China 2035 y el ecologismo

La agenda verde se impuso desde el primer mundo e irónicamente, el capitalismo con conciencia social fagocitó a la nación capitalista por excelencia. Para cumplir con los mandatos «ecológicos» establecidos políticamente por la ONU y desplegado mediáticamente por el metacapitalismo, los estadounidenses se verán obligados a comprar paneles solares fabricados en China. Dichos paneles no sólo requieren en su fabricación de combustibles fósiles, sino también que se fabrican con trabajo forzado.

La estrategia energética de EEUU con Trump había generado un superávit que le permitió a dicha nación ser un exportador neto de energía; como informó la Agencia Internacional de Energía el año pasado, Estados Unidos en 2019 lideró el mundo con la mayor reducción en un año de emisiones de CO2 relacionadas con la energía. Sin embargo, Biden promueve un plan ecologista más drástico que el de Obama en 2015. Parte del plan consiste en eliminar el 60 por ciento de la electricidad actual que es generada por combustibles fósiles. A su vez, los demócratas del Congreso han pedido la prohibición de las ventas de nuevos vehículos que usen combustibles fósiles para el 2035.
La solución demócrata será una expansión masiva de la energía solar y eólica, que actualmente en EEUU representan alrededor del 10 por ciento de la generación de electricidad; incluso se proyectan fuertes subsidios de los contribuyentes para su financiación Salvaral planeta implica literalmente, estrangular al contribuyente.

Lo tragicómico es que a Biden se le preguntó si acaso aniquilar a una nación con semejante intromisión gubernamental implicaría salvar efectivamente el planeta, a lo que textualmente dijo: “Si hacemos todo a la perfección, no va a importar». Tal como se ve, lo importante es sostener el expansionismo chino; el radicalismo ambiental no es más que un conjunto de idiotas útiles al servicio del imperialismo que dan la narrativa necesaria para justificar el sacrificio de las personas.

Lo que importa ver en este punto es cómo si una agenda se impone a los estadounidenses que se jactan de su poder, qué le espera al tercer mundo.

La agenda ecologista como principal exponente de la metanarrativa globalista exhibe su intención de que ciertas naciones no crezcan en población e industria. China, uno de los países que generan la mayor parte de las emisiones de carbono, no tienen la intención de destruir voluntariamente su economía; muy por el contrario, intenta controlar el mercado global.

Véase que “No podemos vivir sin minerales raros. En ellos está el crecimiento del futuro y también son claves para las tecnologías verdes», según expresó el profesor Animesh Jha. Tal como expone en BBC, los 17 minerales raros que son necesarios para el desarrollo de energías verdes, se han convertido en la manzana de la discordia entre China y Occidente desde el año pasado, cuando Pekín estableció cuotas a la exportación de estas materias primas. Los 17 elementos químicos de la tabla periódica conocidos como «minerales raros» incluyen metales como el Gadolinio, el Tulio, el Lantanio, el neodimio y el Cerio. «Son además vitales para la producción de energías renovables. Si quieres una turbina de viento, o un vehículo que utilice energía limpia necesitas minerales raros. Son una fuente de uso eficiente de energía», señaló el académico.

El mayor contaminador del mundo, China, está construyendo nuevas plantas de carbón a un ritmo febril y ampliando su uso de gas natural. Esto ha aniquilado, según informes de BBC, un centenar de minas americanas que no han podido competir en el mercado contra el gigante de oriente. Tal como se ve, el cambio climático es la farsa para destruir Occidente. China (que obtiene el 86 por ciento de su consumo de energía del carbón, el petróleo y el gas natural) no está sola en este proceso; India (que obtiene el 76 por ciento de su combinación energética de combustibles fósiles, principalmente carbón) y Rusia (que obtiene el 87 por ciento de los combustibles fósiles) también están aumentando sus emisiones y han dejado en claro que no sacrificarán sus economías ni el trabajo de sus ciudadanos en respuesta a la histeria climática.

La estrategia climática de los globalistas es el desarme económico de las potencias emergentes para que sólo los grandes imperios contaminantes se consoliden como amos y señores del mundo. En 2020 China amplió más de tres veces la capacidad de energía de carbón por sobre el resto de todo el planeta. Su ritmo de concesión de permisos y lanzamiento de nuevas operaciones de carbón está aumentando abrumadoramente. Lo cierto es que China comprende que los combustibles fósiles permiten un fuerte crecimiento económico para sus ciudadanos y también para sus militares.

El metacapitalismo, la ONU y el régimen chino son algunos responsables de promover el mito de la sobrepoblación y el modelo fallido del pánico climático; de todos los grandes actores del globalismo, Xi Jinping sabe que concentra la mayor extracción y distribución de metales raros necesarios para el desarrollo de las energías renovables. La nación más contaminante es que la profundizará la contaminación para que un montón de idiotas útiles se perciban como guerreros del Capitán Planeta.

Si bien China es el principal importador de carbón del mundo, también está trabajando para dominar la industria solar. Ha acaparado el mercado en muchos sectores que incluyen los dos tercios de la capacidad de producción mundial de polisilicio como ingrediente clave, el 80 por ciento de la fabricación mundial de células solares y el 99 por ciento de la fabricación de lingotes y obleas solares. Un nuevo informe de Horizon Advisory sugiere que las empresas solares están colaborando con el Partido Comunista Chino para aprovechar el trabajo forzado en los campos de internamiento del gobierno. China también está dominando cada vez más la producción de componentes clave de la energía eólica, aunque no logró aun su hegemonía en Europa o Estados Unidos.

Así pues, es bueno reflexionar sobre quién se beneficia con los presentes discursos ecologistas donde las mayorías aceptan sin cuestionar siquiera quién financia el famoso “consenso científico”, tal como sucedió en su momento con cierto patógeno de Wuhan.