¿Qué significa exactamente el “Desarrollo sustentable”?

El usufructo de la pandemia como excusa para introducir cambios sustanciales en el sistema de gobernanza global se está agotando, no obstante, la agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible[1] se sostendrá; en ella, la idea del cambio climático y la sobrepoblación estarán tan vigentes como el aire que se respira. La misma no es sino la consagración de un ideario que se consolida políticamente en la década de los 60 en occidente, pero cuyas bases ideológicas pueden encontrarse, no obstante, en la Modernidad, y no es otro que el ecologismo, pero no cualquier faceta del ecologismo, sino aquella que brega por la gobernanza mundial principalmente en manos del corporativismo verde, representado a través del Consejo de la ONU.

La misma consta de 17 objetivos de desarrollo sostenible adoptados entre el 25 y 27 de septiembre de 2015 en NY por 193 Estados Miembro, que se articulan por complete en base a dos modelos fallidos vernáculos del discurso ecologista desde su consolidación como movimiento político y cultural. A su vez, estos objetivos abordan necesariamente todos los aspectos de la vida humana, y esto no es casualidad, pues el ecologismo se ha convertido en el movimiento político que impulsa la regulación más grande de la historia. Después de todo, como dijo Mencken: “La urgencia por salvar a la humanidad es casi siempre una máscara que oculta la urgencia por gobernarla”. Asimismo, queda en evidencia que la misma es tan válida para coaliciones gobernantes que representan lo que Chantal Mouffe denominó el “consenso del centro”: uno más corrido a la derecha, el otro a la izquierda, pero ambos, en definitiva, a las órdenes del poder mundial.

Ahora bien, ¿en qué se basa esta agenda? Sustainable development es un concepto expuesto en el Informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Comisión Brundtland) titulado “Nuestro futuro común” en el año 1987, indistintamente traducido al castellano como desarrollo sostenible o desarrollo sustentable, que la Asamblea General de la ONU aceptó en su sesión plenaria del 11 de diciembre del mismo año. A su vez, este concepto ha sido blanco de varias controversias debido a su ambigüedad, ya que su definición no corresponde a un concepto científico, sino político. “De hecho, la presidenta [Síc.] de la CMMAD, Brundtland, si bien se había desempeñado como ministra del Medio Ambiente de Noruega entre 1974 y 1979, no se caracterizaba por ser una experta en ciencias de la Tierra o en ecología, sino por ser una […] política socialdemócrata (miembro del Partido Laborista), fogueada en complejas negociaciones y que entre febrero y octubre de 1981 se había desempeñado como primera [Síc.] ministra [Síc.] de Noruega”[2]. Es así como desde fines de la década de 1980, comenzó a popularizarse la errónea idea del “desarrollo sostenible”, así como el “uso sostenible de los recursos naturales”, que no son sino la justificación de que deberían existir regulaciones gubernamentales, mediante la creación de nuevas medidas legislativas y agencias burocráticas, para satisfacer “las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”[3].

