
Con la promulgación del “Reglamento sobre el comportamiento digital de las religiones”[1], las autoridades chinas no solo imponen limitaciones tecnológicas, sino que buscan arrancar lo sagrado del mundo digital para reducirlo a una simple herramienta de propaganda ortodoxa estatal.
Este nuevo estatuto, compuesto por 18 artículos, no admite dudas respecto a cómo el Partido Comunista de China (PCCh) pretende controlar no solo los templos y la acción pastoral en el terreno físico, sino también cada palabra, cada imagen y cada acto que los creyentes puedan compartir en línea. Las cuentas personales, las transmisiones en vivo, los grupos en aplicaciones como WeChat, los foros no oficiales o cualquier espacio digital independiente quedan fuera del alcance permitido para actividades religiosas. En la práctica, los sacerdotes y ministros religiosos quedarán encadenados al aparato sancionador del Estado, sin posibilidad de expresar libremente la verdad que creen.
Los sacerdotes no tendrán el derecho siquiera de aprovechar su investidura religiosa o su notoriedad para atraer fieles mediante redes sociales ya que cualquier intento será interpretado como un exceso punible. Peor todavía, la difusión de contenido religioso extranjero (por ejemplo, emisiones de las audiencias del Papa o documentos del Vaticano) se considera “infiltración religiosa extranjera”, delito que será perseguido con todo el peso del aparato estatal. Tal como se ve, no basta con limitar la libertad interna, sino que se asfixia el vínculo universal del católico con la Iglesia Católica del mundo entero. En su afán totalitario, el Estado obliga al clero a alinearse ideológicamente con el PCCh, exige promover los “valores socialistas” y gira el dogma religioso hacia su propia narrativa política.
Al exigir esa “sinización” de la religión, el régimen está dictando que la doctrina espiritual debe interpretarse conforme al ateísmo de Estado, formulando una versión domesticada de la fe y prohibiendo cualquier disidencia doctrinal. En nombre de la “armonía” y el “orden”, el gobierno adopta un lenguaje paternalista para ocultar una férrea censura ideológica. Las prohibiciones son exhaustivas, lo que incluye el proselitismo entre menores, la celebración de campamentos o cursos religiosos, la recaudación de fondos para fines espirituales, la venta de libros religiosos o de artículos de culto, las transmisiones en directo por internet; todo ello queda restringido o prohibido. Incluso la vestimenta clerical (la sotana, por ejemplo) podría considerarse potencialmente “extremista” si es usada en videos, lo que sugiere que un sacerdote filmado con hábito podría caer bajo sospecha.
Esta estrategia represiva no es un episodio aislado, sino parte de una tendencia que ha ganado fuerza en los últimos años. El Partido Comunista busca borrar la línea entre la esfera religiosa y el aparato estatal. Pero el texto de 2025 marca un salto cualitativo porque es una declarada ofensiva contra la libertad religiosa en lo digital, un territorio que antes parecía difícil de controlar completamente, pero que ahora se convierte en un frente más de control absoluto.
Desde nuestra perspectiva política, defensora de los valores tradicionales y la libertad de conciencia, esta medida es una clara agresión contra uno de los derechos más fundamentales, que es el derecho de los hombres a adorar libremente a Dios, a propagar su fe, a educar a sus hijos en dicha conciencia y a comunicarse religiosamente con el mundo. Ningún Estado debería tener potestad alguna para arrogarse esa facultad de discernimiento respecto a qué se puede predicar y qué no. En ese sentido, este reglamento es también una advertencia para Occidente porque no estamos frente a meras restricción técnica ni graduada, sino ante una política totalitaria que pretende que la vida espiritual quede supeditada al Partido. Si en Europa o América triunfa también esa lógica de control cultural, muchas libertades fundamentales quedarán seriamente comprometidas.
Vale recordar DIVINI REDEMPTORIS que ya advertía sobre los gobiernos marxistas como el de China: “Frente a esta amenaza, la Iglesia católica no podía callar, y no calló. No calló esta Sede Apostólica, que sabe que es misión propia suya la defensa de la verdad, de la justicia y de todos aquellos bienes eternos que el comunismo rechaza y combate. Desde que algunos grupos de intelectuales pretendieron liberar la civilización humana de todo vínculo moral y religioso, nuestros predecesores llamaron abierta y explícitamente la atención del mundo sobre las consecuencias de esta descristianización de la sociedad humana. Y por lo que toca a los errores del comunismo, ya en el año 1846 nuestro venerado predecesor Pío IX, de santa memoria, pronunció una solemne condenación contra ellos, confirmada después en el Syllabus. Dice textualmente en la encíclica Qui pluribus: «[A esto tiende] la doctrina, totalmente contraria al derecho natural, del llamado comunismo; doctrina que, si se admitiera, llevaría a la radical subversión de los derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana»[1]. Más tarde, uno predecesor nuestro, de inmortal memoria, León XIII, en la encíclica Quod Apostolici numeris, definió el comunismo como «mortal enfermedad que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola en peligro de muerte», y con clara visión indicaba que los movimientos ateos entre las masas populares, en plena época del tecnicismo, tenían su origen en aquella filosofía que desde hacía ya varios siglos trataba ele separar la ciencia y la vida de la fe y de la Iglesia”[2].
Definitivamente el comunismo es mortal enfermedad que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola en peligro de muerte.
[1] Fuente: https://www.aciprensa.com/noticias/117373/china-establece-restricciones-para-las-actividades-religiosas-en-internet
[2] Fuente: https://www.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_19370319_divini-redemptoris.html