Samantha Stephenson (presentadora del podcast Brave New Us y autora de Reclaiming Motherhood from a Culture Gone Mad) expone en “The Federalist” que el crecimiento explosivo de la población de jóvenes que se identifican como transgénero en los últimos años no tiene precedentes, al igual que el uso de la terapia de “afirmación de género” y la cirugía de transición de género. Estos continúan siendo métodos experimentales para tratar un problema relativamente nuevo. Los defensores de estos «tratamientos» hablan categóricamente de su necesidad, pero el hecho es que simplemente no sabemos lo suficiente como para hacer esas afirmaciones todavía.
Un nuevo documental del comentarista político Matt Walsh revela que las voces disidentes simplemente son silenciadas. Al entrevistar a terapeutas, académicos y personas transgénero en busca de la esquiva respuesta a la pregunta: «¿Qué es una mujer?», Walsh descubre una serie de profesionales cuyas objeciones son eliminadas del debate pública. Como revela el documental, es fundamental que se escuchen sus voces y que salgan a la luz los datos relevantes sobre el tratamiento de la disforia de género. Si los hechos acerca de estos “tratamientos” permanecen ocultos, las consecuencias para la próxima generación de niños podrían ser devastadoras.
Los médicos y terapeutas del “primer mundo” preguntan a los padres que se oponen a la transición de género médica: «¿Preferirías tener un hijo muerto o una hija amorosa?» en una suerte de retórico chantaje emocional. Lo real es que el riesgo de suicidio es exponencialmente mayor para las personas trans durante los siete a diez años posteriores a la cirugía; de hecho, el más alto de cualquier grupo conocido en la historia. Si los padres buscan mejorar la salud mental de sus hijos, parece imperativo que eviten activamente la cirugía de transición de género.
Samantha Stephenson en su reciente informe sobre la disforia de género, remarca que los síntomas se resolverán en el 93% de los niños que padecen tal afección cuando lleguen a la edad adulta o incluso antes (más información en la investigación del portal médico “MedScape” bajo el título “Time to Hit Pause on ‘Pausing’ Puberty in Gender-Dysphoric Youth”), un resultado que se esconde a los jóvenes sometidos a hormonas experimentales; hormonas que por cierto poseen efectos en gran parte desconocidos, cuyos cuerpos infantiles son mutilados y su futura fertilidad robada.
Lo que sí se sabe sobre los efectos de los tratamientos hormonales en los niños es la pérdida de densidad ósea, el aumento del riesgo de coágulos sanguíneos, el envejecimiento prematuro del cerebro y el aumento de la agresividad, la reducción de la capacidad para el placer sexual, la futura infertilidad y el aumento del riesgo de enfermedades cardíacas a causa de los bloqueadores de la pubertad y las hormonas utilizadas para la transición médica (fuentes: Journal of Clinical Medicine, Clinical Endocrinol Metab, Science Daily´s, Taylor & Francis Online Help Center, UCSF Gender Affirming Health Program, American Heart Association, Inc.); Como señala el documentalista Walsh al preguntarle a los promotores de la industria del género: “¿los niños son realmente capaces de dar su consentimiento informado ante riesgos de esta magnitud?”.
“Puberty Blockers and Suicidality in Adolescents Suffering from Gender Dysphoria” es un estudio que muestra el terrible daño mental que se genera en los niños, sin embargo, tal como expone, Scott Nugent (transexual y fundador de TreVoices) las ganancias anuales de recetar bloqueadores de la pubertad y hormonas sexuales cruzadas para niños son ocho veces mayores que las de los pacientes adultos. Su organización intenta justamente proteger a los niños de tan vil negocio.
Ciertamente promover toda cuestión relativa al “género y sexualidad” en los niños es un abuso perverso que busca, literalmente, aniquilarlos en todas sus dimensiones, incluso en la vida misma.