El día 25 de noviembre se celebra la memoria de Santa Catalina de Alejandría, patrona de los filósofos. Santa Catalina ha contado con una gran veneración popular. Bossuet, uno de los más famosos predicadores del siglo XVII, le dedicó un encendido panegírico y, en toda Francia, era habitual encontrar su imagen en numerosas iglesias. También la catedral de Tui tiene una capilla dedicada a la santa, donde hoy se encuentra el museo catedralicio.
En otro museo, el Thyssen-Bornemisza de Madrid, se conserva el óleo sobre lienzo de Caravaggio que representa a la santa como una princesa, ricamente vestida, arrodillada sobre un cojín de damasco. Santa Catalina posa con los atributos tradicionales: la rueda dentada y quebrada, la espada con la que fue decapitada y la palma que alude a su martirio.
Su historia, adornada de leyenda, nos remite al siglo IV, a la época del emperador Maximino. Frente a un edicto imperial que imponía ofrecer sacrificios a los dioses, la joven Catalina interpeló públicamente al emperador, debatiendo filosóficamente con los mejores retóricos del momento, los cuales, declarándose vencidos, terminaron por pedir el bautismo. Un ángel la libró del tormento de la rueda y, por último, el emperador ordenó que fuese decapitada. La leyenda añade que cuatro ángeles trasladaron su cuerpo al Monte Sinaí.
No deja de ser significativo que la patrona de los filósofos sea una mujer. El cristianismo supuso, en medio de un ambiente cultural en el que las mujeres estaban relegadas a un segundo plano, una novedad liberadora. Como escribe San Pablo: “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. En los círculos cristianos, no se practicaba el infanticidio con las niñas. La resultante abundancia de mujeres cristianas propició el hecho de los matrimonios mixtos, entre paganos y cristianas, con la consecuencia de la frecuente conversión de los maridos y de la educación cristiana de los hijos.
Si la defensa del verdadero Dios pudo convencer a aquellos maestros paganos de retórica se debió, en buena medida, a la apelación de santa Catalina a la razón. La razón, la filosofía, no es una realidad contraria a la fe cristiana, sino una condición de posibilidad de su carácter socialmente responsable.
Podemos suponer a Santa Catalina enraizada en la fe de la Iglesia, tal como se vivía en la Alejandría de los siglos III y IV. Se trataba, en la Antigüedad, de una ciudad símbolo de la encrucijada cultural de helenismo. En el siglo III, Clemente, asumiendo y transformando el ideal educativo del mundo clásico, presentaba a Cristo como el Pedagogo, como aquel que nos guía a la verdadera filosofía, que no es un mero saber teórico, sino una fuerza de vida que aúna conocimiento y amor.
En el siglo IV, San Atanasio destacó, también en Alejandría, como el apasionado teólogo de la Encarnación del Logos. El Logos no es, como para Filón, el puro lugar de las ideas divinas. El Logos, el Verbo, “se hizo carne”. Dios no resulta, en consecuencia, lejano e inaccesible, como en el neoplatonismo, sino que es un Dios cercano, que habitó entre nosotros y que ha dejado ver su gloria.
Santa Catalina nos estimula a apostar por una razón abierta, no empequeñecida por la mentalidad inmanentista y por las estrecheces de la lógica tecnocrática. Abierta también a la revelación que puede ser “la estrella de la redención”, que diría Franz Rosenweig, capaz de orientar al hombre. Igualmente, el ejemplo de santa Catalina nos anima a no separar filosofía y vida, ya que no es posible conocer sin vivir ni vivir sin conocer. Para ella, como cristiana, la verdadera filosofía no es otra cosa que el seguimiento de Cristo.
Guillermo Juan Morado es sacerdote diocesano. Doctor en Teología por la PUG de Roma y Licenciado en Filosofía.
Publicado en Atlántico Diario