Un problema crucial que entraña al discurso ecologista desde sus comienzos se da en torno a la cuestión demográfica. Escribía allá por 1975 el etólogo italiano Ettore Tibaldi: “La ecología[1] no siempre muestra su propia naturaleza ideológica […]. En otros casos, sin embargo, aparece claramente como aquello que es, como el problema de la limitación de los nacimientos”[2]. Cabe destacar tan perspicaz y sucinta definición que nos ha otorgado susodicho autor poniendo de manifiesto a una de las principales figuras del ecologismo de las décadas de los años 60 y 70, el cual es Paul Ehrlich. Entomólogo de profesión, su resonancia en la agenda pública no llegó hasta el año 1968, en el que publicó su obra más popular: “La bomba demográfica”, en la cual, volviendo sobre algunos de los postulados generales de Thomas Malthus –curiosamente, sin nombrar a este último pensador en ningún momento-, suscitaba la idea de un futuro cercano (para entonces, la década de los 70´s) en el que, debido al incremento de la población mundial, la humanidad pasaría por una serie de catástrofes sociales, entre las cuales descollaba el hambre, debido al desbalance entre el crecimiento de la población, la producción de alimentos y la contaminación del medio ambiente.
Si bien Malthus jamás habló específicamente de medio ambiente ni ecología, sus estudios respecto de las sociedades concluían en que éstas oscilaban entre “la miseria” y el “vicio”. Siguiendo la lógica malthusiana, estas eran inevitables, ya que se basaban en dos postulados básicos: el primero, que el alimento es un factor indispensable para el desarrollo del hombre; y el segundo, que la pasión entre los sexos acompañaba necesariamente a la humanidad. El problema recaía en que, relacionando ambas leyes, existía una contradicción entre el crecimiento de la población, generado por esa pasión, y la correlativa cantidad de alimentos que necesariamente para abastecer a la humanidad. Recordemos que las hambrunas eran un fenómeno universal y regular que se repetía con tanta insistencia en Europa, que “se incorporó al régimen biológico del hombre y a su vida cotidiana”[i], según el historiador francés Fernand Braudel.
Malthus afirmaba que la población mundial tendía a crecer en proporción geométrica, 2-4-6-8-10. En este sentido, a medida que avanzara el tiempo, la distancia entre la proporción geométrica y la aritmética -en la cual consideraba que crecían los alimentos (1-2-3-4)- se haría mayor, ya que la menor disponibilidad de tierras de cultivo haría que la producción de alimentos creciera más lentamente, a medida que la población se incrementaba. Cada vez que abundara el alimento, más niños sobrevivirían, lo que traería de hecho, más muertes a futuro como consecuencia de la inanición. En este sentido, “aunque el producto de la Tierra pudiera aumentar año a año, la población aumentaría mucho más rápido”, y “el exceso deberá ser restringido por la acción de la miseria y el vicio”[ii]. Así es como nuestro pensador concluyó que “el poder del incremento de la población es tan superior al poder de la Tierra para producir el sustento del hombre, que la muerte prematura caerá de una forma u otra en la raza humana”, “inevitables y colosales hambrunas avanzan en la retaguardia, y con un golpe poderoso”, nivelarán “la población con los recursos alimentarios del mundo”[iii].
Para mitigar estos supuestos, Malthus agregaba la posibilidad de que se ejercieran dentro de la sociedad “controles morales”, que no eran otra cosa que el aborto y la anticoncepción, además de retrasar la edad de matrimonio, como forma de lograr una menor cantidad de hijos por parte de las parejas. Sin entrar en anacronismos, lo que Malthus hizo fue una descripción de su época. No concibió la capacidad humana de innovar, de resolver sus problemas, en un momento de la historia en que los valores de la Ilustración y las libertades ampliadas, brindaron a las personas la capacidad de hacerlo.
