Los dos principales estrategas e ideólogos de la Comisión Trilateral, Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, dan forma la organización política y económica para la implementación gradual de un Gobierno Mundial.
Zbigniew Brzezinski
Entre sus principales «cerebros» fundadores se encuentra Zbigniew Brzezinski, articulador estratégico de la política exterior de Jimmy Carter, gurú «ideológico» del lobby que acompañó a Clinton, y mentor doctrinario en las sombras de la campaña electoral de Kerry.
Poco antes de afincarse en los EEUU huyendo del régimen comunista establecido en Polonia, Zbigniew contrajo matrimonio con una sobrina del que fuera Presidente de la República Checoslovaca y gran maestre de la masonería de aquel país, Eduard Benes, un personaje cuya entrada triunfal en Praga al término de la 2ª Guerra Mundial constituye un episodio digno de mención: con motivo del recibimiento dispensado por sus acólitos a tan ilustre filántropo el 13 de mayo de 1945, centenares de alemanes, adultos y niños, ardieron a modo de antorchas humanas, rociados de gasolina y colgados boca abajo de los árboles de la Avenida de San Wenceslao.
Brzezinski fue patrocinado para la creación de la Trilateral por David Rockefeller, otro de los fundadores. Y Jimmy Carter, por su parte, dio decidido apoyo a Brzezinski.
En su libro «La Era Tecnotrónica: La Futura Revolución Social», publicado en 1970, Zbigniew Brzezinski plantea su visión de una sociedad futura en la que la tecnología y la ciencia serían los principales motores de cambio. Según Brzezinski, esta «era tecnotrónica» estaría caracterizada por la emergencia de una élite tecnológica y científica, y la desaparición de las diferencias culturales, étnicas y nacionales, que serían reemplazadas por una «cultura universal» basada en los valores de la ciencia y la tecnología.
En este contexto, Brzezinski plantea la necesidad de una nueva forma de gobierno global que esté basada en la colaboración entre las élites políticas y económicas de las naciones más avanzadas, y que esté orientada a fomentar la innovación tecnológica y científica como motores del progreso humano. Según Brzezinski, esta nueva forma de gobierno debería estar basada en la cooperación entre los EEUU, Europa y Japón, y debería ser capaz de superar las diferencias culturales, políticas y económicas que existen entre estas regiones.
En diciembre de 1971, Zbigniew organizó un seminario para el estudio de los problemas comunes a las tres grandes zonas desarrolladas del planeta. Aquel foro, convocado para becarios de la Brookings Institution, reputado feudo de la izquierda liberal norteamericana, suscitó la atención de David Rockefeller, quien a la vista de las especiales aptitudes del tecnócrata polaco se apresuró a reclutarlo para su causa.
De tal modo que, cuando en julio de 1972 tuvo lugar en Pocantico Hills (residencia familiar de los Rockefeller) el encuentro tripartito en el que se ultimó la creación de la Comisión Trilateral, Brzezinski se hallaba ya entre los miembros de la delegación americana destacada en dicha reunión, al lado del propio David Rockefeller, George Franklin, Fred Bergsten y George Bundy.
Como colofón, en el otoño de ese mismo año fueron designados los tres presidentes territoriales de la recién nacida Trilateral, recayendo en Brzezinski el nombramiento de Director Coordinador. Poco después pasó a desempeñar la dirección de la sección norteamericana de dicha entidad, cargo en el que permanecería hasta su designación por Jimmy Carter para la presidencia del Consejo Nacional de Seguridad.
En su calidad de iniciado en las altas esferas del Poder, Z.Brzezinski es colaborador habitual de las publicaciones oficiales editadas por diversas organizaciones de corte mundialista:
- Trialogue (órgano de la comisión Trilateral)
- Foreign Affairs (revista del Consejo de Relaciones Exteriores)
- International Affairs y The World Today (publicaciones del Real Instituto de Asuntos Internacionales, homólogo británico del CFR), etc.
Prescindiendo de sus colaboraciones puntuales en los citados medios de expresión, el grueso de la doctrina de Brzezinski puede encontrarse en «La Era Tecnotrónica» y en «Entre dos Eras: el papel de América en la Era Tecnotrónica», dos obras a través de las cuales el tecnócrata polaco expone sus análisis y «previsiones» de futuro.
El núcleo de las tesis sustentadas en dichas obras gira en torno a unos cuantos conceptos básicos. Algunos estaban concebidos para el período de la guerra fría, como es el que preconizaba la necesidad de avanzar hacia un sistema mundial que se extendiese a la zona donde el poder permanecía en manos de gobiernos marxistas.
Para alcanzar ese objetivo, Brzezinski abogó repetidamente por la comprensión y la transigencia con los regímenes comunistas en todo lo relativo a la violación de los derechos humanos, ya que de lo contrario se pondría en peligro la colaboración entre ambos bloques (es decir, los negocios de las multinacionales) y la futura integración de la URSS en el Nuevo Orden Mundial.
