El reciente estudio de Institute for Family Studies (IFS) documenta que desde los años 80, aunque más acusadamente en las últimas décadas, las tasas de matrimonio y natalidad han caído mucho más entre jóvenes adultos de ideología liberal que entre sus contrapartes conservadoras[1]. En la actualidad, apenas un 44 % de las mujeres liberales de entre 25 y 35 años se han casado, frente al 60 % de mujeres conservadoras; en los hombres la brecha también es notable. Este fenómeno no se explica plenamente por factores económicos, educativos o de clase (aunque estos influyen) sino por una reconstrucción ideológica profunda donde prevalece la exaltación del individuo, la carrera profesional, el éxito monetario, la autorrealización personal por encima de la vida comunitaria.
Ese énfasis, a lo que los autores llaman “Midas Mindset”, ha comenzado a desnaturalizar la vocación humana a la comunidad, a la continuidad intergeneracional, a lo sagrado del hogar. Lo que fuera antaño el modo natural de formar un proyecto humano más allá del yo, un matrimonio cimentado en el amor y la responsabilidad, un hijo como promesa de futuro, hoy aparece para muchos como una carga, un obstáculo para el “éxito personal”.
Lejos de ser una mera preferencia privada, esta alienación respecto de la familia tiene efectos colectivos. El mismo estudio sugiere que quienes logran un matrimonio estable y crían hijos son en promediomás felices que quienes optan por la soltería prolongada. La soledad, la fragmentación social, la pérdida de redes de apoyo, típicas de la modernidad tardía, encuentran en este declive familiar un terreno fértil. Pero también hay un impacto civilizatorio por cuanto las sociedades que renuncian a fecundar su propia continuidad corren el riesgo de autoerosionarse. Si un proyecto ideológico como en este caso, el progresista/liberal, no reproduce a sus hijos, uno se pregunta qué futuro le aguarda. El reporte advierte que la brecha demográfica podría traducirse en una pérdida progresiva de influencia cultural y política.
La familia no es un adorno sociológico, sino la célula elemental de toda civilización. Ni el mercado, ni la carrera, ni el hedonismo pueden reemplazar la densidad ética y antropológica que ofrece la vida familiar, que llevan de suyo del desarrollo del vínculo, sacrificialidad, transmisión de valores, responsabilidad hacia lo otro, compromiso con el tiempo de no sólo el presente, sino el futuro a través de los hijos. La praxis familiar encarna una virtud comunitaria, no un proyecto individualista. En ese sentido, el declive del matrimonio y la natalidad en sectores liberales no es una mera “tendencia sociológica” sino que es un debilitamiento del lazo comunitario; una pérdida de sentido colectivo. En sociedades mediadas por la tecnología, el consumismo y la cultura líquida, esa pérdida equivale a un empobrecimiento antropológico profundo.
Si cualquier doctrina aspira genuinamente a construir un futuro sostenible, no sólo en términos económicos, sino también humanos, debería replantear su desprecio por la familia como valor central. Si no, su proyecto está condenado a ser efímero, poblado de individuos aislados, sin raíces, sin continuidad histórica ni cultural. El informe del IFS no es sólo un conjunto de estadísticas; muy por el contrario, es un diagnóstico de la crisis espiritual y civilizacional que atraviesa Occidente. Si los valores del individualismo radical y del éxito material logran desplazar la fecundidad, el matrimonio, la paternidad y la maternidad, estaremos asistiendo no simplemente a un cambio demográfico, sino a un proceso de exterminio silencioso.
[1] Fuente: https://ifstudies.org/blog/the-lefts-family-problem-marriage-and-kids-cratering-among-liberal-young-adults




