
Bienvenidos a otro capítulo más de eso que, con cierta resignación cínica, he decidido llamar El Gran Circo Norteamericano. Un espectáculo interminable de fuegos artificiales, discursos huecos, patrioterismo con esteroides y mentiras envueltas en banderas.
Este texto no pretende ser un ensayo formal. Es más bien el vómito elegante de una mente saturada por la frustración, por emociones intensas que uno intenta domar con palabras antes de que se conviertan en gritos. Son ideas que me rondaban desde hace tiempo, pero que sólo se ordenan cuando la decepción alcanza su punto de ebullición. Así que si esto parece escrito desde el filo, es porque lo es.
No te pido que me creas ciegamente. Al contrario: te invito, te reto, a que verifiques todo lo que aquí expongo. Porque el verdadero terror no está en las “teorías conspirativas”, sino en la realidad que las confirma con una sonrisa de burócrata. Lo que nos enseñaron a ridiculizar como paranoia muchas veces resulta ser un resumen simplificado de documentos desclasificados.
Este no es un texto neutral. Es un acto de resistencia emocional e intelectual frente a la injusticia, la hipocresía institucional, las máscaras morales, las caras dobles, los aplausos comprados y las verdades domesticadas.
Y sí, tal vez suene exagerado. Tal vez suene a delirio. Pero como decían los romanos:
«Quos vult perdere, Jupiter dementat prius» — A quien quiere destruir, Júpiter primero lo vuelve loco.
Pues bien: si estoy loco, que sea por ver demasiado claro en una época de oscuridad.
“Panem et circenses (pan Y circo)” Así resumía el poeta romano Juvenal la estrategia perfecta de los imperios decadentes: dale al pueblo pan y entretenimiento, y no harán preguntas. Hoy no hay gladiadores, pero hay redes sociales, pastillas para dormir y noticieros editados con bisturí. Y aquí estamos: otra función, otro acto, otro día en el imperio.
No pretendía escribir esto hoy. Tenía otras cosas en la cabeza—como pagar cuentas, respirar hondo, o fingir que todo está bien. Pero algunas ideas simplemente se arrastran como sombras por la mente hasta que se convierten en palabras. No elegí escribir esto. Escribir, para mí, no nace del ocio ni del café con espuma. Nace de la frustración, de emociones intensas, de vivir situaciones que ni un guionista de HBO podría inventar.
Este ensayo, o lo que sea esto, es producto de una rabia contenida, de haber rozado el punto de ebullición. De vivir rodeado de injusticias, de hipocresía con corbata y faldas, de sonrisas falsas vestidas de “feminismo” que apestan a traición. Pero ya basta de formalidades. Vamos al grano.
Quizá toco más de un tema. Quizá me desvío un poco. Pero todo está conectado—como los tentáculos de un pulpo viejo y bien alimentado que se llama Poder. Hay verdades que se esconden a plena luz del día, disfrazadas de “teorías conspirativas” para que el curioso se sienta ridículo. Pero aquí entre nos, muchas de esas “teorías” son solo spoilers de una historia de horror que lleva escribiéndose desde hace milenios.
Así que mantén la mente abierta. No me creas—verifícalo. Investiga. Duda. Pero no te rías antes de leer, porque puede que descubras que los locos éramos los cuerdos todo este tiempo.
La llamada “izquierda” ha sido infiltrada por ONGs parásitas, financiadas por los mismos bancos que dicen combatir. ¿Nunca te has preguntado por qué los revolucionarios siempre terminan en paneles del Foro Económico Mundial?
Hay otros que gritan sobre George Soros (vale, crítica justa) pero ignoran a Sheldon Adelson o Paul Singer, quienes literalmente compran elecciones y política exterior — particularmente en favor de ya sabes dónde. (Empieza con “I”, termina en “-srael”).
Tienes títeres populistas en ambos bandos, y lo único que los une es no hablar nunca del verdadero poder: el capital global.
Y aquí va lo que duele: incluso la esperanza está manipulada.
Tus movimientos sociales favoritos: secuestrados.
Tus protestas: grabadas, catalogadas, monetizadas.
Tu rabia: redirigida a un activismo seguro, sin amenazas, y apto para hacer clic.
¿Te has fijado cómo las mismas corporaciones que hacen lobby por la guerra en Gaza ponen banderas arcoíris por el Mes del Orgullo y patrocinan anuncios de “Herencia Latinx”?
El capitalismo woke no es progresista — es una maldita cortina de humo. Te mantiene peleando por las migajas mientras BlackRock compra tu vecindario, Raytheon vende bombas, y los políticos se toman selfies con telas africanas mientras financian ataques con drones.