Entre los planteamientos básicos de las susodichas obras figura igualmente la supresión progresiva de las soberanías nacionales, que en aras de un nuevo orden de «paz y progreso» deberán ser transferidas a instituciones supranacionales dirigidas por una «élite» científica y financiera mundial.
Brzezinski preconiza asimismo,
«el ocaso de las ideologías y de las creencias religiosas tradicionales, pues sólo los elementos suministrados por la tecnología y la electrónica podrán permitir a las sociedades humanas avanzar hacia el bienestar y el progreso»,
…los dos grandes pilares de la Era Tecnotrónica.
Otra de las más significativas «previsiones» de futuro del tecnotrónico Brzezinski reza textualmente así:
«La Era tecnotrónica va diseñando paulatinamente una sociedad cada vez más controlada. Esa sociedad será dominada por una élite de personas que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta».
Y no hay duda de que los «pronósticos» que hiciera Brzezinski son una realidad cada día más consolidada gracias al desarrollo progresivo de las técnicas de control social desarrollados por los modernos regímenes policíacos de «derecho».
Henry Kissinger
El otro gran estratega de la Trilateral, Abraham ben Elazar, más conocido como Henry Kissinger, nació en 1923 en la localidad alemana de Fürth (Baviera), desde donde emigró en 1939, junto con su familia a EEUU, país cuya nacionalidad adoptaría en 1943. En 1947 obtuvo una beca del Fondo Rockefeller merced a la cual cursó estudios y se graduó en Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard, reputado centro fabiano del Establishment en el que posteriormente desempeñaría varios cargos docentes y directivos.
Su participación en la vida pública estadounidense comenzó a principios de los años sesenta, desempeñando desde entonces e ininterrumpidamente a lo largo del mandato de cuatro presidentes norteamericanos diversos cometidos políticos de alto nivel. Fue asesor de la Oficina de Coordinación Gubernamental, del Consejo Nacional de Seguridad, de la Agencia de Control de Armamento y del Departamento de Estado, todo ello durante las Administraciones Kennedy y Johnson, hasta que en 1969 Richard Nixon le nombró su consejero personal, empleo que simultaneó con la presidencia del Consejo Nacional de Seguridad.
Cuatro años después fue designado por Nixon Secretario de Estado, cargo en el que sería ratificado por el siguiente inquilino de la Casa Blanca, Gerald Ford.
Experto, como Brzezinski, en política internacional y en asuntos soviéticos, Kissinger no tardó en concitar el interés del Consejo de Relaciones Exteriores, que ya en 1955 le encomendó la dirección de una investigación para el análisis de las posibles respuestas a la amenaza soviética. Este poderoso club, a cuya presidencia accedería Kissinger años después, fue una de sus catapultas políticas.
La Fundación Rockefeller Brothers habría de ser la otra. En efecto, la dirección del Programa Especial de Estudios de dicha entidad, que le fuera confiada en 1956, no constituyó más que el primer episodio de una estrecha e ininterrumpida colaboración entre Henry Kissinger y el clan Rockefeller.
Desde finales de los años cincuenta, Kissinger se convirtió en el principal asesor de las campañas políticas de Nelson Rockefeller, puesto que ocuparía hasta el momento mismo en que ambos se incorporaron a la Administración Ford, el primero como Secretario de Estado y el segundo en calidad de Vicepresidente de los EEUU.
Paralelamente a todo ello discurrieron las actividades compartidas por Kissinger y David Rockefeller en el seno del Consejo de Relaciones Exteriores, colaboración que se estrecharía todavía más cuando el plutócrata fichó al tecnócrata para la Comisión Trilateral.
Y no solamente fue la curiosa política de distensión aplicada por Kissinger lo que provocó la perplejidad de los más diversos círculos políticos, sino también los nombramientos que efectuara desde su puesto como secretario personal de Nixon y, posteriormente, desde la jefatura del Consejo Nacional de Seguridad y la dirección del Departamento de Estado.
Nombramientos entre los que figuraron varios personajes conocidos por su filiación pro-marxista, como sería el caso de:
- Helmuth Sonnenfeld
- James Sutterlin
- Boris Closson
- William Hall
- Arnold Wiesner
La perplejidad de los primeros momentos acabó dando paso a la sospecha abierta, que terminaría concretándose en una serie de informes, tanto privados como oficiales, que iban a desvelar con pruebas contundentes el origen de tan extraños hechos.
El primero de ellos fue elaborado por Frank Capell, experto en cuestiones de espionaje y analista de varias revistas políticas estadounidenses, una de las cuales, The Herald of Freedom, lo publicó íntegramente en octubre de 1971. Dicho informe fue posteriormente leído en el Congreso por el diputado John Rarick, y recogido en el tomo 117 de los Informes Oficiales de Sesiones Congressional Records de 28-10-71.
Con arreglo al mismo, las relaciones de Henry Kissinger con varios de sus colaboradores y subordinados en el Consejo Nacional de Seguridad y en el Departamento de Estado se remontaban al período 1943-1946, durante el cual Kissinger permaneció en Alemania como integrante de las fuerzas de ocupación norteamericanas, que le nombraron, pese a su escasa graduación militar (sargento), administrador de la ciudad de Bensheim.