Avanzando un poco en el tiempo, será preciso comprender que, a diferencia de un siglo XIX cuyo paradigma intelectual dominante estaba guiado por el positivismo, signado por la racionalidad, objetividad, mecanicismo y, sobre todo, la previsibilidad, “la ciencia del siglo XX” -como nos recuerda Eric Hobsbawm- desarrolló “una imagen del mundo muy distinta”, donde la idea de “progreso” clásica de la modernidad comenzó a verse contrastada con una nueva idea: la de incertidumbre. Para Fernando Estenssoro Saavedra, “el avance de la idea de crisis ambiental es considerado […] como la bancarrota de la idea de progreso, que consideró la historia como un proceso ininterrumpido y ascendente del bienestar y felicidad humanos”[iv]. De esta forma: “El discurso de crisis ambiental recoge la crítica a esta idea de progreso y la reemplaza por la de incertidumbre, reconociendo el hecho de que si bien el avance científico-técnico produjo el desarrollo de una civilización altamente industrializada que se tradujo en una abundancia de recursos y un bienestar masivo sin precedentes en la historia humana […] también trajo consigo consecuencias insospechadas, como la amenaza nuclear, la posibilidad del agotamiento de los recursos naturales, la contaminación industrial y la deforestación, entre muchas otras”[v].
Es junto con esta nueva idea de incertidumbre que aparece la visión de un planeta finito, en el que tiene lugar un incremento demográfico constante que conlleva un aumento de la demanda y el consumo de los recursos que le proporcionan sustento a la Humanidad, mientras que la fuente que los proporciona -el planeta- se mantiene fija, y en el cual los recursos, ergo, también lo son. Así es que se retoma con mayor ímpetu la idea de que “el crecimiento infinito de cualquier tipo que sea, no puede sostenerse con recursos finitos”[vi], como lo resumiría el ecologista anglo-francés, Edward Goldsmith. Por lo tanto, asumiendo “esta idea del carácter determinista que tienen sus límites físicos, una pregunta principal que surge desde la política es para cuántos alcanza”, en tanto que “la discusión en torno a la explosión demográfica y degradación de los recursos naturales se comprende en relación a esta pregunta”[vii].
El rápido y sostenido crecimiento económico desarrollado en las primeras naciones en las que tuvieron lugar tanto la primer como segunda Revolución Industrial, tuvieron como contrapunto un resultado significativamente negativo para el ecosistema medioambiental: la extensión de las sociedades industriales que tuvo lugar a partir de la culminación de la II Guerra Mundial a través de gran parte de los pueblos africanos y asiáticos que emprendieron un acelerado proceso de independización, inmediatamente terminada la guerra, con el afán de constituirse como Estados soberanos y superar su atraso económico, sumado a un constante aumento de las tasas de natalidad y de nivel de vida material junto al consumo de bienes, constituyeron hechos que, enlazados, serían para gran parte de la literatura ecologista en pleno auge de esa época hechos que consiguieron “contar con todas las posibilidades para destruir al mundo”[viii].
En este marco surgieron no pocos integrantes del mundo intelectual y académico que comenzaron a poner su foco de atención en la cuestión demográfica, pero quizá quien resuma de forma más precisa y contundente lo dicho hasta aquí sea el socialista Sicco Mansholt, presidente de la Comunidad Económica Europea entre y Comisario Europeo de Agricultura y Desarrollo Rural: “Uno de los mayores problemas de nuestra época es el de la aceleración demográfica. […] En los próximos treinta años nacerán más hombres que en toda la historia de la humanidad. Además, los hombres de nuestra época quieren llegar incesantemente más alto, más lejos, más rápido y utilizan cada vez más materias primas. Nuestra sociedad está empeñada ante todo en luchar por elevar el nivel de vida material”[ix].
Uno de los primeros trabajos que constituyó las bases ideológicas de lo que, años después sería el movimiento ecologista de los años 60’s, fue “Camino de sobrevivencia”, publicado en 1948 por el ecólogo William Vogt. Su trabajo fue uno de los pioneros en un estilo que, si bien se refiere a la idea de crisis ambiental legitimando su tesis a través de estudios y discursos provenientes de las ciencias naturales, encuentra la causa de este fenómeno en las actividades sociales. El quaestionem principalem recaía en los ahíncos de industrialización del Tercer Mundo, ya que, de mantener su empeño en imitar los modelos de industrialización y consumo del Primer Mundo, acrecentarían los daños ambientales existentes dirigiendo al planeta a una catástrofe ambiental cientos de veces mayor que la provocada inicialmente por los países de este último grupo. El planeta carecía de los recursos naturales para proporcionar un alto nivel de vida a todos sus habitantes, lo que exigía urgencia en la toma de medidas dado que la amenaza tendía a tomar la forma de una crisis planetaria. Su obra puede resumirse a la idea de que a menos que la humanidad redujese drásticamente el consumo y limite su población, devastaría los ecosistemas globales. Vogt argumentó que la opulencia no es nuestro mayor logro, sino nuestro mayor problema. Si continuamos tomando más de lo que la Tierra puede dar, decía, el resultado inevitable sería la devastación a escala global. La conclusión lógica de la obra está asociada con una visión del ser humano como una especie depredadora que, en su afán de mejorar sus condiciones, agotaría los recursos que le son dados por la naturaleza. Por demás está aclarar que Vogt veía en el sistema de producción capitalista la causa última de la mayoría de los problemas ecológicos del mundo.
