Si se concreta, marcaría un punto de inflexión histórico: el abandono explícito de la neutralidad financiera, la aceptación de costos sistémicos profundos y la asunción implícita de que el conflicto con Rusia ha dejado de ser contingente para volverse estructural y de largo plazo.
Cuando un actor geopolítico acepta medidas que erosionan su propia credibilidad financiera global, no actúa por improvisación. Actúa bajo una lógica de guerra.
Hasta ahora, Occidente había mantenido una distinción fundamental:
Congelar activos → medida cautelar, reversible
Usar rendimientos financieros → zona gris jurídica
Pero pasar pronto a la utilización del capital → apropiación irreversible
La utilización directa del capital soberano ruso supone una ruptura cualitativa. Implica actuar sin sentencia internacional, violar la inmunidad soberana de un banco central y eliminar cualquier apariencia de custodia neutral. En términos prácticos, no es una sanción: es apropiación forzosa. En términos estratégicos, es ahora una guerra económica total.
El abandono consciente de la neutralidad financiera
La neutralidad financiera ha sido uno de los pilares invisibles del orden internacional: la idea de que los activos soberanos están protegidos incluso en contextos de tensión política. Al apropiarse del capital ruso, la UE enviaría un mensaje inequívoco al mundo:
Las reservas solo están a salvo mientras exista alineamiento político.
Esto no afecta únicamente a Rusia. Acelera la desconfianza de actores como China, India, Arabia Saudita o Brasil, incentiva la salida de capitales de jurisdicciones europeas y debilita al euro como activo de refugio. Asumir estos costos implica que Europa ya no prioriza la estabilidad sistémica, sino un objetivo estratégico superior: la derrota estructural del adversario.
Este enfoque no es nuevo. Responde a un patrón histórico recurrente de las élites de EEUU, Reino Unido y Francia cuando perciben que poseen una ventaja sistémica suficiente. El esquema se repite con variaciones:
Presión económica progresiva,
Exigencias políticas máximas,
Eliminación de una salida negociada honorable,
Sorpresa cuando el adversario escala.
Este patrón se observó tras Versalles con Alemania, en Irak durante los años noventa, en Irán desde 1979, en Libia en 2011, y hoy reaparece con Rusia, aunque en un contexto mucho más peligroso.
Japón 1940–1941: el precedente que incomoda
El caso de Japón antes de la Segunda Guerra Mundial es especialmente ilustrativo. Documentos desclasificados —telegramas diplomáticos, mensajes entre embajadas e interceptaciones— demuestran que Japón intentó evitar la guerra hasta el último momento. Buscó negociaciones directas, mediaciones indirectas e incluso propuso concesiones parciales. Su demanda central era mínima pero existencial: el levantamiento o alivio del embargo petrolero.
La respuesta estadounidense, cristalizada en la Hull Note del 26 de noviembre de 1941 (un memorándum diplomático entregado por EEUU a Japón. No era un tratado ni una propuesta negociada: funcionó como un ultimátum): exigencias máximas como la retirada total de Japón de China, Indochina, el no reconocimiento de gobiernos “impuestos por la fuerza”, sin garantías de seguridad y sin alivio económico inmediato. Para Japón, el mensaje fue claro: no existía un futuro aceptable dentro del sistema existente. La disyuntiva dejó de ser paz o guerra y pasó a ser guerra inmediata o colapso inevitable. Japón debía ceder todo primero, sin recibir nada concreto a cambio. Aquella vez, la escalada fue inducida.
El paralelismo con Rusia
Hoy, Rusia recibe señales similares: sanciones sin horizonte de levantamiento, discurso explícito sobre su debilitamiento estructural y ahora la posibilidad de apropiación irreversible de sus activos soberanos. Desde la perspectiva rusa, el mensaje es inequívoco: no se busca modificar una conducta, sino condicionar su futuro como Estado.
En este contexto, la advertencia reciente de Vladimir Putin acerca de que en caso de guerra “Moscú ya no tendrá a nadie con quien negociar”, debe leerse como una señal estratégica, no retórica. Cuando un adversario percibe que no existe salida política aceptable, las facciones moderadas pierden peso y negociar pasa a ser sinónimo de rendición.
Aquí emerge la diferencia más grave con el caso japonés: Rusia es una potencia nuclear. Japón, acorralado y embargado, no lo era. Aplicar el mismo esquema coercitivo en un mundo nuclearizado multiplica el riesgo. La historia muestra que la asfixia económica no domestica a las potencias, sino que las empuja hacia decisiones extremas cuando la supervivencia está en juego.
Europa asume costos económicos profundos, rompe reglas financieras fundamentales y debilita su propia autonomía, pero no controla la escalada militar final. EEUU puede sostener conflictos a distancia. Rusia combate en su entorno inmediato. Europa queda atrapada entre ambos, como espacio económico dañado y potencial teatro de confrontación.