Ahora bien, será preciso trazar dos distinciones, en este sentido: por un lado, lo que se tiene es sino la arrogancia de creer que millones de personas, a las que no conoce ni jamás se ha visto, con hábitos y modos de pensamiento que se desconocen, actuarán como se prevé y cumplirán los fines que agencias burocráticas desean. Pues se parte del supuesto de que, “en esencia, el capitalismo sostenible es una serie de principios que tienen como objetivo abordar los problemas estructurales que enfrenta el capitalismo. Estos incluyen una dependencia excesiva de la toma de decisiones a corto plazo a costa del valor a largo plazo, la falta de alineación de los incentivos y la falta de una contabilidad adecuada de las externalidades. El capitalismo sostenible busca resolver estos problemas fomentando la creación de valor económico a largo plazo y al mismo tiempo integra las externalidades ambientales, sociales y de gobernabilidad en sus métricas”[4]. Pero como bien remarcó el Premio Nobel de Economía Milton Friedman, el mérito de Adam Smith en “La riqueza de las Naciones” estribó en “reconocer que los precios que se establecían en las transacciones voluntarias entre compradores y vendedores […] podían coordinar la actividad de millones de personas, buscando cada una de ellas su propio interés, de tal modo que todas se beneficien”[5]. Lo que se ignora en este sentido es que, justamente, la relación entre consumo presente y el consumo futuro es la tarea que desarrolla el mercado mediante el mecanismo de precios, mientras que las agencias reguladoras no poseen la información para decidir acerca de los recursos disponibles[6]. La información cambia con aprisa y se halla dispersa, guiada mediante la acción de millones de agentes alrededor del mundo. Desde comienzos de la década de 1960 se ha exacerbado la preocupación por el agotamiento de los recursos naturales utilizados por la industria, lo cual ha hecho aflorar multitud de legislaciones biopolíticas de control de natalidad a lo largo del planeta. No obstante, “los precios de todos los metales y minerales han caído más del 50 por ciento desde 1970” hasta el año 2000, según el Instituto de Recursos Mundiales, como recordó Ronald Bailey[7]. A decir verdad, “según el índice de precios de los productos industriales de la revista The Economist, el precio de las materias primas se ha reducido casi la mitad de 1871 a 2010 […] Esto implica una tasa de crecimiento anual compuesto de -0,5% por año durante ciento cuarenta años”[8].

Lo que se ignora, en este sentido, es que un mercado relativamente libre, cualquier escasez de la oferta, causaría per se un incremento en el precio de la misma, que a su vez, produciría que sea más económico buscar nuevas alternativas para llevar a efecto la realización de ese producto, lo que en economía se conoce como “efecto sustitución”. La tarea de los precios reside en la producción de incentivos para, no sólo actuar ante la información de la demanda, sino que también proveer la información necesaria sobre la manera más eficiente de fabricar los productos. Asimismo, se ignora que aún hay reservas por descubrir -que no son viables económicamente-; la capacidad de reciclar: Hoy en día, más del 40% de la demanda de cobre de los países miembros de la UE se cubre con el reciclaje, gracias a la recuperación de productos al final de su vida útil[9]; no usamos recursos en proporciones constantes, por el contrario, cada vez se necesita menos por unidad de producción. La cantidad de energía para producir una unidad de riqueza ha disminuido en alrededor de 1% por año en los últimos ciento cincuenta años en Occidente. Por otro lado, es menester comprender que la demanda no corresponde al recurso, sino a lo que hacemos con él. “La cantidad disponible de casi todos los recursos que preocupaban al Club de Roma aumentó; varios se han cuadruplicado”[10] y la tecnología e industria moderna son capaces de crear sustitutos que nunca habían existido antes como tales, el incremento de sustitutos más económicos, como plásticos y fibras sintéticas, mantuvo a los recursos naturales baratos y abundantes. Como dijo Alberto Benegas Lynch, “la creatividad no es nuca resultado la reglamentación burocrática, sino fruto de una atmosfera en la que se respira libertad”[11]. En este sentido, la farsa del “desarrollo sustentable” es el caballo de Troya hacia las regulaciones, privilegios y oligopolios que, en nombre de la “transición hacia una economía verde”, resulta perjudicial para el verdadero cuidado del medio ambiente.

Por otro lado, lo cierto es que, basándonos en absolutamente todos los informes de la ONU, una clave para alcanzar el desarrollo sostenible es la reducción de la población, por eso se han incluido con insistencia prácticas como el aborto en otro de los puntos clave de la agenda, que es el del difuso término de “salud reproductiva”. No obstante, resulta pertinente remarcar un aspecto clave, en este sentido: resulta esencial reconocer que el control de natalidad no se da sólo mediante legislaciones como el aborto, pues desde Paul Ehrlich (padre del ecologismo antinatalista) hasta Henry Kissinger (autor del Memorándum 200), los principales propulsores del control demográfico han estado de acuerdo en dos cosas: a) Mostrar énfasis en el derecho de los individuos a elegir libremente la cantidad de hijos; b) El control demográfico es más eficaz si no se impone. Estrategia en la cual el aborto sólo aparece como medida última e indeseada.

