
En un nuevo estudio[1] que confirma lo que muchas familias intuían desde lo más profundo del sentido común y la experiencia viva, se ha comprobado que los niños criados en entornos donde el uso de mascarillas por el COVID-19 era común y prolongado tienen más dificultades para interpretar las expresiones faciales humanas. Lo que para algunos era “medida sanitaria”, para la infancia fue trauma, silencio y opacidad afectiva.
El estudio, publicado en Developmental Cognitive Neuroscience e investigado por Utrecht University in the Netherlands, analizó a más 349 bebés de 4 a 6 meses, 351 bebés de 9 a 11 meses y 235 niños de 2 a 4 años, y compararon la capacidad de procesar rostros antes y durante la pandemia. A estos niños se les mostró una serie de rostros que expresaban emociones básicas —alegría, tristeza, ira y miedo— y debían reconocerlas. Los resultados fueron alarmantes por cuanto los niños criados rodeados de adultos enmascarados durante el tiempo más crítico de su desarrollo emocional tenían dificultades notables para descifrar gestos, matices y emociones. De hecho, los participantes evaluados durante la pandemia no diferenciaron neurocognitivamente entre expresiones felices y temerosas. Este efecto se atribuyó principalmente a una menor amplitud de respuesta a las caras felices, lo que sugiere que los niños pospandémicos presentan una menor familiaridad o atención hacia las expresiones faciales felices[2].
Uno podría pensar si acaso eso no es esto una mutilación silenciosa de la infancia. Quizás se trata de un empobrecimiento del alma cuando se aísla al niño de la vida viva. La mascarilla, convertida en símbolo de obediencia ciega y fetiche ideológico, no solo impidió respirar con normalidad, impidió ver, comunicar, leer el rostro humano, ese espejo del alma que tan profundamente ha sido venerado en la tradición hispánica. De hecho, vale recordar que un estudio de 2020 publicado por la revista revisada por pares de los CDC, Emerging Infectious Diseases[3], también concluyó que “no se encontró evidencia de que las mascarillas quirúrgicas sean eficaces para reducir la transmisión de la influenza confirmada por laboratorio, ni cuando las usan personas infectadas… ni en la comunidad en general para reducir su susceptibilidad”.
Volviendo al tema, en verdad los niños pueden estar viendo ojos, pero no bocas, lo que impide reconocer la emoción completa. En una cultura visual, oral y gestual como la cristiana —donde la sonrisa del abuelo, el ceño fruncido de la madre o el asombro del maestro son parte esencial del aprendizaje vital—, esto equivale a una castración afectiva. El estudio también constata que los niños mayores y las niñas mostraron algo más de capacidad para adaptarse, lo que subraya la gravedad del daño en los más pequeños y en aquellos en etapas críticas de desarrollo. La infancia es el momento en que se aprende a amar, a temer, a confiar, a intuir. Sin rostro, no hay relación, sin rostro, no hay humanidad.
A esta generación se le negó el rostro humano en nombre de un principio tecnocrático. Lo peor, sin sentido. En mayo de 2021, otro estudio[4] reveló que, si bien las órdenes se cumplieron en gran medida, su uso no produjo los beneficios esperados. Esto se sostiene porque “las órdenes de uso de mascarillas y su uso no se asociaron con una menor propagación del SARS-CoV-2 entre los estados de EE. UU.” entre marzo de 2020 y marzo de 2021, indicó. De hecho, los investigadores hallaron que los resultados fueron netamente negativos, ya que las mascarillas aumentaron la «deshidratación, los dolores de cabeza y la sudoración, y disminuyeron la precisión cognitiva», además de perjudicar el aprendizaje social en los niños.
Pero allende de la inutilidad al respecto de la causa fin, no es menor el tema que en el mundo hispánico, el rostro ha sido siempre más que una superficie biológica. Es símbolo y lenguaje. Los santos y poetas lo supieron cuando hablaron del rostro de Cristo en la Sábana Santa, el rostro de la Virgen en Guadalupe, el rostro de Teresa de Jesús en la mirada del alma. Quitar el rostro a la infancia es arrancar de raíz su sentido de pertenencia, su capacidad de formar comunidad, su empatía y su humanidad. Lo que se ha hecho con los niños durante la pandemia no ha sido solo sanitario, sino profundamente cultural. Se ha herido el tejido invisible de la transmisión afectiva. Y ahora, el precio se empieza a ver.
La sociedad vive una modernidad que ha perdido el rostro porque ha perdido el corazón tierno de un niño. Hoy, los datos científicos no hacen más que confirmar lo que la sabiduría popular siempre supo; no se puede criar hombres libres sin rostros visibles, ni enseñar amor sin gestos, ni formar ciudadanos sin comunidad encarnada. Ese ejercicio de BioPoder de la OMS fue cultural, porque la ciencia expresó que más de 170 estudios han demostrado que las mascarillas no han sido efectivas para prevenir la COVID-19, sino que son perjudiciales, especialmente para los niños, quienes, según la evidencia, enfrentan poco o ningún peligro a causa de la COVID-19. Por el contrario, la evidencia sugiere que la capacidad de ver rostros es crucial para el desarrollo temprano. “Los posibles perjuicios educativos de las políticas de uso obligatorio de mascarillas están mucho más claramente establecidos, al menos por ahora, que sus posibles beneficios para detener la propagación de la COVID-19 en las escuelas”, afirma el profesor Vinay Prasad, epidemiólogo de la Universidad de California-San Francisco . “La primera infancia es un período crucial en el que los seres humanos desarrollan habilidades culturales, lingüísticas y sociales, incluyendo la capacidad de detectar emociones en los rostros de otras personas”[5].
El deber de los pueblos hispánicos es defender a la infancia no solo del virus, sino del miedo deshumanizante, de la pedagogía mecanicista y de la imposición de protocolos que atentan contra la persona. El rostro del niño es sagrado. Y todo orden social que lo oculte sistemáticamente se convierte en una amenaza para la civilización misma.
[1] Recuperado en https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1878929325000015?via%3Dihub
[2] Freiburger, C., & Freiburger, C. (2025, June 24). Study: children surrounded by COVID masks less able to differentiate facial expressions – LifeSite. LifeSite. https://www.lifesitenews.com/news/study-children-surrounded-by-covid-masks-less-able-to-differentiate-facial-expressions/?utm_source=latest_news&utm_campaign=usa
[3] Recuperado en https://wwwnc.cdc.gov/eid/article/26/5/19-0994_article
[4] Biffert, K., & Biffert, K. (2021, July 30). New study: Mask mandates did not slow spread of COVID – LifeSite. LifeSite. https://www.lifesitenews.com/news/new-study-mask-mandates-did-not-slow-spread-of-covid/
[5] Ibídem