Pero no te preocupes — tu Spotify Wrapped será fuego este año.
Déjame comenzar diciendo lo que muchos tienen miedo de expresar: no soy antisemita. No odio a los judíos. Amo a todas las personas. En serio. Pero no soy sionista, y esa distinción importa. Porque estar en contra del sionismo —un movimiento político— no es lo mismo que estar en contra del pueblo judío. Confundir esas dos cosas es uno de los trucos más viejos del manual de distracción global. Así que no, no voy a jugar ese juego. Amo a mis hermanos y hermanas judíos tanto como amo a mis hermanos cristianos, musulmanes, ateos y a mi abuelita que reza todos los días. ¿Qué es lo que no amo? La manipulación política disfrazada de profecía divina.
Vamos a incomodarnos.
El sionismo, en su forma moderna, comenzó a finales del siglo XIX con hombres como Theodor Herzl, quien creía que el pueblo judío necesitaba una patria. Esa creencia, en sí misma, es entendible. Después de siglos de persecución, pogromos y genocidio, la idea de buscar seguridad a través de la soberanía es profundamente humana. Pero el problema empezó cuando la teoría del sionismo chocó con la maquinaria del poder colonial y la estrategia imperial.
La Declaración Balfour de 1917 fue uno de los primeros reconocimientos públicos de que algo más grande se estaba gestando. Un Imperio Británico, en medio de la Primera Guerra Mundial, declaró su apoyo a un “hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina —una tierra que no le pertenecía y donde ya vivía gente. Eso no fue voluntad divina; fue ajedrez estratégico. Palestina era un territorio con valor geopolítico. El sionismo ofrecía un socio dispuesto para el imperio, y el imperio nunca deja pasar una oportunidad de negocios.
Avancemos unas cuantas décadas. Tras los horrores del Holocausto, la simpatía y la culpa se convirtieron en impulso. Israel fue declarado un Estado en 1948. Mucha gente lo celebró. Pero para el pueblo palestino que fue desplazado, bombardeado y borrado, no fue una celebración. Fue una catástrofe—o como ellos la llaman, la Nakba.
Aquí es donde la cosa se complica. Criticar a Israel hoy en día te pone la etiqueta de antisemita más rápido que un policía corrupto en un El Paso igual de corrupto tratando de incriminarte por algo que ni siquiera hiciste. Pero dejémoslo claro: Israel es un Estado soberano. Tiene políticas. Tiene un ejército. Tiene un lobby en Washington que rivaliza con todos los demás en influencia. Y sí, todo eso puede y debe ser criticado.
El lobby israelí, especialmente grupos como AIPAC, tiene un poder enorme sobre la política exterior de Estados Unidos. Presidentes van y vienen, pero ese lobby permanece, como un tatuaje mal hecho en la espalda del Tío Sam. Influyen en votaciones, canalizan dinero y moldean narrativas. No es una conspiración; es una estrategia abierta. Pero si lo dices en voz alta, te conviertes en un paria.
Lo que me lleva a nosotros: los buenos Estados Unidos del Imperio.
Esta tierra de la libertad nunca fue solo sobre libertad. La idea del Destino Manifiesto estaba incrustada en nuestro ADN antes incluso de firmar el acta de nacimiento en 1776. ¿La Doctrina Monroe? No era solo política exterior; era doctrina espiritual. América como el nuevo Israel. Un pueblo elegido, bendecido por la Providencia, destinado a esparcir la libertad—lo que, curiosamente, siempre incluía conquistas, guerras y saqueo del mercado libre. ¿Te suena?
Nuestro mito nacional es expansionista. Siempre lo fue. Del mar al brillante mar. De Texas a Guam. De las reservas indígenas a los campos petroleros en Medio Oriente. Y lo hicimos todo bajo las estrellas y franjas, con Dios de nuestro lado y un fusil en la mano. Así que cuando el sionismo moderno copió ese guion para construir un Estado, ¿Quién puede culparlos? Estados Unidos lo hizo primero.
BlackRock
Ahora hablemos de BlackRock. Porque no se puede contar la historia del control moderno sin hablar de la mano fantasma que mueve el dinero por todo el planeta.
BlackRock, dirigido por Larry Fink, gestiona más de 10 billones de dólares en activos. Eso es más que el PIB de la mayoría de los países. A través de su sistema de software llamado Aladdin (sí, el nombre ya es un lío freudiano), supervisan riesgos y flujos de capital para bancos, gobiernos, corporaciones—tú nómbralo. Su poder es invisible, sin rendición de cuentas y no elegido por nadie.
