Si bien deberíamos remontarnos al menos hasta los tiempos presocráticos para hablar sobre las primeras ideas acerca del género Humano y su vínculo con la naturaleza, lo cierto es que tamaña y vasta discusión escapa a los objetivos, que tienen por objeto aproximar a una definición política del moderno movimiento ecologista: sus bases teóricas, sus inicios, intelectuales, y sus causas, a fin de poder llegar a comprender su agenda. Para esto, primero debiéramos de describir el contexto en el cual el mismo se desarrolla.
Aunque la Ecología nació en el siglo XIX, principió a desarrollarse sino hasta el siglo XX, cuando surgieron las inaugurales sociedades y revistas ecológicas. Habiendo comenzado su vida como parte de la Biología, la Ecología tuvo un desarrollo apegado a ésta. El énfasis, estaba en el estudio de la respuesta del organismo en un ambiente específico. No sería sino hasta la década de 1930, cuando la Ecología -a través de la acumulación de estudios, el establecimiento de un nuevo vocabulario académico (como el surgimiento del término “ecosistema”, establecido en 1935) y la sistematización del estudio de cuestiones particulares- consolidaría su rol como ciencia autónoma.
Cierto es que en la antigüedad grecolatina existía un interés por comprender las relaciones complejas entre los organismos y su ambiente, que se exteriorizó en gran medida a través de apotegmas de carácter descriptivo. Este fue, de hecho, resultado de la historia natural. Piénsese a modo de ejemplo en las tribus primitivas de cazadores-recolectores, para las cuales resultaba imprescindible tener ciertos conocimientos detallados acerca de dónde y cuándo encontrar a sus presas. En otro sentido, la consolidación de la agricultura y la ganadería impulsaron la necesidad de aprender acerca de la cómo mejorar el rendimiento en el cuidado de las plantas y los animales. No obstante, no hay peor idea, a la hora de echar un vistazo al pasado, que analizarlo con los ojos y los valores del presente. Ninguno de los clásicos fue lo que hoy se comprende por “ecologista”, a saber: un sujeto político que pregona la globalización de los problemas ambientales, problemas ambientales que, en su mayoría, comprende como consecuencia primera del propio estilo de vida industrial y de consumo, típico de las naciones herederas de la Segunda Guerra Mundial.
Para los distintos movimientos ecologistas consolidados políticamente en las décadas de 1960 y 1970, el deterioro ambiental fue resultado del estilo de vida industrial y las sociedades de consumo de Primer Mundo que, al exportar su estilo de vida al resto del planeta, también globalizaron la crisis. El ecologismo es una ideología hija de la Modernidad, y como tal, comprende los vicios de una. Así es que vaticina que el fin de la vida humana llegará sin excepción, siempre y cuando no se cumplan los remedios que ella misma ofrece, los cuales son brindados desde una mirada cientificista que llega a demostrarnos, como especie, lo equivocados que estábamos respecto a nuestra forma de vida y cómo, en consiguiente, podremos dar solución a todos los males del mundo si obedecemos a los mesías iluminados.
Lo que hoy se conoce por ecologismo, un variado movimiento político y cultural, encuentra sus bases ideológicas, no obstante, en el proceso histórico de la Modernidad, que tendrá como corolario a una serie de revoluciones, que no habrían de quedar circunscriptas a un mero cambio en el régimen legal y político, sino más bien a una concepción del Hombre y de la sociedad en por demás equívoca. El ecologismo es una ideología hija del proceso moderno, en la que la cual, la característica que prima es la forma de pensar a la civilización como un “mal” para el Mundo, que encuentra a su vez paridad en otros pensadores ampliamente difundidos, en el Siglo XXI.
Hablar de ecologismo, en primera instancia, requiere de trazar una distinción fundamental: pues este movimiento, a pesar de sus divergencias internas, no es sinónimo de ciencia. Si bien en buena medida este intenta legitimar sus afirmaciones mediante la utilización de estudios que provienen de las Ciencias Naturales, lo cierto es que el mismo refiere a causas sociales, a saber: Se refiere a factores relacionados con la conducta humana, más no a fenómenos propiamente naturales. El ecologismo es una ideología. Entendía Karl Marx por ideología a un conjunto de ideas, conceptos y creencias destinados a convencer universalmente de una verdad. Pero estas ideas, producen una conciencia deformada de la verdad, cuya falsedad obscurisa el recto juicio de los individuos, y reposa fundamentalmente en un proceso de ocultamiento de lo real. De esta forma, se intenta explicar de manera reducida las complejidades que atañen al género Humano y la naturaleza. “¿Por qué, entonces, dar el mismo nombre a todas estas corrientes de “ecologismos”? Bueno, como diría la filósofa Paulina Rivero Weber, “existe un dato duro que todas ellas tienen como punto de partida: el ser humano le ha hecho tanto daño al planeta, que si no cambiamos el rumbo, acabaremos con nuestra especie junto con miles más de las que ya hemos extinguido”[1].
Asimismo, conviene aclarar que, de aquí en adelante, nos referiremos exclusivamente al ecologismo como sustantivo que refiere a la militancia ecologista, como un ismo que refiere a una ideología, y como adjetivo para calificar lo relativo al movimiento mismo, mientras que el término “ecología”, como bien señaló Domenique Simonnet -pionero del ecologismo francés y expresidente de Amigos de la Tierra entre 1977 y 1978-, conviene reservarlo a la única designación de la ciencia. Al mismo tiempo, este “ismo” al que hacemos referencia, no se remite a una doctrina unitaria, sino más bien a una síntesis evolutiva de la expresión de movimiento ecologista. Un movimiento ecologista que no nació de una trasposición del análisis biológico al discurso político, sino que reposa sobre bases filosóficas y sociopolíticas.
Explicar las bases teóricas del movimiento ecologista constituye un verdadero desafío. Pues no tiene una identidad propia, sino que sus nociones básicas y sus construcciones teóricas son sino premisas contra el sistema de producción capitalista y los valores de la sociedad occidental. Como lo compendia la activista climática Naomi Klein, este movimiento pone “directamente en cuestión nuestro paradigma económico”, al tiempo que “los relatos sobre los que se fundamentan las culturas occidentales […] y muchas de las actividades que definen nuestras comunidades”[2]. ¿Por qué? Porque se parte de una crítica ostensible hacia el rol del Hombre en la Tierra, el mismo hombre que tanto mal ha hecho. Porque se concibe que el mandamiento Creced y multiplicaos, y poblar la Tierra, es tan solo la reproducción del Cáncer del planeta. Porque se parte de la tesis de que se necesita una nueva “moralidad” con el planeta. Porque, como toda ideología moderna, intenta borrar un orden social natural pretérito, entendiendo que ha quedado viejo ante estos tiempos.
Al respecto, cabe aclarar que este movimiento alcanza su apogeo en medio de un proceso histórico marcado por la Guerra Fría, y en un marco pleno de catástrofes ecológicas que tuvieron un alto nivel de impacto en la opinión pública. Estos condicionantes son claves para comprender el discurso del movimiento ecologista, el cual “plantea que el mayor agente propiciatorio de esta crisis [ambiental] han sido las grandes sociedades industrializadas”, las cuales han “agudizaron el problema [ecológico] tras el término de la Segunda Guerra Mundial cuando alcanzaron un estilo y estándar de vida caracterizado por un elevado y creciente consumo de bienes”. “Para los ecologistas del Primer Mundo, estas sociedades […] al imponer sus modelos […] de desarrollo socioeconómico”, también expidieron el deterioro ambiental del planeta, llevándolo a una “situación crítica”[3]. Un problema global, que requiere una solución global. El ecologismo, por su propia naturaleza, se ha convertido en el movimiento que legitima la mayor regulación de la historia.
