El obispo de la eparquía de Adigrat (Tigray, Etiopía) denunció la «guerra genocida y devastadora» de la que muchos católicos de la región son las primeras víctimas. Su llamamiento a la ayuda internacional no ha recibido hasta el momento la respuesta esperada. El conflicto se está extendiendo y ahora involucra a las fuerzas armadas de varios países africanos.
El conflicto en Tigray, que estalló en noviembre de 2020, en un contexto de rivalidades étnicas y de un territorio preciado por sus yacimientos de cobre y oro, lleva dos años estancado. Dos años en los que los muertos se cuentan por miles en esta parte de Etiopía que se rebela contra el poder central, y que concentra la mayor parte de los católicos que viven en el país.
La reanudación de las hostilidades en el norte del país, a fines de agosto, rompió una tregua de cinco meses y abrió la tercera fase de una interminable guerra civil entre los insurgentes del Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF) y el gobierno federal.
Desde su último discurso, el pasado mes de abril -en el que denunció las «violaciones endémicas» y la destrucción de muchas iglesias-, el obispo de Adigrat, en el este de Tigray, exhorta hoy a la comunidad internacional a «ejercer su deber moral» y a ser una «voz para los que no tienen voz».
Pero la guerra se desarrolla aquí lejos de los focos, especialmente desde la intervención del ejército ruso en Ucrania, que ha atraído la mayor parte de la atención de los occidentales.
Sin embargo, una religiosa de la congregación de las Hijas de la Caridad, Sor Medhin Tesfay, que ejerce su apostolado en el corazón de la diócesis de Adigrat, envió a los medios de comunicación un informe detallado sobre el sufrimiento de los tigrayanos.
La religiosa describe los «medios de supervivencia» sumamente limitados: «En las calles, se ha vuelto habitual ver a niños hambrientos mendigando un poco de pan, y a madres desesperadas y dispuestas a todo para evitar que sus hijos mueran».
Y Sor Medhin Tesfay añade: «Por cientos y hasta por miles, los desesperados llaman a las puertas de las casas de las Hijas de la Caridad, en busca de ayuda de emergencia. Por no hablar de las decenas de miles de personas atormentadas por el hambre, que se esconden en sus casas racionando lo poco que tienen para aguantar el mayor tiempo posible».
El 6 de octubre, el Parlamento Europeo adoptó una resolución en la que pidió un alto inmediato al fuego y condenó a las fuerzas eritreas por crímenes de guerra: en efecto, Eritrea está apoyando a Etiopía, que hace no mucho era su enemiga, para satisfacer su venganza contra el TPLF, que libró una guerra sangrienta contra el país desde 1998 hasta 2000, con la bendición de Addis Abeba…
Por su parte, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, exigió, el pasado 17 de octubre, «la retirada inmediata y la separación de Etiopía de las fuerzas armadas eritreas».
Pero de las palabras a los hechos hay un largo camino por recorrer, y los católicos de Tigray corren el riesgo de pagar un alto precio por un conflicto que Cameron Hudson, analista y exjefe de asuntos africanos del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, describe como «la nueva gran guerra de África».
En efecto, hasta la fecha, está confirmado que varios países africanos están involucrados militarmente en Tigray: además de Eritrea, Somalia, Sudán, Chad, Níger y Libia juegan un papel cada vez más importante en un conflicto del que nadie puede predecir el resultado.