Años después, Vogt aceptó el cargo de Director Nacional de la -por entonces- Planned Parenthood Federation of America (creada por Margaret Sanger, que se convertiría, años después, en la International Planned Parenthood Federation, una de las principales redes de clínicas abortistas a escala mundial, a la vez que sabida representante de la filosofía eugenésica y malthusiana, como nos ilustra Horacio Giusto[x]), el cual desempeñaría desde 1951 hasta 1962.
Pero en los años ulteriores estas ideas neomalthusianas se perfeccionaron y fueron cada vez más sofisticadas en la medida en que iban siendo recogidas por destacados representantes del mundo científico y académico estadounidense y europeo occidental. Crecientemente, se iban involucrando distintos aspectos (físicos, químicos, económicos, energéticos, entre otros) para fundamentar la idea de que la crisis ambiental global se debía, en primer lugar, al exceso de población mundial en un planeta que no alcanzaba para todos. En este sentido, en 1967 William y Paul Paddock señalaron en “Famine, 1975! America´s decisión: Who Will Survive?” (“¡Hambre, 1975! La decisión de Estados Unidos: quién sobrevivirá”) que “los países industrializados no deberían ayudar a los subdesarrollados a superar sus hambrunas”, ya que, a raíz del alto crecimiento demográfico de estas naciones, los recursos que se les entregaban no eliminarían las causas de su miseria, sino que, por el contrario, ayudarían a que se mantuvieran las tasas de natalidad. En este sentido, “entregar estos recursos resultaba un derroche que terminaría por provocar una catástrofe mundial planetaria para 1975”[xi]. Finalmente, concluyeron que “en quince años” (es decir, para 1982), “las hambrunas serán catastróficas”[xii].
Un año después, en 1968, se publicó otro trabajo de gran repercusión en el ámbito académico: “La tragedia de los comunes”[xiii], publicado por el profesor de Ecología Humana en la Universidad de California, Garrett Hardin. Aunque la parábola de Hardin trata principalmente los problemas de asignación de los recursos naturales, la conclusión lógica que deriva de la comprensión este ensayo, aunque usualmente malinterpretada o pasada por alto, lograría resumirse de la siguiente manera: Los problemas ecológicos y sociales que afrontan las sociedades podrían, en efecto, solucionarse reduciendo los niveles de habitantes.
Así, exponiendo la parábola, en un mundo de recursos finitos, cada vez más poblado, la superpoblación condiciona gravemente un aspecto esencial: los recursos. Puesto de ese modo, la problemática debe ser rápidamente atendida, de forma que Hardin concibe dos formas posibles: la privatización y/o la completa regulación. Y es ilustrado por el autor mediante la metáfora de un prado comunal.
Pero esta lógica termina siendo desplazada hacia el entono humano. Pues “la población, como dijo Malthus, tiende naturalmente a crecer ‘geométricamente’ o, como diríamos ahora, exponencialmente. En un mundo finito, esto significa que la parte per cápita de los bienes mundiales debe disminuir constantemente”, dice Hardin, a medida en que las sociedades los utilizan para diversos fines. En este sentido, “un mundo finito sólo puede sustentar a una población finita; por tanto, el crecimiento de la población debe eventualmente ser igual a cero”[xiv].