Hoy día, en esta suerte de nueva “religión verde”, se intenta trasladar la “culpa” al individuo por el sólo hecho de existir y ser parte del “cáncer” del planeta: Esta característica se vuelve ostensible cuando el divulgador ambientalista David Attenborough manifiesta que los humanos son “una plaga sobre la Tierra”; cuando la actriz Clara Lago expresa luego de su papel en el film “Orbita 9” que “los humanos somos la plaga más terrible que ha tenido la Tierra”; cuando el ecologista Paul Ehrlich sentencia en su Explosión demográfica que hay que “concebir a las sociedades humanas como una especie de cáncer”. Pues sucede que, en tanto el humano es visto como un “cáncer” para el planeta, este ya no puede desarrollarse en él, sino que es preciso extirparlo. Para el ecologismo, el humano no tiene valor intrínseco, y hay personas cuyas vidas no merecen ser vividas. El ecologismo es el nazismo del siglo XXI. Es así que, frente a esta situación, uno puede dejarse llevar por la corriente, o comenzar a plantearse si realmente la especie humana es la monstruosidad que merece extinguirse.
Así es que desde los estrados de la “ciencia”, se dictan las medidas globales a tomar, conditio sine qua non de posibilidad de resguardarnos de las futuras catástrofes ecológicas y humanitarias de las que los lúcidos exponentes climáticos nos advierten. No obstante, como cualquier ideología, el ecologismo intenta comprender la realidad ecológica y social, reduciendo la complejidad de las relaciones humanas con el ambiente a meras explicaciones racionalistas y simplificadas, más no a explicaciones propiamente científicas, y probatura de ello es que ni uno solo de los principales vaticinios ecologistas desde la década de 1960 se ha cumplido.
Sobrepoblación[i]
Un problema crucial que entraña al discurso ecologista desde sus comienzos se da en torno a la cuestión demográfica. Escribía allá por 1975 el etólogo italiano Ettore Tibaldi: “La ecología[ii] no siempre muestra su propia naturaleza ideológica […]. En otros casos, sin embargo, aparece claramente como aquello que es, como el problema de la limitación de los nacimientos”[iii]. Cabe destacar tan perspicaz y sucinta definición que nos ha otorgado susodicho autor poniendo de manifiesto a una de las principales figuras del ecologismo de las décadas de los años 60 y 70, el cual es Paul Ehrlich. Entomólogo de profesión, su resonancia en la agenda pública no llegó hasta el año 1968, en el que publicó su obra más popular: “La bomba demográfica”, en la cual, volviendo sobre algunos de los postulados generales de Thomas Malthus –curiosamente, sin nombrar a este último pensador en ningún momento-, suscitaba la idea de un futuro cercano (para entonces, la década de los 70´s) en el que, debido al incremento de la población mundial, la humanidad pasaría por una serie de catástrofes sociales, entre las cuales descollaba el hambre, debido al desbalance entre el crecimiento de la población, la producción de alimentos y la contaminación del medio ambiente, aunque a nuestro entender, esta obra compendia una serie de ideas que se venían fraguando precedentemente por académicos como William Vogt, Garrett Hardin, Barry Commoner, entre otros. Varios fueron los escritores y académicos que fueron explayando los postulados: “En los años siguientes estas ideas neomalthusianas se perfeccionaron a y fueron cada vez más sofisticadas en la medida en que iban siendo recogidas por destacados representantes del mundo científico y académico estadounidense y europeo occidental. Crecientemente, se iban involucrando distintos aspectos (físicos, químicos, económicos, energéticos, entre otros) para fundamentar […] [la] idea de que la crisis ambiental global se debía, en primer lugar, al exceso de población mundial en un planeta que no alcanzaba para todos”[iv]. De esta forma, previos a Ehrlich, en 1967 William y Paul Paddock señalaron en “Famine, 1975! America´s decisión: Who Will Survive?” (“¡Hambre, 1975! La decisión de Estados Unidos: quién sobrevivirá”), que “los países industrializados no deberían ayudar a los subdesarrollados a superar sus hambrunas”, ya que, a raíz del alto crecimiento demográfico de estas naciones, los recursos que se les entregaban no eliminarían las causas de su miseria, sino que, por el contrario, ayudarían a que sus habitantes siguieran reproduciéndose. Los mismo concluyeron que “en quince años” (es decir, para 1982), “las hambrunas serán catastróficas”[v].
Estas consideraciones fueron afloraron y se perfeccionaron en la literatura ecologista de los años 1960 y 1970, pero volviendo a Ehrlich, será este el pensador que retome y profundice todas las posturas que hemos mencionado, llegando a tener un reconocimiento mucho mayor, además de ser considerado uno de los pioneros del ecologismo de los años 60. Su obra enlaza gran parte de los argumentos de los autores que hemos rememorado hasta aquí, al tiempo que se basaba en el análisis del crecimiento de la población, el mal uso de los recursos naturales y la generación de contaminación junto al llamado “invierno nuclear” que, posteriormente, cambiaría por el efecto inverso: el “efecto invernadero”, demostrando así como el militante ecologista cambia cualquier discurso catastrofista dependiendo de los contextos, pero los “desastres ecológicos”, siempre y en todo lugar tienen como responsable al Hombre[vi].
En cuanto a la conflictiva relación entre población, alimentos y contaminación, Ehrlich ponía toda la responsabilidad en el crecimiento demográfico, especialmente en el Tercer Mundo, lo que retomaría en muchos de sus trabajos posteriores[vii]. A la vez que proponía una estricta planificación en la explotación de los recursos naturales y emisiones de contaminación, establecía la necesidad de crear una red de organizaciones supraestatales para controlar estos aspectos. El control activo de la natalidad era lo que Ehrlich proponía, utilizando el aparato coercitivo del Estado, mediante la creación de instituciones supraestatales, que serían complementarias a la quimérica posibilidad de introducir un cambio de valores que llevaran a la reducción de la natalidad, lo que preveía inverosímil debido a la figura y el aporte de la Iglesia católica en los países subdesarrollados. No olvidemos, que la intromisión del Estado no solo afecta las acciones de las personas, sino la naturaleza de las mismas. Nuestro autor comienbza su obra diciendo: “La batalla para alimentar a la humanidad ya terminó. En las décadas de los 70 y 80 cientos de millones de personas morirán de hambre, a pesar de los programas urgentes que están siendo desarrollados […] Debemos controlar a nuestra población, a través de cambios en los sistemas de valores, pero mediante métodos compulsivos si los voluntarios fallan […] Debemos establecer y apoyar programas en los países subdesarrollados que combinen el desarrollo agrícola ambientalmente adecuado con el control de la población […] Es necesario remarcar que ningún cambio de valores o tecnología puede salvarnos a menos que se logre un control sobre el tamaño de la población humana. Las tasas de natalidad deben balancearse con las de mortalidad o la humanidad se autodestruirá. No podemos darnos el lujo de tratar simplemente los síntomas del cáncer demográfico, es el cáncer mismo el que debe ser extirpado”[viii].
Y estos millones de seres humanos que iban a morir de hambre, no había que buscarlos en África subsahariana, muy al contrario. Ehrlich afirmaba que “antes del año 2000” unos “65 millones de norteamericanos” iban a perecer por inanición. Solo cuando uno ve al crecimiento de la población como un “cáncer”, es cuando puede entregarse por completo al dogma ecologista. Y es que así mismo lo reconoce el propio Ehrlich, cuando en su obra ulterior, “La explosión demográfica”, asegura: “Es preciso contemplar el crecimiento demográfico como una especie de cáncer y tratar de crear una sociedad nueva más saludable”[ix].
