Capitalismo verde: la etimología de un oxímoron

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Ante la presión y reclamos de los grupos ecologistas durante las últimas décadas, en buena parte de los sectores liberales ha surgido la idea de intentar convencer, o incluso mitigar ciertos reclamos del sector verde bajo la premisa de que, en efecto, es bajo el sistema capitalista donde la evidencia empírica ha demostrado que se protege de forma más eficaz al medio ambiente[i]. En este sentido, no pocos han sido los referentes liberales que han intentado trazar puentes con ideologías como el ecologismo (a pesar de sus divergencias internas), y han abierto la puerta a concepciones como “ecologismo de mercado” o “capitalismo verde”. Pues bien, en el presente escrito, nos permitiremos discutir con estos conceptos.

En principio, cabe recordar que el movimiento ecologista es, en esencia, un movimiento político-cultural[ii] que llegó a la agenda pública de los países de Primer Mundo durante la década de 1960. En este sentido, explicar las bases teóricas del movimiento ecologista constituye un verdadero desafío. Pues el ecologismo, como tal, no tiene una identidad propia, sino que sus nociones básicas y sus construcciones teóricas son sino premisas contra el sistema de producción capitalista y los valores de la sociedad occidental. Como lo compendia la activista climática Naomi Klein, este movimiento pone “directamente en cuestión nuestro paradigma económico dominante”, al tiempo que “los relatos sobre los que se fundamentan las culturas occidentales […] y muchas de las actividades que dan forma a nuestras identidades y definen nuestras comunidades”[iii]. Resulta menester comprender que las raíces del movimiento ecologista se encuentran en las décadas de los sesenta y setenta, enmarcadas y contextualizadas en una clara corriente anticapitalista, donde nos resulta posible observar una crítica al sistema productivo actual más una tesis separatista del socialismo real[iv], como estrategia que le ha permitido a la izquierda criticar al sistema de producción capitalista sin hacerse cargo de los fracasos del sistema marxista practicado a lo largo del siglo XX. Pues, como lo reconociera el propio André Gorz, “en esta crítica radical de capitalismo, está el comunismo y su posterior abandono”[v].

En este sentido, resulta prudente destacar que, en efecto, en el presente nos referiremos exclusivamente al ecologismo como sustantivo que refiere a la militancia ecologista, como un ismo que refiere a una ideología, y como adjetivo para calificar lo relativo al movimiento mismo, mientras que el término “ecología”, como bien señaló Domenique Simonnet -pionero del ecologismo francés y expresidente de Amigos de la Tierra entre 1978 y 1979-, “conviene reservarlo a la única designación de la ciencia”. Al mismo tiempo, este “ismo” al que hacemos referencia, no se remite a una doctrina unitaria, sino más bien a una síntesis evolutiva de la expresión de movimiento ecologista. “¿Por qué, entonces, dar el mismo nombre a todas estas corrientes de “ecologismos”? Porque, como diría la filósofa Paulina Rivero Weber: “Existe un dato duro que todas ellas tienen como punto de partida: el ser humano le ha hecho tanto daño al planeta, que si no cambiamos el rumbo, acabaremos con nuestra especie junto con miles más de las que ya hemos extinguido”[vi]. Un “movimiento ecologista [que] no nació de una trasposición del análisis biológico al discurso político”, sino que reposa sobre bases filosóficas y sociopolíticas. Al mismo tiempo, debe tenerse presente que, como puntualiza el doctor en Estudios americanos y magíster en Ciencia Política, Fernando Estenssoro Saavedra, si bien este movimiento “se apoya en estudios y discursos que en importante medida provienen de las ciencias naturales, […] no se refiere a un fenómeno originado por causas naturales, sino sociales. Se responsabiliza a la conducta del hombre moderno, aquel que ha generado la civilización industrial, de haber desencadenado esa crisis [ambiental]”[vii], a partir de la Primer y Segunda Revolución Industrial.