Así reconoce que “el aspecto más importante de la necesidad que debemos reconocer […] es la necesidad de abandonar los bienes comunes en la cría. […] La libertad de reproducción traerá ruina a todos”[xv]. Si comprendemos que el nivel de vida de los habitantes de los países desarrollados aumentaba considerablemente en medio de un Estado de bienestar que posibilitaba e incluso alentaba esa posibilidad, cada persona utilizaría -en teoría- cada vez más recursos, una situación que no podría mantenerse por mucho tiempo y, por otra parte, generaría una continua contaminación que tendería a incrementarse paulatinamente, al tiempo que se requerirían mayores fuentes de energía. El deseo de incrementar el nivel de vida del mundo subdesarrollado, para Hardin, “produciría tanta polución, el efecto invernadero escalaría tan rápido, y tantas otras cosas que cambiarían para mal y rápidamente, que posiblemente no podríamos hacerlo”, por lo que “el mundo posiblemente no pueda vivir al nivel de vida de USA, con el tamaño de la población actual. Eso significa que el número de personas tiene que ser reducido, y/o el nivel de vida de USA tendrá que bajar”[xvi]. Estas consideraciones fueron afloraron y se perfeccionaron en la literatura ecologista de los años 1960 y 1970. Un ejemplo de ello, lo brinda, análogamente a Hardin, el equipo de trabajo de Edward Goldsmith en “Proyecto para la supervivencia”, de 1972: “El planeta carece de recursos que permitan la necesaria industrialización, y aunque ellos pudiesen encontrarse, los niveles de polución generados por tal grupo de actividad industrial serían mayores de lo que la ecósfera podría absorber. […] dentro de una sociedad industrial, consume muchos más recursos y contribuye mucho más a la polución ambiental que un individuo en una sociedad agraria. […] [Por de pronto] debemos […] reducir el nivel de nacimientos para compensar la diminución de la mortalidad [derivada del aumento en la calidad de vida], porque a pesar de ser indudablemente […] difícil, más aún lo es la alternativa de alimentar satisfactoriamente a una población en aumento”[xvii].
Finalmente, fue Paul Ehrlich el pensador que retomó y profundizó todas las posturas que hemos mencionado, llegando a tener un reconocimiento mucho mayor, además de ser considerado uno de los pioneros del ecologismo de los años 60. Su obra, “The Population Bomb”, enlaza gran parte de los argumentos de los autores que hemos rememorado hasta aquí, al tiempo que se basaba en el análisis del crecimiento de la población, el mal uso de los recursos naturales y la generación de contaminación junto al llamado “invierno nuclear” que, posteriormente, cambiaría por el efecto inverso: el “efecto invernadero”, demostrando así como el militante ecologista cambia cualquier discurso catastrofista dependiendo de los contextos, pero los “desastres ecológicos”, siempre y en todo lugar tienen como responsable al Hombre.
En cuanto a la conflictiva relación entre población, alimentos y contaminación, Ehrlich ponía toda la responsabilidad en el crecimiento demográfico, especialmente en el Tercer Mundo, lo que retomaría en muchos de sus trabajos posteriores[xviii]. A la vez que proponía una estricta planificación en la explotación de los recursos naturales y emisiones de contaminación, establecía la necesidad de crear una red de organizaciones supraestatales para controlar estos aspectos. Pero mientras Malthus concluía imposible el control activo de la natalidad, era justamente lo que Ehrlich proponía, utilizando el aparato coercitivo del Estado, mediante la creación de instituciones supraestatales, que serían complementarias a la quimérica posibilidad de introducir un cambio de valores que llevaran a la reducción de la natalidad, lo que preveía inverosímil debido a la figura y el aporte de la Iglesia católica en los países subdesarrollados.
“La batalla para alimentar a la humanidad ya terminó. En las décadas de los 70 y 80 cientos de millones de personas morirán de hambre, a pesar de los programas urgentes que están siendo desarrollados […] muchas vidas pueden ser salvadas aplicando drásticos programas para evitar la capacidad de carga del planeta, mediante el aumento de la producción de alimentos y la búsqueda más equitativa de distribución de los mismos. Pero estos programas pueden ser exitosos solamente si son acompañados por firmes y eficientes esfuerzos para controlar el tamaño de la población […] Debemos controlar a nuestra población, a través de cambios en los sistemas de valores, pero mediante métodos compulsivos si los voluntarios fallan. […] Las tasas de natalidad deben balancearse con las de mortalidad o la humanidad se autodestruirá. No podemos darnos el lujo de tratar simplemente los síntomas del cáncer demográfico, es el cáncer mismo el que debe ser extirpado”[xix].
