hace más de 30 años. Para Singer y para quienes defienden ideas semejantes a las suyas, se hace imprescindible dejar de lado la idea de una superioridad del hombre sobre los animales. Si hemos tenido el valor de superar el racismo y el sexismo, hemos de dar un paso adelante y convencernos de que hay que dejar de lado el “especismo”, es decir, esa postura ideológica que establece discriminaciones entre los seres vivos por ser de especies diferentes. Singer elabora sus propuestas desde un modo particular de interpretar la noción de ‘persona’. El criterio para ver quién es persona y quién no, consiste en analizar si este animal (humano o no humano) posee o no una cierta autoconciencia, si tiene un proyecto o deseo de vivir, y un nivel de sensibilidad suficiente. Según estos criterios, nos encontraremos con que algunos seres humanos no son personas (los embriones, los fetos, algunos niños con grandes deficiencias mentales, enfermos en estado de coma o adultos con formas graves de enfermedades mentales), y que algunos animales son personas. Esto significaría toda una revolución para el derecho, lo cual, según Singer, sería la consecuencia lógica del darwinismo. Si aceptamos que el hombre viene por casualidad de los animales, no tenemos más remedio que reconocer que no existe ninguna creación directa del alma humana por parte de Dios (la evolución no nos permite admitir esto). Por lo tanto, continúa Singer, el límite que nos separa de los animales no es “decisivo”, sino parte de un proceso de desarrollo evolutivo que nos debería hermanar con aquellos animales que tuviesen características “personales” semejantes a las nuestras. […] Hay muchos datos, sin embargo, que nos llevan a pensar que el hombre no es sólo un simple animal, sino que goza de una capacidad de entender y de amar que puede explicarse sólo a partir de algo que supere los límites de la sensibilidad y de la misma evolución, pues la materia no es suficiente para que un individuo pueda tomar opciones libres y responsables, pueda pensar de modo racional. En otras palabras, no somos simplemente el resultado de mutaciones genéticas casuales, sino que nuestra existencia se caracteriza por algo propio, un alma espiritual, que sólo puede proceder de un ser superior, de Dios, como ya intuyeron Platón y Aristóteles, y como han defendido las tradiciones religiosas que más presencia han tenido en el mundo europeo: el judaísmo, el cristianismo y el islam.”[5]
Tres motivos para (no) ser vegano
Tal y como sostienen Molly Watson y Matthew Taylor en “¿Deberíamos ser todos veganos?”, podríamos señalar que “las muchas razones para ser vegano encajan en tres categorías principales: ética, ecologismo y salud”[6].
En primer lugar -dicen los autores-, “muchos veganos creen que es moralmente incorrecto matar animales. El paso del vegetarianismo, que aboga por lo mismo, al veganismo proviene de la cuestión de si es ético explotar a los animales para el beneficio humano. […] Muchos veganos se plantean cuestiones morales y éticas sobre la cría de animales para uso humano porque los métodos industriales de ganadería los mantienen en espacios confinados, sin la posibilidad de mostrar comportamientos naturales. Una postura moral común es que la ganadería industrial moderna y la cría intensiva de animales explotan en tal medida a los animales y el medio ambiente que no son éticas, sin olvidar que, además, son insostenibles desde el punto de vista ambiental, social y económico”.[7]
No obstante, Los animales no son agentes morales, ergo, no disciernen entre el bien y el mal. En este sentido, el respeto a la naturaleza es algo noble propio de la gente de bien. Pero hay una diferencia sustancial entre evitar el daño innecesario al animal y considerar que una bestia es igual de digna que una vida humana, ya que sólo el hombre posee un campo cultural y simbólico. En este sentido, ha señalado el escritor y periodista Juan Soto Ivars que “la defensa de los animales es un principio de la dignidad humana. El hombre que maltrata a su perro delata su crueldad, y esto se entiende desde los tiempos de Esopo. […] Pero una cosa es tener conciencia de que los animales sienten y padecen, y estar a favor de que se cuide de ellos lo mejor posible, y otra creer […] que los animales y los humanos no somos tan distintos como nos había dicho Darwin”[8].
Lo cierto es que los seres humanos asumen el deber moral de no maltratarlos: “Que los animales no tengan derechos no significa que deban ser vulnerables a la crueldad humana: de nuestro derecho a utilizar a los animales emana nuestra obligación de cuidar de ellos. Es decir: no es que mi perro tenga derecho a una vida digna por ser un perro, sino que yo tengo la obligación de dársela, y por lo tanto debo ser castigado si lo maltrato. A cambio de mis cuidados, el perro me premia con su lealtad, su cariño y su simpatía, elementos tan intrínsecos a los perros que cualquiera con un poco de sensibilidad sufre cuando se le arrima por la calle un chucho abandonado.”[9] El argumento de que los animales deben ser tratados adecuadamente puede basarse completamente en la necesidad de que los seres humanos se comporten moralmente, más que en los “derechos” de los animales: a diferencia de las bestias, el Hombre posee conciencia de las ideas morales y comprende la diferencia entre el bien y el mal, percibe cuando una acción se vuelve moralmente negativa y no debe procurarse, indiferentemente de si la víctima posee derechos o no, los animales no necesitan derechos para ser protegidos. El perro o gato que recibe su porción diaria de alimento dos o más veces a diario y duerme sobre un cojín bajo techo, no lo hace porque tenga derecho a hacerlo, sino porque su dueño tiene el deber moral de, al haberse hecho cargo del mismo, cuidarlo lo mejor que pueda.