Al respecto, cabe aclarar que este movimiento alcanza su apogeo en medio de un proceso histórico marcado por la Guerra Fría, y en un marco pleno de catástrofes ecológicas que tuvieron un alto nivel de impacto en la opinión pública. Estos condicionantes son claves para comprender el discurso del movimiento ecologista, el cual “plantea que el mayor agente propiciatorio de esta crisis [ambiental] han sido las grandes sociedades industrializadas”, nacidas a partir de la Revolución Industrial de 1750, las cuales han “agudizaron el problema [ecológico] tras el término de la Segunda Guerra Mundial cuando alcanzaron un estilo y estándar de vida caracterizado por un elevado y creciente consumo de bienes”[viii]. Es decir, “para los ecologistas del Primer Mundo, estas sociedades […] íconos de la civilización industrial, ya se hubiesen desarrollado bajo un esquema capitalista o comunista, al imponer sus modelos […] de desarrollo socioeconómico al mundo entero”, también expidieron el deterioro ambiental del planeta, llevándolo a una “situación crítica”[ix], llegando a la conclusión de que “el principal defecto del sistema de vida industrial, con su carácter expansivo, radica en que no puede mantenerse”, por lo que, como dirá el ecologista anglo-francés Edward Goldsmith, “un cambio drástico es necesario, a la vez que inevitable”, porque el aumento “en el número de habitantes del mundo y en consumo por cabeza, al provocar la quiebra de los ecosistemas y agotar los recursos, está socavando los mismos cimientos de la supervivencia”[x].

Asimismo, resulta preciso recordar que es en este marco histórico donde ciertas ideas canonizadas en el marxismo comienzan a dejarse de lado. La lucha de clases comienza a verse como un hecho inalcanzable, al paso de una riqueza creciente en los sectores populares del mundo desarrollado occidental capitalista; comienza a volverse imposible de tratar con recato la dictadura impartida por el gobierno bolchevique en la Unión Soviética, a la vez que la situación de estancamiento económico de sus habitantes va en una dirección diametralmente opuesta a la panacea socialista vaticinada por Marx y Engels. De la misma forma, el productivismo y el atraso tecnológico de la Unión Soviética generaban una constante y medra contaminación ambiental, hechos que, sumados, causan el distanciamiento ideológico y político de los intelectuales de una izquierda patidifusa en el mundo occidental a lo largo de la década de 1960.

Haciendo mención a los estudios del Doctor Estenssoro Saavedra: “Es bastante consensuado localizar el origen del movimiento ambiental en los Estados Unidos de mediados y fines de 1960, desde donde irradiará primero a Europa occidental y luego al resto del mundo. Su génesis está asociada a otros movimientos que caracterizaron esa década en Estados Unidos, como el pacifismo, el feminismo, la promoción de los derechos civiles, la rebelión del consumidor y la revolución sexual, y que Castells denomina genéricamente ‘movimientos contraculturales’. […] En principio, este movimiento […] significó la convergencia de distintas preocupaciones que, de manera diferenciada, se venían manifestando desde los primeros años de la década de 1960 referidas a la conservación de la naturaleza, la salubridad ambiental y la estética pública, como demandas de espacios verdes urbanos, conservación de espacio naturales, protección a especies en peligro de extinción, freno a la proliferación de plaguicidas tóxicos, […] la promoción del aborto y las políticas de control de la natalidad[xi].En el caso europeo occidental, el movimiento ecologista y ambientalista se considera algo más tardío y se asocia, por una parte, a las movilizaciones en contra del uso de la energía nuclear […]. También se relaciona […] con las acciones de las nuevas organizaciones de izquierda que surgieron tras los acontecimientos de mayo de 1968, caracterizadas por los valores anticomunistas y antiautoritarios y que, en medida importante, darán origen, en las décadas siguientes, a los partidos verdes, donde se unirán pacifistas, feministas y ecologistas”[xii].