Solo cuando uno ve al crecimiento de la población como un “cáncer”, es cuando puede entregarse por completo al dogma ecologista. Y es que así mismo lo reconoce el propio Ehrlich, cuando en su obra ulterior, “La explosión demográfica”, asegura que “es preciso contemplar el crecimiento demográfico como una especie de cáncer y tratar de crear una sociedad nueva más saludable”[xx].
De lo teórico a lo político
Para comprender verdaderamente lo que implicó la difusión de todas estas tesis neomalthusianas en la práctica política, debemos recordar que, en la década de 1970, comenzaba a hacerse evidente el estancamiento económico del modelo keynesiano típico en occidente. Con un marcado y sostenido descenso de las tasas de ganancia de capital en Europa occidental y Estados Unidos, aumentaban tanto el desempleo como la inflación, al tiempo que caían los ingresos tributarios del Estado, y aumentaban los costos sociales. Además, esta situación se acentuó cualitativamente tras la primera gran crisis del petróleo que estalló con motivo de la guerra árabe-israelí de 1973, cuando los países árabes de la OPEP acordaron bajar la producción por el apoyo de las potencias occidentales a los israelíes. Esto implicó que el precio del barril de crudo se multiplicara por diez, lo que afectó seriamente la economía de los países capitalistas industrializados que eran altamente dependientes de este insumo. Este declive del modelo keynesiano, agravado por la crisis del petróleo, se transformó en una “espectacular caja de resonancia a la idea de crisis ambiental, que se venía socializando entre las elites primermundistas desde el término de la Segunda Guerra Mundial”. De esta forma, “el imaginario catastrofista alimentado por el pánico a que el Tercer Mundo y sus anhelos de industrialización terminaran agotando los recursos naturales del planeta se consolidaba como el nuevo imaginario ambiental hegemónico del Primer Mundo”[xxi].
Fue este desasosiego sobre la crisis ambiental y el agotamiento de los recursos naturales lo que llevó a Nixon a expresar su famoso “Mensaje especial al Congreso sobre los problemas del crecimiento de la población”, el 18 de junio de 1969. Este tema sería el más grave desafío en el último tercio del siglo XX y, por este motivo, Nixon llamó a crear la Comisión de Crecimiento de la Población y el Futuro de América, que fuera presidida por John D. Rockefeller III, quien brindó sus conclusiones al presidente y al Congreso el 27 de marzo de 1972, donde señaló: “[…] Hemos llegado a la conclusión de que, en el largo plazo, no resultarán beneficios sustanciales de un mayor crecimiento de la población de la nación, más bien la estabilización gradual de la población a través de medios voluntarios contribuiría significativamente a la capacidad de la nación para resolver sus problemas. […] no hemos encontrado argumento económico convincente para el continuo crecimiento de la población”[xxii].
Pero no solo se trataba de frenar el crecimiento demográfico de Estados Unidos. En este sentido, resulta oportuno recordar que en 1971, se llevó a cabo la conferencia internacional “Objetivos y estrategia para mejorar la calidad del ambiente en la década del setenta”, con participación de funcionarios gubernamentales de Estados Unidos, Europa y Japón, además de contar con representantes de Naciones Unidas, la OCDE y la OTAN. En esta conferencia, presidida por J. George Harrar, entonces también presidente de la Rockefeller Foundation, se concluyó que se había coincidido “en que la explosión demográfica, o un crecimiento demográfico continuo y prolongado pueden anular todos los esfuerzos para mejorar el ambiente’”, por lo que “se instaba a ‘Estados Unidos y a otras naciones avanzadas a que ayuden a las naciones en desarrollo a controlar el crecimiento demográfico”[xxiii].
En 1969, Nixon a Henry Kissinger asesor de Seguridad Nacional y Secretario de Estado, y le dictaminó un estudio sobre el impacto del crecimiento de la población mundial en la seguridad de Estados Unidos”, titulado National Security Study Memorandum 200, también conocido como Informe Kissinger, cuyo tema principal fueron las “Consecuencias del Crecimiento Mundial de la Población para la Seguridad de los Estados Unidos y sus Intereses de Ultramar”[xxiv], y fue presentado al presidente el 10 de diciembre de 1974, aunque no sería adoptado como política oficial de los Estados Unidos sino hasta noviembre de 1975, bajo la presidencia de Gerald Ford, y desclasificado en 1980.
