La población, que alcanzaba 147,6 millones en 1990, se sitúa hoy en torno a 146,1 millones (incluida Crimea), reflejando un declive prolongado que hunde sus raíces en los grandes traumas del siglo XX, esto es, la pérdida de 27 millones de vidas durante la Segunda Guerra Mundial, la desestructuración pos-soviética y la profunda recesión de los años 90.
Aunque hubo un repunte temporal en la década de 2010, con 1,94 millones de nacimientos en 2015, la caída ha retornado con más fuerza ya que en 2024 apenas se registraron 1,22 millones, un nivel cercano al mínimo histórico de 1999. En febrero de 2025, los nacimientos mensuales tocaron su punto más bajo en dos siglos, según el demógrafo Alexei Raksha. La población envejece aceleradamente: el 30% de los rusos tiene hoy más de 55 años, y la tasa de fecundidad está en 1,5 hijos por mujer, lejos del reemplazo generacional.
Ciertamente Rusia se encuentra en la misma encrucijada que buena parte del mundo industrializado. Japón, referencia clásica del envejecimiento extremo, registra una fecundidad de apenas 1,26 hijos por mujer y pérdidas poblacionales anuales récord. Corea del Sur, según datos de Statistics Korea (2024), ha caído aún más a 0,72, el nivel más bajo del mundo. En Europa occidental, Italia y España enfrentan tasas similares (1,2–1,3), mientras que estudios del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica señalan que prácticamente ningún país desarrollado está logrando revertir estas tendencias de forma sistemática.
Frente a esta crisis, el presidente Vladimir Putin reafirma que no adoptará el modelo europeo de “inmigración selectiva” implementado por Italia, Alemania o Canadá para compensar la caída de la natalidad, sino que reforzará una política centrada en valores familiares tradicionales. Propone hipotecas subsidiadas, beneficios fiscales, guarderías universitarias y un renovado apoyo a las madres jóvenes, junto con medidas simbólicas como la restauración de las distinciones para familias numerosas. Sin embargo, como muestran los estudios del Population Reference Bureau y del Centro Wittgenstein para la Demografía Global, las políticas natalistas suelen producir efectos limitados si no van acompañadas de transformaciones culturales profundas en torno al matrimonio, el trabajo y el sentido de la vida familiar. Rusia, como Japón o Corea, enfrenta un dilema que trasciende los incentivos económicos dado un cambio antropológico donde la elección de no formar familia se vuelve cada vez más común.
El gobierno ruso también impulsa restricciones al aborto y a la “propaganda sin hijos”, aunque la evidencia internacional, como muestran los estudios del Guttmacher Institute, indica que la reducción de abortos no incrementa automáticamente los nacimientos. A ello se suma el impacto de la guerra en Ucrania, con miles de jóvenes muertos que afectan la pirámide poblacional.
Si la tendencia no se revierte, proyecciones de la ONU estiman que Rusia podría descender a 90 millones de habitantes para 2100. Tal como se ve, redefinir las condiciones culturales que sostienen la continuidad de una sociedad es fundamental si una sociedad no desea perecer.