Causar dolor y sufrimiento es una práctica moralmente reprobable, sea la torturado un hombre o un animal. Esto no se debe a que viole los derechos de la víctima, sino a que causar dolor y sufrimiento es intrínsecamente malo y éticamente reprochable. Señalaba Noel Stewart en Ethics: An Introduction to Moral Philosophy que “ya debería haber bastantes pruebas para convencer todos salvo los escépticos obstinados de que los animales de verdad sienten el dolor y el placer.” Causar dolor y sufrimiento, por lo tanto, disminuye la posición moral del ser humano que lo provoca. Para la mayor parte de los veganos, el Cristianismo causó intrinsecamente mal para todas las especies, pues las puso por debejo de la condición humana. Sostuvo la Máster en Filosofía Política y Máster en Bioética, Fabiola Leyton, que “durante la Edad Media no encontramos registro más allá de las enseñanzas de San Francisco de Asís, que en virtud de la piedad cristiana llamaba a no maltratar innecesariamente a los animales”[10], lo cual no es cierto. Desconocemos si la afirmación de nuestra autora es por ignorancia o malicia, pero ya el propio Santo Tomás de Aquino (1225-1274) había señalado que nada ético hay en propiciar un mal sin fundamento hacia un ser de la Creación. Como señaló Santo Tomás, todo ser posee un alma, principio de nuestra vida orgánica y animal, pero como distinguió Aristóteles, los humanos diferencian su condición de los animales puesto que solo nosotros poseemos un “alma racional”. Es claro que los animales poseen la capacidad de “sentir”: el alma sensitiva brinda las funciones o capacidades para el conocimiento sensitivo, el apetito y la locomoción. Presente en los animales y virtualmente en el hombre, tiene como facultades vernáculas la facultad cognoscitiva inferior o sensación, la facultad apetitiva inferior, en la que descansan los instintos y los deseos relacionados con el cuerpo, y la facultad para el movimiento local.
El propio Kant señaló en el siglo XVIII que maltratar a los animales es algo malo, inhumano, para nuestra especie[11], pero la visión negativa hacia el maltrato animal proviene desde quienes sentaron las bases de nuestra civilización: “La actitud pretendidamente moralista que obliga a la ética a juzgar nuestras relaciones con todos los seres vivos y no sólo con nuestros semejantes no amplía la moral sino que la aniquila. Algunos maestros de ética, con Santo Tomás a la cabeza, recomiendan renunciar a la crueldad con los seres irracionales no por una obligación estrictamente moral con ellos sino porque el hábito de desdeñar el sufrimiento de los animales que nos acompañan nos empeora, es decir nos predispone a comportarnos también brutalmente con nuestros congéneres. Siguiendo este plausible criterio, es razonable celebrar que en nuestro tiempo se haya desarrollado una mayor sensibilidad en el trato con las bestias y hasta con el resto de la naturaleza, de la cual formamos parte si no ética al menos biológicamente. Pero ello no nos impone el deber de abandonar nuestros hábitos de vida, sean alimenticios o lúdicos, lo cual acarrearía repercusiones graves tanto sociales como económicas”[12].
En otro orden de cosas, el animalismo guarda una inconsistencia teórica muy evidente pues, si el Hombre no es más que un animal más, con un lenguaje refinado, ¿Por qué entonces imponerle obligaciones “morales”, como el veganismo obligatorio, del que están exonerados los animales? El discurso animalista se halla plagado de contradicciones, pues mientras critica el “especismo” y el “antropocentrismo” de quienes señalan una jerarquía de los humanos sobre las bestias, el propio discurso animalista se erige precisamente sobre un antropocentrismo radical, el cual proyecta en los animales cualidades humanas, hasta el punto de considerarlos como sujetos de derecho. Después de todo, ya en 1980, el filósofo John Baird Callicott, especialista en ética ambiental, acusó a los representantes de la ética animal de “proyectar en los animales su visión de la buena vida y su miedo al sufrimiento”[13].
En segundo lugar, “algunos veganos están motivados principalmente por preocupaciones ecológicas y de sostenibilidad. […] En un planeta con una población en expansión, cabe señalar que se puede alimentar a más personas con menos recursos a partir de una dieta basada en plantas. Cualquier animal criado para la alimentación humana requiere alimento, agua y mano de obra. […] La ganadería industrial también genera enormes cantidades de productos de desecho que son dañinos para el medio ambiente, como los residuos animales y los pesticidas utilizados en los cultivos destinados a la alimentación animal”[14].
Señala The Economist que “liminar la carne, el pescado, los lácteos y los huevos reduciría las emisiones. […] La cría de carne de vacuno produce 31 veces más emisiones de CO₂ por caloría que la producción de tofu y genera sólo el 5% de las calorías que se destinan a su producción”[15]. Este dato no parece revestir suma importancia, pues siguiendo las demostraciones del estudio “El impacto del CO2, H2O y otros ‘gases de efecto invernadero’ en las temperaturas de equilibrio de la Tierra”, publicado por la Revista Internacional de Ciencias Atmosféricas y Oceánicas: “Es ampliamente aceptado que los dos principales gases de efecto invernadero atmosféricos son H2O y CO2. Lo que es sorprendente es la amplia variación en el potencial de calentamiento estimado del CO2, el gas responsable del concepto moderno de cambio climático. Las estimaciones publicadas por el IPCC para la sensibilidad climática a una duplicación de la concentración de CO2 varían de 1,5 a 4,5°C basadas en una gran cantidad de artículos científicos que intentan analizar las complejidades de la termodinámica atmosférica para determinar sus resultados. […] La base de datos HITRAN de espectros de absorción gaseosa permite determinar con precisión la absorción de la radiación terrestre a su temperatura actual de 288K para cada componente atmosférico individual y también para la absorción combinada de la atmósfera en su conjunto. A partir de estos datos se concluye que el H2O es responsable de 29.4K del calentamiento de 33K, con CO2 contribuyendo con 3.3K y CH4 y N2O combinados solo 0.3K. La sensibilidad climática a futuros aumentos en la concentración de CO2 se calcula en 0.50K, incluidos los efectos de retroalimentación positiva de H2O, mientras que las sensibilidades climáticas a CH4 y N2O son casi indetectables a 0.06K y 0.08K respectivamente. Este resultado sugiere fuertemente que el aumento de los niveles de CO2 no conducirá a cambios significativos en la temperatura de la tierra y que los aumentos en CH4 y N2O tendrán muy poco impacto discernible”[16]. En otras palabras, la sensibilidad climática al CO2 ha sido excesivamente exagerada por el IPCC. En este sentido, los autores primero encuentran quimérico que haya una amplia variación en el potencial de calentamiento estimado del CO2. Por el contrario, se encuentra que, incluso duplicando las actuales cantidades de CO2, ello solo produciría un calentamiento de 0.50°C. Este resultado, dicen los autores, sugiere fuertemente que el aumento de los niveles de CO2 no conducirá a cambios significativos en la temperatura de la tierra, y el hecho de que aumenten las cantidades de CH4 y N2O tendrá muy poco impacto discernible. En otras palabras, no hay un aumento significativo de la temperatura debido al aumento de los niveles de CO2. De hecho, un aumento de cuatro veces en las concentraciones de CO2, a 1600 ppm, aumentaría las temperaturas en sólo 1°C, y tomaría alrededor de 800 años alcanzar ese punto a la tasa actual de aumentos del nivel de CO2.
