Un reciente artículo del medio alemán WELT, titulado “Das fatale Schweigen über verfolgte Christen” (“El silencio fatal sobre los cristianos perseguidos”), denuncia que el cristianismo sigue siendo la religión más perseguida del planeta, y que el mutismo del mundo occidental ante esa realidad se ha convertido en una forma de complicidad silenciosa.
Según el análisis de WELT, los ataques contra cristianos —ya sea mediante violencia directa, destrucción de templos, arrestos arbitrarios o exclusión legal— se concentran en África, Medio Oriente y partes de Asia, bajo regímenes autoritarios o dominados por fanatismos religiosos.
Países como Nigeria, Pakistán, China o Eritrea encabezan las listas de represión, donde practicar el cristianismo puede costar la libertad o la vida.
Sin embargo, el eco internacional es mínimo: apenas unas líneas en medios de alcance global y escasas menciones en organismos multilaterales.
“Ninguna otra fe paga tan alto tributo de sangre”, advierte el texto de WELT, que califica este silencio como “fatal” y moralmente inaceptable.
Los verdugos: el extremismo sunita y la exportación del fanatismo
Buena parte de la violencia contra cristianos —especialmente en África y Medio Oriente— proviene de milicias y grupos armados de orientación sunita radical, entre ellos Boko Haram, Estado Islámico (ISIS), Al-Shabaab en Somalia o filiales locales del Estado Islámico en el Sahel y Asia Central.
Estos grupos comparten una visión teocrática del islam y consideran a los cristianos, y también a los musulmanes moderados, “enemigos de Dios”.
A diferencia de las corrientes chiitas (concentradas en Irán, Líbano o Siria), el fundamentalismo sunita tiene una difusión más extensa y ha recibido recursos y apoyo ideológico desde ciertos Estados del Golfo durante décadas.
Lo paradójico, subrayan varios analistas, es que gran parte del armamento y de la financiación inicial de estas milicias circuló en zonas de conflicto donde Occidente tuvo intervención directa o indirecta: Afganistán, Irak, Siria o Libia.
Guerras promovidas en nombre de la democracia terminaron creando vacíos de poder donde el extremismo se fortaleció, y en algunos casos se benefició del tráfico de armas occidentales desviadas por intermediarios o “rebeldes aliados”.
La doble moral de Occidente
La crítica más punzante del artículo se dirige a Europa y América del Norte, donde la defensa de los derechos humanos parece filtrarse según la identidad de la víctima.
Los cristianos perseguidos, sostiene WELT, no encajan en la narrativa contemporánea del oprimido: son vistos —a menudo injustamente— como representantes de una cultura “blanca”, “occidental” o “hegemónica”.
El resultado es una indiferencia estructural que margina su sufrimiento del debate público.
Occidente, que se autoproclama guardián de la libertad religiosa, mira hacia otro lado cuando los perseguidos no refuerzan sus propias agendas políticas o mediáticas.
El caso de los cristianos ilustra una tendencia preocupante: la selectividad moral con la que se decide quién merece empatía y quién no.
Más que religión: una cuestión de libertad
El artículo alemán subraya que no se trata solo de religión, sino de libertad humana en su forma más básica. Cada vez que a un individuo se le prohíbe practicar su fe, lo que se reprime es su conciencia, su voz y su derecho a existir fuera del consenso del poder.
Por eso, lo que ocurre con los cristianos perseguidos (desde los aldeanos nigerianos hasta los sacerdotes encarcelados en China) no debería concernir solo a los creyentes, sino a todo aquel que valore las libertades civiles.
El deber moral del mundo libre
Resulta paradójico que las mismas sociedades que se movilizan con rapidez ante otras formas de discriminación mantengan una prudencia casi calculada ante los ataques contra cristianos.
La consecuencia es una erosión del principio universal de derechos humanos: si solo algunas víctimas merecen atención, la justicia deja de ser universal.
El llamado de WELT es claro: romper el silencio. Visibilizar, denunciar y actuar ante una persecución que no se mide en ideologías, sino en vidas humanas. El “mundo libre” (advierte el artículo) no puede seguir predicando libertad mientras elige a quién proteger.