En este sentido, resulta preciso hacer referencia al sociólogo marxista Edgar Morin, quien nos recuerda que es “en el seno del marxismo y no en otra parte surgieron desde 1967 las tomas de conciencia capitales. Se comienza a comprender que la revolución no es necesariamente la abolición del capitalismo o la liquidación de la burguesía, ya que la maquinaria social reconstruye, reproduce una nueva clase dominante, una nueva estructura opresiva. Se comienza a comprender que en la raíz de la estructura […] de la sociedad hay estructuras generativas que gobiernan tanto la organización de la sociedad como la organización de la vida. Es justamente éste el sentido profundo del término […] revolución cultural”[xiii]. así se traza una diferencia sustancial con respecto al viejo discurso de la revolución armada, que había sido característico en las experiencias socialistas acontecidas a lo largo del planeta, al menos hasta la segunda mitad del siglo XX. Ahora se comprende que la revolución debe darse ya no desde el plano económico, pues este aspecto comienza a perderse en las distintas experiencias socialistas a escala global, sino que la revolución debe apuntar principlamente a un aspecto que antes no era tenido en cuenta: el cultural. Es decir, en un mundo en que los obreros comienzan a prescindir de las ideas del viejo marxismo, y en un escenario en que afloran nuevos puntos de conflicto social a lo largo de las democracias liberales de primer Mundo, es justamente este el marco en el que, como sintetizó el ambientalista italiano Ettore Tibaldi: “la ecología aparece como la nueva tentativa de hacer un ‘postmarxismo’ de los años 70”[xiv], en el cual “los ecologistas”, como escribió Edward Goldsmith, “est[arían] llamados a convertirse en una fuerza intelectual y política importante” con la que la izquierda habría “de contar de ahora en adelante”.

Por otra parte, como afirmó el cientista social y ecosocialista brasileño Michael Lowy, “la gran contribución de la ecología fue -y aun es- hacernos tomar conciencia de que los peligros que amenazan al planeta son la consecuencia del actual modelo de producción y consumo”, que implementaron tanto los países desarrollados como los Estados socialistas. Así es que, apoyados en esta idea, durante las décadas de 1960 y 1970, varios “ex marxistas conversos a la ecología declara[ron] el adiós a la clase obrera (André Gorz) mientras que otros (Alain Liepietz) insist[ieron] para que sus seguidores abandonen el ‘rojo’ -es decir, el marxismo o el socialismo- y adhieran absolutamente al ‘verde’, nuevo paradigma que aportaría una respuesta a todos los problemas económicos y sociales”[xv]. Mientras se comprenderá que “el sistema capitalista no puede enfrentar la crisis ecológica, porque su ser esencial, su imperativo ecológico, ‘crecer o morir’, es precisamente la razón de ser de esa crisis”[xvi]. De la misma manera, uno de los padres intelectuales de la new left norteamericana, Herbert Marcuse, encontró en el sujeto político que encarna el ecologista un actor social en disidencia con la sociedad capitalista cuya causa resulta factible de usufructuar para combatir el sistema en vigor. Así, Marcuse hablará del “verdadero ecologismo” como aquel movimiento emancipador capaz de trazar un nuevo frente de conflicto con la sociedad capitalista. En este sentido, “la lógica ecológica es la negación pura y simple de la lógica capitalista, no se pueda salvar la Tierra en el marco del capitalismo”[xvii]. Para el ecologista, no basta una mejora ambiental -si es que esta fuera posible-, por el contrario, “no se trata de purificar la sociedad existente sino de reemplazarla”[xviii]. Así es que “La verdadera ecología desemboca en un combate por una política socialista que debe alcanzar las raíces del sistema, en el proceso de producción a la vez que en la conciencia […] de los individuos”[xix]. Vemos así como el ecologismo nace como un movimiento intelectual de la nueva izquierda.