Al mismo tiempo, un estudio publicado en la revista Nature demostró que “la adopción generalizada de prácticas de agricultura orgánica conduciría a aumentos netos en las emisiones de GEI como resultado de menores rendimientos de cultivos y ganado y, por lo tanto, la necesidad de producción adicional y cambios asociados en el uso de la tierra en el extranjero. No es obvio cómo se podrían encontrar tierras adicionales en ultramar, sin ampliar la superficie existente de tierras cultivadas arando pastizales. Se espera que la demanda mundial de alimentos aumente entre un 59% y un 98% de aquí a 2050. Dado que los recursos de tierra son finitos, esto implica una mayor competencia por la tierra y una producción de alimentos más intensiva por unidad de superficie, mientras que los sistemas orgánicos actuales son inherentemente menos intensivos. Existen indudables beneficios ambientales locales para las prácticas de agricultura orgánica, incluido el almacenamiento de C en el suelo, la reducción de la exposición a los pesticidas y la mejora de la biodiversidad. Sin embargo, estos beneficios potenciales deben compararse con la necesidad de una mayor producción en otros lugares. Además del aumento de las emisiones de GEI derivados de cambios compensatorios en el uso de la tierra para compensar los déficits de producción, existen importantes costos de oportunidad derivados de la menor disponibilidad de tierra para otros fines, como un mayor almacenamiento de C bajo la vegetación natural. Además, aunque los sistemas orgánicos pueden favorecer una mayor biodiversidad local, la fragmentación del hábitat en sistemas orgánicos de bajo rendimiento puede significar que la diversidad global de especies es, de hecho, mayor en sistemas de alto rendimiento y que ahorran tierra”[17].
Por otra parte, lo señalado por Watson y Taylor no es del todo cierto: por un lado, algunos aspectos a considerar en este momento son, por ejemplo, que la producción transgénica propuesta por el capitalismo moderno, no sólo sirve como potenciador de economías regionales y resguardo alimenticio para sectores vulnerables que en otros momentos de la historia hubiesen sufrido desabastecimiento, sino que también funge como protección a la Tierra. En su “Proyecto para la supervivencia”, el ecologista anglo francés Edward Goldsmith advertía en 1972 que “los insecticidas son cada vez más ‘necesarios’ en más y más lugares”[18]. Sin embargo, la innovación tecnológica permite que cada vez los cultivos transgénicos -los cuales no dejan de ser blanco de ataques por el sector ecologista- precisen menos utilización de pesticidas para salvaguardar los plantíos. Por otro lado, sabido es que los mismos no representan un peligro para la vida humana ni para el medio ambiente, como lo demostró el mayor estudio hasta la fecha, realizado por la Academia Nacional de Ciencias (Estados Unidos) y publicado en el año 2016 en la revista Science Daily, en el que se concluyó, en base a una macrorrevisión de 800 análisis sobre uso de cultivos transgénicos, “que las nuevas tecnologías en ingeniería genética y mejoramiento convencional están desdibujando las distinciones que alguna vez fueron claras entre estos dos enfoques de mejoramiento de cultivos. Además, aunque reconoció la dificultad inherente de detectar efectos sutiles o de largo plazo en la salud o el medio ambiente, el comité de estudio no encontró evidencia fundamentada de una diferencia en los riesgos para la salud humana entre los cultivos transgénicos (GM) disponibles comercialmente y los cultivados convencionalmente”[19]. Vale recordar, en este sentido, el Manifiesto elevado en 2016 por 109 científicos ganadores del Premio Nobel en sus distintas áreas de estudio, mediante el cual declararon abiertamente su disconformidad ante la crítica acérrima de Greenpeace y de la ONU hacia los alimentos transgénicos, debido a que los mismos resultan no solo seguros, sino también mucho más rentables y eficaces para combatir el hambre en el mundo[20]. Asimismo, otros 2.000 estudios en el mundo avalan la seguridad y certeza de los alimentos transgénicos para el consumo humano[21], así como también la seguridad que brindan frente a su consumo por animales, como lo demostró la Journal of Animal Science, al publicar un macroestudio en el que se analizaron los posibles efectos sobre 1.000.000.000.000 animales de ganado, concluyendo que los alimentos transgénicos no habían supuesto ningún tipo de perjuicio sobre la salud de los mismos[22].
