Falacia ad imbécilum

¡Qué rebeldes son los estudiantes universitarios, pertenecientes al decil más alto de la sociedad, cuyos estudios están bancados por el decil más bajo de la sociedad, escribiendo carteles súper ocurrentes acerca de perros clonados y ministros muertos, defendiendo su derecho a seguir viviendo del esfuerzo del otro pese al lugar de privilegio que ocupan desde que nacieron!

Los jóvenes de hoy creen que cambiando una letra por la «e», realizando danzas y cánticos en marchas y usando botas de cuero ecológico y sorbetes biodegradables están haciendo una revolución. No saben, porque les mintieron o porque nunca tuvieron que experimentarlo, que el mundo no se cambia compartiendo una dibujo por instagram.

La vida es dura, las guerras son una realidad, la paz es una excepción. Estamos viviendo en esa excepción, hay que ser consciente de ello. Pero allá afuera las cosas son distintas. Y no verlo te lleva a hacer estupideces en nombre de falsas banderas que no mueven el amperímetro de la realidad, sólo sirven a intereses de políticos y magnates de quienes nunca escuchaste, y rellenan ese vacío propio de los nacidos en el último siglo de una razón de ser, una misión en la vida, un sentido de trascendencia que justifique sus aburridas existencias, además de la necesidad cada vez mayor que se tiene de pertenecer a algo, dada la carencia de fuerza que tienen hoy las principales instituciones que han fortalecido y dado cobijo al hombre durante miles de años, como lo son la Familia, la Patria y la Iglesia.

La ceguera generalizada no sólo en la porción juvenil de nuestra comunidad sino también, y cada vez más, en todos los estratos etarios (la ignorancia es el virus más contagioso), lleva paulatinamente a la sociedad toda hacia la vanalización completa del hacer social diario. Cada vez que se interviene en asuntos de «urgencia pública», se termina cayendo en una idiotización como respuesta o forma de resolver. Sino que se me explique cómo es que ante tamañas luchas y dignísimas banderas, como el combate contra el «patriarcado», la amenaza del «cambio climático» y la defensa de los «derechos estudiantiles», constantemente se recurre a estrategias tan burdas como las que vimos en la última marcha contra el Gobierno Nacional y en supuesta defensa de la universidad pública.

El nivel de entendimiento de la realidad y de las formas reales para enfrentarla y sortear los obstáculos que la vida presenta ha sufrido un grave deterioro que conlleva a una transformación de la cosmovisión de quienes padecen esta avería y los convierte en la personificación concreta del sesgo ideológico y el ultraje cognitivo. La pérdida total del sentido común y su reemplazo por fantasías utópicas concebibles desde el sillón de casa es el más grande síntoma. La desconfianza plena en las tradiciones y la creencia de un progreso ilimitado de la mano de la «ciencia» y los «intelectuales» (con más seguidores en twitter que lectores de sus libros) es la principal razón.

Una filosofía basada en el consumismo capitalista y la cultura del descarte representada en el pensamiento «lo nuevo es bueno sólo por el hecho de ser nuevo, y lo viejo es malo sólo por ser viejo», combinada con doctrinas pseudo marxistas inyectadas desde el aparato educativo estatal vía culturalismo gramscista, y la venta de prácticas esperituales plásticas y sin profundidad más allá de lo que pueden ofrecer unas clases de yoga o experiencias astrológicas (como la redacción de la carta astral o la «tirada» de cartas por parte de una bruja), resultan indefectiblemente en una perfecta bomba atómica para los cerebros de los ciudadanos de este mundo, y el profundo debilitamiento del alma humana frente a la frivolidad que ofrece un mercado plagado de semi religiones construidas con pedazos de muchas cosas, algunas con miles de años y kilómetros de diferencia.

Ante este panorama sólo se puede tener compasión por los idiotas y fortaleza frente al enemigo, que no es más que la Maldad disfrazada de ignorancia y esloganes pomposos como «diversidad», «tolerancia» e «igualdad». Nuestras armas son la Tradición, el sentido común brindado por la Razón, y la esperanza que nos regala el conocimiento firme a través de la Fe, que esta batalla que se está gestando por la dignidad humana, más que ser cultural, es espiritual, y ya fue ganada hace 2000 años.