Algunos aspectos a considerar en este momento son, por ejemplo, que la producción transgénica propuesta por el capitalismo moderno, no sólo sirve como potenciador de economías regionales y resguardo alimenticio para sectores vulnerables que en otros momentos de la historia hubiesen sufrido desabastecimiento, sino que también funge como protección a la Tierra. El ecologista inglés Edward Goldsmith advertía en 1972 que “los insecticidas son cada vez más ‘necesarios’ en más y más lugares[x]”. Sin embargo, la innovación tecnológica permite que cada vez los cultivos transgénicos -los cuales no dejan de ser blanco de ataques por el sector ecologista- precisen menos utilización de pesticidas para salvaguardar los plantíos. En la década de 1940, después de miles de cruzas de trigo, el agrónomo Norman Bourlaug logró dar con un híbrido de alta renuencia, capaz de resistir a los parásitos e insensible a las horas de luz del día, lo que le permitía crecer en climas variables, que ocupaba mucho menos espacio al tratarse de una planta enana, ya que el trigo alto gastaba gran energía en desarrollar tallos no comestibles. De hecho, diestramente todo el trigo cosechado en la actualidad en el mundo desciende de las plantas que él desarrolló. En efecto, resulta curioso que desde los años sesenta la militancia ecologista advierta sobre la “superpoblación” y el “hambre masiva” y, al mismo tiempo, reproche de los alimentos transgénicos, que precisan menores niveles de insecticidas y fungen como protección del ambiente y resguardo para sectores marginales. La ampliación del comercio, la electricidad, los combustibles baratos, el envasado y la refrigeración han permitido abastecer zonas que sufrían escasez de alimentos básicos, a la vez que la tecnología ha promovido un menor uso de combustible y cambios en las prácticas agrícolas, lo que ha dado como resultado una disminución en los gases de efecto invernadero.
Asimismo, resulta preciso recordar que, gracias a los avances tecnológicos agroindustriales, “el área forestal de Europa creció más de 0.3% por año de 1990 a 2015 y, en Estados Unidos, está creciendo a un 0.1% anual”. Junto a ello, “la tasa global anual de pérdida de bosques sea reducida de 0.18% a 0.008% desde principios de la década de 1990”[xi]. Como lo resume en su análisis Johan Norberg, “las tecnologías agrícolas empleadas desde principios de la década de 1960 han salvado un área equivalente a dos continentes sudamericanos de convertirse en tierras de cultivo”. Al mismo tiempo, “entre 1995 y 2010, las tierras utilizadas para la agricultura aumentaron solo 0.04% anual”[xii]. Al igual que los trabajos de Malthus, toda la literatura ecologista se ha basado en la suposición de un crecimiento aritmético de la producción agrícola en un contexto de ley de rendimientos marginales decrecientes; es decir, que el aumento del output en la agricultura solamente podría lograrse mediante la agregación de los factores tierra, trabajo y capital, conjeturando un nivel invariable de la técnica. Sin embargo, si los rendimientos agrícolas se hubiesen mantenido constantes, “los agricultores habrían necesitado convertir […] inmensas áreas continentales, con un tamaño similar al de los Estados Unidos, Canadá y China juntos”[xiii], empero, “entre 1961 y 2009, las tierras de cultivo aumentaron en apenas 12%, mientras que la producción agrícola creció cerca del 300%”[xiv]. Al mismo tiempo, desde 1945, la desnutrición cayó de más del 50% de la población mundial a poco más de un 10% en 2015[xv] según informa la FAO, pese a que desde 1950 a 1980 la población mundial se duplicó de dos mil quinientos millones a cinco mil millones, y desde 1990 la cadencia de personas con desnutrición crónica “ha disminuido del 23% al 13% de la población global de países de ingresos bajos y medianos”.
Agotamiento de los recursos naturales[xvi]
Ante las catastrofistas disertaciones de Ehrlich sobre el colapso ambiental, el agotamiento de los recursos naturales, la escasez de alimentos y el hambre masiva, fueron no muchos los académicos que se opusieron a sus apocalípticas conclusiones. A pesar de ello, uno de los más sobresalientes fue el economista estadounidense Julian Simon.
Para Simon, especializado en un campo distinto del de Ehrlich, cualquier escasez de la oferta en un mercado, siempre que este fuera relativamente libre, causa per se un incremento del valor de la misma, que, a su vez, provocaría que sea más económico buscar nuevas alternativas para llevar adelante la realización de un determinado producto. Es decir, para Simon, el aumento de los precios actúa como una señal económica para conservar los recursos escasos, brindando incentivos para utilizar materiales más baratos en su lugar. Esta fue la idea general que plasmaría posteriormente en su libro “The Ultimate Resource”, de 1981.
Después de haber contendido intelectualmente con Ehrlich en la mayor parte de la década de 1970, finalmente Simon retó a este último a una apuesta sobre el agotamiento de los recursos: la misma consistía en que Ehrlich debía elegir una “canasta” de materias primas que esperaba que escasearan durante los próximos años, además de elegir el período de tiempo -de más de un año-, durante el cual esas materias primas serían (según Ehrlich) más caras.
Ehrlich eligió cobre, tungsteno, estaño, níquel y cromo, y la apuesta se acordó el 29 de septiembre de 1980, siendo la fecha de pago el 29 de septiembre de 1990: a pesar de un aumento de la población de 873 millones durante esa década, los cinco productos que había Ehrlich seleccionado disminuyeron su precio en un promedio de 57.6 %. No solo eso: en 2016, volviendo sobre los resultados de la apuesta, los economistas de la Universidad Metodista del Sur, Michael Cox y Richard Alm, descubrieron que los metales de Ehrlich eran “22,4 por ciento más baratos en 2015 que en 1980”, además de que “el precio real de los minerales de Ehrlich había caído un 41.8 por ciento entre 1980 y 2015”[xvii].
El ritmo de explotación o conservación de los recursos naturales es consecuencia de millones de contratos contractuales que tienen lugar gracias a los mecanismos de precios que, a su vez, estos emiten señales que elevan o disminuyen los precios, los incentivos y retardan o estimulan la multiplicación de las especies. De hecho, es posible que haya sido el aumento demográfico, al contrario de lo que plantea Ehrlich, el responsable de la baja de costos de las materias primas[xviii]. Una vez que se comienza a satisfacerse a la demanda de determinado producto mediante un nuevo artículo, el que hasta hace poco tiempo era demandado por muchos agentes, ahora comenzará a sobreabundar. Durante el siglo XIX el carbón era altamente demandado, sin embargo, progresivamente el petróleo, bien o mal, comenzó a reemplazarlo. Hoy a nadie se le ocurriría plantear que el carbón está por agotarse, a pesar de que los ingleses lo extraían de China para explotarlo desde el siglo XIII. Incluso, tenemos más reservas a disposición que en toda la historia de la Humanidad.
“‘Estamos buscando lo último de nuestros recursos y gastando las cosas no renovables muchas veces más rápido de lo que estamos encontrando otras nuevas’, advirtió el director del Sierra Club, Martin Litton, en el ‘informe ambiental’ especial del 2 de febrero de 1970 de Time . El ecologista Kenneth Watt declaró: ‘Para el año 2000, si las tendencias actuales continúan, estaremos consumiendo petróleo crudo a tal velocidad … que no habrá más petróleo crudo. Conducirás hasta la bomba y dirás: ‘Llénelo, amigo’, y él dirá: ‘Lo siento mucho, no hay ninguno’. Más tarde ese año, Harrison Brown, un científico de la Academia Nacional de Ciencias, publicó una tabla en Scientific americano que analizó las reservas de metales y estimó que la humanidad se quedaría totalmente sin cobre poco después de 2000. El plomo, zinc, estaño, oro y plata desaparecerían antes de 1990.”[xix]. Sin embargo, “por supuesto que esto no sucedió. Los precios de todos los metales y minerales han caído más del 50 por ciento desde 1970” hasta el año 2000, según el Instituto de Recursos Mundiales, como recordó Ronald Bailey.
