La derecha debe recuperar al hombre

Una nota que circulaba azarosamente en internet decía algo muy cierto: “Se ha hablado demasiado sobre el derecho a la masculinidad y no lo suficiente sobre lo que significa ser un hombre.”
Ciertamente hay un afán creciente en la derecha de hablar sobre la crisis de la masculinidad y la paternidad que se padece en Occidente; incluso se habla en los últimos tiempos de defender la masculinidad verdadera frente a una izquierda cultural que quiere destruirla. Lamentablemente, y en auto crítica, muchos conservadores han considerado que ser hombre es simplemente criticar a tal o cual pensador ideologizado; incluso se cree que la masculinidad es un semblante que se adquiere por mera voluntad cual si un deseo de autopercepción se tratara.
Claro que el hombre debe ser varonil y hacer gala de la fortaleza, pero la misma va más allá de la predisposición física ya que ante todo es una virtud espiritual. La disciplina, la sabiduría, la prudencia, la laboriosidad, la caballerosidad, el espíritu de sacrificio, esas son algunas características (entra tantas más) que hacen al buen hombre. Para un conservador existe el principio organizador; ello se aplica al concepto de masculinidad el cual no es un estilo, una pose o un adorno. Masculinidad es una forma de ser y de vivir según el principio de responsabilidad y sacrificio por las vidas encomendadas; algunos se entregarán en pos de iluminar mentes mientras otros iluminarán almas, como así también estarán los que generen luz al traer nuevas almas al mundo, pero cada uno, sea como cabeza de familia, como intelectual, como sacerdote, o el designio que toque, asume su vida con abnegación en guarda de un bien mayor. Eso es ser hombre en la vida, es decir, ser hombre significa dar la vida por los demás.

Si el espacio conservador desea recuperar su posición cultural primigenia, donde las familias eran el centro de la sociedad y ya no los metacapitales o las entidades supranacionales, es necesario pues fomentar la sana paternidad, y para ello lógicamente, la sana masculinidad.
Juan Daniel Davidson en un escrito dirá: “¿Qué significa eso en la práctica? Significa intervenir para ayudar a quienes lo necesitan, ya sea una mujer que está siendo acosada o un extraño cuyo automóvil se ha averiado. Significa arriesgar su propia seguridad para proteger a alguien que está siendo atacado, en lugar de simplemente filmar el ataque en su teléfono y publicarlo en línea como una versión beta. También significa casarse y permanecer fiel a la misma mujer toda su vida, y formar una familia con ella. Significa trabajar cualquier horario y en cualquier trabajo para mantener a esa familia. Significa ir a la iglesia todos los domingos, te apetezca o no, para transmitir tu fe a tus hijos. Significa levantarse en medio de la noche para alimentar a un bebé con cólicos. Significa llevar a tu hija de dos años a la clase de natación y cantar todas las canciones: al diablo con tu propio sentido de la dignidad.”
Hay una historia sobre Robert E. Lee (general conocido por comandar el Ejército Confederado de Virginia del Sur durante la Guerra de Secesión) que relata cómo después de la guerra, una joven madre lleva a su bebé a Lee para que lo bendiga. Toma al infante en sus brazos, lo mira a él y luego a la madre, y luego dice lentamente: “Enséñale que debe negarse a sí mismo”. Este ejemplo del mundo rememora al gran San José, cuya encomienda divina sobre el Niño Jesús hizo que el varón perteneciente a la casa de David renunciara a sí mismo; a tal punto que siendo una de las personas más importantes en la historia de la humanidad poco se sabe de él, pero su labor fue tan bien desarrollada que Cristo creció a su lado en estatura y sabiduría.