En la década de 1940, después de miles de cruzas de trigo, el agrónomo Norman Bourlaug logró dar con un híbrido de alta renuencia, capaz de resistir a los parásitos e insensible a las horas de luz del día, lo que le permitía crecer en climas variables, que ocupaba mucho menos espacio al tratarse de una planta enana, ya que el trigo alto gastaba gran energía en desarrollar tallos no comestibles. De hecho, diestramente todo el trigo cosechado en la actualidad en el mundo desciende de las plantas que él desarrolló. También cabe destacar el rol de las decenas de tipos de maíz desarrolladas durante las últimas décadas por los científicos del Consultative Group for International Agricultural Research especificadas para diversas zonas del continente africano, capaces de soportar condiciones de sequía extrema. En efecto, resulta curioso que desde los años sesenta la militancia ecologista advierta sobre la “superpoblación” y el “hambre masiva” y, al mismo tiempo, reproche de los alimentos transgénicos, que precisan menores niveles de insecticidas y fungen como protección del ambiente y resguardo para sectores marginales. La ampliación del comercio, la electricidad, los combustibles baratos, el envasado y la refrigeración han permitido abastecer zonas que sufrían escasez de alimentos básicos, a la vez que la tecnología ha promovido un menor uso de combustible y cambios en las prácticas agrícolas, lo que ha dado como resultado una disminución en los gases de efecto invernadero.
Por otra parte, lo cierto es que, basándonos en las estadísticas esgrimidas por el estudio “La variación siete veces mayor en la capacidad alimentaria mundial depende de las dietas, el uso de la tierra y la gestión del nitrógeno”[23], publicado en Nature, lo cierto es que, con rendimientos extremos (hoy en día, los más altos en todo el mundo), considerando la participación actual de la competencia entre piensos y alimentos (57%, gran parte de la producción de alimentos para animales), la agricultura orgánica puede sustentar 4,7 mil millones, mientras que la agricultura industrial (con nitrógeno fósil), puede sustentar 12 mil millones. Seguros, baratos, eficientes, protegen a los más vulnerables, permiten mayor cantidad de cosecha, utilizan menos espacio físico por cosecha, reducen la cantidad de tierras de cultivo y usan menos plaguicidas. Resulta curioso que desde los años setenta la militancia ecologista advierta sobre la “superpoblación” y el “hambre masiva”, pero reproche de los transgénicos, que precisan menores niveles de insecticidas y fungen como protección del ambiente y resguardo para sectores marginales.
Símiles eran las premisas sostenidas por Lierre Keith, escritora feminista y ecologista, autora de “El mito vegetariano”, una miscelánea entre diario personal, ensayo y manifiesto político. Keith, “feminista y ecologista vinculada a diferentes movimientos de izquierda”, fue una ferviente activista por los derechos animales hasta que “la espondoliosis, los episodios de hipoglucemia, la amenorrea, el agotamiento, la ansiedad y la depresión que jornada tras jornada la afligían acabaron desmontando toda su ideología alimentaria: la que pregonaba que graves problemas como el hambre en el mundo se acabarían solucionando con una dieta a base, exclusivamente, de productos de origen vegetal.”[24] Keith amalgamó la idea de que la solución ecológica residía en la dieta vegana, la cual se arraigó en su mente irreprimiblemente durante veinte años, hasta que su cuerpo dijo basta[25].
Al explanar acerca de su renuncia al veganismo, la misma manifestó que, en efecto: “Los veganos te ofrecen un modelo perfecto: basta cambiar un factor tan elemental como la dieta y solucionaremos los problemas de aquellos que mueren de inanición, salvaremos el planeta, los animales. […] vivimos en una sociedad que desde hace 10.000 años se ha sustentado, sobre todo, en la agricultura. Muy pocos están dispuestos a entender que la agricultura es la práctica más destructiva que el ser humano ha perpetrado. Bajo la perspectiva de un vegetariano o de un vegano, una dieta basada en productos que nacen de la agricultura parece la mejor manera de avanzar. En su seno no se cuestiona toda la devastación que ha provocado. Lo que ellos buscan son soluciones simples a un problema muy grande y sistémico. La segunda cuestión tiene que ver con una media verdad. Aunque es cierto que, ante las horribles imágenes de animales torturados que todos hemos visto, hay motivos suficientes para rechazar la carne, también es cierto que ese es solo un modelo posible de ganadería”[26].
Al mismo tiempo, se torna preciso señalar que, en efecto, la agricultura orgánica produce más contaminación climática que las prácticas convencionales cuando se tiene en cuenta la tierra adicional requerida: Como señala un estudio internacional realizado por la Universidad Tecnológica de Chalmers y publicado en Nature, “La razón por la que los alimentos orgánicos son mucho peores para el clima es que los rendimientos por hectárea son mucho menores, principalmente porque no se utilizan fertilizantes. Por lo tanto, para producir la misma cantidad de alimentos orgánicos, se necesita una superficie de tierra mucho mayor”[27]. En este sentido, el estudio partió sobre la base de “un índice de beneficios de carbono que mide cómo los cambios en los tipos de producción, las cantidades de producción y los procesos de producción de una hectárea de tierra contribuyen a la capacidad global para almacenar carbono y reducir las emisiones totales de gases de efecto invernadero”. Si bien este índice no evalúa la biodiversidad ni otros valores de los ecosistemas, que deben analizarse por separado”, se aplicó el mismo “a una variedad de opciones de uso y consumo de la tierra relevantes para la política climática, como la reforestación de pastos, la producción de biocombustibles y los cambios en la dieta. Descubrimos que estas opciones pueden tener implicaciones para el clima mucho mayores de lo que se entendía anteriormente porque los métodos estándar para evaluar los efectos del uso de la tierra sobre las emisiones de gases de efecto invernadero subestiman sistemáticamente la oportunidad de tierra para almacenar carbono si no se utiliza para la agricultura.”[28] Como explica Stefan Wirsenius, profesor asociado de Chalmers y uno de los responsables del estudio: “El mayor uso de la tierra en la agricultura biológica conduce indirectamente a mayores emisiones de dióxido de carbono, debido a la deforestación. […] La producción mundial de alimentos se rige por el comercio internacional, por lo que la forma en que cultivamos en Suecia influye en la deforestación en los trópicos. Si utilizamos más tierra para la misma cantidad de alimentos, contribuimos indirectamente a una mayor deforestación en otras partes del mundo”[29].