Tras la publicación del informe en 1972, los modelos informáticos del Club de Roma indicaron que las reservas de cobre conocidas se agotarían en treinta y seis años, en especial si China instalaba conexiones telefónicas. Empero, “dado que esto fue hace más de cuarenta años, el cobre ya debería haber desaparecido […] En aquel entonces, se estimaba que habría reservas accesibles de unos 280.000.000 de toneladas […] Desde entonces se han consumido casi 480.000.000 de toneladas -más de lo que había en las reservas originales-, y hoy se calcula que las reservas de cobre en el mundo son más del doble, unos setecientos millones de toneladas […] Hoy se usan cables de fibra óptica, y cada vez más tecnología inalámbrica […] Según el índice de precios de los productos industriales de la revista The Economist, el precio de las materias primas se ha reducido casi la mitad de 1871 a 2010 […] Esto implica una tasa de crecimiento anual compuesto de -0,5% por año durante ciento cuarenta años”[xx].
Este modelo no solo ignora que, en un mercado relativamente libre, cualquier escasez de la oferta, causaría per se un incremento en el precio de la misma, que a su vez, produciría que sea más económico buscar nuevas alternativas para llevar a efecto la realización de ese producto, lo que en economía se conoce como “efecto sustitución”. Asimismo, se ignora que aún hay reservas por descubrir -que no son viables económicamente-; la capacidad de reciclar: Hoy en día, más del 40% de la demanda de cobre de los países miembros de la UE se cubre con el reciclaje, gracias a la recuperación de productos al final de su vida útil[xxi]; no usamos recursos en proporciones constantes, por el contrario, cada vez se necesita menos por unidad de producción. La cantidad de energía para producir una unidad de riqueza ha disminuido en alrededor de 1% por año en los últimos ciento cincuenta años en Occidente. Por otro lado, es menester comprender que la demanda no corresponde al recurso, sino a lo que hacemos con él. “La cantidad disponible de casi todos los recursos que preocupaban al Club de Roma aumentó; varios se han cuadruplicado”[xxii] y la tecnología e industria moderna son capaces de crear sustitutos que nunca habían existido como tales. Como dijo Alberto Benegas Lynch, “la creatividad no es nuca resultado la reglamentación burocrática, sino fruto de una atmosfera en la que se respira libertad”[xxiii].
Calentamiento Global[xxiv]
A Al Gore, principal referente climático de la ONU hasta la aparición en escena de Greta Thunberg, le anteceden una serie de afirmaciones equívocas y alarmistas: En agosto de 2006 presentó su primera película, titulada: An Inconvenient Truth[xxv]. La misma redunda en una charla ilustrada por él mismo, en la que toma como nexos causales las emisiones de CO2 con el cambio climático, y los inminentes peligros que en el futuro próximo este avecina. A lo largo del film realiza predicciones que estiman el aumento del nivel del mar en seis metros para “el futuro próximo”, mientras que, como nos ilustra el científico y Premio Nobel de física, Ivar Giaver, “en los últimos 100 años [el nivel del mar] ha subido 20 centímetros. Pero en los 100 años previos también subió 20 centímetros. Y ha subido 20 cms. por siglo los últimos 300 años”, lo que demuestra que “no hay una subida inusual del nivel del mar”[xxvi], de hecho, si el nivel del mar hubiera sido estable durante siglos, islas consideradas Estados independientes hoy en día como Nauru nunca hubiesen existido; también asevera que la Corriente del Golfo podría dejar de circular, y que las tormentas cada vez serían más fuertes, siendo que, de hecho, estas apreciaciones contradecían las hipótesis manejadas por el Grupo Internacional sobre el Cambio Climático[xxvii]; que el calentamiento global significaría un incremento en la cantidad de tornados, y que el glaciar del Monte Kilimanjaro podría desaparecer para 2017 (hecho que, desde luego, no ocurrió), entre otras.
Uno de los equívocos más resonantes de Gore se dio años después, cuando sentenció en la Cumbre del Clima de la ONU -basándose en la investigación del equipo liderado por el Wieslaw Maslowski[xxviii]-, celebrada en la ciudad de Copenhague, que había “un 75% de posibilidades que la capa de hielo del Polo Norte desaparezca totalmente en verano en los próximos cinco o siete años”[xxix]. Dado que la misma se celebró en diciembre de 2009, el hielo ártico debería haber desaparecido entre 2014 y 2016, sin embargo, sigue allí. De hecho, para el mes de septiembre de 2016, cuando la capa de hielo del ártico debería haber desaparecido, se mantuvo en 4,14 millones de kilómetros cuadrados, un 21% más gruesa que su punto más bajo, alcanzado en 2012, posterior a haber experimentado un poderoso ciclón en el mes de agosto, que machacó la capa de hielo y aceleró su declive. Para volver a crecer en septiembre del siguiente año, 2017, a 4.64 millones de kilómetros cuadrados[xxx]. Algo análogo señalaron los científicos Christiana Figueres, Hans Schellnhuber, Gail Whiteman, Johan Rockström, Anthony Hobley y Stefan Rahmstorf en un artículo publicado en la revista Nature en el año 2017, titulado “Tres años para salvaguardar nuestro clima”, en el que señalaron que “después de aproximadamente 1°C de calentamiento global impulsado por la actividad humana, las capas de hielo en Groenlandia y la Antártida ya están perdiendo masa a un ritmo creciente. El hielo marino de verano está desapareciendo en el Ártico […]”[xxxi]. De hecho, esta es una premisa consensuada dentro de todo el espectro ecologista: Michael Löwy, en “Ecosocialismo”, obra publicada en el año 2011, dirá sobre “el derretimiento de los glaciares árticos” que “¡ya no se prevé su completa disolución para alrededor de 2050, sino de 2020!”. Pues bien, no es necesario recordar al lector en qué año estamos parados y, sin embargo, el hielo sigue ahí… No obstante, resulta interesante analizar el descubrimiento de un gran “punto frío” al sur de Groenlandia, como lo denominaron los especialistas de la Administración Oceánica y Atmosférica estadounidense que lo describieron, ya que podría contribuir a resolver las dudas de los investigadores del Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California, quienes durante años han estudiado la diminución del hielo ártico, pero mostrando prudencia a manifestar que este proceso fuera “irreversible”. De igual forma lo hizo en 2011 un grupo de científicos daneses, al encontrar pruebas de que “los niveles de la banquisa en el Océano Glacial Ártico eran un 50 % más bajos hace 5.000 años”[xxxii].
En este sentido, un episodio resonante que vale la pena destacar, previo a la misma conferencia de Copenhague, fue cuando “hakeadores filtraron conversaciones y documentos confidenciales, pertenecientes a un grupo de científicos de la Unidad de Investigaciones Climáticas (Universidad de East Anglia – Norfolk, Inglaterra) [una de las más prestigiosas en cuanto a investigaciones climáticas del mundo]. De los mismos surgía la sospecha de manipulación de datos que magnificaban o tergiversaban a favor de una teoría con tendencias a exagerar el cambio climático antropogénico”[xxxiii]. El suceso fue conocido como “climagate” o “Watergate Climático”, en referencia al escándalo político que se dio a raíz del robo de documentos en el complejo de oficinas Watergate, en Washington D. C., y que tuvo su desenlace con la dimisión de Richard Nixon como presidente de los Estados Unidos.