Un verdadero hombre sirve, cuida y defiende a los demás, especialmente a los débiles y vulnerables; el arquetipo de masculinidad no tiene un propósito real si la razón y la libertad no son puestas al servicio de un bien mayor. El hombre debe trascender y para ello debe evitar toda ideología inmanente como así también la atomización del individuo.
Hay una razón por la cual los Diez Mandamientos de la caballería de Léon Gautier incluían: «Respetarás todas las debilidades y te constituirás en su defensor». Es que no hay masculinidad sin sacrificio; ejemplos hay de sobre y bastaría ver a cualquier tibio que por las recompensas del mundo se abraza con quienes hicieron de la sangre inocente un negocio. Un hombre de verdad se arriesga a perderlo todo con tal de defender el bien, y para ello es que entiende que con el mal no se dialoga. Un artículo de David Azerrad de Hillsdale College, escrito en 2018 sostuvo que Trump podría no ser varonil en la forma en que un soldado que carga un arma en batalla, pero «la hombría de Trump es la de un hombre que no tiene miedo de decir en voz alta lo que otros solo susurran e incurrir en la ira de la clase dominante por hacerlo”. Hoy un hombre de verdad es pues quien, a riesgo de perderlo todo e incluso ser repudiado con los propios, no rinde pleitesías a los que aniquilan a inocentes en favor de tal o cual ideología.
Véase el ejemplo del senador Josh Hawley que habló sobre la necesidad de que los hombres estadounidenses dejen de jugar videojuegos y ver pornografía, y acepten la responsabilidad y la vida familiar. La prensa lo destruyó por fomentar una “masculinidad tóxica”. Es que ciertamente hoy el sistema necesita niños dependientes y no hombres libres, que entiendan el valor de la Verdad y la Responsabilidad en su accionar por la Patria. Recuperar la Patria es recuperar ese sentido de ser Hombre, que claramente va más allá de la simple fisionomía.

Por lo expuesto uno debería rememorar que el “día internacional del hombre» no debería ser el 19 de noviembre, sino el 19 de marzo, Día de San José, el custodio de la Sagrada Familia. Oficialmente, el Día Internacional del Hombre se celebra en otra fecha, es decir, el 19 de noviembre de cada año desde 1999. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) estableció ese día como el Día Internacional del Hombre. La fecha se celebró por primera vez en Trinidad y Tobago en 1999.
Si bien la presente celebración se aparte del orden sobrenatural y trascendental que otorgaba la intercesión de San José, vale recordar la intención del precursor de esta fecha fue el doctor Jerome Teelucksingh. Él sostuvo puntos loables como promover modelos masculinos positivos; no solamente estrellas de cine y deportistas, sino también hombres de la vida cotidiana, de clase trabajadora, que viven vidas dignas y honradas, algo por demás conservador que busca valorar al padre de familia promedio que se aleja de la cultura de consumo para forjar un hogar sobre la roca. También buscó celebrar las contribuciones positivas de los hombres en la sociedad, a la comunidad, a la familia, al matrimonio, al cuidado de los niños y el medio ambiente; esto es algo que realza una masculinidad correcta donde el hombre marca su tendencia hacia la cosa pública en protección de la justicia y la paz. Hizo hincapié en centrarse en su salud y bienestar, tema que bien desarrollado serviría para evitar los vicios de la violencia, pero cuya agenda en manos del feminismo sirvió para la deconstrucción de la identidad masculina. Eso se vincula a su objetivo de evitar la discriminación contra los hombres que se tradujo en “Mejorar las relaciones de género y promover la igualdad” sin importar la identidad real de cada hombre.
Quizás sería bueno ver cómo separarse de un modelo sobrenatural hace que lo natural pierda sentido y termine degenerando tal como ha hecho el progresismo bajo la idea del progreso indefinido. Es más que necesario que la derecha no de la espalda a su tradición cristiana que, objetivamente, es el principal pilar occidental en la cultura. Reestablecer al hombre es reestablecer esa cultura que mientras mantuvo a la cristiandad como eje, mantuvo en consecuencia la Justicia, la Fortaleza, la Templaza y la Prudencia como directrices de la sociedad.

Es que la en verdad, la familia importa porque incluso dota de sentido al individuo. “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo” es una conocida frase de Nietzsche que debería ser repensada en la actualidad. Probablemente la posmodernidad no le haya arrebatado el sentido de vida al Hombre, sino su sentido de muerte.
Las expectativas vitales giran en torno a prorrogar, valga la redundancia, la expectativa vital. Lo que el modernismo le ofreció al mundo fue la ilusión de una utopía, mientras que en la posmodernidad se ha vendido la distopía fatalista e inevitable. La vida del Hombre entonces es una carrera sinfín por preservar la propia vida, sujetado a un inexorable estado de crisis perpetuo, a veces presentado en forma drástica, otras veces en forma sutil. Campañas de prevención de enfermedades, acompañamiento para personas depresivas, regulación estatal en el consumo de sales y azúcares, sistemas de seguridad para el hogar, clases de defensa personal, consejos para accionar ante acosos, amenazas del cambio climático, peligro de la sobrepoblación, pandemias globales, etc… Son innumerables agentes públicos y privados que ofrecen formas de evitar el desenlace fatal, pero no hay una oferta genuina que le diga a la persona el PORQUÉ tiene sentido la vida y, eventualmente, darle sentido al final de la misma. Nadie racional negaría lo importante que es el actuar prudente para preservar la propia vitalidad, pero sí es necesario recalcar que el futuro es incierto para todos menos en la certeza de que toda vida es finita. En ese sentido se observa cómo el Hombre se aferra a la propia vida, pero sin un “porqué” definido. Mientras en tiempos pretéritos millares ofrendaban sus vidas para aspirar a un bien mayor, ya sea la liberación de un pueblo o simplemente haber legado la perpetuación de una familia unida a Dios, en la actualidad y ante una enfermedad global, las personas han renunciado a la propia dignidad y libertad con tal de mantenerse a salvo. En verdad la muerte es algo que aterra si ante ella uno ve la vida en retrospectiva y analiza qué sentido tendría un paso a la inmortalidad si todo lo construido no ha sido más que vivir de acuerdo a lo que la hegemonía dictó sobre uno.