Análoga fue la conclusión a la que arribaron la economista agrícola y profesora de Economía y Política de Sistemas Alimentarios del Departamento de Ciencia de Sistemas Ambientales en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, Eva-Marie Meemken, y el profesor de Economía Agrícola y Director del Centro de Investigación para el Desarrollo de la Universidad de Bonn, Matin Qaim, al sostener que: “La agricultura orgánica a menudo se percibe como más sostenible que la agricultura convencional. Revisamos la literatura sobre este tema desde una perspectiva global. En términos de efectos ambientales y del cambio climático, la agricultura orgánica es menos contaminante que la agricultura convencional cuando se mide por unidad de tierra, pero no cuando se mide por unidad de producción. La agricultura orgánica, que actualmente representa sólo el 1% de la tierra agrícola mundial, tiene un rendimiento más bajo en promedio. Debido a los mayores requisitos de conocimiento, las brechas de rendimiento observadas podrían aumentar aún más si un mayor número de agricultores cambiara a prácticas orgánicas. La ampliación generalizada de la agricultura orgánica causaría una pérdida adicional de hábitats naturales y también implicaría aumentos en los precios de producción, lo que haría que los alimentos fueran menos asequibles para los consumidores pobres de los países en desarrollo. La agricultura orgánica no es el paradigma de la agricultura sostenible y la seguridad alimentaria, pero combinaciones inteligentes de métodos orgánicos y convencionales podrían contribuir a aumentos sostenibles de la productividad en la agricultura global”[30].
En tercer lugar, señalan Watson y Taylor, muchas personas adoptan una dieta vegana por razones de salud, y muchos estudios apoyan esta posición. Seguir una alimentación vegana es una forma muy clara y efectiva de reducir el colesterol y las grasas saturadas, así como de aumentar los antioxidantes en la dieta. Algunas personas también señalan tener más energía, una piel más tersa y hacer una mejor digestión como consecuencia de seguir este tipo de dieta”.[31]
Este definitivamente no fue el caso de Lierre Keith: Al recordar sus adentros en la dieta vegana, explanó que -como fue en su caso-: “puedes seguir el régimen durante algunos años sin notar los efectos, pero si insistes, las lesiones acabarán surgiendo. Cuando llegas a un cierto punto, te quedan dos opciones. La primera es la que yo escogí durante 20 años: seguir adelante y convertirte en un fundamentalista donde tu realidad física, en la que tu cuerpo se va destruyendo, no se corresponde con tu manera de pensar. Aún así, sigues prefiriendo tu ideología. La segunda es dar un paso atrás y decirte a ti mismo que esto no funciona. La realidad es que la mayoría de personas que ha probado a ser vegano ha dejado el régimen. Pocos aguantan más de tres meses, pero nadie habla de eso. Solo se ponen los ejemplos de aquellos que llevan practicándolo durante mucho tiempo. Lo que te puedo decir con certeza es que todos ellos están haciendo trampas, aunque no lo digan públicamente. Las grandes figuras del veganismo mienten. He visto a gente que se estaba desvaneciendo por su dieta y que acababan yendo a la misma tienda de mariscos donde yo hago la compra. Estas cosas las tratábamos en privado, pero nadie tenía el coraje de admitir que habíamos cometido un gran error. […] Estas dietas no resuelven los problemas que nos preocupan y para lo único que sirven es para destruirnos a nosotros mismos si las mantenemos durante años. […] Nuestra evolución como humanos se dio sobre todo cuando empezamos a comer animales que se alimentan de hierba. De este modo, mientras nuestro cerebro se hizo más grande, nuestro sistema digestivo se redujo. El 25% de nuestra energía va a parar a nuestro cerebro y para que este órgano trabaje como debe necesita grasas y proteínas. Con una dieta basada en alimentos de origen vegetal no estás consiguiendo ninguna de las dos cosas. Lo único que tienes es un montón de azúcar. Llámalo carbohidratos complejos, si eso te hace sentir mejor, pera cada molécula de esos carbohidratos acabará convirtiéndose al final en azúcares simples. […] Así que lo que comes es azúcar, azúcar y más azúcar. El ser humano ha evolucionado para no comer azúcar. Nuestro cuerpo no lo maneja bien, no tenemos una manera de metabolizarlo que sea saludable. Si sigues, sin embargo, una dieta con una presencia destacada de grasas y proteínas, el azúcar en sangre se vuelve más estable y el cerebro trabaja mejor. Tus neurotransmisores necesitan las proteínas. Por ejemplo, el cuerpo no produce triptófano por sí mismo. El triptófano es el precursor natural de la serotonina y no hay buenas fuentes vegetales que lo contengan. Solo puedes obtenerlo a través de esas proteínas, por lo que si las eliminas, también eliminas la serotonina. […] En cuanto incorporé la grasa animal a mi dieta pude, por fin, doblar mis rodillas sin que aquello fuera un calvario”[32].
