SUMA CONTRA LOS GENTILES – filosofía de la naturaleza – SANTO TOMÁS DE AQUINO

SUMA CONTRA LOS GENTILES

CAPITULO XCVII

La causa de la disposición de la divina providencia

Por todo lo dicho puede verse con claridad que todo cuanto ha sido dispuesto por la divina providencia obedece a alguna causa.

Nos consta ya que Dios ordena por su providencia todas las cosas a la bondad divina como a su fin, y no con objeto de acrecentar de este modo su bondad con las cosas creadas, sino para que ella quede impresa, en cuanto cabe, en las cosas. Y como toda substancia creada está falta necesariamente de la perfección de la divina bondad, para que la semejanza de ésta se comunicara más perfectamente, fue preciso establecer la diversidad de cosas, de modo que lo que una no pudiera representar a la perfección lo representaran varias con su diversidad y de modo más perfecto; pues vernos que, cuando el hombre no puede expresar con una sola palabra una idea, multiplica diversamente las palabras para manifestar con ellas su concepto mental. Y puede verse también la eminencia de la perfección divina en esto: que la bondad perfecta, que en Dios es única y total, en las criaturas sólo puede ser diversa y parcial. Pero las cosas son diversas porque tienen diversas formas, de las cuales reciben la especie. Luego la diversidad de formas que hay en las cosas se toma del fin.

Mas la razón del orden existente en las cosas se toma de la diversidad de formas. Pues como la forma sea lo que da el ser a una cosa, y cada cosa, según el ser que tiene, se asemeje a Dios–que es su mismo Ser simplicísimo–, es necesario que la forma sea en realidad la semejanza divina participada en las cosas. Por eso Aristóteles, hablando de la forma, dice bien en el I de la Física que es algo divino y deseable. Sin embargo, la semejanza referida a una cosa simple no puede diversificarse sino en cuanto que es más próxima o más remota. Y cuanto más cerca está una cosa de la semejanza divina, más perfecta es. Luego en las formas no puede haber otra diferencia que el existir una de ellas más perfectamente que la otra. Por esto, en el VIII de la Metafísica, compara Aristóteles las definiciones –con las que expresamos las naturalezas y formas de las cosas– a los números, en los cuales varía la especie por adición y substracción de la unidad, dando a entender con ello que la diversidad de formas requiere diverso grado de perfección. Y esto puede verlo claramente quien considere la naturaleza de las cosas. Porque, observando diligentemente encontrará que la diversidad de ellas se cumple gradualmente. Por ejemplo, sobre los cuerpos inanimados encontrará las plantas; sobre éstas, los animales irracionales sobre éstos, las substancias intelectuales y en cada una descubrirá la diversidad según que unas son más perfectas que otras, de modo que lo supremo del género inferior aparece próximo al género superior, y viceversa, cual es la semejanza entre los animales inmóviles y las plantas. Por eso dice Dionisio, en el capítulo VII De los nombres divinos, que la sabiduría divina junta los extremos de los primeros con los comienzos de los segundos. Por tanto, es evidente que la diversidad de las cosas exige que no todo sea igual y que en los seres haya orden y grados.

La diferencia de operaciones nace de la diversidad de formas, según las cuales se diversifican específicamente las cosas. Pues como cada cual obre en cuanto que está en acto –porque lo que está en potencia, en cuanto tal, carece de acción–, y como el ser está en acto por la forma, es preciso que la operación de una cosa responda a su forma. Luego es necesario que, si existen diversas formas, haya también diversas operaciones.

Además, como cada cosa alcanza su propio fin mediante su propia acción, es necesario que los fines propios sean diversos en las cosas, aunque el último sea común para todas.

A la diversidad de formas corresponde también la diversa disposición de la materia. Porque, como las formas se diversifican por su grado mayor o menor de perfección, hay entre ellas algunas cuya perfección consiste en que son por si subsistentes y perfectas y no precisan del apoyo de la materia. Sin embargo, otras no pueden subsistir perfectamente por sí y requieren el fundamento de la materia; de modo que lo que subsiste ni es forma solamente ni sólo materia, la cual no es por sí ente en acto, sino un compuesto de ambos.

Si no hubiera proporción entre la materia y la forma, no podrían juntarse para constituir un solo ser. Pero, si están proporcionadas, es necesario que a diversas formas correspondan diversas materias. De ahí deriva el que algunas formas requieran una materia simple y otras una materia compuesta. Además, según la diversidad de formas, será precisa la diversa composición de partes, en consonancia con la especie de la forma y con su operación.

Mas de la diversa disposición a la materia se sigue la diversidad de agentes y pacientes. Porque, como cada cual obra por razón de la forma y sufre y es movido por razón de la materia, es preciso que los seres más perfectos y menos materiales obre en quienes son más materiales y cuyas formas son más imperfectas.

Además, de la diversidad de formas, materias y agentes nace la diversidad de propiedades y accidentes. Porque, siendo la substancia causa del accidente, como lo perfecto de lo imperfecto, se requiere que de los diversos principios substanciales nazcan los diversos accidentes propios. Por otra parte, como de los diversos agentes proceden las diversas influencias en los pacientes, según sea la diversidad de agentes así será la diversidad de accidentes que ellos imprimen.