Asimismo, encontraremos en el discurso de André Gorz, ex-marxista converso al ecologismo y padre de la ecología política francesa, una definición sustancial: para éste, “partiendo de la crítica del capitalismo, inevitablemente se llega a la ecología política que, con su crítica de las necesidades, lleva […] a profundizar y a radicalizar una vez más la crítica del capitalismo” (2007, pág. 14). De su propia pluma admitió que “no diría que hay una moral de la ecología, sino más bien que la exigencia ética de emancipación del sujeto implica la crítica teórica y práctica del capitalismo, de la cual la ecología política es una dimensión esencial” (pág. 14). En una completa armonía con estos postulados, volverá a agregar Lowy, discípulo intelectual de Gorz que, como recuerda este último, “la ecología política no es pensable sin un cuestionamiento ‘teórico y práctico del capitalismo’; solo tiene toda su carga crítica y ética si ‘las devastaciones de la Tierra […] son comprendidas como las consecuencias de un modo de producción’”: el capitalista. Así es, como hemos visto, que el movimiento ecologista, al menos, el que se reconoció como tal (pues, si se quisiera buscar un ejemplo de ecologismo en el siglo XIX, como usualmente sucede, se incurriría en un anacronismo, pues aquellos pensadores como Henry Thoreau, por tomar un ejemplo, nunca se reconocieron como tales y, por otra parte, su filosofía era sustancialmente disímil de la del moderno movimiento),  no admite ninguna posibilidad de conciliación con la sociedad capitalista, pues sería esta la causante de la “crisis ambiental”, y la solución no podría venir del problema.

Pero será preciso no desatender un quaestionem essentialem: y es que este discurso distópico que promueve el ecologismo también resulta fructuoso para aquellas empresas con ánimos de no competir en un mercado libre[xx]. Muchas veces, como dijera Albert Jay Nock, “la verdad es que simplemente nuestros empresarios no quieren un gobierno que deje en paz a los negocios, quieren uno que puedan utilizar”. En este sentido, bajo un marco de “catastrofismo ambiental” es donde tiene lugar el corporativismo verde que, ya sea de la mano de subvenciones estatales o por el pánico que infunden a la población sobre “futuros desastres climáticos”, que la hacen elegir productos eco friendly (las más de las veces, más costosos), o aceleran el reemplazo de las actuales fuentes de energía por alternativas cuyos niveles de desarrollo aún no resultan suficientes, y sus costos son infinitamente más elevados[xxi]. Como lo resume el abogado y periodista Carlos Mira, el corporativismo constituye un sistema en el cual parte del sector privado “entra en una asociación perversa con el Estado por vía de la cual se suprime la competencia en campos diversos de la actividad económica”. El Estado, concede “según la clásica metodología de la mafia, determinados ‘cotos de caza’ a ‘padrinos’ asociados que, a cambio de negocios que llenen sus bolsillos, reconocerán parte de lo producido a sus mecenas públicos en una turbiedad que nunca verá la luz”[xxii]. Dentro de otro contexto, no tendría oportunidad de subsistir si no fructificara productos y servicios que, efectivamente, los consumidores en masa elijan más por su eficiencia, valor, precio o utilidad que por su “forma de producción respetuosa con el medio ambiente”. Cada nueva regulación por parte del Estado significa una reducción en las posibilidades de competencia en un mercado, que continúa, las más de las veces, en un continuo avance hacia la constitución de oligopolios que limitan e impiden cualquier tipo de desarrollo y progreso, resultado de la libre competencia.

Tal como lo explica el Doctor en Economía Alberto Benegas Lynch: “Una vez que se abren las compuertas de los subsidios se monta una máquina que hace que se desate una competencia por los recursos escasos de lo que se ofrece […] Los empresarios desvían su atención del mercado y la centran en quienes otorgan subsidios […] [y] se desata así una lucha para ver quién saca mejor partida […] Aquella competencia […] se lleva a cabo en base a ofertas de uno u otro tipo que realizan los competidores a manos de los oferentes de privilegios […] Se montan sistemas de lobbies para acrecentar al poder, sea para convencer al burócrata de la ‘bondad’ de la propuesta o, debido a que no hay criterio racional para otorgar el subsidio, para concretar una oferta monetaria a los efectos de que se resuelva el privilegio en beneficio del postulante”[xxiii].

No hay oligopolio que no nazca de los favores del Estado. Y es que el mismo principio de acción que incentiva a las personas a ofrecer sus productos y servicios a los demás -el interés personal-, puede, en ocasiones, ser lo que motive al mismo tiempo a buscar ventajas sobre los otros, que toman forma gracias a las regulaciones, para lo cual resulta indispensable la intervención del Estado.