En cuanto a los estudios que hablan sobre las bondades de las dietas basadas exclusivamente en alimentos de origen vegetal, Keith aseveró: “La mayoría de la gente no sabe leer estos trabajos ya que en nuestro sistema educativo no se ha cuidado la formación científica. Nos quedamos en los titulares que, normalmente, apoyan aquello en lo que queremos creer de antemano. Los estudios hay que leerlos sin quedarse en el prefacio. ¿Cuántas veces el ‘abstract’ no coincide ni siquiera con lo que viene después? Luego hay casos que, efectivamente, se han demostrado como erróneos, como cuando se dijo durante años que debíamos de mantener una dieta con altos niveles de hidratos de carbono y pocas grasas. Ahora podemos decir que aquello fue un completo desastre por lo que se refiere a la salud pública”[33]. Por otra parte, al volver a incluir en su dieta productos de origen animal, Keith reconoció que “algunos de los problemas de salud que arrastraba mejoraron, otros se solucionaron por completo, como mi depresión, o los que afectaban a mis órganos reproductivos. Tenía una piel tan seca que dolía. En cuanto incorporé la grasa animal a mi dieta pude, por fin, doblar mis hombros y mis rodillas sin que aquello fuera un calvario. Al final de mi etapa como vegana, mi columna vertebral estaba destrozada -ya tenía espondiolosis con dieciocho años, un instante de la vida en que debería haber estado con el máximo de energía-, así me que me pasaba la vida tirada en el sofá. Ahora puedo caminar durante al menos media hora. En aquella etapa no podía viajar en avión ni ir al cine ni salir cenar con mis amigos”[34].
Algo de ello nos suena familiar: un estudio realizado en colaboración entre las universidades de Oxfrod y Bristol y publicado en la revista de acceso abierto BMC Medicine analizó el riesgo de fracturas entre vegetarianos, veganos y no vegetarianos. Al contar con una muestra sustantiva, “los participantes fueron categorizados en cuatro grupos de dieta […] (con 29.380 consumidores de carne, 8.037 consumidores de pescado, 15.499 vegetarianos y 1.982 veganos al inicio del análisis de fracturas totales). Los resultados se identificaron mediante la vinculación con registros hospitalarios o certificados de defunción hasta mediados de 2016. Utilizando la regresión de Cox multivariable, estimamos los riesgos de fracturas totales (n = 3941) y de sitio específico (brazo, n = 566; muñeca, n = 889; cadera, n = 945; pierna, n = 366; tobillo, n = 520; otros sitios principales, es decir, clavícula, costilla y vértebra, n = 467) por grupo de dieta durante un promedio de 17,6 años de seguimiento.” Los resultados del análisis dieron cuenta de que, en efecto, “los no consumidores de carne, especialmente los veganos, tenían mayores riesgos de sufrir fracturas totales o de algún sitio específico, particularmente fracturas de cadera”. En comparación con las personas que comían carne, los veganos con una menor ingesta de calcio y proteínas en promedio, tenían un 43% más de riesgo de fracturas en cualquier parte del cuerpo (fracturas totales), así como un mayor riesgo de fracturas en sitios específicos de caderas, piernas y vértebras. En balance con los consumidores de carne, “y después del ajuste por factores socioeconómicos, factores de confusión del estilo de vida e índice de masa corporal (IMC), los riesgos de fractura de cadera fueron mayores en los consumidores de pescado (índice de riesgo 1,26; IC del 95%: 1,02-1,54), los vegetarianos (1,25; 1,04-1,50) y veganos (2,31; 1,66-3,22), equivalente a diferencias de tasas de 2,9 (0,6-5,7), 2,9 (0,9-5,2) y 14,9 (7,9-24,5) casos más por cada 1.000 personas más de 10 años, respectivamente. Los veganos también tenían mayores riesgos de fracturas totales (1,43; 1,20-1,70), de pierna (2,05; 1,23-3,41) y de otros sitios principales (1,59; 1,02-2,50) que los carnívoros”[35].
La Dra. Tammy Tong, epidemióloga nutricional del Departamento de Salud de la Población de Nuffield de la Universidad de Oxford y autora principal, esclareció respecto a los resultados de la investigación que “este es el primer estudio exhaustivo sobre los riesgos de fracturas totales y de sitio específico en personas de diferentes grupos dietéticos. descubrió que los veganos tenían un mayor riesgo de fracturas totales, lo que resultó en cerca de 20 casos más por cada 1000 personas durante un período de 10 años en comparación con las personas que comían carne. Las mayores diferencias se dieron en las fracturas de cadera, donde el riesgo en los veganos era 2,3 veces mayor. más alto que en las personas que comieron carne, lo que equivale a 15 casos más por cada 1.000 personas durante 10 años”[36].
En este sentido, se torna preciso remarcar que la posición de los autores es favorable a que cada persona se alimente de la mejor forma que conciba, y que los mismos aplican una dieta variada pues, -sabemos- se intentará desacreditar nuestros argumentos esgrimiendo que aplicamos un marco moralizante para la alimentación. Pues nada más distante de la realidad. No obstante, si remarcamos que las dietas veganas, las más de las veces, deben incluir el consumo de fármacos para suplir el déficit de proteínas de origen animal que vive la persona. En este sentido, se torna interesante remarcar que una población herbívora apacentaría de una caída de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero al mismo tiempo enfrentaría deficiencias de ácidos grasos, calcio, y vitaminas A y B12. Así lo demuestra un estudio publicado en el año 2017 por el Departamento de Agricultura de EEUU (USDA) y la Universidad Tecnológica de Virginia en el que se analizó la marca de eliminar los animales de la producción de alimentos en EEUU y suministrar a los ciudadanos una dieta exclusivamente vegetal[37].
