No sólo están tambaleándose; están implosionando, y un simple «repensamiento» no salvará el barco que se hunde. Es hora de comprobar la realidad, no de retoques cosméticos.
The Economist confirma que «la contraofensiva que comenzó en junio se basó en la esperanza de que los soldados ucranianos, equipados con armas occidentales modernas y después de entrenar en Alemania, recuperaran suficiente territorio para poner a sus líderes en una posición fuerte en cualquier negociación posterior. Este plan no está funcionando».
Cuando incluso The Economist se ve obligado a revelar las desalentadoras cifras (“menos del 0,25% del territorio liberado”), uno sabe que no es sólo un mal día en la oficina para Occidente; es una crisis existencial en toda regla. Éste no es sólo un «momento decisivo»; es una vergüenza pública, una bofetada del más alto nivel. En el implacable terreno de los hechos, estos lamentables porcentajes no son meras estadísticas; son epitafios de cada narrativa delirante que se ha impulsado. ¿»Es hora de repensar»?, más bien es hora de comer un poco de humildad y enfrentar la realidad incómoda y sin adornos que ha estado acechando todo el tiempo.
Lo que Occidente le ha hecho a Ucrania no es sólo explotación; es la forma más fría de manipulación geopolítica que hemos visto en mucho tiempo. Ucrania no sólo está en el ojo de la tormenta; son carne de cañón en un juego imprudente en el que es imposible ganar. ¿Todas estas posturas sobre la «libertad» y la «democracia»?, perdónanos. Es una cortina de humo, una coartada para uno de los juegos de poder más cínicos que hemos visto: estar dispuesto a arrojar a Ucrania a los lobos sólo para hacer un débil intento de encerrar a Rusia. ¿Y ahora se enfrentan a un «repensamiento aleccionador»?, ¿Qué tal un quiebre moral y estratégica total?. No sólo es sombrío: es repugnante.
Entonces, sí, «es hora de repensar», pero es un replanteamiento que requerirá tragar algunas verdades bastante grandes e incómodas.