Las ideologías han mermado el sentido de trascendencia en el hombre porque lo han apartado del piso de lo real para llevarlo a meras fantasías idealistas. Ante el avance ideológico que promueve la pérdida de la identidad y la atomización del individuo, es que la Derecha debe tomar un rol activo; ya no basta con criticar los errores por demás obvios del espacio enemigo. Ahora se debe instar a forjar una masculinidad seria capaz de ser cabeza de familia. Es que ciertamente es hora de que cada familia recupere su rol como centro fundante de la sociedad; así pues, familias numerosas y patriarcales podrán generar comunidades fuertes capaces de resistir el embate del progresismo. En este sentido vale recordar un artículo muy particular de Plinio Corrêa de Oliveira cuyo resumen resulta interesante compartir:
Una sociedad es un tejido de almas, con interacciones mutuas, del todo sobre cada una y de cada una sobre el todo. Cada hombre trae dentro de sí varias hereditariedades. Los historiadores concuerdan al afirmar la existencia de obras que necesitan ser llevadas a cabo por varias generaciones: la fundación de ciertos países, el desarrollo de cierta política, la creación de ciertas fuentes de prosperidad. La institución de derecho natural que asegura la realización de la obra histórica a través de las generaciones es la familia. La naturaleza del hombre lo lleva a establecer nexos más directos con ciertas cosas, y relaciones más próximas con ciertas personas. Ser propietario, tener familia, son situaciones que le dan una justa sensación de plenitud, de personalidad. Vivir como átomo aislado, sin familia ni bienes, entre una multitud de personas extrañas, le da una sensación de vacío, de anonimato y aislamiento, que es para él profundamente antinatural.
Familia para mí es equivalente a familia en su normalidad. Y por lo tanto familia patriarcal. Por patriarcal debe entenderse no la pequeña familia nuclear -padre, madre e hijos- sino una familia numerosa, con muchos hijos. Y, además de eso, relacionada con un número muy grande de parientes de varios grados, de varios lados, que frecuentan la casa y la ponen en movimiento. Con la familia patriarcal se constituye un todo con tres distancias. La primera distancia es mi casa, enteramente afín conmigo. Otra, son las casas de mi familia más apartada, algo parecida y algo diferente. Una tercera distancia es la calle, punto de encuentro fortuito y casual de todas las semejanzas y de todas las diferencias. Si estoy apoyado por estas tres distancias, si puedo expandirme en estas tres dimensiones, cuando llego a la calle tengo detrás de mí y a mi lado toda mi parentela que se presenta en los lugares públicos, en los lugares de diversión, pensando como yo, sintiendo como yo, imponiéndose… Cuán diferente es la situación de la familia minúscula viviendo una vida dentro del hogar que, por ser constituido por pocas personas, tiene poca variedad y que, por eso, se torna monótona. Siendo así, se tiende a huir, y se huye, yendo hacia la calle o trayendo la calle dentro de la casa, bajo el aspecto de dos o tres televisores en varias salas, para intentar olvidar que se está dentro de casa y tener la sensación de que se está en la calle. Pero en la calle la persona se siente aislada. El niño llega al colegio aislado. El joven o la joven entran en la sociedad aislados. No tienen apoyo en nadie. Tienen un modo de ser, fabricado por la propaganda “ab extrínseco” y que es impuesto. Si no quisieren adherir, se monta contra ellos la persecución del ridículo y del ostracismo.
La imaginación de las personas actualmente sólo alcanza la familia nuclear. No se sabe ya lo que fue la familia “árbol-frondoso”. Los psicólogos, en la comparación entre la familia nuclear y la familia patriarcal, llaman la atención sobre la importancia y la necesidad del grupo de parientes -primos, tíos, etc.- como factor de armonía en las relaciones de los hijos con los padres. En la familia nuclear hay una confrontación directa entre los hijos y los padres, en aquel espacio delimitado que es el hogar; en la familia patriarcal, la confrontación se diluye entre los parientes, y el hijo puede recurrir a un tío, a un primo, a una tía, etc.
Es normal que el marido y la mujer tengan dificultades en el trato mutuo muy grandes. El modo de amortiguar estas dificultades es que estén envueltos por un ambiente de familia muy homogéneo, dentro del cual encuentren varios puntos comunes, engendrando afinidades que reducen la fricción proveniente de la diferencia de temperamentos y de caracteres individuales.

