La aspiración humana de vencer a la muerte persiste, pero la promesa de la inmortalidad digital puede tener efectos embriagadores y deshumanizantes. Filósofos del pasado como Alexander Svyatogor y Nikolái Fiódorov ya vislumbraron la idea de la inmortalidad como liberación espiritual y material.
Sin embargo, esta búsqueda se ha materializado en las redes sociales, donde los muertos ahora coexisten virtualmente usuarios vivos con usuarios que ya fallecieron. Este fenómeno plantea la posibilidad de que el duelo se comparta con extraños en un espacio digital, alterando lo que aquella profunda inquietud existencial en torno a la muerte y su sentido de trascendencia.
La muerte digital se manifiesta en varias formas, sea desde memoriales online hasta avatares de realidad virtual y bots de duelo. Estos métodos pueden proporcionar, según dicen los programadores, consuelo a los más cercanos, pero también plantean preocupaciones a los pensadores serios dentro del existencialismo.
La tecnología es quien ahora dicta la experiencia del duelo y las grandes corporaciones privadas controlan la mayor parte de estas plataformas, careciendo de un entendimiento profundo de las tradiciones de duelo. Además, las Big Tech pueden explotar los datos de los muertos y sus allegados para beneficio económico (Las empresas detrás de estos servicios pueden incentivar la dependencia emocional de los usuarios hacia estos avatares) recreando incluso a través de los algoritmos un usuario de respuesta idéntica al fallecido.
Pareciera ser que hoy quien domina internet puede dominar, al menos en apariencia (lo que aparece frente a uno en las pantallas), la muerte. Es el retorno a la muerte domesticada que tanto preocupó a los primeros existencialistas, y es también la banalización del último acto de vida que tanto ocupó al pensamiento cristiano.
La realidad virtual y la interacción con avatares de seres queridos fallecidos plantean riesgos, ya que podrían dificultar el proceso de aceptación de la muerte al considerar que la conciencia sigue activa por fuera de la unidad corporal. Quizás cada uno está viviendo entre ataúdes digitales sin saber si están vivos del otro lado.