La plataforma Aladdin de BlackRock controla más activos que el PIB de la mayoría de los gobiernos. Puede evaluar riesgos financieros por cambio climático, inflación o guerra—en tiempo real. Y a diferencia de los políticos, no necesita tu voto. Solo necesita tus datos.
Aladdin le dice a los bancos centrales qué hacer, a las aseguradoras dónde cubrirse, y a los inversionistas inmobiliarios cuándo gentrificar tu vecindario.
Si el capitalismo tuviera un cerebro, se parecería a Aladdin. Y no parpadea.
Larry Fink da discursos sobre ESG (Inversión Ambiental, Social y de Gobernanza), pretendiendo ser el Dalái Lama de Wall Street, mientras financia oleoductos, cárceles privadas y fabricantes de drones.
Es el tipo que te vende el incendio y también el extintor.
Y después te renta la mascarilla de oxígeno por $49.99 al mes, con intereses.
Y otra vez: tú no lo elegiste. No necesita tu opinión. Ni siquiera sabes cómo se ve. Y ese es justamente el punto.
Nadie votó por BlackRock. Nadie eligió a Larry Fink. Pero su influencia moldea la economía global más que la mayoría de los presidentes. No son una conspiración; son un hecho. Y, sin embargo, operan como un estado en la sombra, decidiendo qué industrias viven o mueren, qué naciones reciben inversión, qué comunidades serán arrasadas para el próximo megaproyecto. ¿Y cuando las cosas salen mal? Desaparecen como el humo.
Así que déjame resumirlo todo.
Tienes un movimiento como el sionismo, nacido del trauma histórico pero convertido en arma por intereses imperiales. Tienes una nación como Estados Unidos, forjada en la conquista, usando un halo que robó de las Escrituras. Y tienes señores financieros como BlackRock, jugando Monopolio a escala planetaria sin aparecer jamás frente a una cámara.
Todo esto, cosido con narrativas mediáticas, influencia de lobbies y lealtades tribales ciegas, crea la ilusión de que “así son las cosas”. Que debemos callarnos, elegir bando y aplaudir.
Pero yo no lo haré. Porque soy estadounidense de origen mexicano. Vengo de una tierra que ha conocido tanto la conquista como la resistencia. Me criaron para amar a Dios (creo en Dios pero soy un gran pecador y tengo mis conflictos con algunos sectores corruptos en casi todos los círculos religiosos) la verdad y a mi gente—no las mentiras, no las cuentas bancarias ni a “lamber hu@v0$.”
Puedo estar loco, pero no pendejo.
Quizás se suponía que debía hablar solo del sionismo. O quizás debí ignorar la parte en la que nuestros mitos nacionales se parecen demasiado a otros mitos nacionales. Tal vez no debí mencionar a Larry Fink ni a BlackRock. Tal vez no debería estar diciendo nada de esto si quiero mantener un perfil limpio.
Pero a la chingada. Estas cosas están conectadas. Y si dejo pequeñas migajas fuera de tema, es porque quiero que las sigas. Porque éste no es el único ensayo que pienso escribir sobre este tema incómodo. Y si estás poniendo atención, ya sabes que tenemos mucho más de qué hablar.
Ahora, volvamos a nuestro caos programado de inicialmente.
Primer Acto
Cuando Roma inventó el marketing divino
Homero escribió la Ilíada y la Odisea para explicar por qué los griegos eran unos cabrones elegidos por los dioses. No era literatura, era propaganda sacra.
Roma, siempre obsesionada con parecerse a Grecia pero con más oro y menos ética, hizo lo mismo. El emperador Octavio, también conocido como Augusto (y probablemente como “Yo soy tu Dios y tu presidente”), le encargó a Virgilio que escribiera una epopeya para darle a Roma un origen mítico y sagrado.
Así nació La Eneida, que cuenta cómo Eneas, un héroe troyano que sobrevivió a la destrucción de Troya, escapó con la espada de su patria y, tras un viaje lleno de deidades caprichosas, aterrizó en Italia. Con eso, Roma no solo heredaba la gloria troyana, sino que también se declaraba continuadora de una tradición divina. Eneas era como el Moisés romano, pero sin los Diez Mandamientos y con más puñaladas.
Virgilio también escribió Las Bucólicas, donde anuncia la llegada de una nueva era traída por los dioses, una especie de reboot del universo, pero versión romana. Eso es lo que inspira la frase del dólar. ¿Lo ves? No es conspiración, es herencia clásica: justificar el poder con mitología, decir que conquistar, robar y masacrar es “el plan de Dios.” Siempre lo ha sido.