En este breve articulo intentamos desmentir algunas de las falacias mas reiteradas del espectro animalista/vegano, el cual, como fuera remarcado, no se circunscribe meramente a una cuestión dietaria sino que, en concreto, aboga por un nuevo tipo de ética que socava por completo los fundamentos de occidente, al tiempo en que subvierte la comprensión cristiana del Hombre y su rol en la Tierra. Por supuesto que hay muchos más relatos por abordar, que serán tratados en futuros escritos a la brevedad.
[1] The economist. (29 de enero de 2020). El interés por el veganismo está aumentando. Recuperado de: https://www.economist.com/graphic-detail/2020/01/29/interest-in-veganism-is-surging?utm_medium=cpc.adword.pd&utm_source=google&ppccampaignID=19495686130&ppcadID=&utm_campaign=a.22brand_pmax&utm_content=conversion.direct-response.anonymous&gad_source=1&gclid=CjwKCAiA44OtBhAOEiwAj4gpOcJPVhRjw45zxeNwQg1mgHodG8NFvKo6CiMyDPbCOe2BW0LIUzUTqBoCAngQAvD_BwE&gclsrc=aw.ds
[2] Svampa, M.; Viale, E. El colapso ecológico ya llegó. Buenos aires: Siglo XXI Editores, 2021, Pp. 111
[3] Federovisky, S. El nuevo hombre verde. Buenos Aires, Capital Intelectual, pp. 72, 73.
[4] Federovisky, S. El nuevo hombre verde. Buenos Aires, Capital Intelectual, pp. 73
[5] Pascual, F. (s. f.) Ante el movimiento animalista: Peter Singer. Catholic.nat. Recuperado de: https://es.catholic.net/op/articulos/12186/cat/884/ante-el-movimiento-animalista-peter-singer.html#modal
[6] Watson, M.; Taylor, M. ¿Deberíamos ser todos veganos?. Ed. Blume, 2020, Pp 11
[7] Watson, M.; Taylor, M. ¿Deberíamos ser todos veganos?. Ob. Cit. Pp 12
[8] Soto Ivars, J. (11 de octubre de 2014). Contra el animalismo. El estado mental. Recuperado de: https://elestadomental.com/diario/contra-el-animalismo
[9] Soto Ivars, J. (11 de octubre de 2014). Contra el animalismo. El estado mental. Recuperado de: https://elestadomental.com/diario/contra-el-animalismo
[10] Leyton, Fabiola Literatura básica en torno al especismo y los derechos animales Revista de Bioética y Derecho, núm. 19, mayo, 2010, pp. 14-16 Universitat de Barcelona Barcelona, España. Recuperado de: https://www.redalyc.org/pdf/783/78339720004.pdf
[11] Wells, T. (24 de octubre de 2016). La incoherencia del argumento utilitario a favor del vegetarianismo de Peter Singer. ABC. Recuperado de: https://www.abc.net.au/religion/the-incoherence-of-peter-singers-utilitarian-argument-for-vegeta/10096418
[12] Savater, F. (18 de septiembre de 2011). Contra los animalistas. El diario vasco. Recuperado de: https://www.diariovasco.com/v/20110918/opinion/articulos-opinion/contra-animalistas-20110918.html
[13] Pelluchon, C. Reparemos el mundo: Humanos, animales, naturaleza. Ned ediciones, Madrid, 2023 pp. 114
[14] Pelluchon, C. Reparemos el mundo. Ob. Cit. Pp 12-13
[15] The Economist. (28 de enero de 2022). Si todo el mundo fuera vegano, sólo se necesitaría una cuarta parte de las tierras agrícolas actuales. Recuperado de: https://www.economist.com/graphic-detail/2022/01/28/if-everyone-were-vegan-only-a-quarter-of-current-farmland-would-be-needed?utm_medium=cpc.adword.pd&utm_source=google&ppccampaignID=19495686130&ppcadID=&utm_campaign=a.22brand_pmax&utm_content=conversion.direct-response.anonymous&gad_source=1&gclid=CjwKCAiA44OtBhAOEiwAj4gpOUGA7pxqkMYQkqNvol1QDN1oU7kK_wUytCEwU9lkUt53JAQn84Vz6xoCxWoQAvD_BwE&gclsrc=aw.ds
[16] David Coe, Walter Fabinski, Gerhard Wiegleb, The Impact of CO2, H2O and Other «Greenhouse Gases» on Equilibrium Earth Temperatures, International Journal of Atmospheric and Oceanic Sciences. Volumen 5, Número 2, diciembre de 2021, pp. 29-40. doi: 10.11648/j.ijaos.20210502.12
[17] Smith, LG, Kirk, GJD, Jones, PJ y otros. Los impactos de los gases de efecto invernadero al convertir la producción de alimentos en Inglaterra y Gales a métodos orgánicos. Nat Común 10 , 4641 (2019). https://doi.org/10.1038/s41467-019-12622-7. Recuperado de: https://www.nature.com/articles/s41467-019-12622-7#Sec8
[18] Goldsmith, E. Allen, Robert. Allaby, Michael, Davoll, John, Lawrence, Sam. “Proyecto para la supervivencia”. Ob. Cit. Pp. 138.
