“No es el dinero, sino la familia la base de la vida pública… A medida que se ha debilitado, cada estructura construida sobre esa base se ha debilitado” supo decir James Q. Wilson, un renombrado profesor en la Univ. de Harvard.
Como dijo una vez el difunto Michael Novak, reconocido filósofo, “El matrimonio, la unidad familiar, era el ‘Departamento original de Salud, Educación y Bienestar’”; esto se puede profundizar con las obras de Woods donde es posible apreciar cómo la familia no lo sólo precede al Estado, sino que lo limita al no dejar al individuo desnudo frente al poder externo.
En este punto hay un dato relevante; el sociólogo Andrew Cherlin encontró que, durante los últimos 25 años, la maternidad fuera del matrimonio ha aumentado considerablemente entre las mujeres de todos los niveles educativos, con el aumento porcentual más pronunciado entre las mujeres que tienen una licenciatura o un título superior. De ese grupo, el 24,5 por ciento de las mujeres que tenían entre 32 y 38 años en 2017-2018 no estaban casadas cuando tuvieron su primer hijo… en 1996, sólo el 4 por ciento de las mujeres de ese grupo de edad no estaban casadas cuando dieron a luz por primera vez (las mujeres con educación universitaria tenían más probabilidades de casarse cuando tenían su segundo hijo).
Dijera bien Tim Goeglein: “…1996 fue solo cuatro años después de que el entonces vicepresidente Dan Quayle fuera criticado por su discurso “Murphy Brown” en el que criticaba la glamourización de la crianza monoparental en la cultura estadounidense, especialmente entre las mujeres altamente educadas. Ahora… muchos sociólogos de todo el espectro político están de acuerdo con el ex vicepresidente”.
Esta tendencia se ha visto exacerbada por tres fenómenos:
1. La baja tasa de matrimonios basada en la Fe
2. Hombres inmaduros y parasitarios
3. Un mensaje hegemónico en destrato a la verdadera masculinidad
Ello conlleva a considerar que no se necesita del hombre para formar una familia, que la visión monoparental es más que suficiente para el desarrollo empoderado de los hijos.
Paulatinamente la sociedad ha aumentado las oportunidades dentro del Mercado y la Política para las mujeres; a la par hubo una disminución en el comportamiento responsable entre algunos hombres que por diversas razones se infantilizaron al ceder lugar como cabeza de familia y centro de la masa laboral. Hay un número cada vez mayor de adolescentes varones perpetuos que «no logran lanzarse» a la edad adulta, aparentemente sin rumbo ni deseosos de hacerlo.
Hombres apáticos y padres ausentes son una realidad que apareja problemas en la sociedad; se dice que la familia es el núcleo de la sociedad y lo cierto es que según el tipo de familia (tradicional, monoparental, poligámica, etc.) es el tipo de sociedad que se tiene. Las madres solteras pueden ser grandes madres, pero en un hogar monoparental falta algo que es necesario para el desarrollo emocional y mental de los niños. Ese algo que falta es un padre amoroso y seguro de sí mismo, algo que lamentablemente escasea en los presentes tiempos.
En el desarrollo de la vida una infinidad de cosas pueden suceder; desde que una mujer quede viuda hasta que el hombre huya del hogar. Pero no es lo mismo que una fatalidad acontezca luego del plan original a que el propio plan original ya sea tener un hijo sin el padre o sin la madre incluso. Las madres soteras lo son por una infinidad de causas ajenas a ellas y hacen una labor titánica; aquí importa analizar a quien, mediante la fatal arrogancia de sus ideas, considera que la presencia del padre en la crianza de los hijos es indiferente. El problema radica en aquella persona que le niega ab initio la posibilidad a un hijo de gozar de un modelo sano de paternidad; es que ciertamente la alteridad y complementariedad no pueden ser sustituidos por meras pretensiones. Es importante que los hombres maduren y sean figuras presentes, como también que las mujeres no rechazan la figura paterna; sólo así será posible recrear una cultura de vida más sana y próspera.
El escritor Tim Carney supo decir: “Nos quedamos, entonces, con una sociedad donde las familias intactas no son la norma, sino algo así como un bien de lujo. Eso no es una base saludable”. Toda familia es núcleo de la sociedad y, así pues, donde prolifera la poligamia la mujer es un mero objeto más, donde el hombre es descartado ab initio la sociedad profundiza la atomización del individuo dejándolo desnudo frente al poder del sistema.
Recrear la cultura de vida implica primero comenzar desde la base, esto es, brindar oportunidades tanto para mujeres como para hombres para que alcancen su máximo potencial. La alteridad y la complementariedad permiten el desarrollo pleno de cada ser humano que por su propia naturaleza es un ser social. La vida ya inicia con la unión de dos almas, con la fusión del hombre y la mujer; descartar en la conformación de la familia a uno de ellos ya debiera significar una alarma intuitiva. Padre y madre se merecen y necesitan para que los niños gocen de los mejores modelos; esto implica promover la madurez y responsabilidad en cada uno, donde los adultos sepan diferenciar lo que es un conflicto entre cónyuges a lo que es ausentarse de la crianza.
El rol protector y educador que no brinde el Hogar será brindado luego por metacapitales o burocracias supraestatales; lo real es que algo llenará ese vacío. Ante semejante peligro para los propios hijos es necesario entender que familia implica abnegación y sacrificio, donde un bien mayor está por sobre las propias pretensiones. Así pues, mientras ciertas ideologías promueven el desprecio al hombre mediante falaces generalizaciones apresuradas, es función del realismo conservador separar la paja del trigo. Hoy es preciso demostrar que los hombres son capaces de entablar un compromiso estable con los hijos y a su vez que las madres, sea por resentimiento en algunos casos o por “empoderamiento” en otros, no nieguen el contacto sano intrafamiliar. Hoy tener una familia plena es un bien extremadamente escaso, pero ciertamente está al alcance de todos.