“Novus Ordo Seclorum” — El Nuevo Orden de las Eras
¿Luchas contra el Nuevo Orden Mundial? Qué ternura…
¿Conoces el reverso del Gran Sello de los Estados Unidos? Claro que no. ¿Quién ve los símbolos cuando puede ver TikToks? Bueno, ahí aparece la frase en latín:
Ese sello aparece en el billete de un dólar desde 1935. Pero el sello como tal es de 1782, un año antes de que EE.UU. existiera formalmente. Porque claro, para ser imperio hay que tener branding desde el embarazo.
Y hablando de imperios, déjame contarte una historia.
La idea del “Nuevo Orden Mundial” no es nueva. De hecho, data —formalmente— de 1919, con el Tratado de Versalles. Pero vayamos más atrás, porque todo esto viene con sello poético, literalmente.
“Novus Ordo Seclorum”, que significa “el nuevo orden de las eras.” No es una consigna comunista ni un mantra Illuminati (aunque a veces parece). Es poesía imperial, inspirada en nada menos que Virgilio, el poeta estrella del Imperio Romano.
Ahora bien, la mayoría piensa que sabe que significa el “Nuevo Orden Mundial”, y no están del todo equivocados. Pero aquí viene el giro: esta frase no la inventó los grandes “Estados Unidos” ni tu primo que ve YouTube hasta las 4 a.m. Viene de Virgilio, el poeta romano, y fue incluida por los fundadores en EEUU para representar un nuevo imperio al estilo romano, nacido en América.
Así que mientras estás ahí, agitando tu bandera y gritando “libertad”, recuerda que tu moneda está literalmente marcada con la confesión de que este país siempre fue concebido como un imperio, no como una república. Los Padres Fundadores no eran humildes granjeros—eran abogados, esclavistas y especuladores de tierras, con libros de la Ilustración en una mano y contratos en la otra. Estos tipos no rompieron con Inglaterra para liberar a la humanidad—lo hicieron para construir su propio feudo.
¿Y qué necesita todo buen imperio?
Un enemigo, una religión y una narrativa.
Y ahí entran: el comunismo, el islam, y más recientemente, el “terrorismo.” (Spoiler: ninguno de esos tenía a BlackRock.)
Todo el mundo anda con el grito en el cielo: ¡hay que luchar contra el Nuevo Orden Mundial! Como si eso no fuera exactamente lo que ellos quieren: que te sientas rebelde mientras te vas dejando poner la correa tú solito, convencido de que estás cabalgando hacia la libertad. Es como si el amo le diera al esclavo una bandera y el esclavo creyera que ganó algo porque ahora lleva los grilletes con estilo.
El Imperio Contraataca — Pero Ahora Lleva Kipá y Vende Misiles
Bien, volvamos al sionismo. (Sí, ya sé, me desvío—pero todo está conectado, como el corcho lleno de hilos en el sótano de un conspiranoico).
Entonces, se construye Israel. Millones de palestinos son desplazados. Las guerras estallan cada década. Estados Unidos ha aportado más de 150 mil millones de dólares en ayuda militar desde 1948, sin condiciones… salvo las que van amarradas a la columna vertebral de tu congresista.
El gobierno israelí tiene armas nucleares, uno de los ejércitos más avanzados del mundo, y la superioridad moral del “nunca más.” Y aun así, siempre están “defendiéndose” —usualmente con F-16, tanques o bombardeos a edificios de apartamentos en Gaza.
¿Pero criticar esto? Antisemitismo.
¿Pedir paz? Eres simpatizante del terrorismo.
¿Cuestionar el sionismo? Estás loco.
¿Ves cómo funciona? Es el escudo perfecto recubierto de culpa:
Esconde el colonialismo dentro del trauma histórico.
Envuélvelo en Dios.
Empácalo como “democracia”.
Y quien se atreva a disentir, queda como paria.
Mientras tanto, en Washington D.C., AIPAC, la ADL, y un ejército de think tanks se aseguran de que la narrativa no se salga del guión. ¿Y los periodistas? Que Dios los ayude si llaman las cosas por su nombre. Pregúntale a Chris Hedges. A Norman Finkelstein. A Ilhan Omar. En cuanto te desvías un poco del libreto, estás fuera más rápido que una stripper con préstamos estudiantiles en una recaudación de fondos del Partido Republicano en Utah.
EE.UU.: Hijos bastardos del Imperio, versión 2.0
Estados Unidos nació oficialmente en 1783. De la costa Atlántica al Mississippi. Florida seguía siendo de España, pero para 1848 ya teníamos un mapa que olía a costa a costa. En 1867 compramos Alaska. Hawaii se nos “pegó” en 1898. Y de paso agarramos las Filipinas. Porque, claro, “Dios así lo quiso.”
