Tal ha sido la campaña de difamación que ha sufrido el FBI esta semana como consecuencia de la operación en casa de Trump, que el fiscal general Merrick Garland ha salido este jueves a hacerle frente. «No me quedaré callado mientras se ataca injustamente la integridad de los hombre y mujeres del FBI y los fiscales del Departamento de Justicia», dijo en un excepcional comunicado ante las cámaras.
«Son entregados patriotas dedicados y que sirven al país día tras día». Garland, considerado un juez cauto y justo, que sigue la ley al pie de la letra, dijo haber aprobado personalmente la operación. Para defender al Ministerio de Justicia de la campaña de difamación que emana de los círculos de Trump y ha disparado el número de amenazas contra el FBI, el fiscal general ha pedido al juez federal Bruce Reinhart que levante parcialmente el secreto de sumario para mostrar al público las pruebas en las que se sustentaba la orden de registro.
La operación había sido cuidadosamente planeada para no coincidir en la propiedad con el expresidente, que se encontraba ese día en New York preparándose para testificar ante la fiscal general Letitia James. Fue su hijo Eric el que recibió la primera llamada sobre la presencia del FBI en la propiedad, algo sin precedentes en la historia de EEUU y, a su juicio, «innecesario».
El magnate, ofuscado y sin acceso a Twitter, tardó en reaccionar, pero acabó difundiendo el registro en un comunicado de prensa. Desde entonces, lo ha utilizado para aumentar su campaña de recaudación de fondos con fines aún sin especificar que se presumen electorales. «¡Drena el pantano!», pedían al día siguiente los seguidores que se manifestaron frente a su propiedad para mostrarle su apoyo.
El 80% de los republicanos encuestados por el Instituto Trafalgar dicen sentirse más motivados para votar después de esa redada que, paradójicamente, ha aumentado su poder dentro del partido. El martes, Trump volvió a apuntarse otro ramillete de victorias indirectas en las primarias del partido, distribuidas a lo largo y ancho del país. A simple vista parecen demasiado locales como para extender conclusiones, pero basta arañar un poco para entender por qué la formación conservadora de Ronald Reagan y George Bush se ha plegado ante él. Trump no solo obtuvo más votos en su campaña de reelección, sino que parece más fuerte que nunca. Desde luego, más fuerte que los candidatos tradicionales del partido.
Derrotas contra candidatos apoyados por Trump en las primarias republicanas
El martes, la ultraconservadora Rebecca Kleefish, que fuera lugarteniente del gobernador y estaba apoyada por el vicepresidente Mike Pence y por el aparato local del Partido Republicano, perdió las primarias frente al trumpista Tim Michels, un ejecutivo de la construcción que había recibido un espaldarazo del expresidente. Su derrota produjo un escalofrío en Washington, donde los republicanos que guardaban silencio tras la operación del FBI se han apresurado a criticarla y secundar las acusaciones de que se trata de una campaña de acoso y derribo contra el exmandatario, originada en la Casa Blanca para impedir que vuelva a presentarse a las elecciones. La Casa Blanca guarda silencio y cree que no sería apropiado hacer ningún comentario al respecto. Biden asegura que se enteró de ello por los medios de comunicación.
Los seguidores de Trump llegan aún más lejos y acusan al Ministerio de Justicia de utilizar el registro para «plantar» pruebas en la mansión con las que enjuiciarle. Argumentan como prueba que el FBI pidió que se apagaran las cámaras de seguridad para proteger la identidad de los agentes que participaban en la operación. El equipo legal del mandatario no ha hecho pública la copia de la orden de registro ni del inventario de lo que se llevó el FBI, ambas en su poder, con la excusa de que las pruebas presentadas ante el juez federal de Palm Beach que autorizó el registro se encuentran selladas bajo secreto de sumario. Sus abogados debaten ir a los tribunales para pedir que se levante esa excepción, que no afecta a los documentos que recibieron.