“Es difícil imaginar cómo un niño podía seguir viviendo, después de haber visto eso, sin volverse loco. Caminaba hacia la escuela, y acá un muerto, más allá otro, un poco más allá otro”; con esas palabras Tatiana Tarasenko, una de las supervivientes del holocausto ucraniano, recordaba tiempo atrás lo que fue el paso comunista por las frías tierras de aquella región. Aproximadamente 10 millones de personas murieron de hambre entre 1932 y 1933 bajo lo que se conoció Holodomor (“matar de hambre”), provocado por el régimen soviético de Stalin.
Ucrania es conocida por ser tierra fértil y por ser el granero de Europa en su momento, pero es preciso recordar parte de su historia y comprender cómo sucedió semejante matanza a través de la hambruna. El triunfo de la revolución rusa en 1917 alcanzó a Ucrania; dicho proceso se consolidó en 1922 cuando se formalizó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Luego de 1924, con la muerte de Lenin y el ascenso en poder de Stalin, comienza la fase más cruenta del comunismo dentro de la URSS. En 1929 se promovió la colectivización total de todo el territorio de la URSS; esto provocó movimientos antisoviéticos de resistencia en varios lugares, entre ellos Ucrania, cuyo fuerte sentimiento nacionalista era una barrera para los intereses expansionistas de Stalin. Stalin mandó al Ejército Rojo para apoyar al gobierno ucraniano y sofocar multitud de revueltas protagonizadas por la resistencia del pueblo ucraniano que alcanzó los tres millones de personas.
En 1930 se ordena que la colectivización de la tierra se complete en dos años. Todo el que se opone es denunciado y deportado. En 1931, debido al fracaso de las políticas soviéticas y a la climatología, comenzó a faltar la comida en varias regiones de la Unión Soviética, incluida Ucrania. Se culpó a los campesinos de este país por la falta de pan y el estricto racionamiento de alimentos en los centros urbanos. Sin embargo, los mercados occidentales estaban abarrotados de trigo ucraniano confiscado a sus productores por el régimen soviético.
“Los rusos iban de casa en casa llevándose toda la comida que encontraban. Comenzaban por los granos, la harina, las remolachas, papas o habas que la gente guardaba en sus casas o sótanos. Pero sin confiar en la gente, registraban todo, cavaban en el piso, hurgaban en las paredes y en los hornos, destrozándolos a menudo. Así corrían de casa en casa quitándonos todo lo que pudiera ser comestible” … con esas palabras una sobreviviente del holodomor recordaba cómo era el vivir bajo el yugo soviético. Destacamentos de la Dirección Política del Estado (GPU) comenzaron a requisar de forma abusiva el grano y el trigo ucranianos, dejando las tierras sin las semillas necesarias para que pudieran germinar, ni tampoco dieron tiempo suficiente a la tierra para que se pudiera volver a plantar.
Ucrania, Kazajastán y el norte del Cáucaso fueron las regiones más castigadas por la «colectivización forzosa» propuesta por el Estado. Esta obligaba al campesinado a convertirse en proletario. A finales de 1927 estalló la llamada «crisis de las cosechas»; aquella situación proporcionó a Stalin el pretexto perfecto para intervenir directamente en Ucrania. La “Ley de las tres espigas” fue el plan macabro del comunismo para la protección de la propiedad estatal de los koljoses (granjas colectivas). Ante el orgullo del pueblo ucraniano, dicha ley promulgada en 1932 tendió a establecer en el territorio pleno de la URSS, que la propiedad comunal es fundamental para el orden social soviético, por lo que las personas que tratan de apropiarse de ella deberían ser tratadas como enemigos del pueblo (según el preámbulo legal). De acuerdo con esta ley la pena principal para el robo era la ejecución por fusilamiento, aunque con atenuantes el castigo era de 10 años de prisión. En todos los casos la propiedad personal de los convictos sería confiscada sumado a que los condenados por esta ley no estaban sujetos a la amnistía.
