
Desde finales de julio, cuando yo mismo lo señalé en redes sociales el 25, los reportes recientes confirman lo que ya se veía venir: las fuerzas rusas han logrado consolidar su control prácticamente absoluto sobre Pokrovsk, una pieza clave en el tablero ucraniano que ahora parece más un escenario de ajedrez geopolítico donde cada movimiento se decide en despachos lejos del barro y el humo de los combates; mientras tanto, Washington no se queda de brazos cruzados, sino que ya está hábilmente tendiendo la cama a Zelenskiy, acelerando lo que Seymour Hutch —probablemente la fuente más confiable en geopolítica contemporánea— ha venido denunciando durante semanas: detrás de las protestas recientes en Ucrania hay manos estadounidenses maniobrando, fortaleciendo la narrativa de un descontento “espontáneo” mientras, en realidad, se cocinan decisiones que buscan socavar cualquier autonomía de Kiev y garantizar que sus peones locales jueguen según las reglas del tablero estadounidense, sin importar el costo en vidas, estabilidad o credibilidad de Occidente.
Zelenskiy, el supuesto héroe occidental, está cada vez más cerca de convertirse en la marioneta descartable de turno, porque la presión interna ya no es solo diplomática ni mediática, sino que ahora surgen reportes serios que indican que existen “bounties” para eliminarlo, pagados por facciones internas enfurecidas que, tras meses de agresiones rusas y pérdidas insoportables, ven en él a un líder que ha fallado en proteger a su propia gente. Los nacionalistas ucranianos, hartos de promesas rotas y de un conflicto que les ha cobrado demasiado, se destacan también por su glorificación de ex nazis como Stepan Bandera, Roman Shukhevych y la División Galizien, colaboracionistas de la Alemania nazi responsables de masacres contra judíos y polacos, ahora presentados como héroes nacionales en monumentos, calles y celebraciones oficiales (World Jewish Congress). La guerra solo reforzó su protagonismo, pero los convirtió en una doble amenaza: los rusos tenían desde el inicio un bounty sobre Zelenskiy (Los Angeles Times) y estos nacionalistas se sumaron al aparato oficial. Pero no nos engañemos: jamás debieron apoyar nada que no supieran que perderían.
Paralelamente, los rumores sobre su reemplazo ya no son solo susurros en pasillos de poder occidental: desde el 16 de noviembre de 2024 yo mismo reporté que Valerii Zaluzhnyi aparecía como el candidato favorito para ser “democráticamente insertado”, respaldado principalmente por Gran Bretaña como su peón preferido para mantener el control indirecto sobre Ucrania. En aquel momento, su candidatura era más fiable y gozaba de respaldo internacional; sin embargo, al alejarse de la gestión militar directa y aceptar ciertos cargos honorarios en Reino Unido, perdió algo de fuerza política interna (Reuters). Al mismo tiempo, Andriy Yermak, jefe de la Oficina Presidencial, ha acumulado poder detrás de escena, controlando diplomacia, nombramientos y la estrategia del país (Financial Times). Hoy lo relevante ya no es quién es más fuerte en Kiev, sino a quién elegirá respaldar Occidente. Sin elecciones por la guerra —una situación conveniente para prolongar mandatos—, Zelenskiy, o como yo le digo “El Líder de la Raya” (sniff sniff)”, ha encontrado una excelente manera de mantenerse en el poder mientras los movimientos reales del país se juegan entre estas figuras.
Y luego, después del colapso inevitable, lo que quede de una Ucrania poco productiva, devastada y llena de ex simpatizantes nazis disfrazados de héroes caídos, se convertirá en un hotspot seguro para organizaciones que apoyan a Occidente, listas para ser usadas en algún otro tablero geopolítico, en otra crisis fabricada, otra narrativa vendida como defensa de la libertad mientras se repite el mismo ciclo de manipulación, destrucción y control que hemos visto en decenas de otros países víctimas del mismo juego sucio. Una tierra baldía de promesas rotas, convertida en instrumento, peón y advertencia para quienes todavía creen que los ideales pueden sobrevivir en un mundo donde el poder dicta cada movimiento y la moral es solo un accesorio de utilería.