Un tema fundamental para comprender lo antes dicho es asumir que una Masculindad sana implicará a la postre una Paternidad sana; el ataque en contra de la identidad del hombre es en consecuencia un ataque en contra de la paternidad y, por extensión, de la familia. Día tras día la mente de uno es atacada ferozmente por la hegemonía progresista enquistada en los medios tradicionales de comunicación. Bajo falsas premisas se ha creado una nociva idea de que todo lo emergente del hombre hace a una “masculinidad tóxica”. Es más que oportuno retomar las enseñanzas del psicólogo clínico y teólogo, don Juan Varela, que desde España exporta sus ideas plasmadas en la obra “Tu identidad sí importa” (autor referenciado por el psicólogo Ezequiel Baigorria).
El buen hombre posee 5 grandes rostros que debe desarrollar en forma virtuosa para alcanzar permitan un desarrollo sano tanto en el individuo como en la familia y la comunidad. No ha de ponerse el foco en una sola característica en desmedro de las demás ya que el desarrollo armonioso de las 5 es fundamental para una correcta masculinidad. El primer rostro es el del GUERRERO, que muestra el deseo de conquista, expresión de talentos y una sana dosis de valentía acompañada de un temperamento seguro y firme (se rechaza la noción de violencia injustificada y abuso). El segundo rostro es el del REY, por cuanto ha de transmitir equidad, ética y valores para con los suyos, con templanza y objetividad en cada análisis, lo que implica asumir que el buen hombre para ser justo ha de tener códigos de honor (se rechaza al que es tirano y no posee vocación servicio). El tercer rostro es el del AMANTE, quien pone en consideración la satisfacción de la mujer por sobre las propias apetencias, incluyéndose el romanticismo y la ternura más la contención efectiva (se rechaza a quien desea utilizar a la mujer para el propio goce). El cuarto rostro el del SACERDOTE, donde la cabeza de familia es quien imparte la guía espiritual a su hogar, lo que implica también la formación en valores y el resguardo de las tradiciones, comprendiendo el servicio que uno tiene para con Dios y la Patria (se rechaza el despotismo del hogar). El quinto rostro es el del AMIGO, que implica ser una persona de pacto y de palabra, donde los lazos fraternos con la comunidad son tan fundamentales como la confianza en gente en quien uno se apoya y potencia (se rechaza al hombre atomizado y autosuficiente).

