La medida, que forma parte de una guía para estudiantes del módulo de literatura infantil y juvenil, generó un debate inmediato y altamente polarizado dentro del ámbito académico y cultural.
La advertencia —similar a un “trigger warning”— aparece en el programa de lectura que acompaña al estudio crítico de textos británicos para jóvenes. Según la universidad, su propósito es preparar a los estudiantes para debates académicos complejos sobre temas como la infancia, la identidad, las dinámicas de poder y la representación literaria de minorías.
Una advertencia que alcanza a otros clásicos
El señalamiento no recae únicamente sobre Harry Potter. Obras clásicas de la literatura juvenil como “Alice’s Adventures in Wonderland” de Lewis Carroll, “The Treasure Seekers” de E. Nesbit, “First Term at Malory Towers” de Enid Blyton y títulos contemporáneos como “Noughts & Crosses” de Malorie Blackman también recibieron advertencias de contenido.
Desde la perspectiva institucional, estas advertencias no prohíben ni censuran las obras, sino que ayudan a contextualizarlas para la discusión académica. Voceros universitarios señalaron que el análisis crítico requiere reconocer el contexto histórico en el que fueron escritas obras que hoy pueden contener representaciones consideradas problemáticas.
Críticas severas desde el ámbito intelectual
La medida, sin embargo, fue recibida con escepticismo e ironía por parte de distintos académicos y escritores británicos.
El historiador Jeremy Black calificó la advertencia como “una comentario hilarante sobre la mentalidad presentista”, criticando la tendencia a juzgar obras del pasado con estándares actuales. Por su parte, el crítico literario John Sutherland aseguró que estas advertencias crean “un armario interminable de libros peligrosos”, insinuando que cualquier obra clásica podría ser catalogada como problemática bajo este criterio.
La novelista Margaret Drabble remató la crítica con una ironía filosa: “Pronto necesitaremos advertencias para cualquier texto que mencione colegios británicos anticuados”. En el fondo, su comentario apunta al corazón del problema: la literatura se está convirtiendo en un territorio donde lo simbólico debe ser explicado y advertido, no interpretado.
La polémica surge en un contexto británico particularmente sensible, donde universidades como Chester ya habían incorporado advertencias al enseñar Harry Potter, especialmente tras las controversias públicas alrededor de J.K. Rowling y sus opiniones sobre género.
Sin embargo, el caso de Glasgow se inscribe en una discusión más profunda: ¿Hasta qué punto deben advertirse posibles sensibilidades al estudiar literatura?, ¿Es adecuado aplicar criterios morales actuales a obras escritas hace décadas o siglos?, ¿Los “trigger warnings” enriquecen el análisis o infantilizan al lector universitario?.
Para críticos del enfoque, la práctica puede tomarse como una forma de sobreprotección que limita la formación crítica y no pueden leerse fuera de esa disputa ideológica, aunque la universidad lo niegue. Para defensores, en cambio, constituye una herramienta pedagógica legítima que permite comprender los elementos de discriminación, estereotipos o abusos presentes en relatos populares sin dejar de analizarlos con rigor académico.
En este sentido, el libro funciona como un “catalizador simbólico”: no se está advirtiendo sobre un contenido particularmente violento, sino sobre valores que ya no se ajustan al estándar moral universitario contemporáneo. Para quienes denuncian la medida, este es el punto donde la advertencia deja de ser educativa y se vuelve un gesto moralizante.
Lo paradójico es que estudiar literatura precisamente implica confrontar mundos diferentes, ideologías pasadas, sociedades injustas, personajes problemáticos. El objetivo no es sentirse cómodo, sino pensar.
Este episodio no es aislado. Universidades de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido han incorporado advertencias a textos tan dispares como El Gran Gatsby, Odisea, Metamorfosis, 1984, e incluso artículos científicos con terminología obsoleta. Cada advertencia reabre el mismo dilema: ¿estamos educando ciudadanos críticos o ciudadanos protegidos?.
El caso Glasgow resuena además en un país donde la figura de J.K. Rowling se ha vuelto un epicentro de polémicas políticas y sociales a raíz de sus posiciones sobre identidad de género.




