
La medida, sin embargo, no responde a la situación actual, sino a lo que se anticipa como un futuro financiero complicado. Se deja en evidencia lo que muchos ya venían señalando y es que el Camino Sinodal alemán, lejos de haber revitalizado la vida eclesial, no ha frenado la salida de fieles ni la crisis estructural que atraviesa el catolicismo en el país.
“Habrá que hacer recortes drásticos”, advirtió Beate Gilles desde la secretaría general de la Conferencia Episcopal Alemana (DBK), citada por “katholisch.de”. La frase casi análoga a un pensamiento propio de Milei contrasta con algunas cifras, ya que, en 2024, la Iglesia alemana recaudó 6.620 millones de euros, una suba respecto a los 6.510 millones de 2023. Sin embargo, esa bonanza esconde una realidad más sombría porque cada vez menos católicos participan activamente de la vida eclesial, y las proyecciones indican que los ingresos por el impuesto eclesiástico (la principal fuente de financiación de la Iglesia) van camino a reducirse.
Según datos recogidos por The Pillar, el año pasado se registraron 321.611 salidas oficiales de la Iglesia, un número inferior al récord de 2022 (522.821), pero suficiente para confirmar una tendencia sostenida de desvinculación. Con este panorama, el Episcopado aprobó el pasado 24 de junio un presupuesto con fuertes recortes para 2027. Se estima un ahorro de al menos ocho millones de euros sobre los 129 millones proyectados.
Gilles describió el ajuste como “un proceso inevitable”, reconociendo que refleja la fragilidad creciente de la Iglesia en Alemania. En un gesto simbólicamente potente, el mismo día del anuncio, la diócesis de Limburgo (que preside monseñor Georg Bätzing, actual presidente de la DBK y abierto promotor del aborto legal) informó haber cerrado 2024 con su primer déficit anual de 810.000 euros.
Los motivos del desequilibrio son múltiples, que van desde suba en los costos laborales y previsionales, caída del número de contribuyentes eclesiales y el impacto de cambios sociales profundos, hasta el envejecimiento de la población, la secularización y la pérdida de sentido de pertenencia religiosa. Un cóctel que se repite en muchas diócesis alemanas y que empieza a cuestionar la viabilidad del modelo actual.
El impuesto eclesiástico, que en Alemania se aplica como un recargo del 8% al 9% sobre el impuesto a la renta de los católicos registrados, ha sido históricamente una fuente de estabilidad financiera para la Iglesia. Incluso se le llegó a llamar “el milagro fiscal de la Iglesia”, pero ese milagro parece estar agotándose. Quienes abandonan formalmente la Iglesia (un proceso administrativo relativamente sencillo) quedan automáticamente exentos de esta carga tributaria.
Más allá de los números, lo que está en juego es una crisis más profunda, de naturaleza espiritual e institucional. El llamado Camino Sinodal, iniciado en 2019 como respuesta a los escándalos de abusos y con la promesa de reformar la Iglesia, ha terminado generando divisiones internas y desconcierto en muchos fieles. Las propuestas que han surgido de este proceso, desde nuevas estructuras de poder hasta visiones teológicas radicalizadas, han sido vistas por amplios sectores como parte del problema más que de la solución. No en vano, varios obispos han manifestado abiertamente su oposición a una de las iniciativas más polémicas del Camino Sinodal como la creación de un Consejo Sinodal permanente. Entre ellos se encuentran figuras como el cardenal Rainer Maria Woelki, monseñor Stefan Oster, monseñor Rudolf Voderholzer y monseñor Gregor Maria Hanke, quien recientemente presentó su renuncia.
Mientras tanto, la Iglesia en Alemania navega en aguas cada vez más inciertas con recursos aún abultados, pero con una base creyente en constante fuga y con un liderazgo dividido respecto a qué rumbo seguir.