
Es que ciertamente se ve hoy al algoritmo como artífice de la adicción. Estos sistemas no acompañan, sino que enganchan. Alimentan nuestra sed de aprobación —“likes”, comentarios, mensajes— mediante recompensas intermitentes cuya irregularidad incrementa su fuerza magnética. Al estilo de un jugador atrapado frente a una máquina tragamonedas, el cerebro libera dopamina en la incertidumbre anticipatoria.
Estas estructuras no son neutras, sino que son fuerzas que moldean la subjetividad contemporánea; el algoritmo, al amplificar contenido emocional (ira, asombro, ansiedad), reorienta la experiencia y fragmenta la coherencia emocional.
La ciencia advierte sobre las consecuencias profundas de este proceso. Las regiones prefrontales —capital de la razón y el dominio del impulso— muestran una actividad reducida en usuarios intensivos. El cerebelo, pilar del equilibrio mental y motor, puede verse comprometido en su volumen y funcionalidad, tal como se mostrase en los estudios de Richmond Functional Medicine. Estas modificaciones no son simbólicas por cuanto constituyen mutaciones en la estructura de la conciencia y de la deliberación de una persona.
Se suma que la lógica del “nuevo contenido” perpetúa una adicción a la novedad erosiona la capacidad de atención y contemplación. Prepara a la persona para lo efímero, imposibilitando la experiencia profunda, la concentración sostenida, el pensamiento reflexivo. Sin embargo, no todo está perdido. El principio de neuroplasticidad abre una esperanza; hoy se sabe que la recuperación es viable si se interviene con intención y disciplina. Por ello se propone un protocolo gradual. Se trababaja en la semana 1‑2 en la conciencia, esto es, registrar sin juzgar el tiempo de conexión y los detonantes emocionales. En la semana 3‑4 se busca una reducción paulatina; para esto se trabaja en el control de notificaciones, horarios delimitados y espacios libres de dispositivos. Este enfoque se complementa con soporte nutricional —L‑tirosina, magnesio glicinato, rodiola rosa— y, cuando sea posible, intervención médica para evaluar marcadores neurológicos y nutricionales.
La pregunta que uno debería hacerse es saber quién se beneficia de nuestra adicción emocional; entender lo que genera una sociedad manipulada emocionalmente por los algoritmos. La comunidad se halla en una encrucijada donde elige convertirse en sujetos manipulados, esclavos de estímulos externos, o tomar conciencia y restituir la agencia moral de personas responsables y libre. Esta recuperación no es meramente un camino individual, sino un acto político; es el enfrentamiento a un sistema para preservar la libertad frente a fuerzas invisibles que configuran los deseos.
La “trampa de la dopamina” no es solo neurológica, es también existencial. Requiere un despertar que es tanto interno como colectivo, tal como la alegoría de las cavernas de Platón. La restauración de la conciencia implica recobrar la capacidad de decidir sobre las propias imágenes, emociones y conexiones, liberándose la persona de la tiranía sigilosa de los algoritmos.