“No solo la autoexplotación resulta autodestructiva, también esa autoalienación que se expresa patológicamente como trastorno en la percepción neuropsicológica del organismo. La anorexia, la bulimia o el trastorno de sobreingesta compulsiva son síntomas de una progresiva alienación de sí mismo.” Byung-Chul Han.
Artículo del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, publicado por primera vez en su libro «La expulsión de los distinto»
Por: Byung-Chul Han
La novela de Albert Camus El extranjero describe la extranjería como sentimiento óntico y existencial fundamental. El hombre es un extraño en el mundo, un extraño entre los hombres y también un extraño para sí mismo. Al protagonista, Meursault, lo separa de los demás una barrera lingüística. La extranjería se manifiesta como estupefacción y falta de lenguaje. Cada uno está preso en una celda que queda separada de los demás por una reja lingüística. Pero no hay sitio para esta extranjería ni en los tiempos actuales de la hipercomunicación ni en el mundo como zona de bienestar o como grandes almacenes.
El poema de Paul Celan «Reja lingüística» también versa sobre la experiencia de extranjería:
[…] (Si yo fuera como tú, si tú fueras como yo. ¿No estuvimos bajo un alisio? Somos extraños). Las losetas. Encima, Bien juntos, los dos charcos gris-corazón: dos bocanadas de silencio.
Hoy nos entregamos a una comunicación irrestricta. La hipercomunicación digital nos deja casi aturdidos. Pero el ruido de la comunicación no nos hace menos solitarios. Quizá incluso nos haga más solitarios que las rejas lingüísticas. Al fin y al cabo, al otro lado de la reja lingüística hay un tú. Ese tú preserva aún la proximidad de la lejanía. La hipercomunicación, por el contrario, destruye tanto el tú como la cercanía. Las relaciones son reemplazadas por las conexiones. La falta de distancia expulsa la cercanía. Dos bocanadas de silencio podrían contener más proximidad, más lenguaje que una hipercomunicación. El silencio es lenguaje, mientras que el ruido de la comunicación no lo es.
Hoy nos acomodamos en una zona de bienestar de la que se ha eliminado la negatividad de lo extraño. Su santo y seña es «me gusta». La pantalla digital nos protege cada vez más de la negatividad de lo extraño, de lo desapacible y siniestro. La extranjería es hoy indeseable por cuanto representa un obstáculo para la aceleración de la circulación de información y de capital. El imperativo de aceleración lo nivela todo volviéndolo igual. El espacio transparente de la hipercomunicación es un espacio sin misterio, sin extrañeza ni enigma.
El otro como alienación también desaparece. La situación laboral actual no se puede describir con ayuda de la teoría marxista de la alienación. La alienación del trabajo significa que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como si este fuera un objeto extraño. El trabajador no se reconoce ni en su producto ni en su actividad. Tanto más se empobrece el trabajador cuanta mayor riqueza produce. Sus productos le son arrebatados. La actividad del trabajador es causa de su desrealización: «Hasta tal punto la realización del trabajo resulta ser una desrealización que el trabajador es desrealizado hasta que muere de hambre». Cuanto más se agota, tanto más cae bajo el dominio del otro en cuanto su explotador. Esta relación de dominio que conduce a la alienación y a la desrealización, Marx la compara con la religión:
“Cuanto más confía el hombre en Dios tanto menos se guarda para sí mismo. El trabajador consagra su vida al objeto, pero entonces resulta que su vida ya no le pertenece a él, sino al objeto. Cuanto mayor sea esta actividad, tanta menos razón de ser tendrá el trabajador. Lo que es producto de su trabajo, él mismo no lo es. Es decir, cuanto mayor sea el producto, tanto menos será él”
A causa de la alienación en la situación laboral no es posible que el trabajador se realice. Su trabajo es una continua desrealización de sí mismo.
Vivimos en una época posmarxista. En el régimen neoliberal la explotación ya no se produce como alienación y desrealización de sí mismo, sino como libertad, como autorrealización y autooptimización. Aquí ya no existe el otro como explotador que me fuerza a trabajar y me aliena de mí mismo. Más bien, yo me exploto a mí mismo voluntariamente creyendo que me estoy realizando. Esta es la pérfida lógica del neoliberalismo. Así es también la primera fase de euforia del proceso de burnout o «síndrome del trabajador quemado». Me lanzo eufórico a trabajar, hasta que al final me derrumbo. Me mato a realizarme. Me mato a optimizarme. Tras el espejismo de la libertad se esconde el dominio neoliberal. El dominio se consuma en el momento en que coincide con la libertad. Esta sensación de libertad resulta fatídica en la medida en que vuelve imposible toda resistencia, toda revolución. ¿Contra qué debería dirigirse la revolución? Al fin y al cabo, no existen otros de quienes provenga una represión. La perogrullada de Jenny Holzer, «protégeme de lo que quiero», expresa de manera certera este cambio de paradigma.
Hoy está surgiendo una nueva forma de alienación. Ya no se trata de una alienación en relación con el mundo o con el trabajo, sino de una autoalienación destructiva, de una alienación de sí mismo. Esta autoalienación se produce justamente en el curso de los procesos de autooptimización y autorrealización. En el momento en que el sujeto que se siente forzado a aportar rendimientos se percibe a sí mismo —por ejemplo su propio cuerpo— como un objeto funcional que hay que optimizar, entonces se va alienando progresivamente de él. A causa de la falta de negatividad, esta autoalienación prosigue sin que nos demos cuenta. No solo la autoexplotación resulta autodestructiva, también esa autoalienación que se expresa patológicamente como trastorno en la percepción neuropsicológica del organismo. La anorexia, la bulimia o el trastorno de sobreingesta compulsiva son síntomas de una progresiva alienación de sí mismo.
Al final uno ya no siente su propio cuerpo .