En este sentido, es preciso remitirnos, por ejemplo, a los resultados de “la conferencia internacional ‘Objetivos y estrategia para mejorar la calidad del ambiente en la década del setenta’, con participación de industriales y funcionarios gubernamentales de Estados Unidos, Europa y Japón, además de representantes de Naciones Unidas, la OCDE y la OTAN”. Presidida por J. George Harrar, entonces también presidente de la Rockefeller Foundation. “Es interesante destacar que en las conclusiones de esa conferencia, […] se señalaba que en esta se había coincidido ‘en que la explosión demográfica, o un crecimiento demográfico continuo y prolongado pueden anular todos los esfuerzos para mejorar el ambiente’”, por lo que “se instaba a ‘Estados Unidos y a otras naciones avanzadas a que ayuden a las naciones en desarrollo a controlar el crecimiento demográfico[12].

La agenda 2030 explícitamente dice que es un mecanismo para hacer cumplir las principales conclusiones de todas las grandes cumbre realizadas hasta la fecha. Esto es así, en definitiva, porque cuando se realizaron estas grandes conferencias, fueron muy pocos los países que acataron las normas impuestas por el globalismo. Esto nos lleva a tener que conocer cuál fue el objetivo de todas estas grandes cumbres: Conferencia Mundial de Población de Bucarest (1974), donde se vió un triunfo de la Argentina frente al mundo, en una cumbre organizada en principio por la familia Rockefeller junto a lo que hoy conocemos como IPPF, para implantar el control de natalidad e implantar el aborto a escala mundial (es de aquí, de donde sale el Fondo para la Población de la Naciones Unidas). Luego, tuvo lugar la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo en El Cairo, de 1994, donde se redobló la apuesta de Bucarest 74, ya que buena parte del mundo subdesarrollado se opuso a la agenda del aborto, en principio, gracias a fuerte influencia cristiana que muchos ecologistas como Paul Ehrlich criticaron. Así es que en El Cairo 1994 se promulgó la idea de los “derechos sexuales y reproductivos”. Pero también podríamos hablar de la Reunión de Pekín de 1995, donde se propuso e impuso la ideología de género, o la nueva ética y moral atea que se promulgó en la “Carta de la Tierra”, del año 1993, luego de la Cumbre de Río del 92, donde se establece una nueva ética de vida sostenible, entre otras. ¿Y cuál es uno de los puntos destacados de la nueva ética sostenible? Pues, básicamente, disminuir a la población pobre, ya que esta es la parte de la sociedad que más sufre, a través de un entendimiento determinista de la sociedad, típico del siglo XVIII, donde quien nacía pobre, necesariamente perecería en la misma condición (Malthus). Esta idea determinista, de hecho, ha impregnado cada recoveco del neomalthusianismo de mediados del siglo XX. Así, por ejemplo, “‘Ya es demasiado tarde para evitar la hambruna masiva’, declaró Denis Hayes, el principal organizador del Día de la Tierra, en la edición de primavera de 1970 de The Living Wilderness. En ese mismo número, Peter Gunter, profesor de la Universidad Estatal del Norte de Texas, escribió: ‘Los demógrafos están de acuerdo casi unánimemente en el siguiente cronograma sombrío: para 1975 comenzarán hambrunas generalizadas en India; estas se extenderán en 1990 para incluir a toda India, Pakistán, China y el Cercano Oriente, África. Para el año 2000, o posiblemente antes, América del Sur y Central existirá en condiciones de hambruna … Para el año 2000, dentro de treinta años, el mundo entero, con la excepción de Europa Occidental, América del Norte y Australia, pasará hambre’ (énfasis en el original)”[13]. Fue este desasosiego sobre la crisis ambiental y las hambrunas masivas “el más serio desafío para el destino humano en el último tercio del siglo XX y, por este motivo, Nixon llamó a crear la Comisión de Crecimiento de la Población y el Futuro de América”, que fuera presidida por John D. Rockefeller III, quien “entregó sus conclusiones al presidente […] y al Congreso el 27 de marzo de 1972 (dos meses antes de la Estocolmo 72)”. En las mismas se señalaba: “[…] Hemos llegado a la conclusión de que, en el largo plazo, no resultarán beneficios sustanciales de un mayor crecimiento de la población de la nación, más bien la estabilización gradual de la población a través de medios voluntarios contribuiría significativamente a la capacidad de la nación para resolver sus problemas. […] no hemos encontrado argumento económico convincente para el continuo crecimiento de la población”[14]. ¿Y cómo planea Rockefeller que la “estabilización” de la población contribuirá al beneficio económico de los Estados Unidos? Básicamente, implementando medidas antinatalistas entre los sectores más bajos en la pirámide social. Estos serían principalmente los sectores a los que apuntar tales medidas, basándose por completo en una visión determinista de la evolución social: a saber, quienes nacen pobres, necesariamente deberán morir en las mismas condiciones.

