Existen algunas malas razones para comerte a los de tu propia especie. Sin embargo, según este estudio que aborda los entresijos del canibalismo, también existen algunos buenos motivos que hacen que esta práctica esté bastante extendida en el reino animal. Según comienza la narrativa de este reciente artículo del National Geographic.
13 de octubre de 1972. El equipo de rugby Old Christians Club de Montevideo se dirigía a Chile para jugar un partido contra el equipo local de los Old Boys, cuando su avión, fletado por la Fuerza Aérea uruguaya, se estrelló mientras atravesaba la cordillera de los Andes causando la muerte instantánea de 12 personas. Otros 17 fallecieron en los días posteriores debido a las heridas, las duras condiciones meteorológicas, o la falta de alimento. Lo que sucedió durante las siguientes semanas pasaría a la historia como el «Milagro de los Andes». 16 de los 45 integrantes del avión volverían con vida para contar lo sucedido, sin embargo, su historia no se haría famosa tanto por el simple y a la vez heroico hecho de sobrevivir, si no como por el modo en que lo hicieron: comiéndose unos a otros.
El canibalismo a día de hoy es un tema tabú en la mayoría de culturas humanas del mundo. Sin embargo, no siempre ha sido así. Cuando los españoles desembarcaron en el Nuevo Mundo se encontraron con culturas para la cuales comerse el corazón de sus enemigos muertos en combate era una práctica habitual. De hecho, la antropofagia fue una práctica extendida por toda la América precolombina, desde los pieles rojas dolicocéfalos de Canadá, pasando por los caribes, mayas o chibchas, hasta llegar a los fueguinos o patagones, en el extremo opuesto del continente. En otras partes del mundo, también son conocidos los casos de la tribu africana de los hombres leopardo, o de diversos pueblos polinésicos.
La práctica del canibalismo, tanto en humanos como en el resto del reino animal, ha llevado a muchos científicos a preguntarse cuáles son los mecanismos que inducen a este tipo de comportamiento y si son o no beneficiosos para las distintas especies. Así, uno de los últimos estudios publicados a este respecto es el que se publicaba recientemente en julio en la revista Ecology de la Sociedad Americana de Ecología bajo el título Pathways to the density-dependent expression of cannibalism, and consequences for regulated population dynamics (Vías hacia la expresión del canibalismo dependiente de la densidad y consecuencias para la dinámica de población regulada). Estudio que detalla en su resumen las siguientes puntos: «El canibalismo, antes visto como un comportamiento raro o aberrante, ahora se reconoce que está muy extendido y que contribuye ampliamente a la autorregulación de muchas poblaciones… revisamos investigaciones recientes que han revelado una rica diversidad de vías a través de las cuales el aumento de la densidad provoca un mayor canibalismo… La expresión condicional del canibalismo generalmente mejora la estabilidad y la regulación de la población en modelos de una sola especie.
¿Barbarie o mecanismo natural? Por qué el canibalismo es una mala idea
Los áfidos del algodón, son unos diminutos insectos verdes, voraces, y tremendamente destructivos que se alimentan de la savia de las plantas de algunos cultivos, produciendo una gran cantidad de desechos mohosos y de virus mortales. Para luchar contra estos áfidos, el equipo del entomólogo y nematólogo de la Universidad de California en Davis, Jay Rosenheim, decidió comenzar una guerra biológica, para la cual introdujeron en los campos de cultivo a otra robusta especie de áfidos nativos del género Geocoris conocida como bichos de ojos grandes.
La idea funcionó, y bastante bien. Pero solo por un tiempo. Lo que el autor del estudio ignoraba, es que el plan de su equipo para proteger los campos de algodón de California conduciría a una explosión de canibalismo. Así, cuando el espacio se volvió escaso entre las plantas, sucedió algo inesperado: los insectos de ojos grandes dejaron de atacar a los áfidos y comenzaron a cazarse entre sí, devorando grandes cantidades de sus propios huevos. «Se volvieron salvajemente caníbales”, explica Rosenheim».
Comerte a los de tu propia especie es bastante común en todo el reino animal, desde amebas unicelulares, pasando por arañas, mantis religiosas, o incluso vertebrados como las salamandras. Sin embargo, no hay tantas especies que se coman a sus propios congéneres como cabría esperar, y el equipo ha detallado los motivos.
Entre estas razones se encuentra que el canibalismo es una estrategia arriesgada. Si estas armado con garras afiladas y dientes peligrosos, tus camaradas también lo estarán. Por ejemplo, las hembras de algunas especies de mantis religiosa son famosas por comerse las cabezas de los machos, mucho más pequeños, durante el apareamiento, e incluso devorarlos por completo una vez que han llevado a cabo su función reproductora. Sin embargo, menos conocido es el hecho de que también, ocasionalmente, se enfrentan cara a cara con una potencial hembra competidora . «He visto a una hembra morder la pierna de otra», cuenta Rosenheim. «Y luego, la hembra que perdió la pierna de alguna manera logró matar a la otra».