Finalmente, contamos con el testimonio del recientemente fallecido Philosophiæ doctor en físico-química por la Universidad de Cambridge, Vincent Gray, quien formó parte del propio Panel de Expertos Revisores del IPCC, y cuya atestación enuncia que, en efecto, los informes de dicha organización se modulan de manera que sus resultados sean favorables a los intereses políticos de quienes los financian, ya que responden a los gobiernos patrocinadores. “Los dos principales reclamos ‘científicos’ del IPCC son la afirmación de que ‘el mundo se está calentando’ y ‘Los aumentos en las emisiones de dióxido de carbono son sus responsables’. La evidencia, de esas dos afirmaciones, es fatalmente defectuosa. […] El otro conjunto de datos emblemático promovido por el IPCC son las cifras que muestran el aumento en la concentración atmosférica de dióxido de carbono. Han manipulado los datos para persuadirnos (incluida la mayoría de los científicos) de que esta concentración es constante en toda la atmósfera. Para ello, se abstienen de publicar cualquier resultado que no les guste, y han suprimido nada menos que 90.000 mediciones de dióxido de carbono atmosférico realizadas en los últimos 150 años. Algunas de ellas fueron realizadas por premios Nobel y todas fueron publicadas en las mejores revistas científicas. […] ¿Por qué lo hicieron? Para calcular los efectos radiativos [Síc.] del dióxido de carbono, debe usar una fórmula que incluya un logaritmo. La cifra obtenida […] está, por tanto, sesgada hacia arriba. […] Tarde o temprano, todos nos daremos cuenta de que esta organización, y la forma de pensar detrás de ella, es falsa.”[xxxiv].
Han dicho Mariastella Svampa y Enrique Viale que “la evidencia científica es incontestable. Ya nadie puede poner en duda el origen antrópico del cambio climático ni sus consecuencias sobre la vida en el planeta”[xxxv]. Desafortunadamente para ellos, como diría Descartes, “para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas”. Cabría preguntarse ahora si de lo que no se puede dudar es del origen del “cambio climático”, o de los muchos intereses que se esconden detrás de esta gran mentira.
Extinciones masivas[xxxvi]
Para 1975, junto a su esposa Anne, Ehrlich predijo que alrededor de la mitad de todas las especies del planeta iban a estar extinta en la actualidad, ignorando que “más de setecientas nueve especies estaban extintas desde el año 1500”[xxxvii]. Considerando que el mundo alberga de entre cinco a quince millones de especies, varios millones yacerían completamente extintas. Sin embargo, la mayoría de estas extinciones se produjeron en áreas aisladas -islas oceánicas, entre otras-, sin considerar que muchas formas de vida son flexibles y adaptables a ambientes modificados, y que no conocemos todas las especies sobre la tierra. La revista Science examinó cien series de tiempo de la biodiversidad en hábitats terrestres y marinos esperando hallar que “la mayoría de los ensambles mostrarían una disminución en la diversidad local a través del tiempo”[xxxviii]. Se sorprendieron al descubrir que “la distribución de las pendientes de la curva de diversidad se centraba alrededor del cero, con la mayoría estadísticamente cerca del cero”. En 2019 el Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Ecosistemas (IPBES) sentenció que “no estamos ante la sexta extinción masiva de especies. Estamos ante la primera aniquilación biológica”[xxxix], y en una dirección análoga van la socióloga Mariastella Svampa y el abogado Enrique Viale en “El colapso ecológico ya llegó”, donde arguyen que “en los últimos decenios la tasa de extinción de las especies ha sido mil veces superior que la normal geológica. […] Por eso se habla de la ‘sexta extinción’”[xl]. No obstante, “la composición de las especies cambió, pero no se halló ninguna evidencia de una tendencia negativa consistente, ni siquiera hay una tendencia negativa promedio”[xli].
Desaparición del oso polar
Antes del periodo cálido medieval, encontramos más periodos cálidos, incluyendo uno muy prolongado durante la Edad del Bronce, conocido por los geólogos como el “Máximo del Holoceno”, en el que las temperaturas de la Tierra fueron significativamente más altas que las actuales, durante más de tres mil años. Justamente, los paleoclimatólogos del Ártico están muy familiarizados con el evento “Hipsitermal” del Holoceno, “un período cálido hace unos cinco a diez mil años provocó un retroceso generalizado del permafrost y cambios en los patrones de vegetación”, de cuyo estudio derivó la conclusión de “que las temperaturas del verano ártico en ese momento eran de cinco a ocho grados más cálidas que las actuales”. Como explicó Ian Clark, si retrocedemos 8.000 años, hasta el Holoceno, nos encontramos con un clima mucho más cálido que el actual. Los osos polares evidentemente han sobrevivido a ese periodo, por lo que nada indica que no puedan sobreponerse a este leve presente entibiado del Polo Norte. En efecto, “los osos polares y los que se encuentran más abajo en la cadena alimentaria del Ártico sobrevivieron, como lo harán con el calentamiento actual”[xlii], “son muy adaptables y estos periodos cálidos del pasado (los llamamos picos de temperatura) no supusieron ningún problema para ellos”[xliii]. Desde luego, se asevera que “el calentamiento global provocado por el hombre está causando estragos en la especie y la misma podría extinguirse en los próximos 20-25 años”, pero al contrario de lo que sostiene esta premisa compartida, “el número de osos polares de Svalbard aumentó un 42%” entre 2004 y 2015, según una encuesta sobre las condiciones de salud de la especie realizada por el Instituto Polar Noruego, donde se concluyó que, además, los mismos se encontraban en “excelentes” condiciones[xliv]. Al mismo tiempo, como demuestra la científica canadiense Susan Rockford, la evidencia que demuestra que las recientes disminuciones en el hielo marino de verano / otoño tienen poco o ningún impacto negativo en las poblaciones de osos polares ahora es muy fuerte[xlv].
En este sentido, un estudio realizado por el paleoclimatólogo del USGS en el Eastern Geology and Paleoclimate Science Center, Thomas Cronin, y el genetista molecular de la Universidad de Alaska Fairbanks, Matthew Cronin, acordó datos de paleoclimatología de los últimos 56 millones de años con evidencia genética molecular, y concluyó que la idea de “extinciones biológicas de osos polares, focas, morsas” y otras especies durante los últimos 1.500.000 millones de años, a pesar de las insondables variaciones en el hielo del Ártico, no tenía fundamento: “A pesar de la escala, la frecuencia y la rapidez de los cambios climáticos cuaternarios, los ecosistemas marinos del Ártico asociados con los hábitats de hielo marino fueron extremadamente resistentes y se adaptaron […]. El registro estratigráfico de los últimos 1.500.000 de años indica que no ocurrieron eventos de extinción de especies marinas a pesar de las grandes oscilaciones climáticas”[xlvi].
Aire irrespirable y lluvia ácida [xlvii]
Como recordó Ronald Bailey en una edición especial por el Día de la Tierra en el año 2000, “en enero de 1970, Life informó: ‘Los científicos tienen pruebas experimentales y teóricas sólidas para respaldar … las siguientes predicciones: en una década, los habitantes de las ciudades tendrán que usar máscaras de gas para sobrevivir a la contaminación del aire … para 1985 la contaminación del aire habrá reducido la cantidad de luz solar alcanzando la tierra por la mitad…’. El ecologista Kenneth Watt le dijo a Timeque, ‘al ritmo actual de acumulación de nitrógeno, es sólo cuestión de tiempo antes de que la luz se filtre fuera de la atmósfera y ninguna parte de nuestra tierra sea utilizable’. Barry Commoner citó un informe del Consejo Nacional de Investigación que había estimado ‘que para 1980 la demanda de oxígeno debido a los desechos municipales igualará el contenido de oxígeno del flujo total de todos los sistemas fluviales de Estados Unidos en los meses de verano’. Traducción: Los contaminantes orgánicos en descomposición consumirían todo el oxígeno de los ríos de Estados Unidos y provocarían la asfixia de los peces de agua dulce. Por supuesto, intervino el incontenible Ehrlich, prediciendo en su entrevista con Mademoiselle que ‘la contaminación del aire … ciertamente se cobrará cientos de miles de vidas solo en los próximos años’. En Ramparts, Ehrlich esbozó un escenario en el que 200.000 estadounidenses morirían en 1973 durante ‘desastres de smog’ en Nueva York y Los Ángeles.”. Sin embargo, desde luego que nada de ello ocurrió. Por el contrario, como el propio Bailey destacó en susodicha oportunidad, “desde 1970, los niveles ambientales de dióxido de azufre y monóxido de carbono se han reducido en un 75 por ciento, mientras que el total de partículas suspendidas como el humo, el hollín y el polvo se han reducido en un 50 por ciento desde la década de 1950”[xlviii]. Y a día de hoy, estas se han reducido exponencialmente.
