Cuando los ángeles enviados por Dios aparecieron ante los pastores a las afueras de Belén, aquella noche hace ya más de 2.000 años, hablaron de la gran noticia de la encarnación y cantaron lo que la tradición ha convertido en la oración navideña universal de los siglos: “Paz en la tierra y buena voluntad para con los hombres”. Aubrey Gulick, escritora en The Federalist dijera: “Quizás esos mismos ángeles navideños cantaban sobre el frente occidental en 1914, cuando las armas se callaron. La tregua de Navidad de 1914 es una de esas historias que muchos de nosotros hemos escuchado, pero vale la pena volver a visitarla. Es tan increíble que es casi demasiado bueno para ser verdad; fue una serie de altos el fuego generalizados, voluntarios y no oficiales entre alemanes e ingleses que ocurrieron en los días cercanos a la Navidad”.
Lo que parecía una guerra que acabaría antes de Navidad se extendió y halló dicha fecha a soldados de ambos frentes. Tal guerra se había convertido en un asunto estacionario, donde los hombres se disparaban incesantemente desde trincheras fangosas y la visión de otro hombre a solo 30 metros de distancia era suficiente para abrir fuego. En las respectivas naciones, los carteles anglosajones retrataban al enemigo alemán como un animal iracundoo decidido a destruir a los inocentes, mientras que la propaganda germana advertía que la victoria británica significaría una Alemania empobrecida y arruinada. Allí se refleja el lenguaje de la guerra total; era ganar o morir en la mente de todos los europeos.
Allí sucede el milagro. En una carta publicada en The Bedfordshire Times y The Independent el 1 de enero de 1915, un cabo de primera línea escribió sobre su experiencia de guardia a la 1 a. m. de la mañana de Navidad:
“Yo estaba de guardia y uno de los alemanes me deseó Buenos días y Feliz Navidad. Nunca me sorprendió más en mi vida cuando llegó la luz del día para verlos a todos sentados encima de las trincheras agitando las manos y cantándonos”.
En torno a la tregua de 1914, la carta rescatada de un soldado, publicada en The Carlisle Journal (8/1/1915), registra la celebración británica y alemana de la Navidad. Los soldados cantaron villancicos juntos, intercambiaron cigarrillos y recuerdos, y bebieron a la salud del rey; en tal fragmento escrito se lee:
“El regimiento en realidad tuvo un partido de fútbol con los alemanes que los derrotaron 3-2… Después de todo esto ha sido casi una Navidad feliz aunque extraña”.
En muchas secciones los soldados alemanes instalaron velas y árboles de Navidad raquíticos en sus parapetos, dando muestra que aun en la adversidad es posible rescatar aquello que verdaderamente da sentido a cada momento. Es posible que hayan estado rodeados de lodo helado, animales huidizos y nubes grises, pero celebrarían el nacimiento de Cristo y eso es más que simbólico dado que Jesús nació en la más plena humildad y abnegación posible.
Un soldado belga, por su parte, escribió que no lamentaba haber pasado el día en las trincheras. La experiencia de la tregua navideña había hecho que valiera la pena; su recuerdo será siempre de una belleza imperecedera. A medianoche, un barítono se puso de pie y con una voz rica y resonante cantó: ‘Minuit Chretiens’. El cañoneo cesó y cuando terminó el himno estallaron aplausos de cada lado de las trincheras.
En National Geographic se relata: “Muchos acordaron que la tregua seguiría en vigor el día de Navidad, para poder verse de nuevo y enterrar a los muertos. Cada bando ayudó al contrario a cavar tumbas y celebrar ceremonias en memoria de los caídos, incluso en una de ellas un capellán escocés hizo una lectura bilingüe de un salmo. Los soldados intercambiaron comida y regalos que les habían enviado desde sus casas, y botones del uniforme para guardarlos de recuerdo, y jugaron a fútbol”.
En verdad soldados que se habían estado matando entre sí durante meses, salieron de sus trincheras empapadas para buscar un resquicio de humanidad entre horrores de la Primera Guerra Mundial.
La famosa tregua de 1914 expresó genuinamente lo que es el milagro de navidad. Dicho suceso sería la última vez que se produciría una paz generalizada de tal magnitud tanto en aquel frente, como en toda guerra venidera. Luego prosiguió otro año más de intensos combates que amargó a ambos bandos y, a medida que la guerra continuaba, se volvieron incapaces de ver la humanidad de sus enemigos como sí la vieron aquella navidad de 1914.
Podría decirse que nadie habría culpado a la guardia nocturna inglesa si hubiera disparado a los alemanes que se habían acercado a su parapeto la medianoche del día de Navidad, como tampoco podría culparse al ejército alemán si atacaban cuando el enemigo tenía abierta su guardia; es que no debe olvidarse lo que es el sentido más realista de una guerra, pero ningún soldado quiso disparar en navidad. Ambos frentes eran lo suficientemente cristiano como para celebrar la venida de Cristo con sus enemigos, incluso mientras seguían creyendo en la justicia de su propia causa.
Cuando los políticos, influencers, periodistas o docentes piden que cesen las divisiones olvidan que, para que el Rey de la Paz reine sobre la Tierra, se debe tener como centro a Cristo; caso contrario terminan sucediendo los grandes infiernos ya vistos. Es justamente a medida que el hombre se separa de Dios, tal como lo muestra la historia de la humanidad luego del S. XVI, que comienzan las grandes matanzas.
La paz es un milagro que comienza con uno mismo cuando baja las armas y el orgullo el tiempo suficiente para ver la humanidad del otro lado. Por ello es importante recordar la navidad de 1914, donde una vez más se pudo ver no sólo la presencia real de Cristo, sino sus frutos en este mundo; si uno busco el reino de Dios y justicia, el resto se dará por añadidura.