Según la transcripción de la Casa Blanca, Biden dijo recientemente:
“Sucede cada tres o cuatro generaciones. (…) [Un] tiempo en que las cosas cambian. Vamos a… va a haber un nuevo orden mundial ahí afuera, y tenemos que liderarlo. Y tenemos que unir al resto del mundo libre en ello.”
No es posible entender acabadamente la intención de Biden al referirse al liderazgo americano en el nuevo orden mundial. Durante un año se aprecia una economía estadounidense debilitada por la inflación, una guerra en Europa que se ve favorecida por el ecologismo americano, el resquebrajamiento de las alianzas en Oriente Medio que afectan la hegemonía del norte y una creciente incertidumbre en Asia que absorbe paulatinamente a Occidente.
Uno debe preguntarse qué ha de liderar EE.UU. en este punto. El Green New Deal ha destruido millares de puestos laborales (particularmente en lo que refiere a la crisis energética en Texas y California más el fracaso del gasoducto de Keystone XL) y profundizado una crisis económica interna al punto de considerar negociar con Irán o Venezuela ante la falta de combustible; las decisiones de EE.UU. favorecieron en primer lugar a fortalecer la hegemonía energética de Rusia sobre Europa en momentos previos a la guerra, sumado al gran fracaso en Medio Oriente que valió el regreso del terrorismo talibán; el Partido Comunista Chino prosigue con su genocidio contra los uigures en Xinjiang, suprimiendo las libertades de Hong Kong, militarizando al menos tres de las islas artificiales que ha construido en el Mar del Sur de China, perfeccionando sus misiles hipersónicos y sus destructrores de satélites, amenazando a Taiwán y firmando acuerdos con Rusia, todo ello mientras la Administración Biden ha compartido con China información de inteligencia sobre Rusia y afianzado pactos internacionales.
Tal como se ve, el nuevo orden mundial remite de manera idéntica a un viejo desorden universal, cuando al inicio todo era caos.