El uso de depuradores, filtros y procesos más inteligentes redujeron notablemente las emisiones de sustancias nocivas. La Unión Europea, entre 1990 y 2017, observó una reducción de sus contaminantes atmosféricos más importantes. Un 90% en las emisiones de dióxido de azufre -principal causante de la llamada lluvia acida-, junto con 71% en emisiones de compuestos orgánicos volátiles, 58% en las emisiones de óxido de nitrógeno, y una reducción de casi 50% en las emisiones mariales particulados[xlix], además de una reducción del 22% en las emisiones de gases de efecto invernadero durante el mismo periodo[l]. Hecho que contribuye a otro proceso: “En los últimos años se ha visto una leve recomposición del ozono”[li]. De hecho, este mismo año se cerró el agujero más grande en la capa de ozono del hemisferio norte, estudiado por el Servicio Copérnico de Monitoreo Atmosférico (CAMS), y que tenía una extensión máxima de poco menos de un millón de kilómetros cuadrados[lii]. Por otro lado, hoy en día contamos con la energía suficiente para recuperar y reciclar los desechos de chimeneas industriales, a fin de convertirlos en productos útiles para la industria. De esta forma, el dióxido de azufre puede reciclarse para producir ácido sulfúrico, económicamente valioso. Esto ha contribuido notoriamente con la reducción de las cargas de acidificación: “Luego de advertencias por la muerte de los bosques en Europa oriental a fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, muchos temían que la lluvia ácida convirtiera los bosques europeos en desiertos químicos. Pero eso nunca pasó, en parte porque los niveles de contaminación cayeron y, además, porque las alertas fueron exageradas. En la Unión Europea, el área del ecosistema donde se superan las cargas de acidificación disminuyó de 43% [considerando las exrepúblicas soviéticas] a 7% entre 1980 y 2010, y la eutrofización (como la proliferación de algas en ríos y lagos) también está en descenso”[liii].
Entre 1970 y 2013, Gran Bretaña ha reducido la emisión de “compuestos orgánicos volátiles […] en 60%; los óxidos de nitrógeno, en 62%; el material particulado, en un promedio de 77%, y el dióxido de azufre, en 94%”[liv]. De hecho, la concentración de dióxido de azufre y humo en el aire de Londres aumentó desde fines del siglo XVI durante trescientos años, pero luego “cayó casi de la noche a la mañana”, tal como lo resume Johan Norberg[lv].
Asimismo, las emisiones de dióxido de carbono de los países desarrollados descienden gradualmente: “Los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea han reducido sus emisiones totales de dióxido de carbono desde el año 2000”[lvi]. A pesar de que las emisiones totales de Reino Unido habían aumentado progresivamente desde comienzos de la década de 1960, hasta mediados del siguiente siglo, desde este periodo se produjo un proceso de inflexión, en el cual las mismas han ido en descenso hasta posicionarse casi en la mitad de lo que eran sus niveles iniciales de 1960. Algo análogo ocurrió con otras economías desarrolladas, como la de Alemania, que ha reducido sus emisiones de dióxido de carbono de forma ininterrumpida desde la década de 1990, al igual que Suiza, durante el mismo periodo[lvii]. Entre 1990 y 2010, se estima que las emisiones antropogénicas totales de los Estados Unidos se han reducido en un 60%[lviii]. Sin embargo, en este sentido, la situación resulta un poco más compleja, dado que la reducción de emisiones de dióxido de carbono no comienza hasta llegado un punto de desarrollo más avanzado[lix]. Por otra parte, “las emisiones mundiales de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero, procedentes de los combustibles fósiles y el sector industrial, encarrilan tres años de estancamiento. Mientras, en ese mismo periodo, la economía mundial ha crecido un 3% de media”[lx].
Esto se debe a que el establecimiento de una obligación legal no crea ipso facto las condiciones materiales para que cada sujeto alcanzado por la misma, se encuentre en condiciones de cumplirla. Los países que más protegen su medio ambiente son, a su vez, los que se advienen a una economía abierta de mercado. Pero las legislaciones coercitivas que muchas veces se incentivan hacia la población a través de tendenciosas “buenas intenciones”, no son más que trabas artificiales al propio proceso de mercado, que las más de las veces derivan en males inesperados, como la creación de oligopolios, favoreciendo marcadamente a un sector del mercado. Pero, además, embrolla a los sectores más bajos que se hacían de ese método para llevar adelante sus actividades. En todo caso, sólo resulta efectivo para la parte que resulta beneficiada por esa legislación, que de ahora en más mantendrá cautivo a un sector del mercado coercitivamente.
Aunque podría parecer prima facie que estos son, de hecho, “logros de las legislaciones ambientales”, de hecho, no lo son realmente: “De los resultados colectivos de los deseos humanos, han sido más valiosos para el desenvolvimiento social los deseos que fomentaron la actividad privada y la cooperación espontánea que los impulsaron a obrar por medio de la intervención gubernamental […] Los gobiernos han perturbado y entorpecido contantemente […] [el] crecimiento, no favoreciéndolo nunca […] No es al Estado a quien se debe la multitud de inventos útiles […] No ha sido el Estado el autor de los descubrimientos en física, química, etcétera, que sirven de guía a los fabricantes modernos; como tampoco ideó las máquinas para fabricar objetos de todas las clases, para transportar a los hombres y a las cosas de un lugar a otro y para aumentar de mil modos nuestro bienestar […] Prívese al mecanismo político de estas ayudas que le [ha] prestado la ciencia […] déjeselo solo con lo que han inventado los funcionarios del Estado, y su vida cesará pronto”[lxi].
Llegado este punto, vemos como pocos de los discursos catastrofistas que usufructúan los militantes ecologistas son nuevos. Desde el agotamiento de los recursos naturales, vaticinado por Jevons en el siglo XIX, hasta superar la carga del planeta, como auguraron Malthus y Ehrlich, nada se ha cumplido. En este breve repaso de algunos autores, navegamos entre teorías catastrofistas sobre hambrunas masivas, miles de extinciones, el agotamiento de vastos recursos, y seguimos aquí. Es que en general, lo único que reciclan los militantes ecologistas son postulados catastrofistas que nunca se cumplen. Ciertamente no quisiera incurrir en la falacia que tan bien supo desmentir ya en el siglo XVIII Voltaire, de que este sea el “mejor de los mundos posibles”, pero el catastrofismo ecologista resulta completamente antitético y espurio al manipular y tergiversar datos con fines políticos, económicos e ideológicos.