En el mismo, se explica que, durante el siglo XXI, Estados Unidos carecería de los recursos naturales necesarios para su industria, recursos que se encuentran en gran medida en países menos desarrollados, los cuales se hallaban experimentando un rápido aumento demográfico, cuantiosamente mayor al del mundo desarrollado, por el cual mantenían significativos ahíncos de industrialización para sacar de la pobreza a sus habitantes. Este contexto representaba un serio riesgo para la estabilidad de los ecosistemas del mundo, hechos que, consumados, causarían el caos político e institucional de diversas naciones, principalmente en aquellas que no pudieran hacer frente al hambre de sus habitantes. “El impacto de los factores poblaciones sobre los temas ya considerados parece afectar adversamente el bienestar y el progreso de países con los cuáles tenemos un interés de amistad”, por lo que “indirectamente afectan también a amplios intereses de los EEUU”[xxv], en tanto que un aumento de la población requeriría una suba en los niveles de explotación de recursos por cada nación, recursos que resultan de vital importancia para Estados Unidos, al tiempo que el descontento social podría hacer surgir figuras políticas reñidas con el país del norte.
Así es que Kissinger concluye que “las consecuencias políticas de los factores de población actuales en los países menos desarrollados […] son dañinas para la estabilidad interna y las relaciones internacionales de países en cuyo progreso los EEUU está interesado, creando así problemas políticos e incluso de seguridad nacional para los EEUU”[xxvi], por lo que lo ideal sería promocionar estrategias biopolíticas con respecto a la natalidad en el resto del mundo, a fin de controlar demográficamente los niveles de nacimientos, principalmente de los países poco desarrollados, que poseen reservas de recursos estratégicamente claves, a fin de que el aumento de habitantes en los mismos se mantenga dentro de límites determinados, y no requiera de los mismos para desarrollar su industria. Para ello, sería precisa la ayuda de agencias internacionales, y, sobre todo, “requerirá esfuerzos vigorosos de países interesados, Agencias de las Naciones Unidas y otros cuerpos internacionales para ejecutarlo”[xxvii], en un procedimiento en que “la asistencia poblacional bilateral es el ‘instrumento’ más grande e invisible para ejecutar la política de los EEUU en esta área”[xxviii]. ¿Por qué? Porque el financiamiento de estos agentes sería fundamental en la planeación y la resolución de los planes de control demográfico, al tiempo en que serían los principales entes que dispondrían del financiamiento necesario para los Estados que llevasen adelante los “programas a gran escala de información, educación, y persuasión dirigida a disminuir la fertilidad”[xxix] y, por otra parte, puesto que los mismos no podrían ser impuestos de forma coercitiva, ya que “previos intentos de utilizar ‘influencia’ (presión) en temas mucho menos sensitivos han causado generalmente fricción y a menudo ‘sale el tiro por la culata’”[xxx]. Por ello, parte esencial de los puntos a desarrollar de Kissinger eran incrementar el énfasis en los medios masivos de comunicación, nuevas tecnologías de comunicación y otros programas de educación popular y, sobre todo, para “asegurar a otros de nuestras intenciones debemos mostrar nuestro énfasis en el derecho de los individuos a elegir libremente la cantidad de hijos […] y nuestro continuo interés en mejorar el bienestar general”[xxxi]. ¿Le suena al lector, alguno de los puntos de este discurso, familiar?
