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En su misiva, Hanna le da la bienvenida “en nombre de los guardianes de los lugares sagrados cristianos de Jerusalén”, pero enseguida deja claro el tono moral del mensaje:
“No hablo en el lenguaje de la política ni del interés, sino en el lenguaje de la fe, la humanidad y la verdad”
El arzobispo invita al vicepresidente estadounidense a visitar las iglesias y comunidades cristianas palestinas en Jerusalén, Belén y Ramala, y a “escuchar el llanto silencioso de un pueblo que vive bajo ocupación y exclusión”.
Según Hanna, las comunidades cristianas locales “no son extranjeras en su tierra”, sino herederas directas de las primeras generaciones que abrazaron el Evangelio. No obstante, denuncia que en los últimos años han sufrido marginación, restricciones de movimiento y acoso político, tanto por parte de las autoridades israelíes como de actores que buscan borrar la identidad árabe y palestina del cristianismo local.
Los cristianos palestinos: minoría entre fuegos cruzados
El mensaje de Hanna pone nuevamente el foco en una realidad frecuentemente ignorada: los cristianos palestinos, descendientes de las primeras comunidades cristianas, hoy representan menos del 1% de la población en Cisjordania, Jerusalén y Gaza.
Aunque históricamente han jugado un papel desproporcionadamente importante en la educación, la cultura y la vida política palestina —desde figuras como George Habash (fundador del Frente Popular para la Liberación de Palestina) hasta los sacerdotes latinos y ortodoxos que promueven el diálogo interreligioso—, su número ha ido disminuyendo de manera constante debido a la emigración y la presión social.
El arzobispo Hanna, una de las voces más firmes en defensa de los derechos cristianos y musulmanes por igual, ha sido acosado en diversas ocasiones por las autoridades israelíes, e incluso fue hospitalizado en 2019 tras inhalar gases lacrimógenos lanzados cerca de la sede del Patriarcado en Jerusalén. A pesar de ello, continúa hablando abiertamente sobre la necesidad de una convivencia basada en igualdad y dignidad para todos los habitantes de Tierra Santa.
Un llamado a Washington
En su carta, Hanna recuerda a Vance que las decisiones políticas estadounidenses tienen consecuencias directas sobre el futuro de las comunidades locales:
“Las armas y las sanciones no traerán paz; sólo el reconocimiento de la humanidad de todos los pueblos puede abrir la puerta a la reconciliación”
El prelado advierte que los cristianos palestinos “están desapareciendo lentamente de los lugares donde el cristianismo nació”, y que la indiferencia internacional contribuye a esa pérdida.
“Cuando la fe se mezcla con la injusticia, deja de ser fe”, escribe en otro pasaje.
Voces de una fe persistente
La posición del arzobispo Hanna refleja un sentimiento compartido por otras figuras eclesiásticas de la región. Desde el Patriarca Latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, hasta el sacerdote melquita Manuel Musallam, varios líderes cristianos han expresado su preocupación por la instrumentalización política de la religión y la falta de atención internacional hacia la suerte de los cristianos árabes.
En ciudades como Belén, Beit Jala y Ramala, las comunidades cristianas viven entre el deseo de permanecer fieles a su tierra y la necesidad de emigrar para garantizar seguridad y oportunidades. Muchos templos centenarios hoy sirven a congregaciones menguantes, mientras los conflictos y la tensión política siguen desplazando familias.
Fe, resistencia y justicia
El mensaje de Hanna no es una denuncia aislada: es el eco de una resistencia espiritual. Desde los monasterios ortodoxos en Cisjordania hasta las parroquias católicas en Gaza, los cristianos palestinos han mantenido vivo el legado de su presencia milenaria.
En palabras del arzobispo:
“Nuestra fe nos enseña a amar incluso a quienes nos oprimen. Pero también nos llama a defender la verdad y la dignidad del ser humano, porque la justicia es parte esencial del Evangelio”
La carta de Atallah Hanna a J.D. Vance puede no cambiar la política exterior de Estados Unidos, pero pone sobre la mesa una verdad incómoda: la Tierra Santa no sólo es escenario de conflictos religiosos, sino también de una lenta desaparición de sus comunidades cristianas originarias.




