La debacle del dólar y el cambio que viene en el comercio mundial

Como parte de aquel nuevo plan para el mundo, tomaría forma un nuevo sistema monetario. Se basaría en el oro, con una convertibilidad del dólar garantizada a 1/35 la onza. El derecho a la conversión no estaría disponible para la gente común. Era algo garantizado únicamente por los estados nacionales y los bancos centrales, al menos aquellos a los que se les permitiera participar.

En los primeros días de la conferencia, el New York Times (NYT) publicó editoriales contra el plan. El autor de esos editoriales anónimos fue el gran economista Henry Hazlitt, que más tarde ganaría fama por su libro “Economía en una lección”, que se convirtió en uno de los libros de economía más vendidos del siglo. De hecho, todavía se vende bien hoy en día.

Hazlitt criticó el nuevo sistema monetario propuesto. Dijo que al convertir al dólar en la moneda de reserva mundial y garantizar la convertibilidad en oro sólo a las grandes naciones comerciales, el nuevo sistema no podría perdurar. Esto se debe a que no había ningún mecanismo para vigilar las políticas fiscales y monetarias de las naciones. El nuevo sistema permitiría una expansión interminable de dinero y crédito en el exterior sin consecuencias. Estados Unidos experimentaría, con el tiempo, una devastadora salida de oro. En algún momento en el futuro, predijo, Estados Unidos tendría que suspender la convertibilidad.

Esto es precisamente lo que ocurrió, no de inmediato, pero sí con el tiempo. En 1971, Richard Nixon detuvo el sistema por el cual Estados Unidos exportaba oro. Lo hizo para salvar el sistema y crear uno nuevo. La expectativa era que el oro bajaría de precio. Ocurrió lo contrario. Ocho años después, el precio había llegado a 850 dólares. Los que apostaron contra las élites monetarias fueron los ganadores.

Hay una historia detrás de los escritos de Hazlitt en el NYT. Sus brillantes editoriales contra el sistema de Bretton Woods aparecieron semanalmente y luego fueron recopilados en un libro llamado “De Bretton Woods a la inflación mundial”. El editor del NYT en algún momento de 1944, justo antes de que se ratificara el sistema, se acercó a Hazlitt y le dijo que el periódico cambiaría su postura editorial. Tendría que estar a favor y no en contra del nuevo sistema. En ese momento, Hazlitt se dio cuenta de que su mandato de 10 años en el periódico había llegado a su fin. Empacó sus cosas, se fue a casa y comenzó a trabajar en un nuevo libro que se convirtió en “La economía en una lección”. Escribirlo no le llevó ni dos semanas.

He estado leyendo los escritos de Hazlitt de ese período para entender el momento actual. Es evidente que las élites de aquellos días estaban creando una nueva maquinaria global. En el diseño de ese sistema (John Maynard Keynes, del Reino Unido, fue la principal influencia) había varias partes en movimiento. Estaba el sistema monetario, como se ha descrito anteriormente. Había un sistema de compensación de transacciones administrado por un nuevo Banco Mundial, cuyos restos sobreviven en los Derechos Especiales de Giro (DEG) en la actualidad. Había un sistema de financiación en la forma del Fondo Monetario Internacional. Y había un nuevo sistema comercial llamado Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), que más tarde se convirtió en la Organización Mundial del Comercio.

Estos cuatro elementos móviles (dinero, compensación, préstamos y comercio) fueron diseñados para funcionar juntos como si toda esta economía mundial fuera una máquina que se pudiera manejar, que es precisamente como Keynes la concebía. La objeción de Hazlitt era que el sistema era demasiado inteligente, porque no podía tener en cuenta las exigencias políticas y del mercado. Una cosa es que algo funcione sobre el papel, y otra muy distinta es que funcione en la realidad.

Se dio cuenta de que el nuevo sistema no hacía nada para disciplinar a los gobiernos que eran parte del acuerdo y predijo que todos los gobiernos aprovecharían la oportunidad para aplicar políticas fiscales y monetarias imprudentes y aprovecharse de los países ricos que garantizaban que el sistema no fracasaría.

Al final tenía razón en esto, pero mientras tanto la economía mundial tomó una nueva dirección hacia lo que más tarde se llamó neoliberalismo, un sistema administrado que exaltaba la libertad en el comercio internacional y la liquidez fiscal y monetaria por sobre todo lo demás.

¿Por qué se creó el sistema de esta manera?. La razón es que toda una generación de los llamados diplomáticos ilustrados se convenció de que la depresión y la guerra (de los años 1930 y 1940) se debían al proteccionismo comercial y a demasiadas barreras monetarias que impedían que los Estados inundaran el sistema en tiempos de crisis.