En el año 1993, Ehrlich publicó “La explosión demográfica”. Donde dice: dirá: “Si la sociedad va a controlar el problema de la explosión demográfica y los demás factores de la mayor crisis que ha tenido en su historia, tendrá que hacerlo a través de la evolución cultural”[1]. ¿Y qué es, entonces, la mentada evolución cultural? Básicamente es la forma en que el autor llama a una nueva forma de ingeniería social, mediante la cual se lograría un sustancial cambio en el sistema de valores de una sociedad. “En el mundo moderno la información cultural, a diferencia de la información genética […] puede modificarse en una sola generación; a veces en una semana […] la gente debe tomar plena conciencia de los cambios graduales que se registran en el medio ambiente […] El crecimiento demográfico, la pérdida de ozono estratosférico, el exterminio de especies de plantas y animales y otros signos que apuntan colectivamente a un colapso mundial, constituyen tendencias demasiado graduales para que los seres humanos las perciban”. Véase cómo esto se ha aplicado de forma seria en la sociedad que, en el mes de julio del pasado año, titulares del todo el mundo repitieron el mismo encabezado: “El príncipe Harry y Meghan reciben premio ambiental por decir que solo tendrán dos hijos: Tener una familia más pequeña reduce nuestro impacto en la Tierra y brinda una mejor oportunidad para que todos nuestros niños, sus hijos y las generaciones futuras prosperen en un planeta saludable”[2]. En efecto, la pareja fue “premiada” por la organización Population Matters, misma que es erigida por Ehrlich, debido a su decisión de no tener más de dos hijos. El ecologismo contribuyó con los argumentos perfectos para impulsar legislaciones biopolíticas de control de la natalidad en todo el planeta, promoviendo la idea del ser humano como un “cáncer” para el mismo.
En este sentido, resulta esencial reconocer que el control de natalidad no se da sólo mediante legislaciones como el aborto, pues los principales propulsores del control demográfico han estado de acuerdo en que resulta más efectivo si se muestra énfasis en el derecho de los individuos a elegir libremente la cantidad de hijos, es decir, si el mismo se presenta como un acto de “libertad” y, por otro lado, el control demográfico es más eficaz si no se impone, por lo que, en esta estrategia, el aborto sólo aparece como medida última e indeseada, pues es un acto tan invasivo y violento que impresiona hasta a más de una militante feminista.
Resulta esencial destacar, postremo exempli gratia, que desde Paul Ehrlich (padre del ecologismo antinatalista) hasta Henry Kissinger (autor NSSM 200), los principales propulsores del control demográfico siempre han estado de acuerdo en dos postulados básicos: a) Mostrar énfasis en el derecho de los individuos. a elegir libremente la cantidad de hijos; b) El control demográfico es más eficaz, si no se impone.
[1] Ehrlich, P. & Ehrlich, A. “La explosión demográfica”. Ob. Cit. Pp. 201-202.
[2] James, A. (12 de julio de 2021). El príncipe Harry y Meghan Markle reciben premio ambiental por decir que solo tendrán dos hijos. El Post Millennial. Recuperado de: https://thepostmillennial.com/prince-harry-and-meghan-markle-receive-environmental-award-for-saying-they-will-only-have-two-children?utm_campaign=64469. Analogo titular publicó El Mundo: “Meghan Markle y el príncipe Harry reciben un premio por su decisión de no tener más hijos”. Recuperado de: https://www.elmundo.es/loc/casa-real/2021/07/13/60ec1e8021efa0960f8b4628.html
[i] Citado en Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad” (2016); Buenos Aires. Ed.: El Ateneo. pp. 23
[ii] Malthus, R. “Ensayo sobre el principio de la población” -1a ed.- Buenos Aires: Claridad, 2007. pp. 74
[iii] Malthus, T. “Ensayo sobre el principio de la población”. Ob. cit. Pp. 72
[iv] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. 1ª ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Biblos, 2020. Pp. 44
[v] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 46
[vi] Goldsmith, E. Allen, Robert. Allaby, Michael, Davoll, John, Lawrence, Sam. “Proyecto para la supervivencia” (1972); Emecé Editores, S. A., Buenos Aires, 1973. Pp. 13
[vii] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 44