Ahí entra el famoso Destino Manifiesto, esa doctrina de supremacía disfrazada de misión divina. No era otra cosa que el remake hebreo-romano del mismo argumento: “Dios nos eligió para civilizar el planeta.” Suena noble, pero se traduce como: “vamos a invadir, colonizar y exterminar lo que haga falta.”
Y es aquí donde el ADN del Imperio se vuelve evidente. No eran los americanos originales (los pueblos nativos) quienes definieron esta misión. No, ellos fueron desplazados, masacrados, metidos en reservas —una especie de campos de concentración light con casino— y borrados de la narrativa.
El verdadero “nuevo pueblo” era blanco, anglosajón y protestante. Los autoproclamados hijos de Dios, con derecho a todo y culpa de nada. Se inventaron una misión divina para justificar genocidios, robos de tierras, y crear un estado nación que se disfraza de democracia mientras actúa como cartel.
Sionismo, Roma, y el delirio mesiánico con corbata
Y si quieres entender de dónde viene el sionismo moderno, mira la misma lógica. No es nueva. Es la misma narrativa: “Dios nos eligió, esta tierra es nuestra, y civilizarla implica matar a quien no lo entienda.” Lo romano rehecho con aroma bíblico.
Los que hoy se autodenominan “el pueblo elegido” repiten lo que Roma ya había escrito y EE.UU. perfeccionó: una mezcla de mito, destino, y bala. Solo que ahora tienen lobby en Washington, un ejército en Gaza y un marketing que haría llorar de envidia a los emperadores.
Conclusión: el Imperio nunca se fue, solo cambió de logo
Así que sí, sigan hablando de “luchar contra el Nuevo Orden Mundial” mientras se toman selfies con su iPhone ensamblado por esclavos, usando plataformas censuradas por algoritmos y pagando impuestos para financiar guerras con drones.
El imperio vive. Y tú, querido ciudadano libre, eres parte del rebaño. Pero al menos puedes decir que luchas por tu libertad… en Insta y OnlyFans.
Segundo Acto
El Sionismo: El mismo Imperio, nuevo acento y con Wi-Fi
Si en el primer acto hablamos de Roma, de Virgilio, de Eneas y del marketing divino de conquista que fundó imperios mientras recitaban poesía, ahora toca hablar del siguiente capítulo de esa misma narrativa. Uno que cambia de idioma, se cubre con kipá, y en lugar de espadas lleva drones, think tanks y tratados internacionales firmados con la tinta del chantaje.
Bienvenidos al sionismo, tema que tocamos brevemente al principio: el remake imperial con toque bíblico, avalado por el trauma, financiado por Wall Street y protegido por portaaviones en el Mediterráneo.
¿Qué demonios es el sionismo?
Empecemos con lo básico, para que no digas que no te eduqué: el sionismo es un movimiento político nacionalista nacido en el siglo XIX. Su idea principal era simple: los judíos necesitan un Estado propio. ¿Y por qué? Porque Europa no paraba de tratarlos como si fueran la peste bubónica con apellido. Pogroms, persecuciones, guetos, masacres… Europa tenía un talento especial para el antisemitismo, y nadie lo hizo mejor que los cristianos ilustrados.
Entonces apareció Theodor Herzl, periodista austrohúngaro, con una solución brillante: vámonos de aquí y fundemos un Estado judío en algún rincón que podamos llamar hogar. Herzl propuso Argentina, Uganda… pero al final, la idea de “retornar” a Palestina se impuso. Porque claro, el marketing del Antiguo Testamento es fuerte: Dios dijo que esa tierra era nuestra hace 3 mil años, y no importa quién viva ahí ahora.
Y así, nace el sionismo moderno: una ideología que mezcla nacionalismo europeo, nostalgia bíblica, y una pizca de colonialismo ilustrado.
¿Y cómo conecta esto con el “Nuevo Orden Mundial”?
Fácil. El sionismo no se volvió poderoso por sí solo. Fue adoptado, financiado y finalmente convertido en proyecto imperial por los grandes jugadores del siglo XX. Aquí entra el imperio de los imperios: Estados Unidos, ese Frankenstein romano-protestante con complejo de Mesías armado.
Recuerdan la Declaración Balfour de 1917 que ya mencioné, el Imperio Británico prometió a los sionistas una patria en Palestina… mientras también prometía lo mismo a los árabes si se rebelaban contra los otomanos. Así de limpias eran las manos imperiales.
Para 1948, Israel nace oficialmente. No por voluntad divina ni manifestación celestial, sino por decisión geopolítica. ¿Quién firmó? Naciones Unidas. ¿Quién armó? Estados Unidos. ¿Quién calló? Europa, con su historial de crímenes y su conciencia mojada en sangre.
