Oikos, que en griego antiguo se escribe οἶκος (oíkos), significa ‘casa’. Muchos están familiarizados con aquel fenómeno de las personas que culpan de todo mal a su propia civilización, que rechazan de manera irracional la propia cultura; es lo que se denomina “oikofobia”, miedo al hogar, lo opuesto a la xenofobia que se traduce como el miedo a lo extranjero. Una oikofobia que se observa en las quemas a las iglesias, el vandalismo a símbolos patrios, la cancelación de cátedras universitarias, el revisionismo histórico ideologizado, el rechazo a la propia lengua, el reniegue de la identidad, etc…
Podría decirse que cuando una civilización progresa hay suficiente riqueza para que las personas se concentren más en competir contra sus pares que en preservar la salud de sus comunidades. Surgen intereses políticos encontrados que llevan a los ciudadanos a verse unos con otros como amenazas mayores que las que plantean los enemigos extranjeros. Dado que los enemigos extranjeros han sido rechazados con éxito durante el ascenso al poder de una civilización, ya no sirven como medida de superioridad de una civilización. Si la civilización se basa en antagónicos (amo-esclavo, burgués-proletario, blanco-negro, hombre-mujer), el enemigo, ese otro sobre el cual se constituye la propia identidad, pasa a ser otra persona en la propia civilización y, en última instancia, la civilización misma que la formó. Al rechazar la propia cultura, un individuo puede colocarse por encima de otros intereses en competencia de esa cultura. Más temprano en el arco del desarrollo de la civilización, cuando la sociedad es precaria y los individuos dependen más unos de otros para la seguridad básica, la cooperación es esencial para la supervivencia; pero a medida que una sociedad se vuelve más próspera, existe una mayor oportunidad para que los ciudadanos critiquen su propia cultura. Tal vez por eso hoy los principales enemigos de la sociedad occidental son justamente los que crecieron económicamente gracias a Occidente.
Benedict Beckeld (doctorado. en Filosofía y Filología Clásica de la Universidad de Heidelberg dirá: «Las civilizaciones surgen y deben inevitablemente declinar y caer. Es precisamente el proceso que engendra el éxito de una civilización el que conduce a su declive y caída. Para tomar solo un ejemplo entre muchos: la expansión gradual de la ciudadanía en la República Romana y, posteriormente, en el Imperio aumentó el número de combatientes. Esos hombres sintieron que ellos, como ciudadanos iguales, tenían un interés personal en el bienestar del estado. Pero esta expansión de la ciudadanía también condujo a la expansión de las nociones de igualdad. Cuanto más se sienten las personas iguales y empoderadas, más se consideran más importantes que el estado. Esto, a su vez, conduce a conflictos internos entre los grupos de interés. Y así ampliar la ciudadanía, desde el punto de vista del Estado, tiene consecuencias tanto positivas como negativas, y es un ejemplo de la verdad más amplia de que el mismo proceso que conduce al surgimiento de una civilización también conducirá a su caída. Así, la oikofobia es tan “natural” como la xenofobia.»