[viii] Sicco Mansholt, “El gran problema es saber si siete mil millones de personas pueden vivir sobre nuestro planeta”. En Marcuse, H. Morin, E. Mansholt, S. Maire, E. Bosquet, M. Goldsmith, E. Sanit-Maire, P. “Ecología y Revolución” (1975); Buenos Aires. Ed: Nueva Visión SAIC. Pp. 15
[ix] Sicco Mansholt, “El gran problema es saber si siete mil millones de personas pueden vivir sobre nuestro planeta”. En Marcuse, H. Morin, E. Mansholt, S. Maire, E. Bosquet, M. Goldsmith, E. Sanit-Maire, P. “Ecología y Revolución” (1975); Buenos Aires. Ed: Nueva Visión SAIC. Pp. 15
[x] Giusto, Horacio. “IPPF: una filosofía eugenésica, determinista y malthusiana”. 2019. Fundación LIBRE. Recuperado en: https://fundacionlibre.org.ar/2019/12/17/ippf-una-filosofia-eugenesica-determinista-y-malthusiana-por-horacio-giusto/
[xi] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 69-70
[xii] Citado en Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob Cit. Pp. 35
[xiii] Hardin, G. (1968). “La tragedia de los comunes”. Science, 162(3859). Pp. 1242-1248. Sitio web https://science.sciencemag.org/content/162/3859/1243.full
[xiv] Hardin, G. “La tragedia de los comunes”. Ob. Cit. Pp. 1242-1248
[xv] Hardin, G. “La tragedia de los comunes”. Ob. Cit. Pp. 1242-1248
[xvi] COPREGA S.A.C. “Garrett Hardin La Tragedia de los Comunes”. Recuperado en https://youtu.be/7CYuA3sW2KQ
[xvii] Goldsmith, E. Allen, Robert. Allaby, Michael, Davoll, John, Lawrence, Sam. “Proyecto para la supervivencia”. Ob. Cit. Pp. 194
[xviii] Ver Ehrlich, P. & Ehrlich, A.”La explosión demográfica” (1993); Barcelona. Ed.: Salvat
[xix] Ehrlich, P. “The Population Bomb”. Citado en Reboratti, C. “Ambiente y sociedad” (2000); Buenos Aires. Editorial Plantea Argentina, S.A.I.C. / Ariel. Pp. 159
[xx] Ehrlich, P. & Ehrlich, A. “La explosión demográfica”. Ob. Cit. Pp. 13
[xxi] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 77-78
[xxii] John D. Rockefeller III, The Rockefeller Comission Report Population and the American Future. Citado en: Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 81-82
[xxiii] Visto en Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 83-84
[xxiv] Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Memorándum Estudio Seguridad Nacional 200, Washington D. C., 20506, 24 de abril de 1974. Disponible en: file:///C:/Users/User/Desktop/informe-kissinger-completo.pdf
[xxv] Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Memorándum Estudio Seguridad Nacional 200, Washington D. C., 20506, 24 de abril de 1974. Pp. 87. Disponible en: file:///C:/Users/User/Desktop/informe-kissinger-completo.pdf
[xxvi] Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Memorándum Estudio Seguridad Nacional 200, Washington D. C., 20506, 24 de abril de 1974. Pp. 19. Disponible en: file:///C:/Users/User/Desktop/informe-kissinger-completo.pdf
[xxvii] Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Memorándum Estudio Seguridad Nacional 200, Washington D. C., 20506, 24 de abril de 1974. Pp. 23. Disponible en: file:///C:/Users/User/Desktop/informe-kissinger-completo.pdf
[xxviii] Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Memorándum Estudio Seguridad Nacional 200, Washington D. C., 20506, 24 de abril de 1974. Pp. 126. Disponible en: file:///C:/Users/User/Desktop/informe-kissinger-completo.pdf
[xxix] Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Memorándum Estudio Seguridad Nacional 200, Washington D. C., 20506, 24 de abril de 1974. Pp. 86. Disponible en: file:///C:/Users/User/Desktop/informe-kissinger-completo.pdf
[xxx] Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Memorándum Estudio Seguridad Nacional 200, Washington D. C., 20506, 24 de abril de 1974. Pp. 127. Disponible en: file:///C:/Users/User/Desktop/informe-kissinger-completo.pdf
[xxxi] Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Memorándum Estudio Seguridad Nacional 200, Washington D. C., 20506, 24 de abril de 1974. Pp. 29-30. Disponible en: file:///C:/Users/User/Desktop/informe-kissinger-completo.pdf
[1] Aquí cabe señalar que, a diferencia de nosotros en el presente trabajo, el autor habla de “ideología ecológica” y no de “ecologismo”. Aunque es una distinción a considerar, en ultima instancia, hacemos referencia a los mismo.
[2] Tibaldi, E. “Anti-ecología”; Editorial Anagrama, Barcelona, 1980, Pp. 59.