¿Y los Rothschild?
Ah, los Rothschild. La familia banquera más famosa del planeta, odiada por conspiranoicos y amada por diplomáticos. Sí, es verdad: financiaron al movimiento sionista. La mansión donde se firmó la Declaración Balfour le pertenecía a Lionel Walter Rothschild, el barón excéntrico y sionista convencido. No es invento, es historia.
¿Significa que controlan el mundo? No.
¿Significa que jugaron un rol clave? Definitivamente.
¿Es ridículo negar esa conexión? Totalmente.
El Estado de Israel: startup de alto impacto imperial
Israel se convirtió en el peón predilecto del tablero geopolítico estadounidense. Recibió armas, tecnología, impunidad diplomática, y un cheque anual multimillonario sin condiciones.
A cambio, Israel se volvió el portero del Imperio en el Medio Oriente:
- ¿Inestabilidad?
- ¿Regímenes árabes molestos?
- ¿Rebeldes palestinos con piedras?
Israel responde con fuego, espionaje, y lobby.
Y no olvidemos el poderoso Israel Lobby en EE.UU.: AIPAC, JINSA, ADL y una docena de siglas que deciden, con una sonrisa, qué congresista merece reelegirse y cuál se irá a llorar a CNN por antisemitismo.
El relato sagrado como arma de guerra
Al igual que Roma usó a Eneas y sus dioses para justificar su expansión, el sionismo moderno usa la Biblia para justificar asentamientos ilegales, bombardeos “defensivos” y un apartheid con Wi-Fi.
Pero todo está envuelto en ese lenguaje sagrado y eterno:
“Esta tierra nos fue dada por Dios. Somos el pueblo elegido. Estamos civilizando el desierto.”
¿Te suena? Sí, porque es lo mismo que decían los conquistadores españoles, los protestantes de Nueva Inglaterra, y los generales romanos cuando pasaban a espada a medio continente.
Solo que ahora es con jets F-35, subvencionados por tu cheque de impuestos.
Conclusión: Dios está ocupado, pero sus voceros siguen facturando
El sionismo es el heredero espiritual del viejo imperio, disfrazado de renacimiento nacional. Usa el dolor histórico real de un pueblo perseguido para legitimar un proyecto colonial que haría sonrojar a César.
Y tú, que pagas por todo eso y aplaudes mientras tanto, piensas que estás defendiendo la democracia, la civilización, la libertad. Eres el romano moderno: con Amazon Prime, TikTok y tu banderita en la bio.
¿Te diste cuenta ya? El Nuevo Orden Mundial no lo están construyendo a escondidas. Te lo han contado con poemas, billetes, tratados, logos y discursos desde hace milenios.
Y tú ahí, compartiendo memes de libertad mientras te miran desde arriba, riéndose.
Tercer Acto
Palestina: el espejo roto del Imperio
Si en el primer acto hablamos de cómo Roma inventó el imperio con poesía, y en segundo te expuse cómo el sionismo recicló esa narrativa divina con una Biblia bajo el brazo y un tanque en la frontera, ahora toca hablar del resultado más brutal, más grotesco, más cínico de todo ese cuento milenario: Palestina.
Aquí ya no hay metáforas. Aquí es sangre, es tierra robada, es niños bajo escombros mientras algún político sonríe hablando de “derecho a defenderse.”
Bienvenido a Gaza: el gueto más bombardeado del siglo XXI y la vitrina donde el nuevo imperio lava su conciencia a punta de propaganda.
De víctimas a victimarios: el giro retorcido del guion
La tragedia histórica del pueblo judío es incuestionable. Perseguidos, masacrados, usados como chivo expiatorio por reyes, papas, nazis y banqueros resentidos.
Pero lo perverso del sionismo es cómo convirtió esa tragedia legítima en licencia para construir un Estado sobre las ruinas de otro pueblo.
La víctima histórica se convirtió en verdugo contemporáneo.
¿Y qué es Palestina hoy?
Un museo al aire libre del crimen político.
Un laboratorio de vigilancia.
Una exhibición permanente de cómo el “orden” se impone con fuego, hambre y silencio mediático.
Gaza: el matadero digital
Gaza no es una “zona de conflicto.” Es una prisión al aire libre con más de 2 millones de rehenes.
Bloqueada por tierra, mar y aire.
Bombardeada cada vez que a Tel Aviv se le antoja “restaurar la disuasión.”
Con hospitales sin medicina, niños sin futuro, y agua salada que ni las ratas quieren.