El canibalismo también es arriesgado desde la perspectiva de la enfermedad. Muchos patógenos son específicos de cada huésped, por lo que si una especie caníbal devora a un congénere infectado con dicho patógeno corre un riesgo elevado de contraer la misma enfermedad. Diferentes poblaciones de humanos han descubierto esto de la peor manera posible. Uno de los ejemplos más famosos es la propagación de una rara enfermedad cerebral y fatal llamada kuru que asoló al pueblo fore de Nueva Guinea en la década de 1950. Entre los ritos funerarios de los fore era práctica habitual comerse a sus familiares fallecidos, para lo cual los cocinaban. Sin embargo, el kuru es una enfermedad causada por un prion que se aloja en el cerebro humano y que es resistente a la cocción, y no fue hasta que los fore eliminaron el ritual caníbal de sus prácticas que la enfermedad se detuvo en seco.
Pero sobre todo, el canibalismo es una idea terrible si lo que se desea es lo que toda especie animal está programada para hacer: transmitir los propios genes. “Desde una perspectiva evolutiva, lo último que quieres hacer es comerte a tu descendencia”, cuenta Rosenheim. Paradójicamente esa una de las principales razones por las que los insectos de ojos grandes limitan el tamaño de sus poblaciones al comerse a sus propias crías. Al crecer demasiado sus poblaciones, tal y como sucedió con los experimentos con los pulgones de Rosenheim, depositan huevos por doquier, lo que provoca que no puedan reconocer a la propia descendencia y terminen devorando a su propia prole en un ejercicio de competencia intraespecífica.
El canibalismo y algunas de las ventajas de comerte a los tuyos
Aunque el canibalismo quede lejos de ser una estrategia ideal, existen ciertas condiciones que propician que este comportamiento merezca la pena, explica la ecóloga de la Universidad Estatal de California, East Bay, Erica Wildy, una investigadora ajena al estudio de Rosenheim. Wildy descubrió en una línea de investigación propia que el hambre provoca que las larvas de salamandra de dedos largos sean más propensas a mordisquearse y, en ocasiones, a comerse unas a otras. Por su parte, Rosenheim y sus colegas identificaron ciertas hormonas específicas – octopamina en invertebrados y epinefrina en vertebrados- que parecen estar vinculadas a tasas crecientes de canibalismo en algunas especies. Así, a medida que las poblaciones de dichas especies aumentaban y la comida escaseaba, el incremento en la cantidad de estas hormonas propiciaba que los animales «hambrientos» atacaran a todo aquello que pudieran arrebatar con sus mandíbulas, patas o pinzas.
El estudio destaca como ejemplo el caso de como las salamandras tigre o los sapos de espuelas, se convierten en supercaníbales bajo ciertas circunstancias. Así, cuando un estanque se halla repleto de larvas, algunos renacuajos hacen una transición a lo que se conoce como una «morfología caníbal» en la que aumentan su volumen y generan unas mandíbulas abiertas tachonadas de pseudocolmillos que les facilita comerse a los suyos. Morfos caníbales similares surgen en ácaros, peces e incluso moscas de la fruta, cuyas larvas caníbales están armadas con un 20% más de dientes en sus ganchos bucales que sus contrapartes.
Otras criaturas, como el sapo neotropical gigante, una especie altamente invasora adoptan el enfoque opuesto. Cuando los caníbales hambrientos están al acecho, las larvas de sapos vulnerables aceleran su crecimiento y desarrollo, añadiendo masa a su cuerpo para volverse demasiado grandes como para ser engullidos por sus congéneres. En otras ocasiones, como en el caso de algunas especies de tiburón, la lucha caníbal por la supervivencia comienza en el útero de la propia madre, donde las crías se comen unas a otras antes de nacer: es lo que se conoce como canibalismo intrauterino.
Suena a que se trata de una dura existencia la de estos animales, aunque no tanto para la especie. En la mayoría de los casos, el resultado final de este canibalismo desenfrenado es positivo: una población menos poblada y más sana. Por esa razón, Rosenheim evita ver el canibalismo como una barbarie. “Cuando pensamos en el canibalismo en las poblaciones humanas, retrocedemos”, declara. Y es cierto que el simple pensamiento de comernos a un semejante, sobre todo si es un ser cercano, resulta una idea cuanto menos perturbadora para el hombre común. “Y sin embargo, el canibalismo es uno de los contribuyentes clave para equilibrar la naturaleza”, concluye.
Un comentario sobre «¿Normalización?: El canibalismo tiene una explicación, y ¿no es tan sórdida como podría parecer?»
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