Ahora bien, desde el año 92, como dice el dicho, ha corrido mucha agua por el puente, de forma que ya no se concibe políticamente correcto afirmar que hay que disminuir la pobreza eliminando a los pobres. Lo que se dice hoy en día, siguiendo el mismo razonamiento lógico del pasado, es que, como son las poblaciones más pobres las más vulnerables al cambio climático, hay que prevenir que estos sectores sigan reproduciéndose. No es de extrañar, en este sentido, el artículo que publicó en 2016 “Global Citizen”, una de las más grandes ONG’s del planeta que moviliza a ciudadanos de todo el mundo y cuenta con el explícito apoyo de la ONU, titulado “Por qué el control de la natalidad podría ser la mejor arma contra el cambio climático”[15]; ya en 2009 la red televisiva ABC News, una de las más grandes compañías de información del planeta, publicaba un titular más que semejante: “El control de la natalidad podría ayudar a combatir el cambio climático”, donde reza que “dar anticonceptivos a personas en países en desarrollo podría ayudar a combatir el cambio climático al desacelerar el crecimiento de la población, dijeron expertos […]”[16]. El propio David Attenborough manifestó en 2013 que los humanos son “una plaga sobre la Tierra”, pues “no se trata solo del cambio climático. Es también una cuestión de espacio, de si habrá suficiente sitio para cultivar alimentos que suministrar a toda esa enorme multitud”[17]. En un mundo que alberga cerca de 7.700 millones de personas, y en el que el acrecentamiento del nivel de vida en la mayoría de los países en vías de desarrollo ha ido en aumento desde las últimas 5 décadas, nos resulta frecuente oír que cada vez se vuelve más significativo renovar los esfuerzos por mantener un activo control de la natalidad, a fin de que este aumento de los índices de natalidad y el prolongamiento de la estimación de vida junto con el acrecentamiento del nivel de vida, “no afecten a las generaciones venideras”, como justifica su accionar el movimiento “Un mundo de 7 mil millones”, con el respaldo, nada menos, que de la ONU[18].

Véase la conclusión a la llegaron 11.000 científicos llegaron en 2019, en uno de los seis pasos en el documento sobre la “emergencia climática” publicado en la revista BioScience, en el 40° aniversario de la primera conferencia mundial sobre el clima. En susodicho documento se establece que reducir el crecimiento de la población es uno de los seis pasos que, según los autores, minimizarían las emisiones de dióxido de carbono: “…la población mundial debe estabilizarse e, idealmente, reducirse gradualmente, dentro de un marco que garantice la integridad social”[19]. Este no es, de hecho, un caso aislado, ya en la cumbre del clima de Barcelona en 2009 se había hecho presente vastedad de grupos militantes del control abierto de la natalidad bajo la excusa del cambio climático. El planeta tiene demasiados “emisores de CO2 […] y si la población sigue aumentando aumentarán los emisores y las víctimas del cambio climático”[20], expresaba en aquella oportunidad Roger Martin, de la organización Optimum Population Trust, que busca limitar la población mundial, y es que, como esclareciera Voltaire: “Aquellos que pueden hacerte creer que los absurdos pueden hacerte cometer atrocidades”.