El 7 de agosto de 1932 se aprobó la Ley de las Espigas, que establecía castigos para todos aquellos que estuviesen en contra de la confiscación y, sobre todo, para todos los campesinos que se atreviesen a robar grano. De esa manera, se impusieron penas de prisión a muchas personas que fueron encarceladas en centros penitenciarios de las ciudades de Balashevo o Elan. A pesar de aquellas medidas, los robos fruto de la desesperación fueron tan elevados que las autoridades crearon tribunales para dictar penas de muerte a los saqueadores. Según registros de la época, bajo el paraguas jurídico de la Ley de las Espigas se ejecutó a 5.400 personas y 125.000 más fueron enviadas a los gulags de Siberia.
En apenas unos meses, a comienzos de la primavera de 1932, los campesinos ucranianos empezaron a morir de hambre. Algunos documentos hablan de niños con el vientre hinchado por la falta de alimento, familias enteras obligadas a alimentarse de hierba o cortezas de roble, e incluso se comían a los perros y a los gatos. La situación llegó a tal punto que algunos historiadores afirman que en las zonas rurales más pobres se generalizó el canibalismo y los cadáveres se agolpaban en las calles porque nadie tenía fuerzas para poder darles sepultura. El programa de Stalin para doblegar a los ucranianos tuvo como resultado la muerte por hambre de entre dos y 10 millones de seres humanos, sin distinción de edades, sexos y religión. La propaganda soviética se difundía en pasquines donde se leía: “Comer niños muertos es salvajismo”, haciendo gala de cómo el relato soviético hacía gala de su salvajismo.
Socialistas ilustres ayudaron con sus plumas. Bernard Shaw, Sidney y Beatrice Webb y el Premier Edouard Herriot de Francia, durante una gira por Ucrania entre 1932-33 proclamaron que los informes de la hambruna eran falsos. El corresponsal del New York Times, Walter Duranty, que ganó un premio Pulitzer por su presentación de informes de Rusia, escribió que las denuncias sobre la hambruna eran “propaganda maligna”.
Respecto al Holodomor, según el científico estadounidense James Mace: “La colectivización forzada fue una tragedia para todo el campesinado soviético, pero para los ucranios fue una tragedia en particular. Tomando en cuenta la casi total destrucción de las elites urbanas, la colectivización representaba su aniquilamiento como organismo social y factor político, quedando relegados a una situación que los alemanes denominan naturfolk (‘pueblo primitivo’)”.
En este sentido es válido recordar el avance contra toda manifestación de identidad ucraniana. Un factor relevante fue la persecución masiva y sangrienta de la Iglesia Ortodoxa del país. Esta persecución se manifestó en la aniquilación física de toda la jerarquía y prácticamente todo el clero, la destrucción de un 80% de las iglesias que en su mayoría eran joyas del arte medieval y barroco. A partir de 1939 la persecución comunista se hizo mucho más sangrienta. En 1946, una parodia de sínodo devastó a la Iglesia Católica ucraniana con la supresión de obispos y sacerdotes. Desde ese año y hasta 1956, religiosos y laicos fueron forzados a abjurar de su fe. Los templos se cerraron y con ellos, escuelas y demás instituciones. Los religiosos fueron a prisión o enviados a campos de concentración en Siberia u otros lugares. Entre ellos estuvo el cardenal Josyf Slipyj quien pasó 18 años prisionero en un campo de concentración de Siberia, donde sufrió todo tipo de torturas. Al fallecer, el 7 de septiembre de 1984, el pueblo ucraniano lo reconoció como su gran héroe nacional.
El Holodomor es un genocidio silenciado gracias al aparato de propaganda del Komintern (Internacional Comunista). La tragedia humanitaria acaecida en Ucrania debe obligar a reflexionar sobre qué tan fácil es aniquilar a una comunidad entera, primero en su cuerpo y luego en su espíritu. Ahora que en la región vuelven a surgir líderes comunistas uno debe comprender que su lucha es tanto corporal como espiritual, y la Resistencia deberá fortalecer en ambos aspectos si desea combatir el mal.