En este sentido y, como ya hemos tenido la oportunidad de sostener[xxiv], podemos definir al movimiento ecologista como una constelación de intereses[xxv], en la que tienen lugar tanto el interés por la articulación del conflicto social de la nueva izquierda, como los espurios intereses de los capitalistas más inmorales. En conclusión, comoquiera que fuese, cualquiera de las opciones deriva en mayores controles e intervenciones coercitivas por parte del Estado. El ecologismo, desde su concepción, siempre ha buscado una mayor regulación y, por su propia esencia, se ha convertido en el movimiento que legitima la regulación más grande de la historia. El ecologismo no existe sin la intervención del Estado, por lo cual el ecologismo no existe sin estatismo.

Sin embargo, y mal que le pese a muchos militantes ecologistas, los países que más se asemejan a un ideal de “economía libre”[xxvi] son los que, a su vez, obtienen un mejor desempeño ambiental[xxvii]. En este sentido, el desarrollo de la economía de mercado no resulta, bajo ningún concepto, antítesis de un buen desempeño ambiental. El desarrollo de depuradores, filtros y procesos más inteligentes han contribuido de forma notable en la reducción de emisiones de sustancias nocivas, al tiempo que las economías en desarrollo los adquirieron de las economías más desarrolladas. Por otro lado, los militantes ecologistas no son los únicos que abogan por más restricciones al proceso de mercado, ya que estos se ven acompañados por el corporativismo verde que, desde la persecución de otros objetivos -su propio beneficio-, constituye un mismo camino perjudicial a seguir, embanderado en un falaz ambientalismo mercantilista. Ahora bien, como fuera dicho, el movimiento ecologista surgió desde sus raíces como un movimiento esencialmente anticapitalista. El “ecologismo de mercado” o “capitalismo verde” resulta ser un oxímoron atroz, en tanto que el mismo nació desde una inobjetable posición anticapitalista y contraria a los valores de la sociedad occidental.

[i] Vossler, I. “Greta Thunberg: el negocio de la ‘revolución’”. 4 de junio de 2020. Criterio disidente. Recuperado de: https://criteriodisidente.blogspot.com/2020/06/greta-thunberg-el-negocio-de-la.html

[ii] Ver Gorz, A. “Ecológica” (2007); 1a ed., Buenos Aires, Capital Intelectual, 2011.

[iii] Klein, Naomi. “Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima”. -1° ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós, 2015. Pp. 88

[iv] En este sentido, resulta clave la reflexión realizada por el sociólogo marxista Edgar Morin, quien, observando los peligros que por entonces ponían en peligro el desarrollo de la “conciencia ecológica”, prestó especial atención al “reduccionismo […] de los marxismos oficiales que, en tanto sistemas cerrados, reaccionan ante un modo conservador, no queriendo absorber más que pequeñas dosis de ecologismo por temor a desorganizar la doctrina”. Marcuse, H. Morin, E. Mansholt, S. Maire, E. Bosquet, M. Goldsmith, E. Sanit-Maire, P. “Ecología y Revolución” (1975); Buenos Aires. Ed: Nueva Visión SAIC. Pp. 65

[v] Gorz, A. “Ecológica”. Ob. Cit. pp. 15.

[vi] Ribero Weber, P. (08 de noviembre de 2021). Un fantasma recorre el mundo… el fantasma del ecologismo. Milenio. Recuperado de: https://www.milenio.com/opinion/paulina-rivero-weber/el-desafio-del-pensar/un-fantasma-recorre-el-mundo-el-fantasma-del-ecologismo

[vii] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. 1ª ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Biblos, 2020. Pp. 21-22

[viii] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 96

[ix] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 96

[x] Goldsmith, E. Allen, Robert. Allaby, Michael, Davoll, John, Lawrence, Sam. “Proyecto para la supervivencia” (1972); Emecé Editores, S. A., Buenos Aires, 1973. Pp. 9-10

[xi] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 97-98

[xii] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 100

[xiii] Marcuse, H. Morin, E. Mansholt, S. Maire, E. Bosquet, M. Goldsmith, E. Sanit-Maire, P. “Ecología y Revolución” (1975); Buenos Aires. Ed: Nueva Visión SAIC. Pp. 65.

