De acuerdo con el informe de Bloomberg, los desembolsos acumulados entre 2022 y 2024 alcanzan los 22 billones de rublos, equivalentes a unos US$263.000 millones, lo que representa un aumento sin precedentes desde el final de la Guerra Fría.
El borrador presupuestario para 2025, citado por la misma agencia, proyecta un gasto militar de 13,2 billones de rublos (≈US$142.000 millones), equivalente al 6,2% del PIB ruso. En conjunto con el gasto en seguridad interna, el sector militar absorbería cerca del 40% del presupuesto total del Estado el próximo año.
Los analistas coinciden en que no hay indicios de que Rusia planee reducir su inversión militar en el corto plazo. Al contrario, la tendencia apunta a un mantenimiento o incluso a un incremento moderado de los niveles actuales, consolidando una “economía de guerra” de largo aliento.
Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar ruso en 2024 ascendió a US$149.000 millones, un 38% más que el año anterior, representando el 7,1% del PIB y cerca del 19% del gasto público nacional.
Estos niveles implican que la Federación Rusa destina proporcionalmente más recursos a la defensa que cualquier otra gran economía del mundo, superando a China y acercándose a los niveles de movilización de la era soviética.
¿En qué se gasta el dinero?
El gasto ruso en defensa no se limita al mantenimiento de tropas o a operaciones de combate. Incluye un amplio espectro de inversiones:
-Producción y modernización de armamento, incluyendo tanques, misiles y vehículos blindados.
-Aumento de la producción de municiones y artillería, con plantas que triplicaron su capacidad desde 2022.
-Expansión de la industria de drones y guerra electrónica, con programas de desarrollo local y cooperación con empresas de países aliados.
-Infraestructura industrial de defensa, orientada a reconvertir fábricas civiles en plantas militares, y adquisición de maquinaria especializada.
-Investigación y desarrollo (I+D), destinada a mantener una reserva tecnológica y estratégica a largo plazo.
La reestructuración industrial se ha convertido en uno de los pilares del nuevo modelo económico ruso, que busca garantizar autosuficiencia armamentística y resistencia ante las sanciones occidentales.
Sanciones, evasión y dependencia tecnológica
Pese a los controles internacionales, diversos informes —incluidos los del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) y medios como Reuters y Associated Press— revelan que Rusia sigue recibiendo componentes extranjeros críticos a través de intermediarios, especialmente desde China y otros países que actúan como plataformas logísticas.
Se han detectado microchips, sensores, motores eléctricos y piezas industriales de origen europeo (como componentes Siemens) reutilizados en sistemas de armamento rusos. Esta red de evasión permite sostener el ritmo de producción de drones, misiles y sistemas electrónicos, a pesar de los intentos de aislamiento económico.
El precio económico de la militarización
El fortalecimiento del complejo militar-industrial ruso tiene consecuencias fiscales significativas. Según Bloomberg, el peso del gasto militar ha obligado a reducir o congelar programas sociales y de infraestructura civil, mientras aumenta la dependencia del Estado de los ingresos por exportaciones energéticas.
Economistas advierten que esta estrategia vincula el crecimiento económico directamente al esfuerzo bélico, un modelo difícil de revertir. “El sistema productivo ruso está cada vez más entrelazado con la defensa; esto crea una economía que vive del conflicto”, señalan analistas citados por el medio.
Además, gran parte de las partidas presupuestarias destinadas a defensa están clasificadas, lo que impide un control público o parlamentario del gasto real y complica las estimaciones de su sostenibilidad a largo plazo.
Una guerra incrustada en la economía
Bloomberg sintetiza el fenómeno afirmando que “la máquina militar rusa ahora está integrada en la economía del país”, un proceso que podría mantener al Kremlin preparado para un conflicto prolongado, pero a costa de la diversificación económica y el bienestar civil.
En términos estratégicos, este modelo refuerza la posición de Rusia en el corto plazo, pero podría agravar los desequilibrios fiscales y la dependencia del sector militar en el futuro, transformando la guerra en el principal motor de la economía rusa contemporánea.




