
Han quedado atrás los días en que entre las filas de la Izquierda política marchaban intelectuales de renombre y filósofos capaces de cuestionar y hasta desafiar las bases de toda una cultura. Incluso se ha llegado al punto tal de que su misma militancia ha caído en su propia trampa de “deconstrucción” de la sociedad. Hoy en día, es tal la confusión que tienen los zurdos, que ni siquiera son capaces de diferenciar un varón de lo que es una mujer; en ese sentido, y llevado a un equivalente en el plano económico, no extraña que también piensen que imprimiendo billetes van a generar riqueza.
Y es que hay todo un trasfondo acerca de cómo piensan los amantes del progresismo y por qué: su principal premisa, soslayada bajo un manto implícito de carácter subconsciente, es que la idea transforma la realidad. Entonces, atravesados por ese supuesto, sus ideas trabajan bajo la lógica de que los políticos son una suerte de “chamanes” o “sumos sacerdotes” cuyo vínculo con el dios Estado es directo; de ahí que estos líderes espirituales tengan la potestad de transformarlo todo con el simple acto de redactar en un papel una serie de palabras que, al ser aprobadas por sus colegas clericales y promulgadas por su santa autoridad estatal, para ellos modifica, casi que por arte de magia, la realidad de la jurisdicción de turno que les toque legislar. Ustedes no entienden: estos iluminados eclesiásticos gubernamentales tienen la posibilidad de hacer cosas que de otra forma y desde otro lugar simplemente NO SE PUEDEN HACER. Se trata de una fe ciega entre los fieles de esta religión moderna llamada Estatismo, capaz de mover montañas y lanzar todo un PBI por la ventana.
Es por eso que el Estado es el que tiene que generar riqueza, porque el empresario no puede hacerlo, no es capaz (o en su defecto, no debe hacerlo); es limitado, es malo. En contraposición a ello, están los políticos, que son los buenos, y esa infinita bondad y altruismo suyos les permite no sólo preocuparse por todos y cada uno de sus vasallos, sino que les brinda una sabiduría celestial que les permite saber qué es lo mejor para cada uno de los miembros de la plebe sin siquiera conocerlos personalmente (algunos detractores llaman a ésto “fatal arrogancia”; signos claros de envidia y resentimiento, por supuesto).
Hay un término, el (mal) llamado “capitalismo de amigos”, que tiene vínculo directo con lo que se expresa en esta nota. El mismo, señalado y acusado como propio del modelo capitalista promedio e inseparable de éste, usado como una táctica discursiva más para bastardear los frutos de aquel sistema, simplemente no existe, sino que camufla un modus operandi propio del socialismo más puro y duro, pues, por definición, el socialismo es de amigos. Les explico: uno logra hacer junto a su grupo de interés, la “fraternidad” como la llaman ellos, que es ese grupo selectísimo de personas que, por obra divina, alcanzaron una posición privilegiada de consciencia social y lograron trascender sus mentes más allá del sistema alienante de opresión del que forman parte y el cual padecen desde que nacieron; esa hermandad basada en objetivos comunes de cooperación, igualdad y justicia social que se opone a la competencia capitalista y promueve la distribución equitativa de la riqueza y el respeto por los trabajadores y blá blá blá… Entonces, lo que pasa es que ellos son los únicos que van a entender lo que vos estás haciendo y las motivaciones de tus movimientos y actividades. Las demás personas no, sólo ellos; los demás, pobres minusválidos mentales y débiles de espíritu, están siendo manipulados: por el neoliberalismo, por la heteronormatividad, por los medios hegemónicos, por esto y por lo otro… Es por esta razón que la Izquierda se preocupa (y ocupa) tanto por la cuestión cultural.
Mientras la Derecha se fija en las cuestiones económicas, en transformar la realidad concreta, la Izquierda está con la cabeza en otro lado. Se toma el tiempo y el trabajo en sembrar estrategias discursivas que, con el pasar de los años y una perseverancia digna de admirar, resultan en cosechas asombrosas: una generación entera luchando contra fantasmas (valga la analogía quijotezca de los molinos de viento) como el patriarcado, el cambio climático o el racismo, enemigos invisibles identificables en cada esquina pero imposibles de definir realmente; pero sobre todo la absurda prioridad en el combate contra la maldita “desigualdad” (un combate perdido de antemano ya que, ¿no es la desigualdad parte intrínseca de la naturaleza humana, y no es ésta una oportunidad para enriquecernos desde nuestras diferencias y singularidades?) por sobre el azote real y palpable de la pobreza. Básicamente nos referimos al clásico enfrentamiento ideológico resumido en el binomio “dato – relato”.
Porque para este grupo de “despiertos” (los llamados “woke”), convocados a la conciencia y al activismo contra las injusticias sociales y la discriminación; para estos paladines del correctismo y el exceso de cuidado en las formas, es mucho más importante la narrativa, la comunicación, la simbología, que la realidad concreta. Por eso es que pueden sostener banderas imposibles como, por ejemplo, el régimen de Venezuela: después de más de dos décadas, los venezolanos continúan cagándose de hambre y el narco dictador Maduro todavía mantiene un apoyo significativo de cierta parte de la comunidad internacional y los sectores izquierdistas más radicalizados, y en última instancia, la militancia moderada sigue dando las mil volteretas para intentar justificar lo indefendible. Pero ahí está, día tras día, mientras los exiliados continúan sus travesías, las madres lloran a sus muertos y los estómagos rugen de hambre; ahí está la realidad innegable. Todavía andan, ahí atrás, personajes que, desde sus humildes lugares, siguen vitoreando, sosteniendo ficciones.
Tal vez sea orgullo, tal vez ignorancia, tal vez ambos. De lo que hay que estar seguros es que mientras esta nueva religión estatista, cuyos practicantes componen odas enteras a lo público (que, por cierto, es lo que posibilita la subsistencia de sus banderas de lucha mediante el financiamiento de las mismas), siga rigiendo las mentes y corazones de nuestras juventudes, los castillos de naipes seguirán erguidos, las fábulas seguirán siendo relatadas, y los inocentes seguirán sufriendo.