El mundo observa como estas ideas se apoderan paulatinamente del sentido común de las sociedades a través de la ingeniería social implementada por el sistema, véase el titular de la revista Quo de junio de 2011, titulado “La plaga humana: Siete mil millones de depredadores alientan contra el planeta”[21], donde se dedican 12 páginas de susodicha revista a una entrevista realizada a Les Knight, fundador del Movimiento por Extinción Humana Voluntaria (VHEMT por sus siglas en inglés). Asimismo, resulta valido comprender que “aunque la idea suene estrafalaria, Unicef reconoció en 1992 que el control de la natalidad era la medida más barata y efectiva para mejorar la calidad de vida. La London School of Economics concluyó en agosto pasado que invirtiendo en planificación familiar el coste de reducir la emisión entre 2010 y 2050 de una tonelada de CO2 sería de siete dólares, por 32 que costaría hacerlo con inversión en energías renovables renovables”, como expresa una nota del diario El País sobre aquel contexto[22].

Hablar de ecologismo, en primera instancia, requiere de trazar una distinción fundamental: pues este movimiento, a pesar de sus divergencias internas, no es sinónimo de ciencia. Pues, si bien en buena medida este intenta legitimar sus afirmaciones mediante la utilización de estudios que provienen de las Ciencias Naturales, lo cierto es que el mismo refiere a causas sociales, a saber: refiere a factores relacionados con la conducta humana, más no a fenómenos propiamente naturales. El ecologismo es una ideología, y como tal, comprende los vicios inherentes a la misma, como la desconexión con la realidad misma. Entendía Karl Marx en su desarrollo teórico el concepto de ideología como un conjunto de ideas, conceptos y creencias destinados a convencer universalmente de una verdad[23]. Pero estas ideas, en efecto, producen una conciencia deformada de la verdad, cuya falsedad obscurisa el recto juicio de los individuos, y reposa fundamentalmente en un proceso de inversión y ocultamiento de lo real. De esta forma, y como fenómeno vernáculo de la posmodernidad, se intenta explicar de forma reducida las complejidades que atañen al género Humano y la naturaleza. En este sentido, por demás evidente se vuelve el error compartido por muchos espacios occidentales de creer que el ecologismo constituye una propuesta superadora para los problemas ambientales que objetivamente existen.

Así llega a comprenderse cómo el ecologismo ha intentado legitimar la idea de que “las sociedades humanas son un cáncer para el planeta” cuando el propio ecologismo es un cáncer para la Humanidad. Creer que el ecologismo es bueno para cuidar el planeta es similar a creer que el feminismo es bueno para cuidar a la mujer. En este sentido, hablar de ecologismo equivale a hablar de modelo fallido, ya sea que uno se refiera al concepto de “sobrepoblación” o a la “Teoría de Cambio Climático Antropogénico”. Así pues, creer en la Teoría de Cambio Climático Antropogénico hoy, implica creerle al mismo grupo de científicos que en los años setenta hablaban de Nueva Glaciación, en los ochenta, de calentamiento global, en los noventa, acerca de la desaparición de la capa de ozono, y pronostican que “el mundo acabará mañana”, desde hace 60 años. Ante cada eventual suceso “catastrófico” vaticinado que no se cumplía, aparecía uno nuevo en la agenda, pero la clave del mismo para la militancia verde pasaba por comprender que todos los mismos tenían al ser Humano, en última instancia, como su principal causa. Lo cierto es, en última instancia, que si el ecologismo se basara en bases verdaderamente científicas, no habría errado todos y cada uno de sus principales vaticinios desde hace sesenta años. Es preciso remarcar que el ecologismo contribuyó con los argumentos perfectos para impulsar legislaciones biopolíticas de control de la natalidad en todo el planeta, promoviendo la idea del ser humano como un “cáncer” para el mismo. A decir verdad, el movimiento ecologista legitimó la idea de que somos “muchos” en este planeta, y deberíamos reducir la cantidad de humanos pero, en todo caso, como dijo Chesterton, “la respuesta a cualquiera que hable del exceso de población es preguntarle si él mismo es parte de ese exceso de población; si no lo es, cómo sabe que no lo es”.

