
El Foro Económico Mundial (WEF), esa institución globalista que desde hace años impulsa un nuevo orden mundial sin consultar al ciudadano común, acaba de publicar un plan en 50 páginas titulado “Finance Solutions for Nature: Pathways to Returns and Outcomes”[1].
El objetivo es claro por cuanto se busca convertir en negocios todo lo que hasta ahora considerábamos patrimonio común de la patria, de la naturaleza. Tim Hinchliffe[2] bien explica que bajo el título elegante de “soluciones financieras para la naturaleza”, se propone transformar bosques, ríos, suelos, especies biodiversas, hasta el aire que respiramos, en activos valorables para gigantes financieros, bancos y fondos de inversión.
Larry Fink y Andre Hoffmann, co-presidentes temporales del WEF, aseguran que sus cargos “no representan ningún interés profesional o personal”.
Pero no hace falta ser un lince para ver que son precisamente quienes se pueden beneficiar muchísimo si este modelo llega a aplicarse en plenitud. Fink dirige BlackRock, con más de once mil millones de dólares en activos. Hoffmann dirige o participa en iniciativas verdes, en empresas para imponer la agenda 2030 de la ONU, etc.
Algunas de las ideas más alarmantes que se proponen implican créditos de biodiversidad, empresas de activos naturales (Natural Asset Companies) y debt-for-nature swaps (“intercambios deuda‐por‐naturaleza”), programas de Pago por Servicios Ecosistémicos (PES), donde comunidades tendrían que cumplir reglas estrictas para conservar ecosistemas y podrían recibir bonos si lo hacen, valorización de la naturaleza dentro de los balances nacionales o corporativos. También se incluye poner precio al agua, al aire, al suelo, al polen, a los árboles vivos. Lo que hoy nos pertenece a todos, mañana será un activo financiero negociable según el proyecto de Hoffman quien dirige más de una decena y ONGs que se dedican a imponer la Agenda 2030 desde lo más alto del poder económico.
Todo ello implica pérdida de soberanía; finalmente buenas partes de los recursos naturales, de los bienes comunes de una nación, pasan a estar condicionados por inversores globales, por acreditaciones externas, por reglas internacionales que no se discuten en nuestro país. Esto implica que metacapitales concentrados y protegidos políticamente llevan de suyo una privatización encubierta; es que bajo la cobertura de “conservación”, “restauración” o “desarrollo sostenible”, se podría privatizar lo que es la propia naturaleza, dejándola sujeta a mercados, créditos, precios especulativos. A la postre se profundiza la desigualdad y dependencia externa porque quienes controlan el capital, quienes fijan los precios, quienes auditan, serían potencias extranjeras o corporaciones transnacionales deciden a qué recursos acceder y cómo. Cualquier país podría quedar en calidad de proveedor de materia prima “verde”, pero sin control real. Se ve un globalismo que promueve una cultura soberana sacrificada; la naturaleza no es sólo recurso económico sino parte fundamental de una Patria Soberana. Para muchas comunidades es parte de su identidad, herencia, forma de vida. Transformarla en mercancía implica también cambiar valores y parte de su tradición.
Este documento del WEF no es una mera propuesta filantrópica, sino que es una hoja de ruta para convertir cada árbol, cada arroyo, cada especie silvestre en un instrumento financiero. Y los grandes ganadores ya están identificados, son los grandes fondos, bancos globales, financieros que pueden modelar su riqueza a partir de la “tokenización”, los “créditos de biodiversidad”, los “servicios ecosistémicos”.
[1] Fuente: https://reports.weforum.org/docs/WEF_Finance_Solutions_for_Nature_2025.pdf