Ataque a la familia y… ¿marxismo?

Se debe aclarar que las presentes palabras no son críticas ni condena a quien en su fuero privado decide vivir como desee, sino que aquí se describe lo que sucede en el mundo. Luego, cada quien, puede en base a los datos objetivos prescribir cuál creen que sería la solución si es que piensan que lo presentado a continuación es un problema.
A veces se dice que el “marxismo” ataca a la familia, pero uno debe antes de analizar los discursos de Engels, observar la realidad económica del presente y comprender quién se beneficia realmente de las personas atomizadas que se autoperciben padres por haber adoptado una mascota. La socióloga Andrea Laurent-Simpson escribe un reciente ensayo sobre la aparición de “Familias de especies múltiples”; explica que la persona “libre de niños en las familias, los perros y gatos pasan a llenar un anhelo de crianza” mientras que los aspirantes a abuelos “fácilmente pasan a malcriar a las mascotas ya que sus hijas e hijos eligen, en cambio, seguir carreras lucrativas «. Para 2018, casi el 61% de los hogares estadounidenses tenían mascotas, y los perros y gatos encabezaban la lista de popularidad. La investigación de la Asociación Americana de Medicina Veterinaria confirma nuestros lazos ilimitados: el 85% de los dueños de perros y el 76% de los dueños de gatos incluyen a sus compañeros peludos en el redil familiar. Y, en medio de una pandemia global, el gasto estadounidense en estos miembros de la familia en 2020 superó los U$ 103 mil millones, un aumento de U$ 6 mil millones con respecto al gasto en 2019.
La familia de múltiples especies también está arraigada en los mismos procesos históricos que afectaron las formas de organización familiar. La industrialización trajo consigo niveles de vida más altos, tasas de mortalidad más bajas y vidas más largas. Esto permitió la posibilidad de la auto-felicidad. Las familias sin hijos, las familias monoparentales, la disminución de las tasas de matrimonio y los aumentos de las tasas de divorcio surgieron de estos cambios en la sociedad moderna.

Así como ya hay técnicas de reproducción extracorpóreas que permiten elegir a los niños “sanos” para que sólo esos nazcan, también sucede lo mismo con los animales. Se dice que se ama a los animales, pero en el fondo son un producto exclusivo de pequeños burgueses en más de una ocasión. Se han producido razas que luchan por respirar o necesitan cesáreas rutinariamente para dar a luz. Si estas personas aman a los perros, es con una especie de amor egoísta y consumista. Hoy la tenencia de animales reemplaza la tenencia de hijos con la particularidad de que el animal no genera el mismo sacrificio y dolor que una familia real. La mascota tiene vida familiar, pero no es familia. Es útil recordar que la comunicación entre hombres implica otorgar un nombre particular a cada fenómeno de la realidad para así poder distinguir los unos de los otros y transmitir la información del modo más veraz posible. Si se designa como familia a todo lo que uno crea que lo es, entonces ya no hay esencia que permita distinguir lo que sí es. En una sociedad que niega todo dolor, es esperable que se albergue un amor hacia quien no genera un sacrificio tan grande como un hijo natural.
El historiador Plutarco relató una anécdota sobre el César, quien, al ver extranjeros adinerados en Roma cargando cachorros y monos jóvenes en sus pechos y acariciándolos, preguntó si las mujeres de su país no tenían hijos. Plutarco pensó que esto era una reprimenda a “aquellos que malgastan en animales esa propensión al amor y afecto amoroso que es nuestro por naturaleza, y que sólo se debe a nuestros semejantes”. El tiempo pasa y la esencia no cambia; la inmensa mayoría de las tasas de fertilidad están cayendo en Occidente bajo cánones similares al relato. No es tan común encontrar mujeres decidan abortar, pero sí es habitual que se priorice el consumo y el éxito profesional antes de formar familia, y en ese ínterin, tomar una mascota como sujeto de reemplazo del hijo.

Cada mascota, además de ser una gran compañía, muestra parte de la maravilla de la creación, razón por la que merecen un buen trato por respeto a un orden mayor. Una mascota vaya que aporta alegría en el hogar y genera un alto grado de responsabilidad en quien asume su cuidado; nadie racional propondría el maltrato innecesario ni negaría que son vidas que merecen ser cuidadas con su debida entrega. Pero este despliegue de afecto y cariño debe dirigirse a los animales recordando lo que son realmente, y no como meros objetos para entretenimiento o como sustitutos de los niños, ya que objetivamente no son ni juguetes ni hijos.
Las mascotas pueden ser compañeros valiosos para los solitarios y sin hijos, pero es perverso convertir esta medida paliativa en una preferencia, rechazando deliberadamente a los niños en favor de una mascota mimada y promoviendo los inviernos demográficos que sacuden occidente. Los perros son capaces de dar y recibir afecto, pero hay un punto en que las personalidades que les atribuyen los dueños entusiastas son proyecciones antropomórficas. En tales casos, las mascotas son tratadas como muñecas animadas: depósitos de las necesidades interpersonales y los anhelos de sus dueños. La sustitución de mascotas por personas sofoca la capacidad de una persona para dar y recibir amor, ya que dirige erróneamente los mayores afectos terrenales hacia sí mismo. Amar una mascota por sobre una persona es entrar en una zona segura en la que se ama lo que uno sabe que no dañará; es parte de la sociedad paliativa de Byung Chu-Hal, esa sociedad que busca la felicidad y eliminar la otredad que siempre supone la amenaza de algún dolor. Esta sustitución es un intento de satisfacer los anhelos humanos de amar y nutrir nuevas personas, y ser amadas por ellas a su vez, sin el trabajo, la responsabilidad y el riesgo de tener hijos. Pero no hay sustituto para la persona humana, e incluso la mejor de las mascotas es solo una sombra de una copia de la realidad de la familia humana.