Simon Fanshawe, uno de los seis fundadores de Stonewall (activismo político LGBTIQ+) en 1989, sostuvo que la izquierda está desacreditando ante la opinión popular todo el activismo progresista que han desarrollado en las últimas décadas.
El hombre que abiertamente hizo de la homosexualidad su principal bandera política, sostuvo que pasó décadas haciendo campaña por la igualdad de derechos en Gran Bretaña; esto, según su postura, permitió el avance de su causa ya que él y otros más hicieron gala de poder relacionarse con otros actores de opiniones diametralmente diferente. En contraste, el cofundador de Stonewall acusó al grupo actual de activistas trans de tratar su ideología como “no negociable”.
Escribió en el Daily Mail: “Todo ese trabajo ahora está en peligro de ser arruinado, la reputación de Stonewall desacreditada y su credibilidad desperdiciada por activistas trans, no todas las personas trans, me apresuro a agregar, que creen que pueden dictar lo que todos pueden decir y pensar… Una pequeña minoría de activistas, incluidos los que tomaron Stonewall, no quieren extender esa decencia y tolerancia al resto de la población… Igualdad, para ellos, significa imponer sus puntos de vista a todos los demás, sin debate. Eso debería preocupar a cualquiera que crea que la libertad de expresión es sacrosanta”.
Fanshawe incluso a expuesto su conflicto con la “jefa de inclusión trans” de Stonewall, Kirrin Medcalf, de 24 años, quien dijo que “los cuerpos no son inherentemente masculinos o femeninos. Son solo sus cuerpos”. Simon Fanshawe sostiene críticamente que gente como Kirrin Medcalf imagina que la realidad se puede remodelar para adaptarse a sus requisitos.
Véase como ejemplo de este rechazo que en mayo del año pasado, la entonces ministra de Igualdad Liz Truss, pidió a su gobierno que terminara su relación con Stonewall por sus posiciones cada vez más radicales sobre la transexualidad.
Tal como se observa, la ideología trans está fagocitando a sus precursores demostrándose una vez más que toda abstracción ideológica, al separarse del realismo filosófico, termina necesariamente en un infierno político y cultural por sus propias contradicciones.