[19] Academia Nacional de Ciencias. Cultivos genéticamente modificados: experiencias y perspectivas. Ciencia diaria. ScienceDaily, 17 de mayo de 2016. Recuperado de: https://www.sciencedaily.com/releases/2016/05/160517131632.htm
[20] Carta de los galardonados en apoyo de la agricultura de precisión (OMG). 29 de junio de 2016. Recuperado de: https://www.supportprecisionagriculture.org/nobel-laureate-gmo-letter_rjr.html
[21] Entine, J. (17 de septiembre de 2014). Con más de 2000 estudios globales que afirman la seguridad, los alimentos transgénicos se encuentran entre los temas más analizados en la ciencia. Forbes. Recuperado de: https://www.forbes.com/sites/jonentine/2014/09/17/the-debate-about-gmo-safety-is-over-thanks-to-a-new-trillion-meal-study/?sh=2a857d838a63
[22] Entine, J. (17 de septiembre de 2014). El debate sobre la seguridad de los transgénicos ha terminado gracias a un nuevo estudio de billones de comidas. Forbes. Recuperado de: https://www.forbes.com/sites/jonentine/2014/09/17/the-debate-about-gmo-safety-is-over-thanks-to-a-new-trillion-meal-study/?sh=2a857d838a63
[23] Chatzimpiros, P., Harchaoui, S. La variación siete veces mayor en la capacidad de alimentación global depende de las dietas, el uso de la tierra y el manejo del nitrógeno. Nat Food 4 , 372–383 (2023). https://doi.org/10.1038/s43016-023-00741-w. Recuperado de; https://www.nature.com/articles/s43016-023-00741-w
[24] Keith, L. en de Diego Ramos, G. (16 de junio de 2018). Lierre Keith: «La mayoría de veganos lo deja y los que insisten hacen trampas». El Confidencial. Recuperado de: https://www.alimente.elconfidencial.com/nutricion/2018-06-16/lierre-keith-veganos-vegetarianos-mito-mentira_1579379/
[25] “El primer bocado de carne tras ese periodo de veinte años marcó el final de mi juventud, el momento en el que asumí las responsabilidades de la edad adulta. Fue el instante en el que dejé de luchar contra el álgebra básica de la encarnación: para que unos vivan, otros deben morir. En la aceptación de esta verdad, con todo su sufrimiento y pesar, está la capacidad de elegir un camino, diferente, un camino mejor.” Keith, cit. En https://www.alimente.elconfidencial.com/nutricion/2018-06-16/lierre-keith-veganos-vegetarianos-mito-mentira_1579379/
[26] Keith, L. en de Diego Ramos, G. (16 de junio de 2018). Lierre Keith: «La mayoría de veganos lo deja y los que insisten hacen trampas». El Confidencial. Recuperado de: https://www.alimente.elconfidencial.com/nutricion/2018-06-16/lierre-keith-veganos-vegetarianos-mito-mentira_1579379/
[27] Timothy D. Searchinger, Stefan Wirsenius, Tim Beringer, Patrice Dumas. Evaluación de la eficiencia de los cambios de uso del suelo para mitigar el cambio climático . Naturaleza , 2018; 564 (7735): 249 DOI: 10.1038/s41586-018-0757-z. Recuperado de: https://www.sciencedaily.com/releases/2018/12/181213101308.htm
[28] Searchinger, TD, Wirsenius, S., Beringer, T. et al. Evaluar la eficiencia de los cambios de uso del suelo para mitigar el cambio climático. Naturaleza 564 , 249–253 (2018). https://doi.org/10.1038/s41586-018-0757-z. Recuperao de: https://www.nature.com/articles/s41586-018-0757-z
[29] Timothy D. Searchinger, Stefan Wirsenius, Tim Beringer, Patrice Dumas. Evaluación de la eficiencia de los cambios de uso del suelo para mitigar el cambio climático . Naturaleza , 2018; 564 (7735): 249 DOI: 10.1038/s41586-018-0757-z. Recuperado de: https://www.sciencedaily.com/releases/2018/12/181213101308.htm
[30] Meemken, Eva-Marie; Qaim, Matin. Agricultura orgánica, seguridad alimentaria y medio ambiente. Revisión anual de la economía de los recursos vol. 10:39-63 (fecha de publicación del volumen octubre de 2018) Publicado por primera vez como revisión anticipada el 29 de marzo de 2018 https://doi.org/10.1146/annurev-resource-100517-023252. Recuperado de: https://www.annualreviews.org/doi/abs/10.1146/annurev-resource-100517-023252
[31] Watson, M.; Taylor, M. ¿Deberíamos ser todos veganos?. Ed. Blume, 2020, Pp. 13.
[32] Keith, L. en de Diego Ramos, G. (16 de junio de 2018). Lierre Keith: «La mayoría de veganos lo deja y los que insisten hacen trampas». El Confidencial. Recuperado de: https://www.alimente.elconfidencial.com/nutricion/2018-06-16/lierre-keith-veganos-vegetarianos-mito-mentira_1579379/
[33] Keith, L. en de Diego Ramos, G. (16 de junio de 2018). Lierre Keith: «La mayoría de veganos lo deja y los que insisten hacen trampas». El Confidencial. Recuperado de: https://www.alimente.elconfidencial.com/nutricion/2018-06-16/lierre-keith-veganos-vegetarianos-mito-mentira_1579379/
[34] Keith, L. en de Diego Ramos, G. (16 de junio de 2018). Lierre Keith: «La mayoría de veganos lo deja y los que insisten hacen trampas». El Confidencial. Recuperado de: https://www.alimente.elconfidencial.com/nutricion/2018-06-16/lierre-keith-veganos-vegetarianos-mito-mentira_1579379/
[35] Tong TYN, Appleby PN, Armstrong MEG, Fensom GK, Knuppel A, Papier K, Perez-Cornago A, Travis RC, Key TJ. Vegetarian and vegan diets and risks of total and site-specific fractures: results from the prospective EPIC-Oxford study. BMC Med. 2020 Nov 23;18(1):353. doi: 10.1186/s12916-020-01815-3. PMID: 33222682; PMCID: PMC7682057. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/33222682/
[36] Recuperado de: https://www.eurekalert.org/news-releases/742800
[37] White, R. R.; Hall, M. B. (13 de noviembre 2017). Impactos nutricionales y de gases de efecto invernadero de la eliminación de animales de la agricultura de EE. UU. PNAS. Recuperado de: https://www.pnas.org/content/114/48/E10301/tab-article-info