Historia oculta: El genocidio en Filipinas a manos de EEUU

El Presidente masón de EEUU, William McKinley, justificaría esta anexión aseverando que los filipinos eran incapaces de autogobernarse y que Dios le había indicado que no podía hacer otra cosa más que educarlos y cristianizarlos, a pesar de que los filipinos ya estaban educados en los valores de la moral católica y que varios de sus líderes políticos autóctonos habían cursado estudios universitarios (en 1611, los españoles fundaron en Filipinas la universidad más antigua de Asia y en 1863, establecieron la educación pública gratuita en todo el territorio).

Review: The 'President McKinley' Mystery - WSJPresidente 25° de EEUU, William McKinley

A la vista de que los norteamericanos no llegaban como libertadores, sino como conquistadores, el líder filipino Emilio Aguinaldo leyó el 12 de junio de 1898, la Declaración de Independencia de Filipinas en Cavite y, además, convocó elecciones constituyentes que confluyeron en la redacción de la Constitución de Malolos.

Las hostilidades se iniciaron el 4 de febrero de 1899 y el 28 de marzo de 1901, Emilio Aguinaldo fue capturado por las tropas de los EEUU. Macario Sacay asumió la presidencia filipina tras la captura de Aguinaldo, pero el 17 de julio de 1906 fue engañado por el gobernador norteamericano con una falsa oferta de amnistía, siendo ahorcado el 13 de septiembre de 1907 y, a partir de esta fecha, Filipinas se convirtió, en la práctica, en una colonia de los EEUU.

El número de civiles que perecieron como consecuencia del conflicto bélico sobrepasó el millón de personas, de un total de nueve millones de filipinos. Este acontecimiento ha sido denominado como el “Genocidio Filipino”, debido a que el ejército estadounidense se prodigó en la quema de aldeas, la destrucción de iglesias católicas, la profanación de cementerios, las violaciones de mujeres y las matanzas generalizadas (el general Jacob Hurd Smith llegó incluso a ordenar en la isla de Sámar, no tomar prisioneros y matar a todos los jóvenes mayores de diez años).

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Durante la contienda, se generalizó el uso de la tortura por parte de los norteamericanos contra los prisioneros de guerra y, en particular, el uso de la “water cure” como mecanismo para obtener información de los filipinos. A los insurgentes se les tumbaba de espaldas, se les colocaba un pedazo de madera en la boca para obligarlos a mantenerla abierta y, una vez inmovilizados, se les vertía grandes cantidades de agua en la boca y fosas nasales hasta provocarles la asfixia.

Los soldados estadounidenses no solían hacer prisioneros y utilizaban métodos brutales para llegar al exterminio de la población, cortando el aprovisionamiento de agua potable a numerosas aldeas hostiles para rendirlas por sed y diezmarlas mediante la propagación de enfermedades, arrasando poblados enteros como hicieron con Balangiga en la isla de Sámar y atacando los medios de subsistencia de los filipinos matando a la mayor parte de los carabaos, con la intención de condenar a los isleños a la muerte por inanición.

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Un dato escalofriante remarca que de los 40.000 residentes y las 19.500 hectáreas de cultivo existentes en la provincia de Batangas en 1896, únicamente sobrevivían en el año 1900, 11.560 habitantes y 632 hectáreas cultivables.

La justificación de este genocidio fue el colonialismo maltusiano propio de las democracias parlamentarias anglosajonas, que con la excusa de cristianizar y civilizar a los pueblos subdesarrollados, creyeron legítimo el hecho de conquistar y expoliar a estas comunidades nativas, que al considerarlas como racialmente “inferiores”, no poseían el derecho natural de reclamar alimento (de hecho, sobraban) y la naturaleza no tardaría mucho en excluirles, víctimas de su propia debilidad.

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En 1899, el famoso escritor Rudyard Kipling publicó su poema “The White Man’s Burden” (La Carga del Hombre Blanco), defendiendo el imperialismo estadounidense en Filipinas, mientras la mayor parte de la opinión pública norteamericana, encauzada y enardecida por los magnates de la prensa, William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, se manifestaba a favor del expansionismo militar y de la anexión de nuevos territorios.

En 1905, con la idea de justificar la ocupación de Filipinas, se organizó en Coney Island (New York) un zoológico humano con cientos de indígenas filipinos que, tratados como animales salvajes, llegaron a ser calificados por la prensa estadounidense como caníbales y “comeperros”.

La masacre fue tan atroz, que varios años después, en 1958, el propio Emilio Aguinaldo, que se sentía orgulloso de su herencia cultural española, confesó públicamente mostrarse arrepentido de haberse sublevado contra España.

ImagenEmilio Aguinaldo