Por otra parte, parece válido recordar una célebre reflexión que realizara tiempo atrás el propio Bailey acerca de las mejoras ambientales que vivimos: “En las ocasiones en que admiten que las cosas han mejorado, los apocalípticos afirmarán que cualquier progreso ambiental que se haya logrado en los últimos 30 años es solo el resultado de las advertencias que dieron. Una de las características más molestas de activistas como Ehrlich y Lester Brown es la forma en que estos profetas del destino se adelantan a un desfile que ya ha comenzado. Cuando las cosas mejoran, afirman que es solo porque las personas prestaron atención a sus advertencias, no debido a las tendencias de larga data y al aumento de la eficiencia. Como resultado, siempre existe el peligro de que los gobiernos promulguen sus políticas, sofocando así el progreso tecnológico y el crecimiento económico, y empeorando la situación del mundo. Entonces los apocalípticos podrían decir ‘Te lo dije’. Tan buenos o malos, que pueden afirmar que tenían razón todo el tiempo. […] Una predicción final, de la que estoy absolutamente seguro: habrá un grupo desproporcionadamente influyente de fatalistas que predicen que el futuro, y el presente, nunca se vieron tan sombríos.”[lxii].
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Fuentes:
[i] Vossler, I. (26 diciembre, 2020). Debatime. Recuperado de: http://debatime.com.ar/del-relato-ecologista-al-control-de-la-natalidad/
[ii] Aquí cabe señalar que, a diferencia de nosotros en el presente trabajo, el autor habla de “ideología ecológica” y no de “ecologismo”. Aunque es una distinción a considerar, en última instancia, hacemos referencia a los mismo.
[iii] Tibaldi, E. “Anti-ecología”; Editorial Anagrama, Barcelona, 1980, Pp. 59.
[iv] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. Ob. Cit. Pp. 68.
[v] Citado en Norberg, J. “Grandes avances de la Humanidad” (2016); Buenos Aires. Ed.: El Ateneo. Traductora: Ana Bello. pp. 35.
[vi] En Ehrlich encontramos uno de los exponentes más resonantes del antinatalismo que el ecologismo puede ofrecer, y esto se hace más visible si entramos en el sitio web del cual es hospedero, “Population Matters”, donde usted puede verificar la pestaña “Los hechos”, donde dirá “La pérdida de biodiversidad, el cambio climático, la contaminación, la deforestación, la escasez de agua y alimentos, todo se ve exacerbado por nuestro enorme y creciente número. Nuestro impacto en el medio ambiente es producto de nuestro consumo y nuestros números. Debemos abordar ambos”. Ver en https://populationmatters.org/the-facts
[vii] En este sentido, ver Ehrlich, P. & Ehrlich, A. “La explosión demográfica” (1993); Barcelona. Ed.: Salvat
[viii] Ehrlich, P. “The Population Bomb”. Citado en Reboratti, C. “Ambiente y sociedad” (2000); Buenos Aires. Editorial Plantea Argentina, S.A.I.C. / Ariel. Pp. 159
[ix] Ehrlich, P. & Ehrlich, A. “La explosión demográfica”. Ob. Cit. Pp. 13
[x] Goldsmith, E. Allen, Robert. Allaby, Michael, Davoll, John, Lawrence, Sam. “Proyecto para la supervivencia”. Ob. Cit. Pp. 138
[xi] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob Cit. Pp. 159
[xii] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob Cit. Pp. 159-160
[xiii] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob Cit. Pp. 42
[xiv] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob Cit. Pp. 42
[xv] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob Cit. Pp. 34
[xvi] Vossler, I. (7 noviembre, 2019). Derechos de propiedad: el escarmiento del proyecto ecologista. Debatime. Recuperado de: http://debatime.com.ar/derechos-de-propiedad-el-escarmiento-del-proyecto-ecologista/
[xvii] Pooley, G. L. y Tupy, M. L. (2018). “Índice de abundancia de Simon: una nueva forma de medir la disponibilidad de recursos”. Cato Institute. Ver en: https://www.cato.org/publications/policy-analysis/simon-abundance-index-new-way-measure-availability-resources#endnote-018
[xviii] Pooley, G. L. y Tupy, M. L. (2018). “Índice de abundancia de Simon: una nueva forma de medir la disponibilidad de recursos”. Cato Institute. Ver en: https://www.cato.org/publications/policy-analysis/simon-abundance-index-new-way-measure-availability-resources#endnote-023-backlink
[xix] Bailey, R. (s. f.) Día de la Tierra, antes y ahora. Reason. Recuperado de: https://reason.com/2000/05/01/earth-day-then-and-now-2/
[xx] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob. Cit. pp. 165, 166.
[xxi] Instituto Europeo del Cobre. (2018). “Recursos y reservas minerales”. Instituto Europeo del Cobre. Copper Aliance. Recuperado en: https://copperalliance.es/cobre/cobre-y-sus-aleaciones/recursos-y-reservas/
[xxii] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob. Cit. pp. 165
[xxiii] Benegas Lynch, A. (h) “El juicio crítico como progreso” (1996); Buenos Aires. Ed.: Sudamericana. Pp. 287-288
[xxiv] Vossler, I. (15 diciembre, 2020). “El calentamiento global es la mayor farsa de la historia”. Debatime. Recuperado de: http://debatime.com.ar/el-calentamiento-global-es-la-mayor-farsa-de-la-historia/
[xxv] Bender, L. Burns, S. David, L. y Al Gore. (2006). An Inconvenient Truth. EEUU.: Lawrence Bender Productions
[xxvi] Bitrian Crespo, R. (2019, 0ct. 9). Premio Nobel desmiente calentamiento global [Archivo de video]. Recuperado de https://youtu.be/DZ2KrExjs18
[xxvii] El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) es el principal órgano internacional para la evaluación del cambio climático. “Después que los gobiernos se unieran en 1988 para reconocer la amenaza del calentamiento global, las Naciones Unidas crearon el IPCC para proporcionar a los legisladores la información más fiable posible sobre la que fundamentar sus decisiones. Por eso, el grupo sitetiza los mejores estudios científicos para establecer predicciones que deben contar con el consenso de un gran número de científicos antes de salir a la luz, e incluso entonces, nada puede hacerse público antes de que los propios Gobiernos den su aprobación. Klein, N. En llamas. Buenos Aires: Paidós, p. 38. Ver sitio web en español en https://archive.ipcc.ch/home_languages_main_spanish.shtml
[xxviii] El profesor Wieslaw Maslowski tiene un prontuario bastante resonante en la comunidad científica debido a sus pronósticos alarmistas. En 2007 alertó acerca del hielo del Ártico, afirmando que este podría desaparecer para el año 2013. Ver Amos, J. (12 de diciembre de 2007). “Veranos árticos sin hielo ‘para 2013’”. BBC News. Recuperado de: http://news.bbc.co.uk/2/hi/7139797.stm. Tras presenciar el fallo de sus estudios para la fecha estimada, nuevamente predijo el fin del hielo ártico para el verano de 2016. Ver The Guardian. (9 de diciembre de 2013). Recuperado de: https://www.theguardian.com/environment/earth-insight/2013/dec/09/us-navy-arctic-sea-ice-2016-melt
[xxix] Novosti, R. y Denísov, R. (14 de diciembre de 2009). “Al Gore profetiza que el hielo polar desaparecerá en 5 años”. RT. Recuperado de: https://actualidad.rt.com/ciencias/view/4603-Al-Gore-profetiza-que-hielo-polar-desaparecera-en-5-a%C3%B1os
[xxx] Ver datos del Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo en
http://nsidc.org/arcticseaicenews/2017/09/arctic-sea-ice-at-minimum-extent-2/
[xxxi] Figueres, C. Schellnhuber, H. Whiteman, G. Rockström, J. Hobley, A. Rahmstorf, S. “Three years to safeguard our climate” (2017). Nature, 546, 7660. Recuperado en: https://www.nature.com/news/three-years-to-safeguard-our-climate-1.22201
[xxxii] Rico, J. “Negacionistas del cambio climático”. Muy Interesante. Recuperado en: https://www.muyinteresante.es/naturaleza/articulo/negacionistas-del-cambio-climatico-451455795464
[xxxiii] Hary, M. “Climagate” (2013); Buenos Aires. Ed: Maihuensh. Pp.155
[xxxiv] Gray, V. (9 de marzo de 2008). “Support for call for review of UN IPCC”. New Zealand Climate Science Coalition. Archivado desde el original el 11 de junio de 2010. Consultado el 3 de diciembre de 2020. Recuperado de: https://web.archive.org/web/20100611050451/http://nzclimatescience.net/index.php?option=com_content&task=view&id=155&Itemid=1
[xxxv] Svampa, M.; Viale, E. El colapso ecológico ya llegó. Buenos aires: Siglo XXI Editores, 2021, p. 51.