 

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Referencias:

[1] Naciones Unidas. La Agenda para el Desarrollo Sostenible. Véase: https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/development-agenda/

[2] Ver en Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 173-174.

[3] CMMAD, Nuestro futuro común, pp. 29.

[4] Al Gore. (s. f.). Gestión de inversiones de generación. Recuperado de: https://www.algore.com/project/generation-investment-management

[5] Friedman, M. Friedman, R. “Libertad de elegir” (1980); Barcelona. Ed.: Grijalbo. Traducción: Rocha Pujol, C. pp. 31.

[6] Benegas Lynch, A. (h) “El juicio crítico como progreso” (1996); Buenos Aires. Ed.: Sudamericana.

[7] Bailey, R. (s. f.) Día de la Tierra, antes y ahora. Reason. Recuperado de: https://reason.com/2000/05/01/earth-day-then-and-now-2/

[8] Norberg, J. “Grandes avances de la Humanidad” (2016); Buenos Aires. Ed.: El Ateneo. Traductora: Ana Bello. pp. 165-166.

[9] Instituto Europeo del Cobre. (2018). “Recursos y reservas minerales”. Instituto Europeo del Cobre. Copper Aliance. Recuperado en: https://copperalliance.es/cobre/cobre-y-sus-aleaciones/recursos-y-reservas/

[10] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob. Cit. pp. 165.

[11] Benegas Lynch, A. (h) “El juicio crítico como progreso” (1996); Buenos Aires. Ed.: Sudamericana. Pp. 287-288.

[12] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 83-84.

[13] Bailey, R. (s. f.) Día de la Tierra, antes y ahora. Reason. Recuperado de: https://reason.com/2000/05/01/earth-day-then-and-now-2/

[14] John D. Rockefeller III, The Rockefeller Comission Report Population and the American Future. Citado en: Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 81-82.

[15] McCarthy, J. (21 de junio de 2016). Why birth control could be the best weapon against climate change. Global Citizen. Recuperado de: https://www.globalcitizen.org/es/content/climate-change-overpopulation-birth-control-sustai/

[16] USA Today. (18 de septiembre de 2009). El control de la natalidad podría ayudar a combatir el cambio climático. ABC News. Recuperado de: https://abcnews.go.com/Technology/birth-control-combat-climate-change/story?id=8616391

[17] Ver El País. (23 de enero de 2013). “Los humanos son una plaga sobre la Tierra”. Recuperado de: https://elpais.com/sociedad/2013/01/23/actualidad/1358942572_869278.html

[18] Recuperado de: https://www.un.org/es/events/unday/2011/

[19] BioScience , Volumen 70, Número 1, enero de 2020, página 100. Recuperado de: https://academic.oup.com/bioscience/article/70/1/8/5610806

[20] Ver El País. (3 de noviembre de 2009). «¡Frena el cambio climático. Toma la píldora!». https://elpais.com/sociedad/2009/11/03/actualidad/1257202803_850215.html

[21] Ortíz, D. A. La plaga humana. (junio de 2011). Quo. N° 164.

[22] Ver El País. (3 de noviembre de 2009). «¡Frena el cambio climático. Toma la píldora!». https://elpais.com/sociedad/2009/11/03/actualidad/1257202803_850215.html

[23] Marx, K. La ideología alemana, Buenos Aires, Pueblos Unidos, 1985.

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