Samuel Mangold-Lenett, editor de The Federalist, bien afirma que mucha gente hoy cree que el mundo está superpoblado y sin recursos naturales. Esta creencia se basa en la premisa falsa de que las personas son una carga para el planeta y que los recursos son fijos y finitos, rememorando al Thomas Malthus en algún punto. La verdad es que los humanos son capaces de crear más recursos y resolver más problemas de los que consumen o crean. Cuanta más gente haya, más oportunidades habrá de educación, colaboración e innovación que puedan beneficiar a todos.
“No serás dueño de nada. Y serás feliz”, afirmó el Foro Económico Mundial (FEM), junto con otras siete predicciones distópicas en un video ahora infame que pronostica cómo será el mundo en 2030. El FEM se ha incrustado en la cultura popular avivando las ansiedades del público y las vanidades de la élite. Su discurso se centra en temas como el cambio climático, la fluctuación demográfica, la innovación tecnológica y la escasez global de recursos. Diagnostica muchos problemas, pero ofrece pocas soluciones sustanciales más allá de perder la esperanza y la soberanía ante él y sus líderes.
A finales de este mes, el foro de la Alianza para la Ciudadanía Responsable (ARC) se reunirá para ofrecer una alternativa a esta visión. Esencialmente parte de considerar que la calidad de vida media en todo el mundo ha mejorado dramáticamente en los últimos siglos, en gran parte debido al ingenio humano. Un artículo presentado en el foro por la Dra. Marian Tupy sostiene que, contrariamente a las afirmaciones malthusianas de los izquierdistas y alarmistas climáticos contemporáneos, el crecimiento demográfico y la escasez de recursos no comparten una relación causal. En “Superabundancia sin límites: Posibilidades ilimitadas en un mundo finito”, Tupy, investigador principal del Instituto CATO, rechaza la noción cada vez más popular de que la creciente población mundial acabará sobreutilizando los recursos finitos de nuestro planeta.
La materia no se puede crear ni destruir, sin embargo, la población global continúa aumentando, y la la clase dominante dice que para preservar estos recursos hay que adoptar una serie de políticas de decrecimiento que, en última instancia, reducen el nivel de vida medio y al mismo tiempo aumentan la dependencia de autoridades centralizadas. En el centro del argumento de Tupy está la noción de que la humanidad engendra innovación, y cuantos más humanos haya, más probabilidades habrá de que se produzca innovación, lo que mejora la calidad de vida media.
En su artículo, Tupy sostiene que el pánico ambiental a gran escala basado en la escasez de recursos es simplemente innecesario. Para defender su caso, señala el Índice de Abundancia de Simon, una medida de la relación entre el crecimiento de la población y la abundancia de 50 productos básicos. Los datos del índice de 1980 a 2022 muestran que el precio promedio en el tiempo de los 50 productos básicos cayó un 65,5%, mientras que el ingreso global aumentó un asombroso 439%, lo que indica que la abundancia de recursos personales aumentó un 190%.
Durante este mismo período, según Tupy, la población mundial creció un 79,4%. Así, por cada aumento del 1% en la población mundial, los precios cayeron un 0,825% en promedio, lo que en última instancia condujo a un aumento de la abundancia de recursos globales del 420%.
“Los seres humanos no sólo son consumidores de recursos sino también creadores de recursos. Sí, consumimos y destruimos, pero también creamos y construimos”, dijo Tupy a The Federalist. “Como consecuencia, a lo largo de siglos y milenios, hemos creado un mundo más rico, más educado, mejor alimentado y más tolerante. … Damos dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás, pero con el tiempo, estas pequeñas mejoras han creado un mundo mejor”.