J.K. Rowling es un fiel ejemplo de cómo la comunidad LGBT es capaz de perseguir e intentar erradicar a cualquier disidencia que existe al relato ideológico. Esto permite reflexionar sobre un tema esencial para los tiempos que corren. Así pues, se tiene que Ketanji Brown Jackson (Corte Suprema – EEUU) afirmó que no puede definir qué es una mujer porque no tiene un título en biología. Irónicamente, las nuevas «mujeres» que está tratando de incluir no son biológicamente mujeres, por lo que un título en biología en realidad no sirve.
La comunidad LGBT ha absorbido por completo la comunidad política, donde algo tan privado, íntimo y personal es usado como herramienta de poder público. No se puede negar la influencia de Kate Millett (1934-2017), autora de “Sexual Politics”, que por la justificación académica del feminismo se convirtió en la columna vertebral de los programas de estudios a nivel global.
“En una concientización [una idea importada de la China de Mao] doce mujeres se reunieron en una gran mesa. Abrieron con una especie de Letanía de la Iglesia Católica… pero, esta vez fue el marxismo, la iglesia de izquierda” cuenta Mallory Millett, quien relata cómo su hermana Kate Millet reunió a 12 mujeres en New York; allí se reproduje su “letanía” que decía:
¿Por qué estamos aquí hoy? preguntó la presidenta.
Para hacer la revolución, respondieron.
¿Qué tipo de revolución? ella respondio.
La Revolución Cultural, corearon.
¿Y cómo hacemos la Revolución Cultural? exigió.
¡Destruyendo a la familia americana! ellos respondieron.
¿Cómo destruimos a la familia? ella regresó.
Destruyendo al patriarca estadounidense, gritaron con entusiasmo.
¿Y cómo destruimos al patriarca estadounidense? ella sondeó.
¡Quitándole su poder!
¿Cómo hacemos eso?
¡Destruyendo la monogamia! ellos gritaron.
¿Cómo podemos destruir la monogamia?
¡Promoviendo la promiscuidad, el erotismo, la prostitución, el aborto y la homosexualidad!” resonaron.” (Gress, 73-74)
Quizás sea momento de reconocer que el feminismo siempre quiso destruir no sólo la tradición occidental, sino a la propia mujer, y esto ya no es “teoría de la conspiración”.