En MedinePlus se dice que “el trastorno de ansiedad generalizada (TAG) es un trastorno mental en el que a menudo el niño está preocupado o ansioso por muchas cosas y siente que tiene dificultades para controlar la ansiedad”. También se explica que los eventos en la vida del niño que le pueden causar estrés y ansiedad incluyen la pérdida, como la muerte de un ser querido o el divorcio de los padres, los cambios importantes en la vida, como mudarse a una nueva ciudad, tener antecedentes de abuso o vivir en una familia cuyos miembros son temerosos, ansiosos o violentos. Ciertamente el TAG es un trastorno común que afecta a cerca del 2% al 6% de los niños que ingresan a la pubertad, afectando más a niñas que niños.
“healthychildren.org” por su parte informó que la pandemia del Covid-19 impactó significativamente en los niveles de estrés y ansiedad de los niños; sólo en EEUU, entre marzo y octubre de 2020, el porcentaje de visitas al departamento de emergencias para niños con emergencias de salud mental aumentó en un 24% para los niños de 5 a 11 años y más del 50% casos de supuestos intentos de suicidio entre niñas de 12 a 17 años a principios de 2021 en comparación al año 2019.
Es llamativo luego que muchos padres, con el fin de lidiar con el estrés de sus hijos, procuran más actividades, muchas de ellas beneficiosas. Nadie negaría los enormes aportes de practicar artes marciales o asistir a un club de ajedrez, pero lo que sería por demás sano sería que el niño pudiera tener un espacio de gratificación, reflexión y silencio. En verdad llama la atención que no se promueva que los niños con ansiedad puedan estar en la Iglesia, un espacio de interioridad donde la persona encuentra un por qué a su sufrimiento. Sanar el alma implica sanar el cuerpo; que el niño pueda encontrar en su dolor una causa de santificación es una buena razón para no estimularlo con más actividades, sino que abrace el silencio y la paz en su corazón.