Lo dicho evidencia que, al asignar la divina providencia a las cosas creadas los diversos accidentes, acciones y pasiones y destinos, lo hace con fundamento. Por eso la Sagrada Escritura atribuye la creación y gobierno de las cosas a la sabiduría y prudencia divinas. Pues se dice en los Proverbios: “El Señor fundó la tierra con sabiduría y estableció los cielos con prudencia. Por su sabiduría brotaron los abismos, y las nubes se hinchan de rocío”. Y en el libro de la Sabiduría se dice de la sabiduría divina que “llega eficazmente de uno a otro extremo y todo lo dispone con suavidad”. Y en otra parte del mismo libro: “Todo lo dispuso en peso, número y medida”. A fin de que por medida entendamos la cantidad, o sea, el modo o grado de perfección de cada cosa; por número, la pluralidad y diversidad de especies resultante de los diversos grados de perfección; y por peso, las diversas inclinaciones que provienen de la distinción de especies.

CAPITULO CXII

Las criaturas racionales son gobernadas por ellas, y las demás, para ellas

[…]

Siempre que haya cosas ordenadas a un fin, si entre ellas hay algunas que no pueden llegar a él por sí mismas, es preciso ordenarlas a aquellas que lo alcanzan, porque por sí mismas se ordenan a él. Por ejemplo, el fin del ejército es la victoria, que los soldados alcanzan por su propio acto peleando. Por eso, en el ejército, los soldados son buscados por sí; pero todos los otros hombres, destinados a los otros oficios, como a guardar los caballos, a preparar las armas, se buscan en atención a los soldados. Ahora bien, consta por lo expuesto que el fin último del universo es Dios, a quien sólo la criatura intelectual puede alcanzar en sí mismo, es decir, conociéndole y amándole. Luego únicamente la criatura intelectual es buscada por ella, y las demás, para ella.

En un todo cualquiera las partes principales se requieren de por sí para constituirlo: las otras, sin embargo, para la conservación o cierta mejora de ellas. Si las criaturas intelectuales son lo mejor o principal de todas las partes del universo –pues copian de más cerca la divina semejanza–, resultará que la divina providencia atenderá a las criaturas intelectuales por ellas mismas y a las demás en orden a ellas.

Es evidente que las partes se ordenan en su totalidad a la perfección del todo; porque no es el todo para las partes, sino éstas para él. Ahora bien, las naturalezas intelectuales tienen mayor afinidad con el todo que las restantes naturalezas, porque cualquier substancia intelectual es de alguna manera todo, ya que con su entendimiento abarca la totalidad del ser; mientras que otra substancia cualquiera sólo tiene una participación individual del ser. Luego Dios gobierna convenientemente las otras substancias en orden a las substancias intelectuales.

El modo de actuar de un ser que sigue el curso de la naturaleza revela su natural destino. Y así vemos que, en la marcha natural de las cosas, la substancia intelectual se sirve de todas ellas en orden a sí, bien para perfeccionar su entendimiento, puesto que en ellas busca la verdad, o bien para ejercitar su poder y desarrollar su ciencia, a la manera como el artífice traduce en la materia corpórea su concepción artística, o también para mantenimiento de su cuerpo, que está unido al alma intelectual, como vemos en los hombres. Es evidente, pues, que todas las cosas son gobernadas por Dios en orden a las substancias intelectuales.

Y no es contrario a lo que acabamos de explicar el que todas las partes del universo se ordenen a la perfección del todo. Pues se ordenan a la perfección del todo en cuanto que una está al servicio de la otra. Así vemos en el cuerpo humano que el pulmón contribuye a la perfección del cuerpo sirviendo al corazón, porque no hay oposición alguna en que el pulmón exista para el corazón y también para el animal entero. Paralelamente, tampoco hay oposición en que las otras naturalezas existan para las intelectuales y para la perfección del universo; pues si faltara lo que la substancia intelectual requiere para su perfección, el universo no sería completo.

Y tampoco se opone a lo ya dicho que los individuos existan en atención a sus propias especies, porque por el hecho de estar ordenados a sus especies se ordenan ulteriormente a las naturalezas intelectuales. Pues cualquier cosa corruptible se ordena al hombre, no en atención a un solo individuo humano, sino en atención a toda la especie. Es así que lo corruptible no podría servir a toda la especie humana sino tomado en la totalidad de su especie. Por tanto, el orden por el cual se ordenan al hombre las cosas corruptibles requiere que los individuos se ordenen a su propia especie.

[…]

Con estas razones se refuta el error de quienes afirman que el hombre peca si mata a los animales brutos. Pues, dentro del orden natural, la providencia divina los ha puesto al servicio del hombre. Luego el hombre se sirve justamente de los mismos, matándolos o empleándolos para otra cosa. Por esto dijo el Señor a Noé: “Cuanto vive y se mueve os servirá de comida, como también toda verdura”.

Mas si en las Sagradas Escrituras se encuentran ciertas prohibiciones de cometer crueldades con los animales brutos, como la de no matar al ave con crías, ello obedece a apartar el ánimo del hombre de practicar la crueldad con sus semejantes, no sucediera que alguien, siendo cruel con los animales, lo fuera también con los hombres, o porque el mal ocasionado a los animales redunda en daño temporal para el hombre que lo hace o para otro, o por alguna significación, como aquello que expone el Apóstol de “no poner bozal al buey que trilla”.