[xxxvi] Vossler, I. (8 enero, 2020). Paul Ehrlich: El padre del ecologismo antinatalista. Debatime. Recuperado de: http://debatime.com.ar/paul-ehrlich-el-padre-del-ecologismo-antinatalista/
[xxxvii] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob Cit. Pp. 160-161.
[xxxviii] Citado en Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob Cit. Pp. 161.
[xxxix] Citado en Broffoni, F. Extinción. Sudamericana: Buenos Aires, p. 49.
[xl] Svampa, M.; Viale, E. El colapso ecológico ya llegó. Ob. Cit. p. 27.
[xli] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad”. Ob Cit. Pp. 161.
[xlii] Clark, I. (22 de marzo de 2004). “Carta al editor de The Hill Times”. The Natural Resources Stewardship Project. Archivado el 10 de febrero de 2009. Consultado el 4 de marzo de 2021. Recuperado en: https://web.archive.org/web/20090210070155/http://www.nrsp.com/clark_letter_22-03-04.html
[xliii] Recuperado de: https://es.slideshare.net/RecuperacionCobreChileno/el-gran-engao-del-calentaiento-global-versin-pdf
[xliv] Polar Bear Science. (23 de diciembre de 2015). Resultados de la encuesta: el número de osos polares de Svalbard aumentó un 42% en los últimos 11 años. Recuperado de: https://polarbearscience.com/2015/12/23/survey-results-svalbard-polar-bear-numbers-increased-42-over-last-11-years/
[xlv] Crockford, S. J. 2015. “La falacia del Ártico: la estabilidad del hielo marino y el oso polar”. Reunión informativa de GWPF 16. The Global Warming Policy Foundation, Londres. Recuperado de: https://polarbearscience.files.wordpress.com/2015/07/crockford_arctic-fallacy2015_gwpf-brief-16.pdf
[xlvi] Cronin, T. M.; Cronin, M. A. Respuesta biológica al cambio climático en el Océano Ártico: la vista desde el pasado. Arktos 1, 4 (2015). Recuperado de: https://doi.org/10.1007/s41063-015-0019-3
[xlvii] Vossler, I. (4 de junio de 2020). Greta Thunberg: el negocio de la “Revolución”. Criterio Disidente. Recuperado de: https://criteriodisidente.blogspot.com/2020/06/greta-thunberg-el-negocio-de-la.html
[xlviii] Bailey, R. (s. f.) Día de la Tierra, antes y ahora. Reason. Recuperado de: https://reason.com/2000/05/01/earth-day-then-and-now-2/
[xlix] Agencia Europea de Medio Ambiente. (2020). “Estadísticas de contaminación del aire: inventarios de emisiones”. Eurostat Statics Explained. Recuperado de: https://ec.europa.eu/eurostat/statistics-explained/index.php/Air_pollution_statistics_-_emission_inventories
[l] Agencia Europea de Medio Ambiente. (2020). “Estadísticas de emisiones de gases de efecto invernadero: inventarios de emisiones”. Eurostat Statics Explained. Recuperado de: https://ec.europa.eu/eurostat/statistics-explained/index.php?title=Greenhouse_gas_emission_statistics
[li] Hary, M. “Climagate” (2013); Buenos Aires. Ed: Maihuensh. Pp. 56
[lii] BBC News Mundo. (29 de abril de 2020). “Cómo se cerró el agujero más grande detectado en la capa de ozono sobre el Polo Norte (y no tiene nada que ver con el coronavirus). Recuperado de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-52479826
[liii] Norberg, J. “Grandes avances de la Humanidad”. Ob. cit. Pp. 159
[liv] Norberg, J. “Grandes avances de la Humanidad” (2016); Buenos Aires. Ed.: El Ateneo. Traductora: Ana Bello. pp. 157.
[lv] Norberg, J. “Grandes avances de la Humanidad”. Ob. cit. Pp. 157.
[lvi] Norberg, J. “Grandes avances de la Humanidad”. Ob. cit. pp. 175-176.
[lvii] Centro de Análisis de Información sobre Dióxido de Carbono, División de Ciencias Ambientales del Laboratorio Nacional de Oak Ridge. (2016). Emisiones de CO2 (toneladas métricas per cápita). Bancomundial.org. Recuperado de: https://datos.bancomundial.org/indicador/EN.ATM.CO2E.PC?most_recent_value_desc=true&view=map&year=1972
[lviii] Zhang, Y., West, JJ, Mathur, R., Xing, J., Hogrefe, C., Roselle, SJ, Bash, JO, Pleim, JE, Gan, C.-M. y Wong, DC: Long tendencias a largo plazo en el medio ambiente PM 2.5 – y cargas de mortalidad relacionadas con O 3 en los Estados Unidos bajo reducciones de emisiones de 1990 a 2010, Atmos. Chem Phys., 18, 15003–15016, https://doi.org/10.5194/acp-18-15003-2018, 2018.
[lix] Como dato de color, cabe agregar un aspecto que menciona la propia Naomi Klein, cuando nos recuerda que uno de los “momentos históricos en que el mundo desarrollado ha experimentado una caída acumulada en su nivel total de emisiones” fue “después del derrumbe económico de la antigua Unión Soviética a principios de la década de 1990”. Ver en Klein, Naomi. “Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima”. -1° ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós, 2015, p. 225. Por otro lado, cabe destacar que “antes de la caída del Muro de Berlín, las huellas de carbono por cápita de los checos y los rusos eran todavía más elevadas que las de sus homólogos en Gran Bretaña, Canadá y Australia”, lo que explica “el hecho de que las emisiones de carbono se desplomaran brevemente cuando las economías de la antigua Unión Soviética se desmoronaron a comienzos de la década de 1990”. Klein, N. En llamas. Buenos Aires: Paidós, p. 106-313.
[lx] Planelles, M. (14 de noviembre de 2016). La economía mundial consigue crecer sin aumentar las emisiones de CO2. El País. Recuperado de: https://elpais.com/internacional/2016/11/11/actualidad/1478869565_743642.html
[lxi] Spencer, H. “El hombre contra el Estado” (1953) [1884]; Buenos Aires. Ed.: Aguilar. Pp. 111, 112, 113
[lxii] Bailey, R. (s. f.) Día de la Tierra, antes y ahora. Reason. Recuperado de: https://reason.com/2000/05/01/earth-day-then-and-now-2/
[1] Ribero Weber, P. (08 de noviembre de 2021). Un fantasma recorre el mundo… el fantasma del ecologismo. Milenio. Recuperado de: https://www.milenio.com/opinion/paulina-rivero-weber/el-desafio-del-pensar/un-fantasma-recorre-el-mundo-el-fantasma-del-ecologismo
[2] Klein, Naomi. “Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima”. -1° ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós, 2015. Pp. 88.
[3] Ver Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. 1ª ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Biblos, 2020. Pp. 96.