Fue en ese período cuando Kissinger entró en contacto con sus correligionarios Helmuth Sonnenfeld, Gunter Guillaume, agente de los servicios secretos de la Alemania del Este y más tarde secretario de Willy Brandt, y Egon Bahr, colaborador de la inteligencia soviética y futuro artífice de la Ostpolitik. Todos ellos se integrarían en una célula de espionaje en favor de la URSS, en la que el sargento Kissinger operaba bajo el seudónimo de Bor.
Tales imputaciones, que la Administración norteamericana se limitó a negar sin más, fueron posteriormente confirmadas por dos ex-oficiales del KGB, Golitsin y Goleniewski, así como por un completo dossier elaborado por un equipo de agentes de la CIA, en el que se revelaban todos los lazos existentes entre Kissinger y la Inteligencia soviética.
El contenido de dicho dossier, archivado en su día por Stansfield Turner, director de la Agencia norteamericana y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, ha visto la luz recientemente gracias a un trabajo publicado por tres expertos en asuntos de espionaje, William Corson y los esposos John y Susan Trenton («Four american Spies, the wives they deft behind and the KGB’s crippling of American Intelligence»).
Este tipo de hechos, que tampoco suponían ninguna novedad, eran habitualmente interpretados por la ultraderecha conservadora, siempre tan perspicaz, como parte de un plan dirigido a colocar a Occidente bajo las garras del Imperio Soviético, cuando lo que realmente significaban es que se estaba operando la deseada simbiosis entre el capitalismo expansivo y los estereotipos humanistas propios de la demagogia marxista, para dar paso así al capitalismo multinacional y progresista vigente en la actualidad.
El contenido de los informes mencionados no empañó en lo más mínimo la carrera política de Henry Kissinger, que sólo se vio momentáneamente truncada cuando la Suprema Corte Rabínica de EEUU decretó en 1976 su excomunión, a raíz de las maniobras desplegadas por el entonces Secretario de Estado para maquillar las conquistas de Israel durante la Guerra del Yon Kippur.
Un conflicto a cuyo desencadenamiento «preventivo» no fue ajeno el propio Kissinger, y que reportó a las arcas de sus patrocinadores, los Rockefeller, y a las multinacionales petrolíferas en general, enormes beneficios.
Con todo, el ostracismo de Kissinger, aunque severo mientras pesó sobre él la excomunión, se iba a prolongar durante poco tiempo, ya que la Corte Rabínica no tardaría en rehabilitarle en atención a las nuevas contribuciones del penado a la causa sionista.
La doctrina sugerida por Kissinger, consistente en la fragmentación del Líbano en varios compartimentos político-confesionales como la mejor fórmula para garantizar la seguridad de Israel, se resumiría en su célebre sentencia:
«Si queréis la paz en Oriente Medio, entregad el Líbano a Siria».
Desde que abandonara la política activa, al menos de forma oficial, la actividad de Kissinger se ha desplegado a través de sus continuos desplazamientos de un extremo a otro del planeta, como comisionado y embajador de proyectos e intereses equivalentes a los que ya representó en su época anterior.
Tal actividad no se reduce al terreno de lo político, aunque frecuentemente ejerza labores de emisario especial de la Administración norteamericana, sino que, de acuerdo con su posición en la Comisión Trilateral, se desarrolla fundamentalmente en el ámbito económico, que es el esencial y el que determina el curso de todos los demás.
Ése es el terreno en el que se desenvuelve actualmente Henry Kissinger, a quien la Alta Finanza suele encomendar diversos asuntos relacionados con la deuda pública, asuntos que el eficiente tecnócrata solventa sin estridencias públicas y con pingües beneficios para sus arcas a través de su compañía de consultores Kissinger Associates, cuyos clientes son, lógicamente, los Estados deudores y las Multinacionales acreedoras.
Como será fácil suponer, el plantel de los asociados de dicha compañía está compuesto por elementos bien introducidos en las altas esferas financieras y políticas.
Figuran entre ellos:
- Lawrence Eagleburger (ex-subsecretario de Estado y director del LBS Bank),
- Brent Scowcroft (ex-asesor presidencial de Seguridad y director del National Bank de Washington),
- Lord Carrington (ex-secretario general de la OTAN y directivo del Barclays Bank y del Hambros Bank),
- Lord Eric Roll (director del Banco de Inglaterra),
- Per Gyllemhammer (directivo de Volvo y del Banco Sueco de Crédito Naval; miembro de la junta de asesores del Chase Manhattan Bank),
- Saburo Okita (ex-ministro de Asuntos Exteriores, miembro del Club de Roma y de la Comisión Trilateral),
- William Simon (ex-secretario de Hacienda y directivo de la firma bancaria Salomon Brothers),
- sir Y.Kahn (directivo del grupo financiero S.G. Warburg y de la China International Finance Company).