Las declaraciones de Karp generaron un gran debate tanto en medios como en redes sociales, con críticos que advierten riesgos para los derechos civiles y defensores que creen que la vigilancia es un mal necesario ante amenazas mayores.
Defendió una postura que volvió a encender el debate sobre vigilancia, libertades civiles y la carrera global por la inteligencia artificial. Karp comenzó cuestionando lo que definió como un “temor mal enfocado” hacia un supuesto estado de vigilancia en EEUU. Según explicó, el 98% del monitoreo cotidiano que sufren los estadounidenses no proviene del gobierno, sino de empresas privadas, cuyo objetivo principal “a menudo es vendernos, como él dijo irónicamente, ‘cornflakes’”. Frente a ese escenario, sostuvo que los críticos suelen ignorar que el sector privado tiene un alcance mucho más profundo sobre los datos personales que cualquier agencia estatal.
Karp señaló que el gobierno, en comparación, opera herramientas mucho más acotadas, especialmente en lo que definió como “pattern-of-life surveillance”, un tipo de seguimiento de patrones cotidianos orientado exclusivamente a personas bajo sospecha por delitos graves, como terrorismo o explotación infantil. “Ese tipo de vigilancia es necesaria”, afirmó, subrayando que expandirla a ciudadanos comunes sí constituiría una vigilancia indeseable. Para evitar ese abuso, dijo, “se requieren herramientas muy, muy precisas”, que permitan distinguir entre amenazas reales y la vida privada de la población. En ese punto, justificó el rol de Palantir como proveedor tecnológico del Estado: “monetizamos el hecho de que estas decisiones son difíciles”, admitió, en alusión a los dilemas éticos que enfrentan los gobiernos al supervisar actividades potencialmente peligrosas.
Su frase más polémica fue su comparación explícita entre la vigilancia estadounidense y la china:
“La vigilancia en EEUU sería mejor que la de China. Al menos aquí hay valores democráticos, aunque la tecnología tenga que ser igual de poderosa”.
Karp insinuó que el país debe aceptar un nivel de vigilancia más intrusivo —y más automatizado— si quiere seguir compitiendo. Para críticos y defensores de libertades civiles, la idea es inquietante: propone que la solución ante la vigilancia autoritaria es… otra vigilancia, pero ‘demócrata’.
En una reflexión que sorprendió incluso a quienes siguen de cerca su pensamiento, Karp advirtió que, si los gobiernos son incapaces de detener ataques hoy, podrían terminar “pisoteando más las libertades civiles mañana” para recuperar el control. Su argumento fue que una vigilancia limitada y precisa a tiempo evitaría decisiones radicales más adelante. Incluso se permitió una frase provocadora al insistir en que, pese a este tipo de monitoreo focalizado, derechos profundamente personales deben seguir garantizados: “tu derecho a conocer a alguien que te atrae y acostarte con esa persona debe estar protegido”, dijo en tono directo.
La conversación tomó un giro más geopolítico cuando Karp habló sobre la carrera por la inteligencia artificial. En otro tramo de la entrevista afirmó que EEUU debe “absorber mucho riesgo” tecnológico, una afirmación que no se refiere solo al plano económico, sino también a riesgos éticos, estratégicos y sociales, cruzar umbrales éticos, acelerar desarrollos que hoy generan controversias y aceptar que el Estado —con empresas como Palantir detrás— maneje herramientas que hace diez años habrían sido impensables. “La IA puede salir mal de muchas maneras”, reconoció, pero insistió en que aun así el país debe avanzar agresivamente: “tenemos que absorber mucho riesgo, porque la IA va a salir bien y mal para nosotros o va a salir bien y mal para China”. Para Karp, la competencia es directa y determinante: “vamos a ser el actor dominante, o China lo va a ser, y habrá reglas muy distintas dependiendo de quién gane”.
La comparación permanente con China tiende a normalizar prácticas que hace pocos años Occidente rechazaba de plano. El argumento “si no lo hacemos nosotros, lo harán ellos” sirve para cualquier cosa.
En una de las frases más comentadas del mes, Karp afirmó que “tendrás muchos menos derechos si América no lidera” la revolución de la IA. Según su visión, la fortaleza tecnológica y militar estadounidense es un garante de estabilidad global. Su postura se volvió aún más explícita cuando aseguró que “la probabilidad de que el mundo sobreviva aumenta cuanto más fuerte y dominante se vuelve América”. El mensaje fue interpretado como un llamado a priorizar la supremacía estadounidense por encima de consideraciones regulatorias más estrictas.
Karp también se refirió a la desigualdad que puede generar la IA, señalando que sus beneficios no se distribuirán de forma equitativa. Se preguntó si “la persona en la planta de fábrica en EEUU—entrenada y con habilidades específicas— realmente va a compartir los frutos de la nueva economía”. En contraste, matizó que quienes tienen formación técnica, incluso sin educación universitaria, serán grandes beneficiarios, pues la IA permitirá desde “escribir un script para apuntar a terroristas” hasta construir infraestructuras con la precisión de las fábricas taiwanesas en suelo estadounidense.
En respuesta a las críticas que lo acusan de promover una infraestructura de vigilancia estatal, Karp arremetió contra lo que calificó como “parásitos” en el mundo tecnológico y político que, según él, subestiman tanto las capacidades del país como la misión de Palantir. Reivindicó un discurso abiertamente patriótico y aseguró que “el patriotismo no solo está bien: el patriotismo te va a hacer rico”, una frase que llamó la atención por su mezcla de reivindicación nacionalista y mensaje empresarial. También rechazó la imagen de que su tecnología sirve a burócratas, insistiendo en que las herramientas que desarrolla sirven a “surfistas, camioneros y soldados”: gente común que depende de que el país mantenga su ventaja tecnológica.
En conjunto, las declaraciones de Karp muestran una visión donde la vigilancia limitada, la supremacía tecnológica y la geopolítica se entrelazan en un argumento que, según él, busca evitar un futuro más autoritario. Para sus críticos, sin embargo, ese mismo discurso abre la puerta a justificar prácticas de vigilancia cada vez más profundas bajo la bandera de la seguridad y la competencia internacional.




