Se normaliza el comer insectos en España

Benjamín Santamaría

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«El gusano de la harina (Tenebrio molitor) es una especie de coleóptero (escarabajo) de la familia Tenebrionidae.

Los gusanos de la harina se encuentran entre materia orgánica o en almacenes de grano, y se consideran una plaga para las cosechas.

Esta larva es comestible para el ser humano, debido a su enorme cantidad de proteínas y pocas grasas, pudiendo servir para bajar de peso y como esteroide natural. Por ello su consumo es la dieta de algunos deportistas. Hoy día se fabrican harinas con ella siendo un alimento del futuro».

Este texto pertenece a una placa encontrada justo encima de un terrario repleto de este tipo de insectos en un museo de la ciudad de La Coruña (España) llamado Museo del hombre. Dicha institución llevaba años – sino décadas – sin ser actualizada y con material completamente desgastado por el tiempo. Ahora, sin embargo, sus responsables han entendido que era momento de hacer una remodelación, eso sí, introduciendo las ideas del establishment.

Estos escarabajos se encuentran cerca del logotipo de la agenda 2030, símbolo que preside la sala. El lugar es concurrido por menores dado que hay numerosas familias que llevan a sus hijos los fines de semana y escuelas de niños que organizan excursiones con el objetivo de ofrecer una experiencia didáctica y educativa a sus alumnos. Es así como, desde pequeños, estos aprehenden los sutiles mensajes que se van sembrando.

Fíjense, sino, como se menciona en el segundo párrafo que tales seres son considerados como una «plaga para las cosechas». De tal forma que al mencionarse sus ‘cualidades positivas’ se deja entrever que esa consideración se basa en un prejuicio injustificado proveniente de aquellos que mantienen la mentalidad arcaica de pensar que las cosechas tradicionales son importantes. Vendría a ser algo así como que «quién se opone a este nutritivo alimento es porque está escorado en el pasado y no sigue la línea del progreso».

Y si la sentencia anterior les parece exagerada, vean como en el último párrafo del cartel se mencionan con claridad sus ‘bondades’ y se pone como ejemplo a supuestos deportistas que vendrían a representar a aquellos que los niños que lo leen admiran. Deportistas que nadie conoce. Se termina con una palabra cargada de significado: futuro. «Un alimento de futuro». Y habiendo dejado claro que el bicho es el futuro dejan claro, por extensión, qué es el pasado. Esto en un contexto profundamente adanista provocado por la ola progresista internacional, es decir, se emplea la afirmación anterior para poder permitirse llamar retrógrado a aquel que se oponga a tales cosas.

Y es retrógrado aquel que recuerde que además de muchas proteínas y pocas grasas estos alimentos contienen alérgenos que afectan a una buena parte de la población. También aquel que ponga sobre la mesa el enorme peligro de zoonosis al contener estos insectos numerosos parásitos. Se obvian, por tanto, las contrariedades declarando, de forma determinante, qué es lo que se comerá en el mañana sin que se dé ni siquiera un margen al debate público. La decisión está tomada y se envuelve de una esfera científica al situarse en un espacio educativo con la palabra «museo» en su título. Espacio que pretende servir de divulgación del conocimiento pero que en realidad se está utilizando como herramienta para establecer lo que se ha de hacer en el «futuro».