El presidente Joe Biden respondió a la invasión rusa de Ucrania el jueves con un importante paquete de sanciones económicas contra las instituciones financieras de Moscú; al respecto dijo: “Algunos de los impactos más poderosos de nuestras acciones vendrán con el tiempo… a medida que restringimos el acceso de los rusos a las finanzas y la tecnología para sectores estratégicos de su economía y degradamos su capacidad industrial en los próximos años.”
Este tipo de control recuerda a la nueva forma en que el progresismo combate sus enemigos declarados, sea congelando las cuentas bancarias de los camioneros canadienses o sea desmonetizando un canal conservador en YouTube. Ciertamente se demuestra que el progresismo funciona por y para el consumismo, la hombría de ir al combate es algo que excede a los engendros nacidos de ideologías libertinas.
Retomando el punto central, y tal como explica Tristan Justice (The Washington Examiner, The Daily Signallas y Fox News), las sanciones implementadas con los aliados occidentales tienen como objetivo obstaculizar la capacidad del presidente Vladimir Putin para financiar al ejército ruso con bloques de exportación de productos de alta tecnología, mientras que las medidas adicionales se dirigen a miembros de la sociedad de élite, incluido el círculo íntimo de Putin. Sin embargo, en el paquete no existe ninguna palanca para reducir las ganancias rusas de su lucrativa industria energética. El asesor adjunto de Seguridad Nacional, Daleep Singh, lo dejó muy claro en una sesión informativa vespertina en la Casa Blanca: “Nuestras sanciones no están diseñadas para causar ninguna interrupción en el flujo actual de energía de Rusia al mundo”. El hecho de no perseguir al sector energético ruso es una consecuencia de la incapacidad de los aliados occidentales para hacerlo sin arriesgarse a un retroceso económico más allá del efecto boomerang que ya presentaron las sanciones de esta semana.
Biden no sancionó al sector energético ruso porque ello implicaba perder el control económico total de la industria europea. Mientras, Trump podría haberlo hecho de haberlo querido ya que, mientras Biden fomentó el desarrollo del gasoducto Nord Stream 2 en Alemania (lo cual genera dependencia energética rusa), Trump criticó los acuerdos energéticos europeos e incluso se separó de la agenda ecologista de los Acuerdos de París. “Es muy triste cuando Alemania hace un trato masivo de petróleo y gas con Rusia… Se supone que debemos estar en guardia contra Rusia y Alemania sale y paga miles de millones de dólares al año a Rusia”, dijo Trump al secretario general de la OTAN, Jens Soltenberg, en 2018 durante un viaje a Bruselas. El tiempo el dio la razón
Rusia había anticipado su capacidad para controlar los mercados energéticos europeos durante el 2021 cuando el viejo continente sufrió los altos precios debido a un invierno tan particular que demostró cómo las energías verdes (en especial la eólica) no era confiable. Una industria energética estadounidense fuerte, lo que incluye el carbón y petroleo que Trump quiso defender en su gestión, que opere a plena capacidad no solo podría minimizar la influencia del Kremlin en los mercados europeos a medida que continúan entrando en funcionamiento nuevas terminales de gas natural licuado.
Ya se había advertido cómo el Green New Deal iba a generar una crisis más allá de la fiscal; actualmente se ve cómo el progresismo no puede enfrentar amenazas reales y tiene cómo única defensa cortar ciertos capitales financieros, pero que a la postre no son suficientes cuando al frente hay un poder real que entiende qué es la GeoPolítica.