Y cuando alguien osa resistirse, automáticamente es etiquetado de “terrorista.”
No importa si es un niño con una piedra o una madre con un pañuelo: la narrativa imperial solo tiene espacio para héroes y monstruos, y Palestina ya fue asignada como monstruo.
¿Dónde está la comunidad internacional?
Oh, está ahí.
Tomando notas.
Firmando comunicados.
Condicionando ayudas.
Y vendiendo armas.
Europa está muy ocupada haciéndose la moralista mientras lava sus pecados históricos apoyando a Israel y en su “nueva lucha contra Rusia”.
Estados Unidos, por su parte, tiene las manos tan metidas en esto que hasta el Pentágono huele a hummus.
Y las Naciones Unidas… bueno, las Naciones Unidas escriben resoluciones que Israel ignora como si fueran volantes de pizzería.
¿Y el pueblo elegido?
El relato sigue: “Esta tierra nos fue prometida. Dios nos la dio. Es nuestro derecho ancestral.”
Lo mismo que decían los romanos cuando arrasaban aldeas.
Lo mismo que decían los ingleses cuando partían África con regla.
Lo mismo que dicen hoy los colonos en Cisjordania mientras destruyen olivares centenarios para construir suburbios con nombres bíblicos y wifi financiado por Washington.
Y los palestinos… deben aceptar su rol de enemigos eternos. Porque reconocerles humanidad colapsaría la narrativa entera.
¿Y qué hace el Imperio?
Apoya.
Financia.
Encubre.
Y sobre todo, exporta el modelo.
Gaza es el blueprint.
Control total con excusa de seguridad.
Bombardeos “quirúrgicos.”
Manipulación mediática.
Y una población mundial tan adormecida, tan adicta a su comodidad, que no distingue entre víctima y victimario.
Conclusión: Palestina, espejo roto del alma imperial
Si quieres saber cómo luce la civilización según el Imperio moderno, no mires sus museos.
Mira Gaza.
Ahí está todo:
- la hipocresía humanitaria,
- el cinismo moral,
- el poder sin freno,
- y la repetición de un relato que ya mató demasiadas veces como para seguir llamándose “divino.”
Palestina no es una causa. Es una advertencia.
Una señal de que el monstruo al que se le permitió usar toga romana, Biblia protestante y tanques sionistas, no tiene intención de parar.
Y tú, lector del siglo XXI, aún crees que eres libre.
Pero mientras consumes todo esto sin pestañear, recuerda:
No estás mirando el fin del Imperio.
Estás mirando cómo se perfecciona.
Acto Final
El Escudo de Antisemitismo: cómo blindarse detrás del dolor real para justificar crímenes muy reales
Después de que el proyecto imperial sionista se consolidó como la avanzada geopolítica de Occidente en Medio Oriente, había un problema: ¿cómo blindarse de la crítica? Porque cuando bombardeas barrios enteros, cuando tienes más resoluciones de la ONU en tu contra que cualquier otro país moderno, cuando organizas apartheid a plena luz del día y frente a las cámaras, necesitas una herramienta que haga que cualquiera que te critique parezca un monstruo.
Y ahí aparece la palabra mágica: antisemitismo.
Antisemitismo: el trauma histórico convertido en arma estratégica
¿Es real el antisemitismo? Absolutamente.
¿Ha sido un cáncer histórico en Europa y más allá? Sin duda.
¿Ha habido genocidio, exclusión, persecución y pogroms? Lo ha habido todo.
¿Ha servido esa historia de sufrimiento para justificar cosas que nada tienen que ver con la defensa de un pueblo, y todo que ver con control territorial, militar y político? También.
Y aquí es donde muchos no quieren mirar.
Porque el sionismo —como ideología política y colonial— no es lo mismo que el judaísmo.
Pero los arquitectos del discurso sionista hicieron todo lo posible para que tú creas que sí.
Así, cuando criticas a Israel, te acusan de odiar a los judíos. Y cuando señalas crímenes de guerra, te acusan de reproducir “narrativas peligrosas.”
Y entonces sucede la alquimia mágica:
- Matas niños palestinos → te defiendes.
- Criticas esa masacre → eres antisemita.
- Cuestionas los billones que Estados Unidos entrega a Israel → estás reviviendo el mito del “judío usurero.”
- Dices que el lobby israelí controla Washington → eres un nazi de Twitter.
Es brillante. Es cínico. Es efectivo.
El Holocausto: tragedia real, memoria secuestrada
El Holocausto fue uno de los peores crímenes de la historia moderna.
Pero seamos brutalmente honestos: se ha convertido en una herramienta diplomática y política para inmunizar a un Estado.