[xiv] Tibaldi, E. “Anti-ecología”; Editorial Anagrama, Barcelona, 1980, Pp. 50.

[xv] Löwy, M. “Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista”. – 1a ed. – Buenos Aires: El colectivo – Herramienta, 2011. Pp. 28-29

[xvi] Löwy, M. “Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista”. Ob. Cit. 118

[xvii] Marcuse, H. Morin, E. Mansholt, S. Maire, E. Bosquet, M. Goldsmith, E. Sanit-Maire, P. “Ecología y Revolución” (1975); Buenos Aires. Ed: Nueva Visión SAIC. Pp. 83

[xviii] Marcuse, H. Morin, E. Mansholt, S. Maire, E. Bosquet, M. Goldsmith, E. Sanit-Maire, P. “Ecología y Revolución” (1975); Buenos Aires. Ed: Nueva Visión SAIC. Pp. 84

[xix] Marcuse, H. Morin, E. Mansholt, S. Maire, E. Bosquet, M. Goldsmith, E. Sanit-Maire, P. “Ecología y Revolución” (1975); Buenos Aires. Ed: Nueva Visión SAIC. Pp. 85

[xx] Vossler, I. “Al Gore y las estrategias del corporativismo verde”. 8 de abril de 2020. Fundación LIBRE. Recuperado de https://fundacionlibre.org.ar/2020/04/08/al-gore-y-las-estrategias-del-corporativismo-verde-por-ignacio-vossler/

[xxi] Tal como lo resume Martín Hary en su libro “Climagate”: “Hoy por hoy es impensable, poco realista, suponer un cambio drástico en l matriz energética a nivel mundial. A lo mucho se podrá, vía mejores tecnologías, moderar su consumo, es decir, hacer un uso más eficiente […] Mucho se ha hablado, y los ambientalistas así lo pregonan, respecto de la energía solar y de la eólica. De las dos, es la eólica la más promisoria […] De todas maneras es una tecnología, si se pretende una generación importante, sumamente costosa.

La energía solar se ha revelado como una posibilidad más reducida […] Los paneles captan cantidades pequeñas, además son caros y no tienen una duración ilimitada […] la energía que insume la fabricación de un panel solar supera toda la energía eléctrica que puede generar a lo largo de su vida útil”. En Hary, M. “Climagate” (2013); Buenos Aires. Ed: Maihuensh. Pp. 116-118

[xxii] Mira, C. “La idolatría del Estado” (2009); – 1 a ed. – Buenos Aires: Ediciones B. Pp. 66

[xxiii] Benegas Lynch, A. (h) “El juicio crítico como progreso” (1996); Buenos Aires. Ed.: Sudamericana. Pp. 509, 510

[xxiv] Vossler, I. “Paul Ehrlich: el padre del ecologismo antinatalista”. 3 de enero de 2020. Fundación LIBRE. Recuperado de: https://fundacionlibre.org.ar/2020/01/03/paul-ehrlich-el-padre-del-ecologismo-antinatalista-por-ignacio-vossler/

[xxv] Término acuñado por Max Weber.

[xxvi] Entendemos las referencias a “economías más libres” y/o “abiertas al mercado” como los países que encabezan la lista de la Heritage Foundation. De la misma manera, no pretendemos decir, bajo ningún sentido, economías realmente “libres” (ya que cada uno de los países aquí estudiados tienen diversas formas de intervención respecto a su economía, al igual que oligopolios privados en distintas ramas del mercado, que fungen como trabas a un verdadero “libre mercado”) sino las que menos regulaciones mantienen, o más se asemejan a este ideal.

 

[xxvii] Vossler, I. “Greta Thunberg: el negocio de la ‘revolución’”. 4 de junio de 2020. Criterio disidente. Recuperado de: https://criteriodisidente.blogspot.com/2020/06/greta-thunberg-el-negocio-de-la.html