En otras palabras, el sistema de 1944 se estableció principalmente para corregir lo que sus arquitectos consideraban los principales problemas de las dos décadas anteriores. Es la naturaleza humana. Si sobrevives a un incendio en tu casa causado por una chispa eléctrica, en el futuro tendrás mucho cuidado con la solidez del cableado. Si tu salud te ha fallado por una mala dieta, en el futuro tendrás más cuidado de comer bien. Y así sucesivamente. Estaban más centrados en solucionar viejos problemas que en anticipar los nuevos.

Así procedió el mundo de los años 1950 y 1960 con estas medidas correctivas. Los resultados fueron espectaculares desde cualquier punto de vista histórico, especialmente para EEUU. Pero recuerden la predicción de Hazlitt de que el nuevo sistema no proporcionaría disciplina a los estados en materia de política fiscal y monetaria. Al final resultó que el principal infractor en este sentido fue EEUU, que se embarcó en la guerra de Vietnam al mismo tiempo que hizo estallar sus disposiciones en el Estado de bienestar. Eso condujo a tensiones económicas insostenibles.

Mientras tanto, el sistema comercial que dependía por completo de un sistema de liquidación basado en el oro comenzó a fluir en una sola dirección: hacia afuera. Ese sistema se desmoronó cuando estalló el estado de bienestar y guerra, y finalmente Nixon le puso fin. Al tomar esa decisión, también optó por preservar el orden comercial global de aranceles bajos por encima de las ataduras monetarias que habían acorralado algún elemento de disciplina monetaria.

Una vez eliminados todos los límites, la inflación pasó factura, tal como Hazlitt había predicho. EEUU sufrió tres oleadas sucesivas en los años setenta, cada una peor que la anterior. Ese exceso se detuvo finalmente con el reinado de Paul Volcker en la Reserva Federal y la presidencia de Ronald Reagan, que había prometido controlar el aspecto fiscal. Y, sin embargo, había una Guerra Fría que ganar, y la administración Reagan también tuvo que elegir entre un presupuesto equilibrado y sus prioridades en materia de política exterior.

Sin pasar revista a los errores de política de las tres décadas siguientes, avancemos hasta 2016, en un momento en que (como era de prever) EEUU ha perdido grandes cantidades de su sector manufacturero a manos de la competencia extranjera debido al mismo sistema establecido en la era de Nixon, por no hablar de la victoria en la Guerra Fría, que abrió una nueva franja del mundo a la competencia productiva con EEUU. El nuevo presidente Donald Trump juró poner fin al problema, ¿y cómo? Haciendo estallar el GATT, que había sido recientemente bautizado como Organización Mundial del Comercio.

En otras palabras, Trump adoptó una táctica diferente a la de Nixon: intentó solucionar un problema comercial con un sistema muy anticuado que había sido totalmente rechazado en 1944. Una vez más, Hazlitt predijo algo exactamente así en sus escritos, cuando explicó que las naciones con problemas fiscales y monetarios indisciplinados, que operan en un mundo sin convertibilidad interna, están destinadas a sufrir salidas monetarias y una depreciación de su base productiva debido a la competencia extranjera.

Como resultado de los esfuerzos de Trump, que no fueron revertidos por la administración Biden, el sistema de 1944 ahora está en ruinas y los gobiernos de todo el mundo están experimentando con sistemas comerciales regionales, políticas arancelarias e incluso nuevos sistemas de liquidación que algún día podrían desbancar al dólar como moneda de reserva mundial.

Mientras tanto, EEUU tiene un problema importante: sin una reforma interna drástica, sencillamente no puede competir en el escenario mundial. Esto se debe a que la avalancha de deuda estadounidense ha contribuido a impulsar la expansión industrial en todo el mundo, mientras que el alto valor del dólar internacional abarata las importaciones y encarece las exportaciones sin que exista un sistema de pagos. Esto no sólo conduce a déficits comerciales perpetuos, sino que subsidia masivamente las importaciones en detrimento de los bienes nacionales.

En los últimos cuatro años de inflación, el dólar estadounidense ha mantenido su fortaleza a nivel internacional mientras se depreciaba a nivel interno. Como resultado, las importaciones no han sufrido tanto por la inflación como los bienes nacionales, lo que no hace más que afianzar el problema.

Lo que estamos presenciando ahora es el desmoronamiento definitivo del sistema de 1944 en todas sus partes, incluido el ajuste de 1971, que introduce graves peligros para el mundo, tanto de depresión como de guerra. La salida de este aprieto no es otro orden mundial absurdo construido por otro gurú económico globalista como Keynes.

Necesitamos un retorno sencillo a la solidez fiscal y monetaria. Por encima de todo, EEUU debe poner orden en su propia casa, con presupuestos equilibrados y una moneda sólida, incluso si eso significa renunciar a sus ambiciones imperialistas en el exterior. Ese es el mejor y probablemente el único camino para reiniciar la hermosa ambición de un mundo de libre comercio.