Hoy, la memoria del Holocausto no solo se honra: se administra como activo político.
- Se criminaliza a los historiadores que hacen preguntas incómodas.
- Se reescriben leyes para que cuestionar políticas israelíes sea ilegal.
- Se diseñan campañas para educar sobre el Holocausto, pero se omite toda mención a Nakba (la catástrofe palestina de 1948), porque claro, eso arruinaría la narrativa de “David contra Goliat” que tanto le gusta a CNN.
Y por si fuera poco, aparece la definición IHRA de antisemitismo, donde se mezcla toda crítica al Estado de Israel con odio racial. Es como si criticar al gobierno de Corea del Norte fuera ahora considerado una ofensa contra todos los asiáticos. Ridículo. Pero institucionalizado.
El Lobby: cómo comprar narrativa y blindar crimen
AIPAC, ADL, JINSA, WINEP, … nombres que parecen inofensivos pero que operan como departamentos de propaganda del aparato sionista en Occidente. ¿Su objetivo? Silenciar toda crítica a Israel, cabildear por más fondos militares, y destruir la carrera política de cualquiera que se atreva a decir: “Oigan, ¿esto no es un poco fascista?”
Ejemplos sobran:
- Corbyn, en el Reino Unido: difamado por antisemitismo sin pruebas por haber apoyado la causa palestina.
- Ilhan Omar: tratada como paria por decir que “todo se trata del dinero” (spoiler: tenía razón).
- Universidades y artistas: cancelados, vetados, acosados por mostrar simpatía con Gaza.
Porque así opera el Escudo de Antisemitismo™: convierte cualquier crítica en herejía. No se debate, se excomulga.
Y como sociedad, hemos aceptado esa estructura, porque el trauma judío nos hace temblar de culpa. Y con razón.
Pero los verdugos modernos se han disfrazado con la memoria de sus víctimas.
El apartheid con Wi-Fi
Hoy en Gaza, más del 80% de la población depende de ayuda humanitaria.
Los hospitales son bombardeados.
Los periodistas son asesinados.
Las familias viven bajo bloqueo desde hace más de 15 años.
Los niños crecen sin saber qué es un cielo sin drones.
Y sin embargo, cuando denuncias esto, alguien con traje y corbata te mira con desprecio y te dice que estás alimentando el odio.
Y si lo dices muy fuerte… puede que te quedes sin empleo, sin plataforma o sin reputación.
Todo porque se ha confundido crítica a un régimen político con odio a un pueblo ancestral.
Y eso no es torpeza. Es estrategia.
El imperio te bombardea, y si te quejas, eres nazi
El escudo del antisemitismo es la herramienta más poderosa del nuevo imperio.
No porque proteja al pueblo judío, sino porque protege a los poderosos de la crítica.
Usa el trauma real como muro moral, detrás del cual se cometen atrocidades con total impunidad.
Mientras tanto, tú callas.
Porque si hablas, alguien te acusará de lo innombrable.
Y así, bajo la sombra de una estrella de seis puntas y con el dólar como motor, el nuevo imperio avanza…
No con laureles romanos, sino con hashtags de “Never Again” mientras perpetúan el “Always Now.”
La última y nos vamos…La Desconexión Final
La persona promedio está cansada. Y lo entiendo. Trabajas tres empleos. La renta es una locura, tu pareja esta igual de loco que yo, estás criando hijos en un infierno digital donde la realidad es filtrada por algoritmos y la moralidad es votada por multitudes.
No tienes tiempo de leer sobre Bretton Woods, el Plan Yinon o cómo todas las guerras de EE.UU. desde Corea fueron financiadas por las mismas instituciones que ahora te dicen que “inviertas responsablemente”.
Pero déjame preguntarte esto:
Si somos tan libres,
¿Por qué debemos tanto?
Si estamos tan seguros,
¿Por qué tenemos tanto miedo?
Si somos tan inteligentes,
¿Por qué seguimos confiando en mentirosos con corbata y creyendole a mainstream media?
¿La respuesta? Porque el sistema no está roto — está funcionando exactamente como fue diseñado. Simplemente no fue diseñado para ti.
Sigo Creyendo. Pero Armado de Cinismo.
Sé que este ensayo se puso oscuro. Así tiene que ser.
Porque si quieres despertar a la gente, no puedes susurrar verdades — tienes que gritar fuego en un teatro en llamas.
Pero que no haya duda — aún creo en la gente. Creo en la comunidad, el amor, la resistencia y en la idea de que la verdad, incluso enterrada.
BIENVENIDO A THE BORDER GAZETTE
Yo no te “doy” las noticias — te las “estampamo” en la cara. 🙃