Varias veces uno habrá escuchado hablar de “Dios y la Patria” por parte de una infinidad de referentes, políticos, influencers o cuanta persona bien intencionada haya. Pero ciertamente uno debería detenerse a pensar cómo realmente se salva una Patria.
La respuesta no es simple ya que si uno tuviera la fórmula perfecta el mundo ya sería una utopía, y de hecho cada intento racionalista de utopía trajo consigo un infierno en vez de un paraíso. Lo cierto es que al menos uno puede intentar esbozar alguna opinión. A veces se cree que desde las redes sociales alcanza para librar el buen combate y en verdad es el campo de batalla por excelencia en el siglo XXI, sin embargo, la Patria va un poco más allá de lo que se pueda exponer en internet.
Vale mucho el buen combate por la cultura, como vale mucho transformar en pos de un bien mayor lo que ya existe. Quien en una hoja escribe un pensamiento como quien de una roca construye una gran obra, está transformando algo que en el mundo existía para que cobre un sentido superior. Sin embargo, lo inerte sigue inerte. Allí está entonces la maravilla del ser padre; en un mundo que promueve el no tener hijos, se olvida que el hombre (junto a la mujer) es capaz de crear una vida. Al engendrarse un nuevo ser humano se es copartícipe de la creación de una nueva alma capaz de pensar, sentir y vivir por sí misma; es traer al universo algo más que la transformación de un objeto y quizás allí se está salvando la Patria. Mientras unos promueven la atomización del individuo, sólo los que generen nuevas almas al servicio de un bien mayor mantendrán la Patria en pie. Tiempos duros son estos para quienes no sólo osan tener hijos, sino aspiran a una correcta educación. Ciertamente hoy se promueve que el padre ya no es esa figura emblemática y cabeza de hogar. Recuérdese al psicólogo y teólogo Varela quien expone que un rostro del hombre es el del REY, por cuanto ha de transmitir equidad, ética y valores para con los suyos, con templanza y objetividad en cada análisis, lo que implica asumir que el buen hombre para ser justo ha de tener códigos de honor; así también, otro rostro es el de el del SACERDOTE, donde la cabeza de familia es quien imparte la guía espiritual a su hogar, lo que implica también la formación en valores y el resguardo de las tradiciones.
Hoy día se promueve una falaz idea de que el padre debe ser amigo de los hijos, tolerando en el infante una completa permisividad en nombre de la “no represión”. Esta forma de criar a la prole genera seres impulsivos, irascibles, caprichosos e irreflexivos. Quien ama corrige para liberar al amado del error, pero la sociedad presente considera que amar es no juzgar ni enderezar vicio alguno. Ya Aristóteles compelía a la recta crianza para el dominio de las pasiones; similar al pensamiento previo de Platón quien sostuvo que la permisividad genera malvados.
Dirá Aristóteles: “debemos ser educados de alguna manera directamente desde la niñez, tal como dice Platón, de manera que nos alegremos y suframos con las cosas que se debe, pues ésta es la recta educación”; esto permite exhibir que si uno ama al hijo debe estar dispuesto a guiar, con amor y rectitud, su andar para que sea libre de toda pasión y así, esa descendencia propia, alcance los fines últimos de la vida.
Tal como se ha visto, el niño bien educado posee dos grandes aspectos: Templanza (medido en los bienes) y Fortaleza (valiente en el enfrentamiento al mal). Con ambas virtudes que se infunden es que el niño puede dominar sus miedos y pasiones haciendo un uso adecuado de la razón.

Todo lo dicho guarda relación directa con la vida en sociedad. El ex asesor de seguridad de la Casa Blanca, el general Michael Flynn, no hace mucho se refirió a los globalistas, mostrando se preocupación por su poder que es esencialmente financiero. Sin embargo, también sostuvo que los globalistas no se encuentran organizados en forma perfecta mientras agregaba: “No me preocupa, lo que trato de hacer y estamos tratando de conseguir en un evento como este es tener nuestras propias células bien organizadas, tenemos que luchar con fuego contra el fuego”. Esto complementa lo que bien ha sostenido Viganó que sostuvo: “Esta generación rebelde y apóstata puede ser combatida con la contribución de todos: desde el médico que denuncia por fin los tratamientos nocivos impuestos por los protocolos criminales hasta el policía que se niega a aplicar normas ilegítimas… Desde el parlamentario que vota contra las leyes injustas hasta el magistrado que abre un expediente por delitos de lesa humanidad; desde el profesor que enseña a los alumnos a pensar por sí mismos hasta el periodista que revela los engaños y conflictos de intereses de los poderosos… Desde el padre que defiende a sus hijos contra la furia de las vacunas hasta el hijo que protege a su padre anciano sin abandonarlo en una residencia; desde el ciudadano que reclama el derecho a las libertades naturales hasta el artesano y el restaurador que no aceptan la opresión de quienes les impiden abrir su negocio”; tal como se ve, existe un sinfín de personas influyentes que, si bien comprenden la magnitud del poder de los globalistas, se muestran optimistas con la resistencia que generan cuerpos intermedios sólidos, lo que incluyen a la familia, la comunidad y la religión. Es que ciertamente, así como la Nueva Izquierda y el Globalismo se nutren de las micro fracturas en las relaciones de poder interpersonales, así también emergerá de lo micro a lo macro la resistencia.

Hombres educando a futuros hombres es lo que salvará a la sociedad de la profunda corrupción que vive hoy el mundo; de allí la importancia de que la derecha retome la identidad del hombre y la familia como causa primera de lucha.