El domingo pasado se cumplió un nuevo aniversario del inicio de una de las empresas más importantes de la historia de nuestro país. El 16 de abril de 1879, el General Julio Argentino Roca, Ministro de Guerra y Marina durante la presidencia de Nicolás Avellaneda (1874-1880), iniciaba la campaña militar conocida como “Campana del Desierto” para afirmar la soberanía argentina sobre la Patagonia y expandir así el territorio nacional por más de 500 mil kilómetros cuadrados.
Contexto histórico
Al asumir Domingo Faustino Sarmiento como Presidente de la Nación en 1868, éste nombró a Avellaneda al frente del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, cargo que desempeñó con gran destreza. El nuevo ministro fue protagonista de la política educativa de esa gestión, teniendo, entre otras participaciones, la fundación de las primeras escuelas normales para formación de maestros de Argentina. En 1873, comienza a planear su candidatura presidencial. Con apoyo de Sarmiento, lanza oficialmente su candidatura en Córdoba, donde contó con un amplio apoyo. El único adversario real que podía darle pelea electoral era el ex Presidente Mitre, aunque este último no contaba con el acompañamiento del interior del país.
Luego de consagrarse ganador el candidato favorito, en los años posteriores la Patagonia empezó a ser reclamada por distintos actores. Uno de los principales era Chile, que la exigía como parte de su territorio. Incluso, a principios de 1860, se formó el llamado “Reino de la Patagonia y la Araucanía” por Antoine de Tournens, un aventurero francés que decidió fundar su propio reino, contando con el apoyo de las poblaciones locales. Su propósito, según él, era “civilizar a los araucanos” (finalmente, sería expulsado a Francia en reiteradas oportunidades).
El Conquistador del Desierto
El 4 de enero de 1878, el Presidente Avellaneda nombró como nuevo Ministro de Guerra y Marina a Julio Argentino Roca, hombre de gran carrera militar en ininterrumpido ascenso, reemplazando en el puesto a Adolfo Alsina, quien había fallecido hace poco. Alsina fue vicepresidente de Sarmiento y se convirtió en Ministro de Guerra de su sucesor. Bajo el cargo, dirigió la defensa del país frente a los enfrentamientos constantes en la frontera sur contra los aborígenes, principalmente mapuches. Allí inició la construcción de la llamada “zanja de Alsina”, una trinchera de 374 kilómetros guarnecida gracias a la edificación de una serie de fortines comunicados por telégrafo para mantenerla vigilada. Ésta impedía el paso de los indios y así los ataques de malones y sus saqueos de mujeres y ganado a las poblaciones cercanas. El General Roca fue muy crítico de la supuesta actitud defensiva de Alsina. En contraste con su antecesor, que había intentado incorporar a los indígenas a la civilización occidental, Roca creía que la única solución contra la amenaza de los indígenas era su sometimiento definitivo.
A continuación, el intercambio de cartas entre Avellaneda y Roca, días después de su nombramiento al frente del Ejército Nacional: “…Acabo de firmar el decreto nombrándole Ministro de Guerra. Conoce mi programa político (…) la tarea es grande; impone pesadas responsabilidades y puede estar llena de eventualidades así como peligros. Pero habrá patriotismo en afrontarlos y honor en vencerlos (…) Soy de los que más anhelan la solución definitiva del problema de la seguridad de las fronteras, y confío en el concurso eficaz de V.E. y de mis colegas para procurar llevar a término este problema que encierra una fuente inagotable de riqueza y de prosperidad para la República.”
El Gran Sueño Argentino
Cabe realizar una suerte de paralelismo entre aquellos tiempos y los actuales, en los que parece haber mermado el interés por las tierras patagónicas, al menos para quienes las gobiernan, a tal punto de regalarlas a naciones invasoras y poderes supranacionales con intereses ajenos a los del Pueblo Argentino, en las que desarrollan diferentes actividades, desde ejercicios militares hasta el saqueo de los recursos naturales. Al parecer, somos nosotros mismos los únicos que no logramos vislumbrar el nivel de riqueza que representan nuestros suelos. O más bien, lo hacemos y lo aprovechamos para beneficios personales y, en consecuencia de ello, desnutrimos nuestra Patria.
Nuestros antepasados veían muy claramente el valor de estas tierras y, sobre todo, los impulsaba más que el aprovechamiento de los recursos, su obsesión por fortalecer la soberanía del territorio argentino y ampliar sus fronteras. Se trataba, antes que de especulaciones económicas, de un honor y un sentimiento de amor tan profundo como irracional por lo que es propio. Estos hombres hicieron todo y más para lograr la grandeza y prosperidad del pueblo argentino y ver flamear nuestra Insignia Nacional en cada rincón del país y en lo más alto de la región. Mucha fue la sangre que corrió, muchas las pasiones desenvueltas, muchos los sacrificios realizados y muchas las ambiciones resignadas en pos del Gran Sueño Argentino.
Hoy la Patagonia se ha convertido en un trozo de roca prostituido por políticos de turno, que lo utilizan para negociados con organismos globalistas que rigen las voluntades de todo el mundo. Esperemos, en este año electoral de grandes definiciones para el pronto futuro de la Argentina, que la próxima gestión presidencial genere un cambio en este sentido y recobre el sentimiento patriota y el amor necesarios para transformar las mentes y los corazones de los argentinos y lograr así recuperar nuestro sur y aportarle el valor que se merece y que supieron darle nuestros próceres.