En Chad, un país que debería aspirar a la plena convivencia de credos bajo el principio de la libertad religiosa (según su propia constitución), se observa según asociaciones cristianas locales una progresiva tendencia de monopolización institucional por parte de la religión islámica[1]. El problema, una vez más, es el relativismo cultural que sostiene que todas las visiones de mundo, todas las religiones y creencias, merecen el mismo grado de respeto y deben tener idéntico acceso al poder, sin que exista una normatividad objetiva de bien o mal. La cuestión es que quien profesa a Jesucristo, sin embargo, sostiene que existe una Verdad y que la sociedad debe permitir un verdadero espacio para la fe cristiana sin discriminación (la mal entendida Libertad Religiosa). Cuando en Chad se denuncia que “la progresiva desaparición de los cristianos de la esfera pública” ya ocurre, se está frente a la cuestión de fondo, y es precisamente la incompatibilidad cultural entre el cristianismo y los demás credos que no reconocen a Cristo como Señor.
En ese sentido, en Chad se advierte que la persecución al cristiano es constante y se incrementa paulatinamente en pos de darle lugar a los musulmanes dentro de las instituciones públicas. Surge así una carta abierta firmada por asociaciones cristianas chadianas al presidente del país donde se advierte que se está construyendo mezquitas en instituciones públicas, que el Gobierno se involucra cada vez más en la organización del Hach (peregrinación musulmana) y que los discursos oficiales se limitan a festividades religiosas musulmanas. En un Estado que se declara neutral en materia religiosa estos hechos no son inocuos. En verdad, la igualdad de trato religioso es exigida por la misma ley magna. Los defensores del relativismo cultural sostienen que es es cuestión de tradición local, pero el cristiano bien formado comprende que, allí donde el Estado se abrió a Sunnitas, el cristianismo fue martirizado.
Los sunnitas representan alrededor del 85-90 % del islam, lo cual muestra con prácticamente la totalidad del pensamiento islámico. Siguen la sunna (tradición) del profeta y aceptan la autoridad de los primeros califas después de Mahoma. Ellos han dado origen a la mayoría de los movimientos yihadistas contemporáneos como Al-Qaeda, Estado Islámico (ISIS), Boko Haram, Al-Shabab, entre otros. Estos grupos se apoyan en interpretaciones salafistas o wahabitas, muy extendidas por el mundo. Por volumen, la mayor parte de los atentados y guerras islamistas recientes (Irak, Siria, Nigeria, Afganistán) han sido protagonizados por facciones sunnitas extremistas.
En relación a Chad, más allá de las expresiones formales de institucionalidad, está también la violencia real; tal como dice N.S.: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.”, y eso se observa en los ataques contra iglesias, amenazas contra sacerdotes, asesinatos de cristianos, y una situación en la que los conversos del islam al cristianismo están entre los más vulnerables[2]. Este dato no se reduce a mera “diversidad cultural”. Lo que está en juego es la libertad de evangelizar, la libertad de conciencia, y la obligación de la Iglesia de acompañar a los perseguidos.
El relativismo cultural promueve que “todas las creencias tienen valor”, pero en los hechos conduce a que la fe cristiana quede desplazada a una mera opción personal en la esfera privada sin presencia pública significativa. En el caso de Chad, cuando los cristianos denuncian que casi “no son nombrados para cargos de autoridad, no se benefician de becas ni contratos públicos y sufren discriminación en el comercio y acceso a la tierra”, queda claro que no es una mera competencia entre religiones sino una dinámica constante de exclusión.
[1] Fuente: https://cruxnow.com/church-in-africa/2025/09/christians-in-chad-complain-of-islamicization-of-public-institutions?utm_source=chatgpt.com
[2] Fuente: https://www.opendoors.org/en-US/persecution/countries/chad/




